Entrada destacada

ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

viernes, 14 de octubre de 2016

Hacer bien las cosas

hacer-bien-las-cosas
Como tantos días, abro el libro sagrado para iniciar mi oración. Hoy escojo las páginas de San Pablo. Y surge, radiante, este texto de su Carta a los romanos: «Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría». Y me digo: ¡lo importante de todo esto es hacerlo bien... y con amor!
Lo importante no es a lo que Dios te llama hacer las cosas con los dones que te entrega para llevarlas a cabo, si tratar siempre de hacerlo bien poniendo todo mi empeño y mi amor. En la medida que cada día me perfecciono, mayores serán los resultados que obtenga. A mayor empeño, con la garantía de calidad del amor, de la generosidad, de la sencillez, todo lo que haga lo haré con excelencia. Pero para que se abran los grandes ventanales y las grandes puertas primero de todo lo fundamental es darse. Porque cada uno de mis dones —obsequio generoso de Dios— se convierten en regalos para la sociedad y para el prójimo y compartirlos es como entregar obsequios que engrandecen mi camino.
Ser útil al prójimo es una de las claves para abrir mayores oportunidades en la vida, para convertirse en testimonio. En el trabajo, en la vida familiar, en la vida de parroquia, en la comunidad, entre los amigos, hemos de dar lo mejor y no compararnos con lo que hacen los demás porque cumpliendo mi misión es lo que me reportará bendiciones diarias. Se trata de dar lo mejor de cada uno cada día, enfocando lo que mejor pueda entregar de mí a los demás. Si todo esto lo hago acompañado del Señor, que es el mejor aliado que tengo en la vida, los frutos pueden ser muy abundantes.
El reino de Dios lo construiré cuando lo haga todo para Dios. El reino no sólo se construye al practicar la mansedumbre, la generosidad, el servicio, la paciencia y el amor, sino haciéndolo con espíritu de servicio hacia Dios, que se transforma en testimonio para los demás.
Dios sabe lo que anida en mi corazón y en mi mente, no importa lo insignificante que pueda parecer mi tarea; si verdaderamente lo hago todo para la gloria de Dios, lo transformaré con significado de eternidad.
Así que sea trabajar en la oficina, en el hospital, en el taller, en la tienda, lavar los platos, dirigir una reunión, cantar una canción, conducir, hacer la cama, sacar la basura, mirar una película, leer un libro, rezar, comer y beber... hacerlo siempre todo para la gloria de Dios.

¡Señor, pongo mis quehaceres cotidianos en tus manos! ¡Quiero dar lo mejor de mi para alcanzar todo lo que has pensado para mi bien! ¡Señor, úngeme para que cualquier cosa que haga, sea luz y bendición para los que me rodean! ¡Señor, aquí tienes mis manos para que mi trabajo sea productivo; para que lo que haga sea siempre para darte gloria! ¡Señor, te entrego mi ser para que crezcas en mí, para que seas tú, Cristo, quien viva, trabaje y ore en mí! ¡Gracias te doy por la oportunidad de ser tu luz! ¡Espíritu Santo, muéstrame el camino, lo que debo hacer, de modo que pueda ser tus manos en esta tierra, ser tu instrumento en este mundo, y llegar a dar cosechas abundantes!
Dame Señor tu mirada, le cantamos hoy al Señor para que desde sus ojos seamos capaces de hacer las cosas amables a los demás:

viernes, 7 de octubre de 2016

María, quiero amarte

image
La festividad de Nuestra Señora del Rosario que hoy conmemoramos reconoce el lugar que María desempeña en el misterio de la vida Cristo y de la Iglesia. Con el Rosario —que conmemora los veinte misterios principales de la vida de Jesucristo y de la Virgen— María nos invita a la oración vocal, mental, interior y contemplativa. Es la fotografía más nítida para contemplar la entrega de Nuestra Madre a la obra redentora de Cristo. El Rosario es, junto al Padrenuestro, mi oración favorita. Está tejido con los mejores ropajes evangélicos: los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos que nos acompañan desde la luminosa alegría de la Anunciación y de la Encarnación hasta la coronación de la Virgen.
Para mí el Rosario es la oración de la gente sencilla. Casi siempre lo rezo por la calle, caminando a mi ritmo, sentado en el autobús o conduciendo el coche que me lleva a una reunión. Me siento acompañado de Jesús y de María. Me hace sentirme alegre y confiado. Me permite encomendar cada misterio por una intención determinada al tiempo que contemplo la vida de Cristo en compañía de su Madre. ¡Qué más puedo pedir cada día!
Este momento del rezo del Rosario es como contemplar serenamente episodios concretos del Evangelio. En ocasiones pongo mi atención en un detalle sencillo, en la necesidad de una persona, en dar gracias, en pedir por mi santidad —de la que estoy tan lejos—, en pedir por alguien que quiero, por la sanación de un enfermo, para que se solucione un problema, por las vocaciones sacerdotales o por la santidad de los sacerdotes y consagradas amigos... además siento la compañía gratificante de María en cada una de estas peticiones.
En un día como hoy contemplo a María Santísima como intercesora ante el Señor de la Misericordia. Y como Madre y protectora acoge el encargo recibido de su Hijo desde la cruz: «ahí tienes a tu hijo».
La Virgen ha cumplido y cumple siempre con amor maternal esta hermosa misión encomendada por Cristo. Por eso acudo a Ella, especialmente hoy, con una confianza ciega presentándole como cada día todas mis necesidades y mis anhelos. ¡Totus tuus, María!

¡María, Madre, quiero darte gracias porque con el Rosario el Evangelio se convierte en oración y con él puedo llegar a los Misterios de Cristo a través tuyo, que me iluminas para seguir a Jesús! ¡Gracias, María, por tu amor, porque con el rezo del Rosario puedo sentirme más cercano a tu Purísimo Corazón y comprender mejor lo que representas para la humanidad entera! ¡Gracias, María, porque cada uno de los misterios me enseñan la entrega que Jesús hizo por los hombres, me sirve de preparación para el tiempo que me espera el día de mi muerte y me fortalece en mi unión contigo, con Dios, con Jesús y con el Espíritu Santo! ¡Gracias, María, porque con la meditación de los pasajes del Rosario me conduces a la redención, al perdón y a la salvación! ¡Gracias, María, porque en cada rezo del Rosario me permites silenciar mi mentes y mis emociones para abrir tan solo el corazón y ponerse sólo frente a la vida de Tu Hijo para contemplar la grandeza de su amor! ¡Gracias, María, por los misterios de gozo que son la máxima manifestación de la Vida Nueva, que me permiten contamplar el gran acontecimiento de la venida de Cristo, la encarnación del Espíritu Crístico y Su paso por este mundo! ¡Gracias, María, por los misterios de la luz que contemplan la vida pública de Cristo que nos trajo la luz a este mundo siempre empañado de tinieblas! ¡Gracias, María, por los misterios de dolor que nos muestran la generosa donación de Cristo en nombre de la salvación del hombre, con ese Amor tan grande que purifica, perdona, redime y salva! ¡Gracias, María, por los misterios gloriosos que nos permiten contemplar la glorificación de Cristo, la Vida Eterna de tu Hijo y la tuya en el Reino de Dios al que aspiro llegar algún día! ¡Gracias, María, Señora del amor y de la misericordia!
«María, queremos amarte» le cantamos hoy a la Virgen esta fiesta del Rosario:


No hay nada que hacer para convertir el mundo

Una persona a la que tengo una gran estima, muy piadoso, me decía ayer que no hay nada que hacer para convertir el mundo. Que la gente no quiere escuchar y que, por tanto, a tanto oído sordo él prefiere no perder el tiempo y recluirse en su oración personal que es donde se encuentra cómodo.
En la comodidad de los bancos de la Iglesia —la Casa de Dios— es donde uno se siente reconfortado, coge las fuerzas necesarias cada día —en la oración, en la Eucaristía, en la adoración al Santísimo, en la confesión cuando corresponde...—, pero ese no es su espacio de santificación cotidiana. Es en la misión de anunciar la Buena Nueva en el seno de la familia, en el trabajo, en la comunidad, en el camino de la vida... donde el cristiano tiene ocasión de demostrar que en la normalidad de su vida, en sus gestos de amor, en el trabajo bien hecho, en su servicio desinteresado anida en su corazón la alegría del Evangelio.
Los laicos no ganamos nada recluyéndonos en la comodidad de una capilla. En esa soledad es imposible atraer, invitar e ir buscar a los que van a llenar la Casa de Dios y acercarlos al banquete del Cordero.
Es imprescindible salir de nuestros templos interiores, de nuestro yo, y caminar por los caminos de la vida. En cada cruce y en cada esquina siempre habrá alguien que viendo la normalidad de mi vida important pregnada del Amor de Cristo se sienta atraído por la dicha del Evangelio. Es en esa normalidad donde uno capta la atención del otro.
En cada cruce de los caminos hay señales que marcan el destino. Nos seguirán si somos coherentes con lo que decimos y hacemos.

¡Señor, por medio de tu Espíritu indícame el camino y muéstrame tus sendas para que en mi vida se abran caminos de alegría y gozo, confianza y esperanza, paz y bien, servicio y entrega! ¡Hazme fiel a ti, Señor, que eres mi Dios y Salvador! ¡Y cuando me desvíe del camino recuérdame, Señor, que tu ternura, tu lealtad y tu misericordia son infinitas! ¡Señor, olvida mis faltas y mis pecados! ¡Señor, Tú eres bueno y misericordioso, y muestras el camino a los que vamos desorientados por la vida, hazme humilde y enséñame a caminar a tu lado! ¡Líbrame, Señor, de todo aquello que me ata a lo negativo y vuélvete hacia mí y ten piedad para liberarme de mis miedos y mis angustias, de mis preocupaciones y mis sufrimientos! ¡Indícame el camino, Señor, Tú que eres el verdadero Camino y permite que siempre ande por la senda de la verdad, tú que eres la Verdad! ¡Despierta en mí el afán de hacer el bien tú que eres la Vida! ¡Ayúdame a ser tedtimonio y llevarte a ti a los corazones de mis prójimos! ¡No permitas que me encierre en mismo sino que me abra a los demás para darte a conocer al mundo!
Cansado el camino, cantamos hoy para acompañar la meditación diaria:

jueves, 6 de octubre de 2016

Planta y cimiento

awesome-vase-wallpaper-hd-7390-7675-hd-wallpapers
Mi vecino del primero es un hombre mayor, de avanzada edad. Me la encuentro con frecuencia en la parroquia y coincidimos innumerables veces en el ascensor o en el rellano. Es un hombre entrañable, sencillo y piadoso. Su terraza está llena de flores que cuida con mimo cada día. Riega las plantas, retira las hojas estropeadas, cambia de vez en cuando la tierra y se preocupa que su balcón luzca bello con la variedad de colores de sus flores.
«¡Qué bonitos los geranios!», le digo. «Es una cuestión de paciencia, de esperar, de cuidarlas cada día pero cada una de estas plantas tiene su tiempo bajo el sol y una vez lucen tan bellas me ocupo de que no les falte de nada». Las plantas también nos permiten comprender un poco como somos los seres humanos. Para lucir hermosos es necesario tener paciencia y saber esperar. En la vida cada cosa tiene su tiempo. Y como las plantas, el corazón del hombre tiene que estar cuidado, protegido, resguardado de aquello que puede causarle mal y darle el alimento necesario para que crezca debidamente.
Justo delante de esta terraza están levantando un edificio nuevo. Observas la obra y vas siendo como cada día los pisos van terminándose. Contemplar un edificio también es un buen ejercicio para descubrir algo de nuestro propio yo. Sin cimientos sólidos, sin una estructura fuerte, por mucho que le pongas elementos decorativos cualquier imprevisto puede hacer que el edificio se derrumbe. Sin embargo, cuando los fundamentos son sólidos nada puede destruirlo.
Unas plantas hermosas y un edificio moderno casi terminado pero bien cimentado. Son dos imágenes que me permiten acercarme a la oración para agradecerle a Dios que me haya dado la vida pero al mismo tiempo para cuestionarme que estoy haciendo para dar buenos frutos y lucir hermoso para atraer la atención de aquel que está alejado de Dios o del que tengo más próximo. Y algo más, si tengo esa paciencia delicada y fina para permitir a Dios que vaya manejando los hilos de mi vida. La regadera de Dios es la oración, la vida de sacramentos —especialmente la Eucaristía—, el encuentro con el necesitado, la entrega generosa, la contemplación de la vida, el hacer las cosas con amor...
Miro también el edificio, que pronto se convertirá en un hotel en el que entrarán y saldrán multitud de personas, y le pido a Dios que me ayude a sostenerme en sus cimientos, que sea Él la viga maestra que sostenga mi vida para a continuación ser un enviado que llegue al corazón de los que me rodean con mis gestos, con mi palabra y con mi servicio.

¡Señor, te doy las gracias porque eres la fuente de mi existencia! ¡Envía tu Espíritu para que me ayude a tener mis raíces sanas y bien cimentadas en tí para que el fruto de mi vida no sólo sea bueno sino abundante! ¡Señor, ayúdame a examinar mis raíces y asegurarme que están plantadas en tu palabra y alimentadas por el fuego de tu amor que lo acojo diariamente en el corazón en la comunión diaria y en la oración! ¡Gracias, Señor, porque el fruto de mi vida es algo que viene de Ti y que nace de la relación real contigo! ¡Dios mío, ayúdame a perfeccionar mi fe y edificar mi espíritu! ¡Espíritu Santo, guíame para acoger en mi corazón aquellos mensajes específicos que cambiarán mi vida!
Temprano yo te buscaré, cantamos hoy con Marcos Witt:

¿Por qué es difícil quererse uno mismo cuando mi madre no me quiso?

Dificil, pero no imposible. La causa de nuestra infelicidad no son siempre nuestros padres.


No podemos ser felices, es imposible siquiera como concepto, si no nos queremos a nosotros mismos. Somos nosotros mismos todos los días, no un día sí y otro no. Muchísimas personas se van a la cama con la esperanza de que durante la noche pase el hada madrina y les transforme en otro; no sucede nunca.
Así que si me odio y mi única opción de felicidad es que de noche pase mi hada madrina y me cambie, es evidente que estoy destinada a la infelicidad permanente.
El sueño del hada madrina que llega de noche con la varita a cambiar la vida es el sueño de todos los que no se aceptan como son, y es el núcleo central de los reality shows, donde un equipo de expertos transforman a una persona en alguien distinto. Están los que te hacen perder 20 kilos, o 50, los que te encuentran el vestuario adecuado, los que te arreglan el peinado y el maquillaje, incluso los dentistas y los cirujanos.
El hecho de que estudiando seis horas al día todos los días uno pueda terminar la Universidad – y eso sí que cambia la vida – es un concepto que en los reality shows nunca está presente. Tampoco está la idea de que trabajar con inteligencia, valor y pasión, se puede crear bienestar y prosperidad.
En realidad, ese sueño de mirarse al espejo y ver a otra persona tras el paso del hada madrina es en el que se apoya el shopping compulsivo y otra gravísima toxicodependencia, que es la cirugía estética serial, donde se cambia el color de la piel, los rasgos, la edad y, ¿por qué no?, el sexo, y también la especie (intervenciones para parecerse a un gato o a un perro), para que el himno a la impulsividad no se detenga siquiera ante la psicosis.
¿Por qué nos cuesta aceptarnos? Nosotros somos la primera persona, el primer sujeto de la creación que nos encontramos por la calle; el segundo es mamá. Mamá es la señora que está al otro lado de nuestro cordón umbilical. Mamá, antes de ser una persona, ha sido un lugar. Aprendemos a reconocer su voz y a sentir su presencia al quinto mes de nuestra presencia intrauterina, y durante toda nuestra vida, cuando la oímos, fabricamos oxitocina. Estar separados de la madre es siempre un luto gravísimo, aunque suceda en las primeras horas de vida.
Para nosotros es muy fácil amarnos si mamá nos quería, nos estimaba y tenía fe en nosotros. Si mamá no hizo esto, para nosotros es difícil querernos. Difícil. Para algunos es un poco difícil, para otros es dificilísimo.
Difícil, no imposible. Nunca es imposible. Somos como una casa. Si los cimientos son sólidos y hermosos, es fácil que la casa sea fuerte y bien construida: fácil, no seguro. Es posible que sobre cimientos sólidos se construyan muros enfermos. No es verdad que los únicos responsables de nuestra infelicidad sean siempre nuestros padres.
Puede suceder también que los cimientos sean frágiles y que sobre ellos se construyan muros que nunca dejarán de ser inestables, pero para estabilizarlos se construyen maravillosos arcos que se entrecruzan con los muros para crear una construcción extraordinaria, única y fantástica.
La falta de amor de nuestros padres en la primera infancia, el ser abandonados en lugares privados de amor, es un daño biológico primario, que nos expone a la fragilidad cognitiva y aún más la emotiva. Hemos tenido un ejemplo terrible cuando cayó el muro de Berlín y se abrió ante nosotros la realidad  de los orfanatos soviéticos y rumanos. Y sin embargo, personas salidas de las situaciones más aberrantes logran construir sus casa. La forma nunca será perfecta, pero arcos y contrafuertes hacen la construcción estable y, obviamente, única.