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domingo, 25 de septiembre de 2016

«Ser» para los demás

Se para los demás
Ayer en la Eucaristía —culmen y la fuente de la vida cristiana— sentí una experiencia transformadora. La Eucaristía es un banquete y es un sacrificio. Se podría decir que es un banquete sacrificial. Viendo y sintiendo espiritualmente como el sacerdote elevaba la Hostia consagrada y repetía amorosamente las mismas palabras de Cristo en la Última Cena sentí con una gran fuerza como celebraba el sacrificio de Cristo, el de la iglesia y el de mi propia existencia cristiana. Tocó profundamente mi corazón. No me pude quedar indiferente ante este hecho tan extraordinario. Sentí que si de verdad estoy viviendo y celebrando el sacrificio de la Eucaristía no puedo más que estar dispuesto a ser sacrificio en la vida. Y lo soy en la medida en que me entrego a los demás. No sólo cuando vivo, o lucho, o trabajo, o me esfuerzo, o sufro, o me alegro, o sirvo, o amo, o consuelo… lo soy en tanto me doy a los demás. Si sólo «estoy» o acompaño al prójimo, me solidarizo con él en su vida, con sus problemas, en su trabajo, en sus preocupaciones… pero no me entrego con mi propia vida, me quedo única y exclusivamente en la periferia de su corazón pero no penetro en él. Y la celebración eucarística, este banquete extraordinario que no es un ágape cualquiera, sino un sacrificio que me une a Cristo y a la iglesia, me tiene que hacer «ser» él, estar más dispuesto a volcarme en los que me rodean, a dar más que recibir, a amar con el corazón y como amo Cristo y, sobre todo, «ser» sacrificio para los demás.

¡Señor, ayúdame a «ser» para los demás como lo eres Tú con nosotros! ¡Ayúdame, Señor, para que mis ojos se abran a la misericordia y la entrega a los demás y me permita descubrir su belleza interior! ¡Ayúdame a centrarme en las necesidades de los que me rodean y no permitas que me muestre indiferente ante sus sufrimientos, angustias y dolores! ¡Ayúdame, Señor, a «ser» consuelo y amor, caridad y perdón, alegría y entrega! ¡Llena, Señor, mi pobre corazón con tu infinita misericordia y hazlo sensible a los sufrimientos de los que me rodean para que nadie experimente un rechazo de mi corazón! ¡Quiero sentir, Señor, como tú y valorar las cosas como las valoras tú porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo! ¡Quiero infundir en mi entorno más cercano los valores evangélicos que tu me enseñas! ¡Quiero amar como amas Tú porque nos has dado la vida y te haces presente en la Eucaristía con Amor para que mi vida se convierta en respeto hacia el "misterio" de cada persona y de cada acontecimiento humano! ¡Quiero «ser», Señor, sacrificio para los demás!
No es como yo, cantamos hoy con Jesús Adrián Romero:


¿Por qué te agobias tanto?

¿Por que te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad según mis designios. No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tu deseos. Cierra tus ojos del alma y dime con calma: “Jesús yo en ti confío”.

Evita las preocupaciones y angustias y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después. No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad. Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro.


Dime frecuentemente: “Jesús, yo confío en ti”. Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices: Jesús, yo confío en ti, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, YO TE AMO. Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía.

Continúa diciéndome a toda hora: “Jesús yo confío en ti”. Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles. Las fuerzas de la oscuridad quieren eso: agitarte, angustiarte, quitarte la paz. Confía solo en Mí, abandónate en Mí. Así que no te preocupes, echa en Mí todas tus angustias y duerme tranquilamente. Dime siempre: Jesús yo confío en Ti y verás grandes milagros.

La caridad de la comprensión

La caridad de la comprensión
El amor es la raíz fundamental y más profunda de la amabilidad. En definitiva, es lo que nos enseñó Cristo y lo que nos han enseñado los santos a lo largo de la historia. Por eso, como cristiano tengo que ser siempre comprensivo con mi prójimo.
Comprensión es juzgar a mi semejante colocándome en su lugar, en sus circunstancias, en su ambiente, con su mentalidad... Preguntarse qué haría yo en su lugar. Probablemente con su entendimiento sencillo, con su formación escasa, con sus pasiones desordenadas, con sus sufrimientos, con sus necesidades humanas, con su falta de experiencia... yo sería mucho peor, incluso, hubiera actuado mucho peor que él.
Como cristiano debo transigir siempre, disculpar siempre, ser indulgente siempre, caritativo siempre, considerado siempre, generoso siempre, amable siempre...
El ser humano no está creado en serie, cada uno tiene un molde que lo identifica como algo único y cada uno piensa en función de sus necesidades y como hijo de un mismo Padre no puedo juzgarlo para no ser yo juzgado... porque fácilmente me equivocaré.
La raíz sobre la que sustenta la caridad es la comprensión y ésta, al igual que hizo Jesucristo, pasa por ir por el mundo sembrando el bien, perdonando con amor, eliminando los rencores que anidan en el corazón y anhelando siempre beneficiar a las personas que me rodean. Es una manera de poner en práctica ese mandamiento del Señor: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo».
¡Un ideal perfecto que deseo poner en práctica!

¡Señor Jesús, por la virtud de la humildad y del Amor Santo, ayúdame a no juzgar a los que me rodean! ¡Recuérdame siempre, Señor, que no debo presuponer los motivos de las acciones de los demás! ¡Elimina de mi corazón cualquier tipo de juicio y crítica y, a través del Amor Santo, lléname de una actitud amorosa e indulgente, compasiva y amable! ¡No permitas que sea el complacido, sino que sea yo el siervo de todos, el que busque complacer al prójimo! ¡Ayúdame a ser comprensivo con las necesidades de los demás, asumir su propio dolor, su sufrimiento, sus necesidades, y entregarme siempre con amor y generosidad! ¡Ayúdame a ser un auténtico samaritano! ¡Espíritu Santo, dame el don de ser virtuoso, generoso, sencillo, indulgente, entregado, misericordioso, magnánimo, servicial, amable, caritativo, considerado…ser en definitiva como era Jesús!
De Benjamin Britten escucharmos su cantata Ad majorem Dei Gloriam:

“Hagamos una iglesia tan grande que nos tomen por locos

Santa María de La Sede, en Sevilla, es la catedral gótica más grande del mundo. Pero ¿por qué?


Quizá es poco sabido que los restos de Cristóbal Colón, junto a los de Fernando III “El Santo” y Alfonso X “El Sabio”, reposan en Santa María de La Sede, la catedral sevillana que ostenta el título de ser la edificación gótica más grande del mundo. Alguien podría pensar que  esa es razón suficiente para justificar la construcción de una iglesia de semejantes dimensiones. Después de todo, estamos hablando del explorador que, justo en el mismo año en el que Isabel La Católica reconquistaba la Península Ibérica de manos del califato, expandió los territorios de la corona española mucho más allá de lo que cualquiera podría haber imaginado. Así, tiene sentido que la famosa Giralda, la torre campanario de la catedral, tenga una altura  de 104 metros.
Pero, aparentemente, las razones son otras. De hecho, la construcción de la catedral se inició en 1402 (algunos dicen que en 1434), de modo que nada tiene que ver el tamaño del templo con Colón. Tiene más que ver, eso sí, con la reconquista que la ciudad en el año de 1248.
Cuando la ciudad fue recuperada de manos del califato, la mezquita mayor fue consagrada y fue entonces nombrada catedral de la arquidiócesis, pero después de poco más de cien años de uso la mezquita fue demolida. Algunas voces aseguran que la edificación ya se encontraba en un estado lamentable, mientras que la tradición oral local asegura que la intención de los canónigos era la de hacer “una iglesia tan hermosa y tan grandiosa que los que la vieren labrada nos tengan por locos”. De hecho, según se lee en el acta capitular del día de inicio de la construcción, la nueva obra debía ser “una tal y tan buena, que no haya otra su igual”. Muy posiblemente, se trataba de una declaración, simbólica y contundente, de la reconquista del lugar.

En el vídeo que adjuntamos, compartido inicialmente en el canal de YouTube de Sevilla360, se aprecia la maravillosa arquitectura mudéjar, gótica, renacentista, barroca y académica (que hay que decirlo, al templo se le ha hecho de todo a lo largo de los años) de Santa María de La Sede.

En compañía de san José

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Último fin de semana de septiembre con la Sagrada Familia en nuestro corazón. Cada vez que medito la figura de San José, al que tengo gran estima y devoción, me sorprende su actitud en el amor, una actitud de negación total, un amor repleto de renuncias pero repleto de los valores supremos del amor humano. Porque a San José le sobrepasaba el destino dispuesto por Dios a la Virgen. Sin embargo, él fue el compañero generoso, fiel, comprensivo, fuerte, amoroso, honrado, entregado, sacrificado, profundamente amante, valedor de la gloria de Dios… A José todo le vino por la Virgen María y en María encontró a la mujer perfecta, el camino para llevarle a Dios en la plenitud de la pureza. Dios puso en manos de San José la custodia de Jesús y de María, a la Iglesia misma, del que convirtió en patrono supremo. A San José se le exigió humildad, sumisión a la voluntad de Dios, una fe ciega difícil de aceptar, una entrega absoluta y total. Tuvo la recompensa de que Cristo —al que formó humanamente— le llamó «papá» y María «esposo mío» y los tres juntos recorrieron con amor y armonía los caminos de su vida.
José, esposo de María, padre adoptivo de Jesús, te doy también a ti el corazón y el alma mía.

Acompaño a esta meditación la oración que cada día rezo a san José: Concédenos tu protección paternal, te lo suplicamos por el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María.

Oh, tú, cuyo poder se extiende a todas nuestras necesidades y sabes hacer posibles las cosas más imposibles, abre tus ojos de padre sobre las necesidades de tus hijos.
En la angustia y la pena que nos oprimen,recurrimos a ti confianza.
Dígnate tomar bajo tu caritativa dirección este importante y difícil asunto, causa de nuestra inquietud (mencionar la necesidad).
Haz que su feliz desenlace redunde en la gloria de Dios y para el bien de sus devotos servidores.
Oh tú, que nunca has sido invocado en vano, amable San José, tú que eres tan influyente ante Dios que de ti se ha podido decir: “En el Cielo, san José más que implorar, manda”, tierno padre, ruega a Jesús por nosotros, ora a María por nosotros.
Sé nuestro abogado ante ese divino Hijo de quien has sido el padre adoptivo aquí en la Tierra, tan atento, tan amante y su fiel protector.
Sé nuestro abogado ante María, de quien has sido esposo tan amante y tan tiernamente amado.
Agrega a todas tus glorias la de ganar la difícil causa que te confiamos.
Nosotros creemos sí, nosotros creemos que puedes cumplir nuestros deseos, liberándonos de las penas que nos agobian y de las amarguras que impregnan nuestra alma.
Tenemos, además, la firme certeza de que no escatimarás nada a favor de los afligidos que te imploran.
Humildemente postrados a tus pies, buen San José, te conjuramos, ten piedad de nuestros gemidos y de nuestras lágrimas.
Cúbrenos con el manto de tus misericordias y bendícenos. Amén.


Y como no podía ser menos acompañamos hoy esta oración con un hermoso cántico a san José: