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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Esas cosas que tanto me molestan

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El individualismo —primo hermano del «ser» soberbio— se va impregnando cada vez más en nuestros corazones. En el seno de las familias. De la comunidad. De los ambientes laborales. De la vida social. Y aunque no nos damos cuenta las personas nos vamos acomodando a nuestro yo convirtiendo todo lo que nos rodea en secundario porque lo que nos interesa es lo nuestro.
Así, nos molesta mucho que organicen nuestro tiempo porque lo hemos programado para hacer otra actividad. Nos fastidia cuando queremos hacer las cosas a nuestra manera y tenemos que someternos a los dictados y a las sugerencias de otros que nos parecen menos valiosas que las nuestras. Nos produce un profundo malestar cuando alguien habla de cosas que desconoce o de las que no tiene el más mínimo conocimiento porque nosotros si sabemos de lo que hablamos. Nos provoca una profunda desazón cuando nos cambian de improviso los planes o no podemos controlar las cosas o las situaciones. Nos descorazona cuando nuestro orgullo y amor propio queda herido. Juzgamos a este y aquel por lo que hace, dice y piensa que tanto difiere de nuestra manera de hacer, decir y pensar.
En definitiva, si las cosas no son como yo las quiero, las he pensado, las tengo organizadas o las digo me siento molesto. Y ahí surge el orgullo que nos acompaña.
Estas situaciones son tan comunes en nuestra vida que uno se plantea si realmente se producen porque uno no es capaz de amar con esa fuerza y esa plenitud que tiene el amor cristiano. Cuando esto sucede lo más conveniente es pedirle al Espíritu Santo luz para que derrame sobre nosotros la gracia de su amor, la sabiduría y la inteligencia para llenar y transformar nuestro corazón y convertirnos en auténticos apóstoles del amor de Dios. Con esta perspectiva es mucho más sencillo tener paz en el corazón y ver las cosas ajenas con una perspectiva diferente, con mayor sencillez y humildad. A la luz del Espíritu lo que nos molesta de los demás se puede convertir en un mirarnos a nosotros mismos y comprender que el egoísmo nos ciega y nos limita el horizonte de los demás; la humildad es la que abre el camino a la caridad en detalles sencillos, prácticos y concretos de entrega y de servicio.
La soberbia infecta por completo cualquier esfera de la vida. Es como un cáncer interior. Donde se pasea un soberbio todo acaba finalmente malherido: la familia, los círculos de amistad, el ambiente laboral, la comunidad parroquial...
Le pido hoy al Señor que me permita ser siempre una persona humilde que cuando observe algo malo en mi vida sea capaz de corregirlo por mucho dolor interior que produzca. No ser alguien soberbio porque quien lo es no acepta nunca o no es capaz de ver los defectos personales y siempre magnifica los ajenos. ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre y poner un candado a la soberbia para que no entre en mi corazón!

¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a olvidarme de mi mismo, a que todo gire en torno a mí, ya sé que es difícil alcanzar este nivel, porque casi siempre vivo pensando en mí mismo, dándole vueltas a todos esos problemas que jalonan mi vida! ¡Tú, Señor, puedes ayudarme, para que no le no coja regusto a las lamentaciones de mis sufrimientos! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Señor, ayúdame a superar el pensar demasiado en mi mismo, a darle demasiada importancia a los problemas, a relativizar las cosas y a darles su justo grado! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a darme siempre para vivir la caridad y vivir de amor y superar el yo como eje de todos mis pensamientos! ¡Señor, examina mi corazón y revélame cualquier orgullo que se albergue allí para que ningún pecado me interfiera en mi relación contigo y con los demás, para que el orgullo o la soberbia lo endurezcan más! ¡Ayúdame a conocerme mejor y muéstrame siempre el camino de la humildad que, en definitiva, es el camino de la verdad! ¡Hazme ver, Señor, mis pecados y ayúdame a valorar siempre lo bueno de los demás y a valorarlo para mejorar cada día!
«Hazme como Tú, Jesús» es nuestra canción de hoy:

