Las cargas cotidianas convierten al hombre en un ser tullido por las dificultades pero cada día hay un momento en que uno escucha ese esperanzador «¡levántate y anda!» que no es más que el clamor de Dios que, por medio del Espíritu Santo, te libera de los miedos interiores, te hace fuerte en las luchas cotidianas y te ofrece el impulso para afrontar lo que en la vida se vaya presentando. Todo lo que a uno le sucede es una ofrenda de amor y no puede dejar de alabar por ello al Padre exultante de alegría.
¡Señor, tengo la suerte de conocerte, de sentirte a mi lado, de conocer tus caminos, de intentar seguir tu voluntad, de seguir tus enseñanzas! ¡Señor, aunque el peso de las dificultades y los problemas me abruman, tengo la suerte de que por Ti mi vida tiene un sentido, una razón de ser, porque es tu mano la que me sostiene, es tu amor y tu misericordia los que me impulsan, el soplo del Espíritu el que me da la fortaleza! ¡Gracias, Señor, porque mi corazón siente tu cercanía! ¡Gracias, Señor, porque me invitas a levantarme y andar sin miedo, sin rendirme, sin perder la esperanza! ¡Te doy gracias, Señor, porque estás conmigo para lo que venga, sin perder la confianza en Ti! ¡Te alabo, Señor, porque entre tantos obstáculos me prodigas tu amor! ¡Te alabo, Señor, porque siento tu amor, me dices que ame a los demás y me prodigo en tu amor! ¡Te alabo, Señor, porque aunque tantas veces te olvido tu no me abandonas nunca! ¡Te alabo, Señor, porque en Ti todo es amor y misericordia y todo lo que haces en mi vida es una manifestación de tu amor! ¡Señor, tengo la suerte de amarte y de conocerte por eso te alabo porque no quiero desviarme del camino que me lleva hacia a Ti y desde Ti a los demás!
Levántate y anda, cantamos para perder los miedos y acogerse a la esperanza: