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domingo, 21 de agosto de 2016

Las sonrisas de la Virgen María

Tercer fin de semana de agosto con María en nuestro corazón. A lo largo de su vida la Virgen tuvo todo tipo de privaciones: honores, riqueza, bienestar económico, comodidades mundanas, placer corporal… Todas estas carencias no redujeron su alegría porque la auténtica riqueza de María estaba en su interior. Su ejemplo nos invita a llamarla «Causa de nuestra alegría». La proclamamos así en las Letanías porque en Ella se asienta la felicidad misma.
¡Cómo debió ser la alegría de la Virgen! ¡Cómo debió ser su sonrisa! Amable, generosa, delicada, sencilla, pura. Con el prójimo más cercano y con el desconocido. Con los amables y los desagradables. Con los cordiales y con los antipáticos. Sonrisa a sus vecinos, a san José, a su prima Santa Isabel, al posadero que le niega una estancia para alumbrar a Jesús, a los pastores en el establo de Belén, a los Reyes de Oriente al postrarse de rodillas ante el Hijo de Dios, a los doctores del Templo, al conocer a los primeros apóstoles, a los novios de Caná, a los escribas de la Sinagoga cada sábado de oración…
Sonrisas de amabilidad y comprensión, de entrega y misericordia, de admiración por la obra de Dios en su vida y de agradecimiento por disfrutar de la presencia del Hijo de Dios.
Sonrisas indulgentes ante las trastadas de su hijo; cómplice para animar a san José; magnánima con los necesitados de Nazaret; generosa con los que necesitaban consuelo; gozosa en los días de fiesta con los aniversarios de su esposo y de su hijo, con el nacimiento del Bautista, con la camadería de sus amigas en las fiestas del pueblo, en los reencuentros con Jesús, acogedora con las demás mujeres que acompañaban a su Hijo y llena de dicha en el día de la Resurrección.
Sonrisa sufriente en los días de dificultad y de dolor con las críticas a Jesús durante su vida pública, en la soledad de su hogar, durante la terrible Pasión…
La sonrisa de María fue una sonrisa de eternidad porque en su corazón estaba la alegría de Jesús, a la que Ella había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. La alegría de María radicaba en Jesús, en quien tenía puesta toda la confianza. Este es exclusivamente el manantial de su alegría. María se sentía feliz porque estaba íntimamente unida a Jesús y Jesús ocupaba por completo toda su vida.
«Dios te salve, María, llena eres de gracia». La gracia de la alegría, de estar llena del amor de Dios, felicidad auténtica. En su sonrisa, María exteriorizaba lo que anidaba en su interior.
¿Es así mi vida? La Virgen pasó mayores sufrimientos, calvarios y amarguras que las mías. Persecución, descrédito, pobreza, exilio, muerte ignominiosa de un hijo… En ninguno de estos momentos aminoró la fuente de su dicha. Sus calvarios no le hicieron perder la alegría interior porque tenía el mayor consuelo con el que cuenta el hombre: Dios. La Virgen es la principal escuela del sufrimiento con alegría. Contemplo a la Virgen y me avergüenzo por lo difícil que me resulta sonreír en los momentos de dificultad. Me abochorno cuando no soy capaz de aceptar con alegría las cruces cotidianas. Me sonrojo cuando no acepto los sufrimientos que Dios, por amor, permite en mi vida o cuando las privaciones se hacen presente en mi caminar cotidiano. Y, entonces, comprendes que tal vez no soy capaz de sonreír y estar alegre interiormente porque me falta lo esencial: tener a Dios en mi corazón porque mi verdadera felicidad pasa por disfrutar de lo efímero de las cosas, de esos bienes y esas experiencias efímeras que nada tienen que ver con lo esencial. Arrinconar a Dios en el alma solo comporta infelicidad.
Miras fijamente el rostro de María y observas a la Virgen como responde a mi mirada con una sonrisa de amor. Y, entonces, escucho como me susurra al oído: «Hijo mío, sé feliz en Dios y con Dios y sigue siempre su voluntad». ¡Quiero hacerlo, María, como lo hiciste tú!

¡Virgen María, Madre de Cristo y Madre mía, te pido despiertes en mi corazón la alegría de vivir, de compartir, de servir, de entregarme a ti! ¡Gracias, porque es un regalo de Dios que Tú me ayudas a llevar adelante! ¡María, Tu vida estuvo lleno de privaciones y contrariedades pero todas las supiste llevar con alegría y entereza y con gozo interior, por eso eres mi ejemplo más claro! ¡Madre, tu vida es un ejemplo para mi, Tú has sembrado en nuestros corazones la alegría, el consuelo, la esperanza y la fe! ¡Ayúdame, Madre, a proyectar en los que me rodean esta forma sencilla de vivir, las ganas de luchar, el testimonio que ofrece tu vida interior y que compartes con Jesús, Tu Hijo! ¡Madre de Cristo y Señora mía, quiero seguir tus palabras y obedecer como los sirvientes en las bodas de Caná cuando dijiste: «¡Haz lo que Él os diga!»! ¡Quiero imitarte en todo, María! ¡Quiero imitar tus gestos, tus palabras, tus sentimientos, tus acciones! ¡Por eso pongo en mis manos tu vida, lo poco que tengo y lo pequeño que soy! ¡Te entrego mi persona y mi vida, y la vida de las personas a las que quiero! ¡Te consagro, Madre mía, todos los pasos de mi vida y todo mi ser para que Tu encamines hacia Tu Hijo! ¡Pongo en tus santas manos mis propósitos y mis ilusiones, mis esperanzas y mis temores, mis afectos y mis deseos, mis alegrías y mis sufrimientos! ¡Hazme ver, Señora, todas las cosas como las ves tú y comprender siempre que Dios es amor! ¡Quiero, María, ser de tu Hijo Jesucristo! ¡Llévame a Él con tus santas manos para unirme al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!

Quiero decir que si, como tu María, le dedicamos a la Virgen esta canción: 

El primer video musical del padre Damian es una inspiración

El sacerdote que apareció en The Voice España inspira esperanza en la canción "Nada es imposible"



El autodenominado  “sacerdote hipster”  que hizo volver la cabeza (y los corazones) en España y en todo el mundo con su aparición en The Voice, publicó recientemente su primer video musical de una original canción.

El tema, que proclama que “nada es imposible hoy”, sigue cuatro historias reales de superación de grandes obstáculos: una mujer joven con síndrome de Down, un hombre con discapacidad física, una mujer luchando contra el cáncer, y un inmigrante intentando sobrevivir en una tierra extraña.

Publicado por el sacerdote y misionero redentorista a principios de este mes, el video es doblemente inspirador: Cada visita va a apoyar la labor de la “Association for Solidarity”, que ayuda a las víctimas del tráfico, marginalización y explotación en Ciudad Juárez, Mexico. Así que ¡mírala y comparte, y ayuda a una gran causa!

Puedes encontrar también al Padre Damián en iTunes.

¿Cuál es tu tesoro?

Personas, palabras, lugares, sueños, renuncias,... que dan sentido a la vida


Un día le pregunté a una niña cuáles eran sus tesoros. Ella dijo: una muñeca y una caja de cromos. Me puse a pensar en mis tesoros. Pensé en ese tesoro por el que merece la pena venderlo todo para comprar el terreno que lo contiene. El tesoro que me identifica.

Pensé, si mi casa ardiera y tuviera cinco minutos para irme, ¿Qué me llevaría? Hice una lista. Es muy corta. Cosas del alma. Cosas que me atan a mi historia y a Dios. Pero incluso si ardiera todo, mi tesoro seguiría intacto. Porque va conmigo donde yo voy. Nadie me lo puede quitar.

El dolor solo puede aumentarlo y hacerlo más valioso. ¿Cuál es ese tesoro intangible? ¿Qué recuerdos son para mí tesoros? ¿Qué vivencias son los tesoros de mi vida que pase lo que pase nunca se irán? ¿Qué personas forman parte de mi tesoro?

¿Qué descubrimientos he hecho que atesoro para siempre? ¿Podría nombrarlos? ¿Qué tesoro busco todavía? ¿Cuál es mi mapa para encontrarlo?

Todos tenemos un tesoro personal y Dios ha puesto en nuestra vida y en nuestra alma el mapa para encontrarlo. En lo cotidiano y en lo que soy, sin hacer grandes cosas. Dios se dedica a eso. A regalarnos tesoros.

En medio de un dolor hay un tesoro para mí. En medio de mi trabajo. De una opción. De una renuncia. Si sé mirar hondo ahí está mi tesoro.

Hay personas que han encontrado su tesoro y otras que han vivido lo mismo y sólo se han quedado en la superficie.

¿Cuál es el tesoro de mi alma? ¿Cuál es el don que tengo que es un tesoro para mí y para otros? ¿Qué dolores en mi vida han formado parte de mi tesoro? Allí está mi corazón. Lo que soy. Por lo que merece la pena morir y sobre todo vivir.

Hay palabras que un día escuché y son mi tesoro. Un “te quiero” que me sanó. Un perdón que me liberó. Una canción que escuché y me abrió a un mundo muy profundo. Una idea que escuché y enraizó en mí. Unos principios que me sostienen más allá de normas externas. O quizás mi tesoro lo encontré cuando me entregué. Cuando salí de mí.

Me gusta escribir mis tesoros. Materiales y espirituales. ¿Qué lugares en la tierra son mi tesoro? Lugares de infancia. Lugares de verano.

Mi tesoro no sólo es lo que guardo, también es lo que no tengo. Lo que anhelo y a lo que renuncio. Mis sueños son mi tesoro. Mis deseos.

¿Qué deseo? Caminar por un acantilado. O navegar por el mar. O encontrarme con el rostro de mi Dios esquivo. O abrazar a Jesús por la espalda lleno de nostalgia. O escribir. O cantar. ¿Cuál es mi sueño?

Los deseos del alma me ponen en camino. Me mantienen joven. Dios siempre los hace plenos. En el cielo será así. Siempre pienso eso. En el cielo seré todo lo que hoy sueño. Es ese tesoro inagotable del que me habla Jesús.

Es curioso porque habla de perderlo todo para tener un tesoro. Vender y dar limosna. Lo que doy y lo que pierdo por amor. Lo que sueño y lo que no poseo, aquello a lo que renuncio por ser fiel, por dar la vida y dejármela en los caminos. Ese es el tesoro que me hace vivir el cielo en la tierra.

Cuando lleguemos al cielo el que tenga las manos más vacías las tendrá más llenas. Siempre pienso que Dios mide y cuenta al revés que yo. Dar es tener. Perder es ganar. Vaciarse es estar lleno. Renunciar es poseer. Quiero vivir así. Contando al revés, como Jesús.

Conocer la Palabra para ser más sabio

En una cena veraniega los anfitriones invitan a personas muy diferentes a disfrutar de una velada a la luz de las estrellas. Una de ellas, es alguien muy inteligente. Dos doctorados por sendas reputadas universidades. Domina varios idiomas. Prestigio reconocido a nivel mundial. Inteligencia demostrada. Autor de reconocidos tratados de Economía. Me explica una anécdota: es incapaz de hacerse una simple tortilla. Le digo, con respeto pero con ironía: «Te das cuenta, eres alguien muy docto pero sólo cuentas con una parte de la sabiduría». Sonríe. La sabiduría está también en las pequeñas cosas de la vida.
Se declara agnóstico. Sin embargo, una de las cosas que más le llenan es ir de procesión con su cofradía en Semana Santa. «¿Por qué lo haces?», le pregunto. «Es una tradición familiar, que me llena», responde. El hombre carga ídolos a sus espaldas sin ir a la fuente de la sabiduría. «Toda la vida formándote, investigando, buscando la excelencia académica, esforzándote por ser el mejor en tu campo. En esa figura que durante un día al año llevas sobre tus hombros, está la sabiduría auténtica. En esa sabiduría radica toda la verdad del hombre».
Algún día este economista de prestigio tendrá que rendir cuentas a Dios. Como lo tendré que hacer yo. Y cualquiera que en este momento esté leyendo este texto. No valdrán ni los títulos académicos, ni las lenguas muertas que conozcamos, ni los premios recibidos, ni los puestos que ocupemos en los consejos de administración, ni las cifras de seis ceros de nuestra cuenta bancaria. Ni siquiera los logros conseguidos para el beneficio personal. La única justificación estará en la fe en Cristo.
Le recomiendo, a un hombre tan sabio como él, la lectura de la Biblia. En la palabra de Dios se encuentra la fuente inagotable de la sabiduría. Es el complemento ideal a la sabiduría del hombre, don de Dios. La Biblia es inspiración del Espíritu Santo y Dios nos la regaló para que toda criatura humana adquiriera sabiduría a través de su Palabra. Y para adquirirla basta algo tan sencillo como leerla atentamente, acogerla con el corazón, asumir humildemente sus enseñanzas y pedirle al Espíritu Santo la gracia de acoger su contenido. Conocer la palabra de Dios nos hace más sabios. Y es en la cercanía a Dios donde nuestra grandeza como hombres, creados a su imagen y semejanza.

