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domingo, 6 de noviembre de 2016

La dicha de la comunión

orar-con-el-corazon-abiertoUna de las cosas más hermosas con las que puedo disfrutar cada día es la comunión. No hay nada más intenso en mi vida que ese momento. Es como permanecer arrodillado a los pies de Cristo. Y esos cinco, diez, quince... minutos en los que permanezco en la iglesia después de la comunión mi alma se siente íntimamente unida a la de Jesús. Son momentos de una intimidad impresionante en la que tienes el gozo de poder contemplar a Cristo como muy probablemente lo estarán haciendo en el cielo todos aquellos que han llegado a la dicha de la eternidad.

Te encuentras en actitud abierta sentado en el banco o agazapado en el reclinatorio y todo lo terrenal, todas aquellas preocupaciones que te embargan, desaparecen ante el gozo inmenso de tener a Cristo en tu interior. Y te sientes feliz de poder decirle al Señor: «Gracias, por estar en mi interior», «¡Aquí me tienes, Señor!»...
Son instantes de gozo que permiten concentrar toda la atención única y exclusivamente en aquel que se ha transfigurado para estar cerca de uno. Me viene a la mente la figura de aquel ciego, que en el camino de Jericó, oyendo a la muchedumbre seguir al Señor, aprovechando que pasaba a su vera, aún sin poderle ver, le llama y le pide que se acerque a él. Esa llamada es una llamada de transformación interior. Aquel ciego de Jericó estaba perdido pero, en su sencillez, fue capaz de llamar al Cristo que pasaba. No sabemos, porque no lo dice el Evangelio, que se hizo de él. Pero seguro que en su alma, en lo más profundo de su alma, el Maestro debió permanecer toda su vida. Por eso, después de la comunión, siempre le puedes decir al Señor que antes de comulgar has afirmado «que no soy digno de que entres en mi casa, pero ahora estás aquí, en tu casa, porque mi alma es tuya y te pertenece y puedes hacer de ella todo lo que quieras».

Hoy, en lugar de la oración personal que habitualmente acompaña a la meditación, comparto esta hermosa oración universal del Papa Clemente IX que, por su belleza y profundidad, nos pueden ayudar a orar después de la comunión:

«Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero en Ti, pero ayúdame a esperar con más confianza; te amo, Señor, pero ayúdame a amarte más ardientemente; estoy arrepentido, pero ayúdame a tener mayor dolor.
Te adoro, Señor, porque eres mi creador y te anhelo porque eres mi último fin; te alabo porque no te cansas de hacerme el bien y me refugio en Ti, porque eres mi protector.
Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda.
Te ofrezco, Señor mis pensamientos, para que se dirijan a Ti; te ofrezco mis palabras, para que hablen de Ti; te ofrezco mis obras, para que todo lo haga por Ti; te ofrezco mis penas, para que las sufra por Ti.
Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres Tú, quiero como lo quieras Tú y durante todo el tiempo que lo quieras Tú.
Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que inflames mi voluntad, que purifiques mi corazón y santifiques mi alma.
Ayúdame a apartarme de mis pasadas iniquidades, a rechazar las tentaciones futuras, a vencer mis inclinaciones al mal y a cultivar las virtudes necesarias.
Concédeme, Dios de bondad, amor a Ti, celo por el prójimo, y desprecio a lo mundano.
Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, ser comprensivo con mis inferiores, saber aconsejar a mis amigos y perdonar a mis enemigos.
Que venza la sensualidad con mortificación, con generosidad la avaricia, con bondad la ira; con fervor la tibieza.
Que sepa tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor frente a los peligros, paciencia en las dificultades, humildad en la prosperidad
Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer, responsabilidad en mi trabajo y firmeza en mis propósitos.
Ayúdame a conservar la pureza de alma, a ser modesto en mis actitudes, ejemplar en mis conversaciones y a llevar una vida ordenada.
Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mí tu vida de gracia, para cumplir tus mandamientos y obtener la salvación.
Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza de lo divino, la brevedad de esta vida y la eternidad de la futura.
Concédeme, Señor, una buena preparación para la muerte y un santo temor al juicio, para librarme del infierno y alcanzar el paraíso.
Por Cristo nuestro Señor. Amén».