martes, 1 de noviembre de 2016

En Las Manos de Maria

felicesÚltimo día de octubre, mes el Rosario, con María en nuestro corazón. Hay semanas que el esfuerzo de tu trabajo no rinde y el ánimo flaquea. Antes de desfallecer mejor cogerse a las manos santas, suaves y tiernas de María, ejemplo de sacrificio y mujer trabajadora. Manos de una mujer de su hogar que lo dio todo por su familia. Que no se quejaba por el sobre esfuerzo de la jornada aunque ésta se prorrogara hasta altas horas de la noche. Manos que amasaban el pan cotidiano, que pelaba las patatas, que zurcían las ropas rasgadas de los hombres de la casa, que lavaban los vestidos en el agua fría del lavandero de Nazaret, que limpiaban el polvo de la casa, que ayudaba a trasladar las maderas del taller de José... manos siempre dispuestas al esfuerzo del trabajo.
Contemplo a María, que no debió tener ni un minuto de su vida para cuidar sus manos, y comprendo cuántas veces pierdo el tiempo quejándome porque no me rinde el trabajo, preocupándome sólo de lo mío, sin santificar las pequeñas y grandes cosas de la jornada de la que dependen tantas alegrías y la ventura y el bienestar de mi familia, de las personas con las que trabajo, en la comunidad, en el grupo de oración. ¡De tantas cosas!
Por eso, cuando el ánimo decae y las fuerzas merman, hay que agarrarse a las manos de María, esas manos delicadas y consoladoras que te llevan al mismo Dios, que con su delicada finura, están siempre abiertas a acoger las preocupaciones de sus hijos. Manos que en su vida terrena limpiaban las cosas sucias de la casa y ahora blanquean la suciedad del corazón humano.
En esas manos siempre dispuestas y entregadas pongo los decaimientos de mi vida porque esas manos han estado siempre abiertas, antes en Nazaret y ahora desde el cielo, a acoger la debilidad y los problemas de los hombres, las preocupaciones de los marginados, el agotamiento de los enfermos, las esperanzas de los desesperanzados.
Las manos de María, siempre discretas y prudentes, reservadas y generosas, calladas y desprendidas, son fuente de gracia divina para quien se agarra a ellas. Son manos que abiertas en oración han dado siempre gloria y alabanza a Dios para que sea el Padre quien derrame su gracia sobre los hombres.
Miro ahora mis manos pequeñas. Las abro y vuelco hacia arriba las palmas para, brevemente, contemplar que uso cotidiano les doy cada día. Qué manchas esconden. Qué esfuerzos realizan. Qué obras de caridad hacen. Qué obras de misericordia llevan a cabo. Qué limpias están de pecado. Cuánto amor reparten. Cuanto gloria a Dios transmiten. A qué otras manos consuelan. Cuantos denarios reparten. Cuantos frutos generan. Qué honestidad transpiran. Cuántas veces prefiero llevarlas limpias antes de «ensuciármelas» por servicio al prójimo, para llevar a término mis responsabilidades o para ser un auténtico cristiano. Es preferible tener las manos sucias que tener indecorosa la conciencia.
De la Virgen María siempre se aprende. Y de su mano, ¡qué sosiego se siente y cuánta fecundidad le puedo dar a mi vida!
¡Virgen María, junto mis manos para orar contigo, para buscar tu protección materna! ¡Junto mis manos en oración contigo para hacer siempre la voluntad de Tu Hijo! ¡Junto mis manos en oración contigo para pedirte tu intercesión en tantas cosas que Tú sabes que necesito! ¡María, uno mis manos para junto a las tuyas, que acunaron al Hijo de Dios en Belén, sea capaz de arrullar con las mías a todos aquellos sencillos que buscan mi consuelo y mi oración! ¡Virgen María, uno mis manos a las tuyas en oración, para al igual que tu saludaste a los novios en las Bodas de Caná, sea yo capaz de ser amable con todos los que me rodean! ¡Virgen María, junto mis manos para orar contigo, y siguiendo tu ejemplo de servicio que sea capaz de servir siempre con humildad y sencillez a los demás a imitación tuya! ¡Virgen María, uno mis manos a las tuyas para orar contigo, y al igual que tus manos mecieron el cabello del cuerpo inerte Jesús al bajarlo del madero, que sea capaz de mecer los de los más necesitados de la sociedad! ¡Virgen María, tus manos son milagrosas; haz el milagro de transformar por completo mi vida! ¡María, tus manos pasan las cuentas del Rosario, que cada misterio sea para mí un encuentro cotidiano contigo y con tu Hijo! ¡Manos orantes de María, me uno a ti para pedirte por mi santidad, por mi alegría cristiana, por mi entrega auténtica, para no quejarme nunca y ser un verdadero hijo de Tu Hijo!
Levanto mis manos, aunque no tenga fuerzas, cantamos hoy con Jesús Adrián Romero:

sábado, 29 de octubre de 2016

Confesión: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué contárselo a un cura?

Así actúa la gracia, la alegría y el perdón en la vida del que se confiesa

Se ha celebrado en Madrid el I Congreso sobre la Misericordia. Una de las ponencias ha sido sobre la confesión, sacramento de misericordia que fue impartida por Manuel González López Corps, doctor en Sagrada Liturgia y profesor de la Universidad de San Dámaso en Madrid.

En el programa radiofónico El Espejo han aprovechado la ocasión para preguntarle algunas cosas básicas del sacramento de la penitencia. ¿Qué es? ¿Por qué confesarse? ¿Cómo debe ser un buen confesor? ¿Cómo se hace una buena confesión? ¿Por qué hay que contarle los pecados a un cura?

Para Manuel González López Corps, la clave está en las últimas frases de la confesión. El sacerdote dice: “Dar gracias al Señor porque es bueno” y el penitente contesta: “Porque es eterna su misericordia”.

¿Qué es la confesión y porqué hay que confesarse?

Hay que confesarse porque hay que manifestar las maravillas de Dios. La confesión, antes de ser de nuestros pecados, es una confesión de lo que Dios hace en nosotros a pesar del pecado.

La confesión es siempre una confesión de fe, una confesión de alabanza, de gratuidad, por eso es que el sacramento de la misericordia, el sacramento de la reconciliación o de la confesión acaba siempre con esta frase: “Dar gracias al Señor porque es bueno” y el penitente dice: “Porque es eterna su misericordia”.

Por eso tenemos que confesarnos, porque necesitamos expresar ante Dios, ante la Iglesia y ante el mundo que somos pecadores pero que el Espíritu Santo nos santifica.

¿Y porqué no puedo confesarme directamente con Dios? ¿Si Dios es el que perdona, por qué tengo que contarle mis pecados a un cura? ¿Qué pasa si no se los cuento?

Es muy sencillo. En primer lugar: Todos los días hay que hacer examen de conciencia. Todos los días hay que pedir perdón. El pedir perdón o las obras de penitencia son actos personales, pero la confesión es un sacramento. El perdón de Dios se llama Jesucristo y Jesucristo históricamente se continúa en un cuerpo que es la Iglesia.

Por eso cuando un cristiano peca, no solamente está pecando en un aspecto personal o individual sino que también está dañando la santidad de la Iglesia, está haciendo que el mundo sea peor de lo que es. La confesión es la manifestación pública, concreta y tiene también que autoescucharse que ha hecho mal para no volver a hacerlo.

Hay una dimensión dialogal en la Iglesia que es la que concede el perdón y la gracia, para que esa Iglesia le reinserte en la comunidad de la que se ha marchado por el pecado.

Todos los días hay que hacer examen de conciencia, todos los días hay que hacer obras de penitencia y misericordia, pero también hay que celebrar sacramentalmente el perdón porque es lo que Cristo nos ha enseñado. Es la seguridad y la certeza de que el perdón se ha conseguido como gracia.

En este año jubilar de la Misericordia hay muchísimas fotos bonitas del papa Francisco. Hay una que a mí me llama especialmente la atención. El Papa confesando a un joven en San Pedro. La alegría captada por la cámara, la sonrisa del Papa. Normalmente pensamos en el confesor como alguien muy serio, casi que nos está regañando…

Hay un gesto precioso, que a veces no se hace con especial sensibilidad o expresividad que es el imponer las manos. No hay mayor alegría que imponer las manos. Al imponer las manos sobre el penitente, o al menos la derecha, se está comunicando la sombra del espíritu. El espíritu siempre tiene un don que es la alegría.

El hecho de imponer las manos siempre, lo vemos en la Eucaristía al ponernos de rodillas, es porque el cura esta comunicando la sombra el espíritu. Esa sombra que nos reconcilia, que nos comunica su fuerza. Por eso el confesor no existe sino para comunicar la gracia, la alegría, el perdón. El confesor es un juez, es un médico, pero sobre todo es un cura.

Ya que estás hablando del confesor. ¿Algunos consejos para ser un buen confesor?

Primero: Estar presente. Lo primero es estar disponible. Segundo: ser un hombre de escucha. La mayoría de los curas lo son. Hombres que sean maestros de espíritu. En definitiva lo nuestro es enseñar sobre Dios.

Por último: Comunicación de gracia. El sacramento es un acontecimiento. Ya de por sí difícil y duro confesar los pecados: uno peca contra el quinto, contra el sexto… Ahí no están para regañarles sino para decirles: Dios te perdona pero tú no peques más. Es la palabra de Cristo. El cura, el presbítero es un icono del Espíritu Santo.

Ahora le toca el turno a los que van a confesarse, a los penitentes. ¿Qué consejos les darías para hacer una buena confesión?

Primero leer la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es fundamental. Sin la Palabra de Dios no vamos a descubrir nunca que somos pecadores. En segundo lugar: Tener propósito de la enmienda. Es decir, querer cambiar. En la vida hay que plantearse: quiero cambiar, quiero dar un volantazo a mi vida. Después celebrar ese perdón y realizar obras de misericordia. Una vida nueva.

Lo que se llama la confesión de la vida, que la vida sea elocuente, que la gente note que me he encontrado con Cristo en el sacramento de la reconciliación. Sacramento significa signo sagrado. Que seamos signos ante el mundo de que queremos ser diferentes.

Una canción sobre cómo se siente Dios cuando le damos la espalda

Tu Misericordia



La canción de hoy viene de República Dominicana. Tu misericordia, como el nombre sugiere, habla del amor de Dios y de su forma de actuar, sobre todo cuando nos dejamos llevar por nuestras miserias.
“Cada vez que fallo, ahí estás, dispuesto a recuperar tu oveja que necesita tu mano”, dice uno de los pasajes de la canción.
 Conocido por su nombre artístico Juan Grullón “El Centinela”, el cantante compuso esta canción especialmente para el Año de la Misericordia, el cual fue convocado por el Papa Francisco en 2015, cuya conclusión se llevará a cabo en el mes de noviembre del presente año.

Juan Grullón

Nombre: Juan Grullon

Natural de: República Dominicana

Curiosidades: Juan está casado con Stephanie Grullón, que le ayuda mucho en su misión. El nombre “El Centinela”, escogido por Juan está asociado al hecho de tener la intención de ser un verdadero guardián del Señor.

FB: https://www.facebook.com/JuanGrullonelcentinela

Assumpta est: la composición de música sacra inspirada en María

La obra maestra de Pierluigi da Palestrina


La misa Assumpta est es, de las 22 misas a seis voces compuestas por el maestro Giovanni Pierluigi da Palestrina, la más célebre, escrita para la solemnidad de la Asunción.
Giovanni Pierluigi da Palestrina fue un compositor italiano (Palestrina, 1525-Roma, 2 febrero 1594)  entre los más importantes del Renacimiento Europeo.
Su fama de compositor, ampliamente certificada por sus contemporáneos, le ofreció numerosas ofertas de trabajo de la aristocracia italiana y extranjera.
Fue muy estimado en vida y tras su muerte, sus composiciones son modelos insuperables de la polifonía vocal sacra renacentista de la Iglesia romana.

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