¡Dios mío y señor mío, tú eres el creador de todas las cosas, es gracias a tu sabiduría que nos has creado para que dominemos todas las cosas creadas por ti, para que gobernemos el mundo con rectitud, honradez y santidad y las administremos no sólo con justicia sino con un corazón lleno de rectitud! ¡Te pido hoy, Señor, que me des la sabiduría para gestionar bien las cosas de este mundo que tú me has dado, para gestionar bien mi propia vida, para gestionar bien mis relaciones con los demás! ¡Envía, Padre bueno, al Espíritu Santo a mi corazón para que me llene con el don de la sabiduría, el más excelso de todos los dones, para saborearte y experimentarte siempre, mi Dios, y para que sea capaz de ver con tus propios ojos, sentir con tus oídos, amar con tu corazón, juzgar las cosas según tu juicio! ¡Que la sabiduría que viene de ti me acompañe siempre en mi trabajo, en mis obras, en mi forma de amar, de entregarme a los demás, y me enseñe siempre lo que a ti te agrada! ¡Que tu sabiduría mi guíe siempre con prudencia en todas mis acciones y mis comportamientos! ¡Concédeme, Señor, la sabiduría para buscar siempre tu voluntad, desear aquello que tú apruebas, buscar todas las cosas con prudencia, cumplir con perfección cada uno de mis pasos! ¡Te suplico, también, la sabiduría para poner orden a cada una de las cosas de mi vida, a cumplir siempre tu voluntad y no la mía, caminar siempre por el camino más recto, el que me lleve hacia la santidad y no el que me lleve hacia mi voluntad siempre oportunista y tendenciosa! ¡Dame, la sabiduría para conocer la verdad de mi vida, para no dejarme obnubilar por lo bonito de la prosperidad ni caer en el desaliento ante las adversidades sino que todo lo acepte como un regalo tuyo, como un don tuyo, y que cuando las cosas no lleguen tenga la paciencia de aceptarlas con amor y generosidad! ¡Dame la sabiduría para entender que es en la sencillez de la vida donde el hombre es realmente feliz! ¡Otórgame la sabiduría para mantener siempre el equilibrio y que nada me alegre o me entristezca si es mundano y que todo lo ponga en un plano de eternidad! ¡Dame la sabiduría para agradarte siempre! ¡Dame la sabiduría, Señor, para buscarte siempre, confiar siempre, esperar siempre! ¡Dame Señor una inteligencia que te conozca y te complazca!

Nos confiamos al Consolador para que nos ofrezca sabiduría: 

sábado, 20 de agosto de 2016

Y mañana, ¿me seguirás queriendo?

Antes de acostarme, de rezar mis oraciones y hacer un breve examen de conciencia, la última pregunta que me hace Dios es: «Y mañana, ¿me seguirás queriendo?». «Claro, Señor, hoy y siempre». Hoy y siempre. Así, que al día siguiente la pregunta sigue estando vigente pero en tiempo presente. Me la hace porque sabe que muchas veces decaigo en la confianza. Que en los momentos duros mi mano se desprende de la cruz, que dejo aparcada a un lado del camino. Soy un cirineo débil e inconstante. Que en los momentos de tentación muchas veces miro al otro lado. Pero la pregunta sigue estando vigente: «Y ahora, ¿me sigues queriendo?». «Claro, Señor, hoy y siempre pese a tantas caídas y tantos fallos».
Esta pregunta llega hoy especialmente a mi corazón. Le amo porque tengo una fe que crece como una semilla, creo en Él, el Cristo, mi Maestro y amigo. Mi fe es una fe sencilla y abierta, que va creciendo cada día, dejándose guiar por el Señor, que es el único que conoce mi camino. Pero ese amor que le manifiesto no impide que no me deje vencer por los peligros de mi debilidad como persona. La escuela de la fe no es un paseo militar que todo lo arrasa. Es un camino tortuoso, lleno de curvas y obstáculos, repleto de mucho sufrimiento y también de un amor infinito, que se tiene que recorrer cada día. Por eso, el Señor indaga cada día: «¿Me sigues queriendo?» «Claro, Señor, hoy y siempre te quiero pero ayúdame a no fallarte nunca».

¡Señor, te amo pero mi debilidad muchas veces impide demostrártelo! ¡Quisiera no fallarte nunca, Señor, pero ya me conoces! ¡Me gustaría siempre dar la talla, sonreír al que lo necesita, dar la mano al que la extiende, cumplir siempre tus mandamientos con humildad y sencillez, ser verdaderamente desprendido en todo lo que hago, orar con el corazón abierto, poner amor en todo lo que hago, en lo grande y en lo pequeño, no actuar de manera interesada, que mi corazón no se llene de orgullo y de soberbia… En definitiva, Señor, quisiera ser un auténtico discípulo y estar siempre a tu servicio! ¡Quisiera, Señor, serte siempre fiel y amarte como te mereces! ¡Señor, con la boca pequeña exclamo que «¡Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo»! ¡Y lo digo con la boca pequeña, Señor, porque son muchas las veces que te fallo por mi debilidad y mi inconstancia! ¡Señor, creo en Ti pero ayuda mi incredulidad! ¡Señor, hago todo lo que está en mis manos para caminar, pero confío en Ti y espero Tu victoria! ¡Haz de mí, Señor, un testimonio para el mundo, un testigo de tu amor y tu fidelidad! ¡Te entrego mi vida, Señor, y la de los míos especialmente la de aquellos que están más alejados de Ti! ¡Bendícenos a todos, Señor!

Hoy nos deleitamos con una bella pieza de trompeta de Paganini. Es la fanfarria que anuncia el amor a Dios: