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miércoles, 30 de noviembre de 2016

¡No soy digno!

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Me explicaba un indio que reside en Benarés, situada a orillas del río Ganges, una de las siete ciudades sagradas del hinduismo, cómo es la vida en su país. Me habla de las castas, de la enorme desigualdad que existe entre sus ciudadanos, de la pobreza endémica de millones de compatriotas y de la cantidad de leprosos que todavía pululan por este inmenso país. ¡Leprosos en el siglo XXI!
En realidad, leprosos somos todos que, aunque no tenemos lepra corporal, si la tenemos espiritual. Es la lepra del alma. La lepra del alma herida. La lepra del alma egoísta e intransigente. El alma dormida dispuesta a no seguir la voluntad de Dios. La lepra es el cáncer del espíritu del hombre. El cáncer mina la bondad del alma. Me cuenta el sufrimiento doloroso e infernal del que padece lepra; como sus llagas despedazan a jirones la piel desfigurando rostros y miembros. Así es también el cáncer del alma. Por eso no puedo más que pensar en tener un alma noble y no con lepra. ¡Noble para hacer el bien e interpretar concienzudamente las consecuencias del mal! ¡Noble para no dejarse dominar por la tentación! ¡Noble para no desfallecer ante las pruebas! ¡Noble para aspirar a la comunión espiritual! ¡Noble para que Cristo pueda reinar en mi interior! ¡Noble para, poniéndome humildemente en oración, presentarle al Dios del Amor las debilidades de mi corazón y confesarlas en el sacramento de la penitencia y en la dirección espiritual! ¡Noble para no aparentar virtud! ¡Noble para acoger a Dios con pureza de alma! ¡Noble para exclamar, como aquel pobre, pero rico en gracia, leproso del Evangelio: «Señor no soy digno, pero si tú quieres puede sanarme»!

¡Padre, me acerco a ti consciente de mi miseria y mi pequeñez, de mi indignidad y mi pecado y de la lepra que levanta a jirones mi corazón! ¡Me acerco a ti, Padre, porque no soy digno y anhelo tu perdón y tu sanación interior! ¡No soy digno, Señor, pero te amo y quiero tener contigo encuentros de intimidad! ¡Señor, soy como un leproso de alma y sólo tú puedes curarme! ¡Señor, te contemplo y comprendo que es tu misericordia y tu amor el que me salvan! ¡Señor, si quieres puedes sanarme! ¡Dame tus ojos, tu corazón, tu empatía, tus entrañas, tu compasión y líbrame del mal! ¡Espíritu de Dios, ayúdame a ser cada día mejor para que Cristo pueda reinar cada día en mi corazón! ¡Purifícame, Espíritu Santo, renuévame, límpiame, transfórmame! ¡Y a ti, María, Señora del corazón puro inmaculado, que pueda imitarte siempre en tu pureza de acción y de intención!
Del maestro cordobés Fernando de las Infantas escuchamos hoy su Credo in Deum, a 5 voces de su colección Sacrarum cantionum:

martes, 29 de noviembre de 2016

15 frases de San Francisco de Asís que estremecerán tu corazón

Un guía seguro hacia la unión con Dios


San Francisco de Asís no escribió ningún tratado sobre la oración. Tampoco se preocupó demasiado en enseñar a sus hermanos un método de oración. Pero esto no le impidió ser un guía seguro, al tiempo que un ejemplo viviente, en el camino de la unión con Dios. 

Lo esencial de su enseñanza, así como de su experiencia personal sobre la oración, se halla contenido en la siguiente frase de la Regla bulada:

“Aplíquense los hermanos a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el espíritu del Señor y su santa operación” (2 R 10,8-9)

La vida de oración, según Francisco, es ante todo ese gran anhelo, esa búsqueda incesante del Espíritu del Señor y de su acción en nosotros. Somos incapaces, por nosotros mismos, de nombrar dignamente a Dios. No sabemos orar como es debido. ¿No consiste la oración, para el cristiano, en unirse a Jesús en su relación con el Padre? Orar es aprender a decir «Abba». Y eso sólo es posible gracias al Espíritu. El Espíritu del Señor es el gran iniciador en la vida de oración. Por eso debemos anhelarlo por encima de todo y dejarle actuar en nosotros. *

San Francisco se Asís, fue un humilde servidor de Dios que lo dejó todo para seguir al Señor

, se preocupó mucho por la Santidad de los demás y de todos los hermanos, realizaba muchos Sacrificios y ayunos. Sus escritos están llenos de una santa humildad y obediencia a la Iglesia. Un Laico comprometido que Amó al Señor más allá de sus propios límites.

A continuación Frases de San Francisco de Asís que van directo al corazón:

1 “Si tú, siervo de Dios, estás preocupado por algo, inmediatamente debes recurrir a la oración y permanecer ante el Señor hasta que te devuelva la alegría de su Salvación”

2 “La verdadera enseñanza que trasmitimos es lo que vivimos; y somos buenos predicadores cuando ponemos en práctica lo que decimos.”

3 “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible.”

4 “Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, sólo lo que has dado.”

5 “El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote”.

6 “Espíritus malignos y falsos, hagan en mi todo lo que quieran. Yo sé bien que no pueden hacer más de lo que les permita la mano del Señor. Por mi parte, estoy dispuesto a sufrir con mucho gusto todo lo que él les deje hacer en mí.”

7 “Es siervo fiel y prudente el que, por cada culpa que comete, se apresura a expiarlas: interiormente, por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra”

8 “El demonio se alegra, sobre todo, cuando logra arrebatar la alegría del corazón del servidor de Dios. Llena de polvo las rendijas más pequeñas de la conciencia que puedan ensuciar el candor del espíritu y la pureza de la vida. Pero cuando la alegría espiritual llena los corazones, la serpiente derrama en vano su veneno mortal.”

9 “Cuando el servidor de Dios es visitado por el Señor en la oración con alguna nueva consolación, antes de terminarla debe levantar los ojos al cielo y, (juntas las manos), decir al Señor: “Señor, a mi, pecador e indigno, me has enviado del cielo esta consolación y dulzura; te las devuelvo a ti para que me las reserves, pues yo soy un ladrón de tu tesoro.” Y también: “Señor, arrebátame tu bien en este siglo y resérvamelo para el futuro.” Así debe ser, de modo que, cuando salga de la oración, se presente a los demás tan pobrecito y pecador como si no hubiera obtenida ninguna gracia nueva. Por una pequeña recompensa se pierde algo que es inestimable y se provoca fácilmente al Dador a no dar más.”

10 “Luchemos por alcanzar la serenidad de aceptar las cosas inevitables, el valor de cambias las cosas que podamos y la sabiduría para poder distinguir unas de otras.”

11 “Predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras.”

12 “Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio siembre yo amor; donde haya ofensa, perdón; donde hay duda, fe; donde hay desesperación, esperanza; donde haya tinieblas, luz; donde haya tristeza, alegría.”

13 “¡Terrible es la muerte!, pero ¡cuán apetecible es también la vida del otro mundo, a la que Dios nos llama!”

14 “No peleen entre sí y con los demás, sino traten de responder humildemente diciendo, “Soy un siervo inútil.”

15 “En la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros como a los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, como mejor puedan, sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura, que es lo que Él busca por encima de todo; y hagamos siempre en ellos habitación y morada a Aquel que es el Señor Dios omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo”

lunes, 28 de noviembre de 2016

¿Ya oíste hablar del coro de las 20 mil voces? Existe y te sorprenderá



¿Ya oíste hablar del Latvian Nationwide song and dance? Este tesoro poco conocido, pero de una riqueza inmensa, no pasaría desapercibido a los ojos atentos del equipo de Cecilia Music. Se trata de un tradicional festival realizado cada cinco años, en Letonia, que reúne a alrededor de 40 mil personas, entre las cuales, 20 mil cantantes y 20 mil bailarines. El evento está considerado la opera prima del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad por la UNESCO.
Historia y curiosidades
El festival se lleva a cabo desde 1873 y expresa bien algo que forma parte de la cultura de los letones: la fuerte presencia de coros musicales. En ese país báltico, localizado al este de Rusia, las personas aprenden, desde niños, a tocar algún instrumento o a cantar. Muchos, a partir de esa formación de base, entran en orquestas y corales de altísimo nivel.

Llega el tiempo de la luz

¿Estas preparad@?


Hoy me invitan a revestirme de Jesús: “La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Vestíos del Señor Jesucristo”.

Pasa la noche y llega el tiempo de la luz. Quiero ser como una de esas vírgenes que esperan al novio con su lámpara encendida. El fuego en su corazón. La mirada llena de luz. No quiero que se apague el fuego que Jesús ha encendido en mí.

Jesús me lo dice: “Estad en vela”. Quiero aprender a velar con mi luz encendida. La luz en mi alma. No quiero sembrar oscuridades a mi alrededor. Me gustaría abrir ventanas en las vidas de los hombres. Puertas que les abran un mundo nuevo que colme su esperanza.

Hoy se enciende simbólicamente una primera vela del Adviento. Me gusta ese fuego que comienza tímidamente. Luego crece, día a día, semana a semana. Somos hijos de la luz. Esa imagen me da tanta vida… Prefiero la luz a la oscuridad. La vida a la muerte. Estar despierto a estar dormido.

Decía el padre José Kentenich: “El Espíritu de Dios debe encender una luz en mi alma. Debemos contemplar el mundo de Dios a la luz de la fe. Si no somos al mismo tiempo maestros de la oración, entonces no podremos transmitirles a los que nos siguen esa gracia divina interna”[1].

Pienso en lo que significa revestirme de Cristo y llenarme de luz. Encender la luz del alma para poder vivir como Él. Revestido de su Espíritu.

Necesito la presencia de su Espíritu en mi vida. Lo necesito para cambiar mi forma de vivir. No todo da igual. Es importante cómo vivo, cómo actúo, las consecuencias de mis actos. En cualquier momento puede venir Jesús a buscarme y quiero que me encuentre revestido de Él.

No simplemente revestido de formas. Quiero tener el corazón hecho a su medida. Que mire la vida en su verdad. No marcado por mis creencias y mis ideologías. Que sepa distinguir el bien del mal, sobre todo cuando sea sutil la diferencia. Que sepa poner en orden mis prioridades y no considerar importantes las cosas que no lo son. Una nueva forma de mirar, de vivir, de amar. Revestido de Cristo.

Me conmueve pensar que Jesús puede hacerlo en la fuerza de su Espíritu. Puede eliminar mis cadenas. Puede dar luz a mi corazón. Para que no viva en las tinieblas, para que no me derrumbe en medio de la oscuridad. Necesito su luz, su paz. Quiero aprender a hacer su voluntad y encontrar su paz.

Decía santa Teresa de Calcuta: “La alegría que busco es sólo agradarle a Él. Soy suya y solamente suya. El resto no me afecta. Puedo pasar sin tener todo lo demás si le tengo a Él”[2]. Esa libertad interior me da luz. La necesito. Esa luz ilumina mis pasos. Pacifica mis ansias y mis egoísmos.

Quiero que la luz de Jesús acabe con las penumbras y con las tristezas. La luz de esa primera vela que me revela el camino. Mis prioridades. Lo importante en mi vida. No todo da igual. Mi sí no es indiferente para Dios. Mi sí profundo y libre, firme y arraigado.

Quiero un corazón lleno de luz que ilumine la vida de Jesús sufriente. Ese Jesús que vive sin luz en tantos hombres. Turbados por sus pecados. Angustiados por sus miedos. Porque han puesto su seguridad en un mundo cambiante. Y se han olvidado de lo importante.

Quiero la luz de Jesús que ilumine mis pasos, mis decisiones, mi amor más hondo y verdadero.



[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

[2] Santa Teresa de Calcuta, Ven sé mi luz

Hoy se enciende una llama

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Comenzamos un año litúrgico nuevo con el inicio del tiempo de Adviento, la preparación para la Navidad. Es el misterio de cómo Dios entra en nuestra historia y pasar a ser parte del compromiso con el ser humano. Un compromiso de esperanza, de vida y de salvación. Hoy nos preparamos para ese imposible que es que Dios se convierta en hombre como nosotros porque estamos todos llamados a ser un día como Dios, a participar de Él plenamente y por siempre. Este misterio comienza con este Dios que desea encarnarse en la naturaleza humana.

El tiempo de Adviento nos llama a estar preparados. A ser capaces de abrir nuestro corazón, nuestro entendimiento y nuestro amor a este Dios que se hace humanidad en nosotros.
Hasta el día de Navidad cada domingo, con el corazón abierto, realizaremos el gesto sencillo de encender las cuatro velas de la corona de Adviento, esa corona circular que nos indica que Dios siente por nosotros un amor eterno sin principio ni fin. Entre ramas verdes que simbolizan la esperanza y la vida y la unión estrecha con Dios para alcanzar la vida eterna cada una de las cuatro velas con sus respectivos colores tienen un significado profundo. Estas velas iluminan nuestra vida, nos recuerdan la oscuridad del pecado que nos aleja de Dios. Pero cada vela encendida es a su vez una luz que ilumina el mundo y anuncia la llegada próxima de ese Dios que se hace pequeño por nuestra salvación. Luz y vida para toda la humanidad porque la Navidad es la fiesta grande de la luz ya que nace Jesús, Luz del mundo.
Al encender hoy la primera vela podemos recordar a María, la primera en acoger en su interior la llamada de Dios. Es la vela del amor sincero, desprendido, generoso. Es la vela del acogimiento, del don de darse como Dios nos dio a su propio Hijo por la inmensidad de su amor infinito. Es la vela que nos invita a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón para entregárselo todo a Dios como hizo la Virgen y para que Dios, a través del Espíritu Santo, derrame sobre nosotros la fuerza de sus dones y de su gracia. Una vela para recordar que estamos en este mundo para amar.
El segundo domingo podemos encender la vela recordando a los coros celestiales y proclamar la paz. La paz en el corazón. La paz en los gestos cotidianos. La paz en la mirada. La paz que rompe rencores y resentimientos. La paz que Dios nos deja y nos da. La paz que aplaca la desazón. La paz que nos abre a la esperanza. Esta vela de la paz es para llenar nuestro corazón de serenidad y para llevar paz allí donde los otros corazones estén llenos de dolor y turbación.
En el tercer domingo tal vez podemos encender la vela de la alegría cristiana. Esa misma alegría que sintieron los humildes pastores de Belén tras el anuncio del ángel. La vela que nos recuerda las palabras del Señor de estar alegres en la tribulación porque nuestra tristeza acabará convirtiéndose en alegría y en gozo. La Navidad es la fiesta de la alegría, la alegría de la venida de Cristo al mundo y a nuestro propio corazón.
En el cuarto domingo, antes del día de la Navidad, la vela que encendemos puede ser  la de la esperanza. Nuestro corazón anhela que Cristo nazca, que nuestro Salvador se encuentre ya en el portal de Belén. Este humilde establo es nuestro propio corazón. Y allí, pacientemente, reposará el Niño Dios. Y para ello hay que prepararse bien porque todos ponemos en Dios nuestra esperanza.
El día de Navidad me gusta encender una quinta vela colocada en el centro de la corona para recordar que Cristo es la Luz del mundo, la que ilumina mi hogar y da luz a cada uno de los miembros de la familia. Cristo ya ha llegado en este día a nuestro corazón. Ahora sólo le tengo que dejarle entrar.
¡Te doy gracias mi Dios y Señor porque esta espera ha valido la pena!

¡Señor, quiero ser luz en este tiempo de Adviento! ¡Señor, ayúdame a ser luz de confianza para acercarme más a ti que eres el amigo que nunca falla y acercarme más a los demás para no fallarles nunca!¡Ayúdame a ser luz para buscarte con el corazón y llegar también a los demás!¡Ayúdame a ser luz de alegría para contagiar al prójimo la alegría de la Navidad para que todos puedan seguir soportando sus problemas y sufrimientos con alegría! ¡Ayúdame a ser luz de amistad para que siempre alguien se pueda arrimar a mi y caminar conmigo! ¡Ayúdame a ser luz de Buena Nueva para darle  a Tu Palabra el auténtico sentido y convertir mis pequeñas acciones en un testimonio de tu Evangelio! ¡Ayúdame a ser luz de perdón para abrir mi corazón a la reconciliación y la entrega! ¡Ayúdame a ser luz de la fe para testimoniarte siempre! ¡Ayúdame a ser luz de fidelidad para recoger con mis pequeñas manos los frutos abundantes de tu amor y misericordia! ¡Ayúdame a ser luz de amor para no olvidar nunca el mandamiento primero que nos dejaste! ¡Ayúdame a ser luz de compromiso para no fallarte nunca a Ti ni a los demás! ¡Ayúdame a ser luz de oración para no perder el tiempo en cosas inútiles y hacer de mi vida un pequeño sagrario de oración porque el que no ora no sabe de amor! ¡Ayúdame a ser luz del Espíritu Santo para que Tu Espíritu, Señor, ilumine siempre mi vida y pueda irradiar también a los demás y sus dones me fortalezcan, me purifique, me renueven y me transformen!
Oración para el encendido de la primera vela de la corona de adviento: «Encendemos, Señor, esta luz, como aquél que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primera semana del Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús. Ven, Señor Jesús!»
Hoy se enciende una llama, cantamos en este día de Adviento: