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sábado, 4 de junio de 2016

Transformar el acero

El herrero


 Lynell Waterman cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía andar bien en su vida. Muy por el contrario: sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día.

Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación difícil, le comentó:

- Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado.

El herrero no respondió enseguida: él ya había pensado en eso muchas veces, sin entender lo que  acontecía con su vida. Sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar y terminó por encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:

- "En este taller, yo recibo el acero aún sin trabajar y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú como se hace esto? Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone roja. Enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Luego la sumerjo en un balde de agua fría y el taller entero se llena con el ruido del vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta: una sola vez no es suficiente".

El herrero hizo una larga pausa y siguió:

- "A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada. Y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería.

Hizo otra pausa más, y el herrero terminó:

-Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: "Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí.

Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de hierro viejo de las almas".

Tu verdad mídela en tu capacidad de dar amor incondicional a pesar de tu soledad y del vacío del mundo. Que Dios te acompañe en tu búsqueda.

viernes, 3 de junio de 2016

¿Se pueden evitar el dolor y el sufrimiento?

La solución no es vestir de salud el dolor de una vida enferma



A veces, quiero olvidar de repente todas las cosas malas de la vida. Como de un plumazo el pasado que hiere. Las ofensas que ofenden. El puñal que se me clava. El olvido que duele. La agresión nunca olvidada. Las palabras hirientes. ¿Cómo olvidar de golpe todo el dolor que llevo dentro? ¿Cómo sentir paz en mitad de la tormenta? El perdón. El bendito perdón que suplico.
¿Cómo poder cambiar la historia que he vivido? Invertir los caminos. Deshacer las pisadas. A veces quiero.
 A veces entiendo que no tiene sentido rescribir la historia. Lo escrito, escrito está.Muchas veces he escuchado a personas quejándose de su suerte, queriendo cambiarlo todo. De repente.

Tal vez yo mismo sin razón he querido cambiar cosas de mi vida pasada. Corregir decisiones, borrar la mala suerte, reparar errores. Como queriendo restablecer un orden que nunca se había perdido en ese corazón de Dios que yo a veces no entiendo. ¿Por qué su lógica y la mía son tan distintas? No lo sé. La vida no es lineal en su crecimiento. Ni justa. Ni paga a cada uno lo suyo, lo que merece, lo que le corresponde. Y entra en juego tal vez la mala suerte. Y veo vidas con tanto dolor. Parece injusto. Y deseo cambiarlo todo, o una parte. Devolverle a los sueños la posibilidad de hacerse vida. Que no haya muerte ni dolor. Que no haya pérdidas ni lágrimas. Borrar los fracasos del alma. Para no sufrir. Para no sentir que la vida duele demasiado.

Una persona rezaba: “Te pido, Jesús, la fuerza para caminar siempre contigo. Para ver que la cruz no es el punto final de mi vida. Ni el dolor el extremo definitivo de una vida fracasada. No, Jesús. Después de la cruz viene la vida. Después de la muerte la resurrección. Después de las lágrimas la alegría. Después del dolor la paz infinita. ¡Cómo no voy a soñar con imposibles!".Pretender que desaparezca el dolor y el sufrimiento no es el camino. No es lo que de verdad quiero. Acabar con todo el sufrimiento, con las enfermedades que se nos clavan en el alma. No lo espero.
No pretendo lograr que mi madre recuerde todo lo que es, lo que hay que hacer, lo último que ha hecho. Aunque me duela que no pueda hacerlo. No espero que me pregunte cómo me encuentro y qué hago ahora. No importa tanto, para ser sincero. Es verdad, lo reconozco, me gustaría escuchar otra vez palabras con sentido de su alma. En ríos caudalosos que expresaran lo que siente. Me gustaría saber cuándo su sí es cierto. Y su no responde a un pensamiento lógico. Me gustaría sacar su alma de ese pozo en el que habita. Recuperar su mirada que reía tantas veces. Me gustaría su abrazo sentirlo nuevamente. Saber que es a mí a quien abraza. Que lo sabe y que lo siente. Me gustaría sacarla de allí donde está escondida. Recuperar su alma perdida, sus palabras cuerdas, su risa alegre. Lo sé, me gustaría.

Pero son sólo sueños que yo dibujo. Esperanzas que guardo. Pero lo acepto y lo beso. No es el camino borrar nada. Ni el olvido, ni querer cambiar el presente. Y por eso, mientras tanto, abrazo a esa madre que tengo que me quiere y punto. Que me toma la mano y la aprieta.Me basta con retener su mirada azul algo perdida. Me bastan su sonrisa cuando reímos y sus palabras inconexas. Me basta su docilidad para aceptar cualquier plan con agrado. Me basta que se alegre cuando llego y me mire sonriendo.
Me basta con sentir que no se ha ido. Que permanece firme siempre a mi lado. Dispuesta a no dejarme. Dispuesta a no marcharse. Me bastan sus ojos azules, su sonrisa eterna. Me basta con sentirla cerca aun cuando ella parezca lejos. Me basta con saber que me siente aunque tal vez no comprenda.

Sólo importa el instante en que la abrazo, la acaricio y le digo que la quiero. Y ella me dice que también me quiere. Me basta con saber que puedo volver una y mil veces a encontrarme con ella.

Por eso, lo sé, la solución no es borrar de golpe lo que no me gusta de mi vida. Pintar de colores el gris de mis paisajes. Llenar de música los silencios del desierto. Vestir de salud el dolor de una vida enferma. Esperar un milagro que me saque de la muerte. Pedirlo, suplicarle y enfadarme con Dios si no me libra.

No es posible cambiar la vida que vivo con sus circunstancias. No lo pretendo. Sólo beso sonriendo todo lo que tengo

10 CONSEJOS PARA APRENDER A AMAR BIEN

Redescubre el himno al amor de san Pablo, comentado por el Papa Francisco


El amor es paciente,
es servicial;
el amor no tiene envidia,
no hace alarde,
no es arrogante,
no obra con dureza,
no busca su propio interés,
no se irrita,
no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo soporta (1 Co 13,4-7).

1. Paciencia

“Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad (…) El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente al que yo desearía”.

2. Actitud de servicio

“La paciencia nombrada en primer lugar no es una postura totalmente pasiva, sino que está acompañada por una actividad, por una reacción dinámica y creativa ante los demás. Indica que el amor beneficia y promueve a los demás. Por eso se traduce como servicial”.

3. Sanando la envidia

“El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos en la vida”.

4. Sin hacer alarde ni agrandarse

“Quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, porque está centrado en los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser el centro”.

5. Desprendimiento

“Hay que evitar darle prioridad al amor a sí mismo como si fuera más noble que el don de sí a los demás (…) El amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, sin esperar nada a cambio.

6. Sin violencia interior

Es decir, sin “una reacción interior de indignación provocada por algo externo. Se trata de una violencia interna, de una irritación no manifiesta que nos coloca a la defensiva ante los otros, como si fueran enemigos molestos que hay que evitar. Alimentar esa agresividad íntima no sirve para nada. Solo nos enferma y termina aislándonos. La indignación es sana cuando nos lleva a reaccionar ante una grave injusticia, pero es dañina cuando tiende a impregnar todas nuestras actitudes ante los otros”.

7. Perdón

“Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón (…) La tendencia suele ser la de buscar más y más culpas, la de imaginar más y más maldad, la de suponer todo tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se arraiga. De ese modo, cualquier error o caída puede dañar el vínculo amoroso y la estabilidad familiar. El problema es que a veces se le da a todo la misma gravedad, con el riesgo de volverse crueles ante cualquier error ajeno. La justa reivindicación de los propios derechos se convierte en una persistente y constante sed de venganza más que en una sana defensa de la propia dignidad”.

8. Disculpar todo

“Los que se aman, hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el lado bueno más allá de sus debilidades y errores. En todo caso, guardan silencio para no dañar su imagen (…) No es la ingenuidad de quien pretende no ver las dificultades y los puntos débiles del otro, sino la amplitud de miras de quien coloca esas debilidades y errores en su contexto”.

9. Confía

“La confianza hace posible una relación de libertad. No es necesario controlar al otro, seguir minuciosamente sus pasos, para evitar que escape de nuestros brazos. Esa libertad (…) permite que una relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado y sin horizontes. (…) Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos”.

10. Espera

“Siempre espera que sea posible una maduración, un sorpresivo brote de belleza, que las potencialidades más ocultas de su ser germinen algún día. No significa que todo vaya a cambiar en esta vida. Implica aceptar que algunas cosas no sucedan como uno desea, sino que quizás Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra”.

Papa Francisco (fragmento de Amoris Laetitia).

Dale lo mejor a quien no te decepcionará nunca

Todo mi amor es para tí


Un sonido expresivo que viene de la República Dominicana. “Alfareros” es una banda católica con 20 años de carrera, y no es de extrañar su éxito.
Con una opción preferencial por los ritmos latinos, el grupo ha llegado a varios países de América Latina, atrayendo multitudes por los lugares donde pasa.

Algunas de sus canciones llegaron a grabarse en portugués, y así llegaron también al mayor país católico del continente: Brasil.La canción Todo mi amor es para ti es uno de los grandes éxitos de los Alfareros que deja huella: suscitar, a través de sus letras, el deseo del encuentro con Jesucristo.
La banda, que nació un día del Corpus Christi, apuesta por la innovación sin perder la esencia de su primer llamado: evangelizar a través de la música. Incluso tú puedes bajar la canción en la página oficial del grupo: www.alfareros.do

LETRA:

TODO MI AMOR ES PARA TI

(Letra & Música Junior Cabrera)



Tengo en mi mente en mis sueños un río de intenciones que nadan contigo.

Tengo los verbos que quiero que sólo se conjugan cuando estás conmigo.

Todo el talento que un día como un tesoro guardaste tú para mí.

Todo el amor mis palabras mis pensamientos y todo lo que hay en mí.



Coro: Y todas mis canciones y mis melodías y todos los versos y mis agonías

Y todo lo que hago, siento, pienso y digo

Todo mi amor esta contigo

Y todas mis mañanas las noches y días

Y todas mis historias y la poesía

Por este gran regalo que es estar aquí

Todo mi amor es para ti



Todas las cosas que guardo en mi corazón y nadie pudo ver

Las horas del calendario que están marcadas para ti como ya ves

Todos los versos que hice y toda la poesía que nunca entregué

Todo el amor que ahora tengo mi corazón entero a ti confiaré



Coro: Y todas mis canciones y mis melodías y todos los versos y mis agonías

Y todo lo que hago, siento, pienso y digo

Todo mi amor esta contigo

Y todas mis mañanas las noches y días

Y todas mis historias y la poesía

Por este gran regalo que es estar aquí

Todo mi amor es para ti

El corazón del Buen Pastor

 Texto completo de la homilía del papa Francisco durante la misa del viernes 3 de junio en la Plaza de San Pedro, en ocasión del Jubileo de los sacerdotes y seminaristas.  


La celebración del Jubileo de los Sacerdotes en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a llegar al corazón, es decir, a la interioridad, a las raíces más sólidas de la vida, al núcleo de los afectos, en una palabra, al centro de la persona. Y hoy nos fijamos en dos corazones: el del Buen Pastor y nuestro corazón de pastores.

El corazón del Buen Pastor no es sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma. Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5).

El corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1), sin imponerse nunca.

El corazón del Buen Pastor está inclinado hacia nosotros, «polarizado» especialmente en el que está lejano; allí apunta tenazmente la aguja de su brújula, allí revela la debilidad de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie.

Ante el Corazón de Jesús nace la pregunta fundamental de nuestra vida sacerdotal: ¿A dónde se orienta mi corazón? El ministerio está a menudo lleno de muchas iniciativas, que lo ponen ante diversos frentes: de la catequesis a la liturgia, de la caridad a los compromisos pastorales e incluso administrativos. En medio de tantas actividades, permanece la pregunta: ¿En dónde se fija mi corazón, a dónde apunta, cuál es el tesoro que busca? Porque —dice Jesús— «donde estará tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21).

Los tesoros irremplazables del Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la oración al Padre y el encuentro con la gente. También el corazón de pastor de Cristo conoce sólo dos direcciones: el Señor y la gente. No la distancia con la gente, el encuentro con la gente.

El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por eso no se mira a sí mismo, sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Ya no es un «corazón bailarín», que se deja atraer por las seducciones del momento, o que va de aquí para allá en busca de aceptación y pequeñas satisfacciones, es pecador; es más bien un corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y disponible para los hermanos

Para ayudar a nuestro corazón a que tenga el fuego de la caridad de Jesús, el Buen Pastor, podemos ejercitarnos en asumir en nosotros tres formas de actuar que nos sugieren las Lecturas de hoy: buscar, incluir y alegrarse.

Buscar. El profeta Ezequiel nos recuerda que Dios mismo busca a sus ovejas (cf. 34,11.16). Como dice el Evangelio, «va tras la descarriada hasta que la encuentra» (Lc 15,4), sin dejarse atemorizar por los riesgos; se aventura sin titubear más allá de los lugares de pasto y fuera de las horas de trabajo. No aplaza la búsqueda, no piensa: «Hoy ya he cumplido con mi deber, me ocuparé mañana», sino que se pone de inmediato manos a la obra; su corazón está inquieto hasta que encuentra esa oveja perdida. Y, cuando la encuentra, olvida la fatiga y se la carga sobre sus hombros todo contento.

Así es el corazón que busca: es un corazón que no privatiza los tiempos y espacios. ¡Mal del pastor que privatiza su ministerio!

Es un corazón que no es celoso de su legítima tranquilidad, y nunca pretende que no lo molesten. El pastor, según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se preocupa de proteger su buen nombre, sino que, por el contrario, sin temor a las críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor.

El pastor según Jesús tiene el corazón libre para dejar sus cosas, no vive haciendo cuentas de lo que tiene y de las horas de servicio: no es un contable del espíritu, sino un buen Samaritano en busca de quien tiene necesidad. Es un pastor, no un inspector de la grey, y se dedica a la misión no al cincuenta o sesenta por ciento, sino con todo su ser. Al ir en busca, encuentra, y encuentra porque arriesga; no se queda parado después de las desilusiones ni se rinde ante las dificultades; en efecto, es obstinado en el bien, ungido por la divina obstinación de que nadie se extravíe. Por eso, no sólo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar por ella. Como todo buen cristiano, y como ejemplo para cada cristiano, siempre está en salida de sí mismo. El epicentro de su corazón está fuera de él: no es atraído por su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres.

Incluir. Cristo ama y conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña (cf. Jn 10,11-14). Su rebaño es su familia y su vida. No es un jefe temido por las ovejas, sino el pastor que camina con ellas y las llama por su nombre (cf. Jn 10, 3-4). Y quiere reunir a las ovejas que todavía no están con él (cf. Jn 10,16).

Así es también el sacerdote de Cristo: está ungido para el pueblo, no para elegir sus propios proyectos, sino para estar cerca de las personas concretas que Dios, por medio de la Iglesia, le ha confiado. Ninguno está excluido de su corazón, de su oración y de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos. El buen pastor no sabe que son los guantes. Ministro de la comunión, que celebra y vive, no pretende los saludos y felicitaciones de los otros, sino que es el primero en ofrecer mano, desechando cotilleos, juicios y venenos. Escucha con paciencia los problemas y acompaña los pasos de las personas, prodigando el perdón divino con generosa compasión. No regaña a quien abandona o equivoca el camino, sino que siempre está dispuesto para reinsertar y recomponer los litigios. Es un hombre que sabe incluir.

Alégrarse. Dios se pone «muy contento» (Lc 15,5): su alegría nace del perdón, de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa. La alegría de Jesús, el Buen Pastor, no es una alegría para sí mismo, sino para los demás y con los demás, la verdadera alegría del amor. Esta es también la alegría del sacerdote. Él es transformado por la misericordia que, a su vez, ofrece de manera gratuita. En la oración descubre el consuelo de Dios y experimenta que nada es más fuerte que su amor. Por eso está sereno interiormente, y es feliz de ser un canal de misericordia, de acercar el hombre al corazón de Dios. Para él, la tristeza no es lo normal, sino sólo pasajera; la dureza le es ajena, porque es pastor según el corazón suave de Dios.

Queridos sacerdotes, en la celebración eucarística encontramos cada día nuestra identidad de pastores. Cada vez podemos hacer verdaderamente nuestras las palabras de Jesús: «Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros en sacrificio». Este es el sentido de nuestra vida, son las palabras con las que, en cierto modo, podemos renovar cotidianamente las promesas de nuestra ordenación. Os agradezco vuestro «sí» y por tantos «sí» escondidos cotidianamente que solo el Señor conoce. Os agradezco vuestro «sí» a dar la vida unidos a Jesús: aquí está la fuente pura de nuestra alegría.