5 criterios para distinguir la verdadera espiritualidad cristiana
1) Continuidad
La Iglesia tiene un tesoro precioso: la tradición milenaria que brota de la sabiduría y la experiencia de generaciones de creyentes y santos, abiertos a Cristo y a la acción de su Espíritu. El primer criterio de comprobación de la espiritualidad cristiana consiste, por tanto, en el respeto sabio de un depósito de verdad de valor inestimable. Quien quiera archivarlo, declararlo superado, haciéndose ilusiones de llevar a cabo una refundación de la fe, no puede sino salirse del camino correcto.
2) Paz
Entre las palabras más importantes de Jesús – casi un testamento – están las que el celebrante repite en cada eucaristía: “mi paz les dejo, mi paz les doy”. La espiritualidad cristiana, si se entiende rectamente, conduce a esta perspectiva; de lo contrario produce desorden e inquietud. Por lo demás, el diablo es la inquietud infinita, y no sorprende que busque producir confusión en la conciencia de los fieles.
3) Alegría
Un tercer criterio es el que Jesús enuncia en el evangelio de Juan: “les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea plena”. La espiritualidad que enseña Cristo hace emerger la alegría: no superficial, como la que no supera el tiempo de un evento contingente; sino la alegría arraigada en la confianza indestructible en Jesús, en el hecho de que la gracia nos otorgará lo que deseamos de verdad.
4) Profundidad
El cuarto criterio es la profundidad. Hay una coincidencia significativa entre la psicología más fiable y la fe. Para ambas la vida es un camino; o, por decirlo con Jung – el padre de la psicología analítica – es un proceso de individuación, gracias al cual se pasa de la personalidad superficial (el Yo) a esa más profunda (el Si). La verdadera espiritualidad no se contenta con una acción externa (la Iglesia como organización, realidad cultural o asistencial), sino que exige una confrontación continua con las raíces de la vida, que tienden a Dios.
5) Definitividad
El último criterio de comprobación es la apertura explícita y concreta al infinito. El hombre y la mujer no pueden saciarse con algo que sea menos que el Todo. Esto significa que vivirán siempre de entereza e integridad, empezando por una fe declinada en todos sus elementos: como doctrina y como práxis, como realidad teológica y al mismo tiempo pastoral, hecha de sentimiento e inteligencia, de cuerpo y de espíritu. Solo así la persona podrá abrirse al Todo de Dios, en el que se accede a la vida llamada eterna, pero que sería mejor llamar definitiva, porque el Señor la comunica desde ahora.