«Eucaristía, milagro de amor», cantamos hoy:

Salve, Reina de la Misericordia

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En este mes que concluye el mes del Rosario pongo mis manos en María, Reina de la Misericordia. El mes de octubre ha volado y con él los días nos han dejado un encuentro con María a través de la contemplación de los misterios del Rosario. Coincide este mes con el fin del Año Santo de la Misericordia convocado por el Santo Padre y eso me invita a meditar sobre la gran misericordia que surge de la Virgen María.
Misericordia que se encuentra representada en sus manos siempre plegadas en oración, colocadas amorosamente en su pecho, como ocurría en los momentos de oración o cuando recibió aquella gran noticia de la Encarnación y su corazón dio el «Hágase» más generoso y hermoso de la Historia o cuando acoge con sus manos abiertas nuestras plegarias para elevarlas al Padre. Manos abiertas y un «Hágase» que nos enseñan que hay que cumplir siempre la voluntad de Dios y no la nuestra, repleta de mezquindad, egoísmo, «yoísmo» y falta de caridad.
Misericordia que se muestra también en ese ponerse en camino, cuando la Virgen se dirige hacia la pequeña aldea donde vivía su prima santa Isabel que nos demuestra que hay que servir siempre, para ir al encuentro del que lo necesita, para ser apóstoles de la caridad y la entrega. En esto consiste en gran parte el Año de la Misericordia, vivir la caridad desde el desprendimiento, desde el silencio del corazón, desde la entrega desinteresada, desde el compromiso cristiano, desde el servir a cambio de nada y no quedarse parado pensando en las propias cosas, en las propias necesidades, en el propio relativismo, en el egoísmo de pensar que lo de uno es lo único importante.
Misericordia de María que emerge de lo más íntimo del corazón, mostrando sensibilidad por los problemas ajenos, como ocurrió en aquellas bodas de Caná cuando de los labios de la Virgen surgió aquella frase tan directa: «Haced lo que Él os diga». Una frase que ayuda a comprender que nuestra fe tiene que ser una fe firme, sustentada en la confianza en Dios, que no se desmorone cuando nuestras peticiones no parecen ser escuchadas o cuando el Señor no nos concede aquello que voluntariosamente le pedimos.
Misericordia de María que tiene en la oración su máxima expresión para meditar desde lo más profundo de su corazón y de su alma todo aquello que venía de Dios. Éste es uno de los puntos clave de su misericordia porque ella conservaba todas las cosas en su corazón, para comprender los misterios de Dios en su vida, para dejarlo todo en sus manos y no en las suyas, para poner sus fuerzas en las manos de Dios y no en la voluntad propia, para fiarse de los designios del Padre y no en su propia inteligencia, para dejar que sea él quien lleve las riendas de nuestra vida y no nuestra propia voluntad. Oración para meditar, para profundizar, para comprender, para sentir, para disfrutar y para que el eco de la Palabra de Dios resuene fuerte y decidido como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda y se pueda repetir con confianza y sin descanso: «Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos».

¡Dichosa eres, María, Reina de la misericordia, dichosa te llaman todas las generaciones! ¡Te damos gracias por tu infinita misericordia y por tantos signos de tu presencia en mi pequeña vida! ¡Tú eres, María, el signo vivo de la misericordia! ¡Quiero aprender de ti, María, a ser más cercano a los humildes y a los que necesitan de la misericordia, hacer contigo el camino para revestir mis actos de amor y generosidad, para asumir con alegría mi desempeño misionero en el entorno en el que me muevo y compartir con todos la alegría de Dios! ¡Quiero experimentar contigo la misericordia divina, tu que acogiste en tu seno la fuente misma de esta misericordia: Jesucristo; que viviste siempre íntimamente unida a Él y sabes mejor que nadie lo que Él quiere: que todos los hombres se salven, que a ninguna persona le falte nunca la ternura y el consuelo de Dios! ¡María, eres Madre del perdón en el amor, y del amor en el perdón, ayúdame a perdonar siempre como perdonaste a Pedro cuando negó a Jesús, o a Judas el traidor o a los que crucificaron a Cristo y acudiste al Padre para repetir con tu Hijo: “Padre, perdónalos…”! ¡María tu me ofreces la Misericordia de Tu Hijo y me diriges hacia Él por medio del rezo del Rosario, por la confesión y la Eucaristía! ¡María, Madre de misericordia, de dulzura y de ternura, gracias por tu compañía, ayuda, mirada y compasión!
Salve, María, Madre de Misericordia:

¿Tengo la conciencia tranquila y el corazón en paz?

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La Solemnidad de Todos los Santos, fiesta que nos permite invocar a los que nos han precedido en la fe y gozan la alegría de la contemplación de Dios, es para mí una fiesta de gran alegría y de esperanza porque anticipa mi comunión futura y me permite caminar en este peregrinaje terrenal invocando a los amigos de Dios, especialmente a los de mi familia que disfrutan de su compañía.
Es un día de comunión íntima con los muertos de la familia y de todos aquellos cercanos que hemos querido que gozan de la misericordia divina y que interceden ante Dios por nosotros, en ese amor celestial que imagino se debe vivir desde las alturas.
Es un día para grabar en el corazón de nuevo su nombre, para dar gracias al Señor por tantos hombres y mujeres —familiares, amigos, compañeros de trabajo, gente de la parroquia...— a los que estamos hoy unidos para que juntos podamos hacer lo posible para llegar a ese cielo deseado.
Es un día para recordar que la santidad no es una quimera; que es posible alcanzar la santidad sencilla como lo testimonian tantos hombres y mujeres que hicieron de su vida un proyecto de amor a Dios y que de forma silenciosa dejaron la vida terrena para vivir en la gloria de Dios.
Es un día para sentirse profundamente querido por el Padre, que tanto nos ama y nos protege, y para entender que pese a todos los problemas, las dificultades, las dudas, los sufrimientos, la desesperanza, siempre hay un camino de certidumbre como han dejado patente tantos santos anónimos que nos han precedido.
Es un día para responder desde el corazón y desde la fe a esa pregunta que lanza el señor en el Evangelio de San Juan: «Yo soy la resurrección y la Vida el que creé en mí vivirá; el que vive y creé en mí no morirá jamás. ¿Lo crees?».
Es un día para tomar conciencia de mi preparación hacia la vida futura porque mi tiempo en esta vida no depende de mí sino que está en las manos de Dios. Será como Él quiera y cuando Él quiera por eso debo prepararme bien cada día y hacer el propósito de respetar y cumplir sus mandamientos, alejarme del pecado, vivir con amor y desde el amor y frecuentar con devoción la vida de sacramentos.
Es un día para comprender que uno no puede vivir engañado con las mentiras y las vanidades que nos ofrece esta sociedad en la que vivimos y que mi labor consiste en trabajar para salvar mi alma, la única que no morirá nunca y que tiene la oportunidad de gozar de la alegría eterna.
En definitiva, es un día para analizar mi vida, contemplar desde el corazón cuál es el camino que estoy tomando para ir hasta el cielo y que si voy por veredas confusas y sendas erradas debo enderezar el camino y cambiar mi actitud en la vida. Y preguntarme con el corazón abierto: si en este mismo instante tuviera que presentarme ante de Dios, ¿puedo tener la conciencia tranquila y el corazón en paz?

¡Padre, en este año que celebramos tu misericordia, y confiamos en tu amor y en el poder de tu bondad, te pedimos por todas las personas que hacen el camino junto a nosotros y por nosotros mismos para que llevemos un camino de santidad y podamos dejar este mundo para vivir contigo la vida eterna! ¡Te pedimos, Padre, que no tengas en cuenta nuestras miserias, nuestras debilidades humanas, nuestra podredumbre de corazón, nuestra pobreza de intención, nuestros egoísmos y nuestra soberbia, nuestra falta de caridad con los demás y contigo, y que podamos presentarnos ante ti con un corazón limpio y puro! ¡Espíritu Santo, ayúdanos a caminar por la vida con rectitud de intención, buscar la santificación personal en todas las cosas que hagamos, que lo que nazca de nuestro corazón no sea más que ternura y generosidad a imitación de aquellas personas que descansan ya en la gloria eterna! ¡Ayúdame,Espíritu Santo, a estar siempre vigilante en la oración, para que con independencia de la brevedad de mi vida, pueda encontrarme siempre con el Padre con un corazón predispuesto y abierto a su voluntad! ¡Señor de bondad y de misericordia, en este día tan especial queremos confiarte las almas de todas las personas a las que queremos y especialmente aquellos que han fallecido sin arrepentirse de sus pecados, sin el consuelo de los sacramentos o sin haber reconocido que en ti está el camino, la verdad y la vida! ¡Padre, uno de estos días contigo me encontraré contigo, te pido que tus brazos misericordiosos que tanto me buscan me acojan y alcanzar tu Amor! ¡Para ello ayúdame a tener una relación personal contigo y no permitas que olvide que el camino de la eternidad lo estoy recorriendo ya!
Del compositor inglés William Byrd escuchamos hoy su sensible y delicado motete compuesto para la festividad que hoy celebramos: Iustorum animae, que recuerda serenamente a los que mueren en Dios:

Gracias, María, porque a tu lado nada temo

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Primer sábado de noviembre, el mes que pone fin al Año de la Misericordia convocado por el Santo Padre, con María en nuestro corazón. María, Madre del Amor misericordioso, que no nos ama porque seamos hombres y mujeres cándidos y buenos, generosos y serviciales, sino, simplemente, porque somos sus hijos; porque es una Mujer que acoge, que tiene un corazón cuyos latidos están guiados por la luz del Espíritu Santo y que puede considerarse el corazón femenino de Dios.

Hoy, en este comienzo de mes quiero agradecerle a María este amor maternal de Madre. Ese amor incondicional de alguien que se entrega al hombre creado por Dios para entregarnos la plenitud divina que Cristo, su Hijo, le ha otorgado. Y que lo hace porque nos lo regala al carecer nosotros de esa plenitud a causa de nuestro pecado. Que extiende sus manos para entregarnos la acción de la gracia divina con el fin de formar en nuestra vida la imagen de Jesús.
María es la viva imagen de la ternura del amor de Dios. Porque es la Madre de Cristo, la Madre de Dios, y Dios es amor. Por eso su amor es un amor que perdona, que alienta, que anima, que redime, que conforta, que alegra, que fortalece, que protege, que estimula, que acoge, que empuja, que cristifica, que consuela, que diviniza, que impulsa hacia lo alto….
En este día me siento alegre y confortado. Tengo a María, «mi Madre», que me ama con amor materno. Por eso me acojo a este amor maternal y exclamo a quien quiera escucharme: «¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo!».

¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo! ¡Gracias por ser mi Madre! ¡Gracias, María, porque me enseñas el valor de la libertad Tú que fuiste la más libre entre todas las mujeres! ¡Gracias, María, por ayudarme a no caer en tentación Tú que eres una mujer que no está atada al pecado! ¡Gracias, María, por mostrarme el camino de la dignidad Tú que te alejaste siempre de la vulgaridad y la simpleza! ¡Gracias, María, porque me enseñas el valor de la decencia y la modestia Tú que te alejaste siempre de la mediocridad! ¡Gracias, María, porque estás llena de gracia y me enseñas el camino para vivir en gracia! ¡Gracias, María, por enseñarme a aceptar con el corazón la esclavitud que libera que es estar unido al Padre! ¡Gracias, María, porque me enseñas con tu «Sí» a alejarme de la comodidad de la vida y aceptar las cosas según la voluntad de Dios! ¡Gracias, María, porque me enseñas lo que es subir al monte Calvario y postrarme a los pies de la Cruz! ¡Gracias, María, porque tu valor y tu entrega me hacen no temer ante las dificultades! ¡Gracias, María, por tus palabras tiernas, tus gestos delicados, tu mirada amorosa que se pone frente al trono de Dios y derriba a los soberbios! ¡Gracias, María, por tu humildad y sencillez que demuestra que el camino de la vida es apreciar las pequeñas cosas de la vida y entregarse con amor! ¡Gracias, María, porque me haces comprender el valor único de la vida y el sentido real de la maternidad! ¡Gracias, María, por tu alegría contagiosa que borra toda tristeza de mi rostro cuando las penurias y las dificultades llegan a mi vida! ¡Gracias, María, porque me enseñas a rechazar los honores mundanos y recoger sólo la alegría del corazón! ¡Gracias, María, porque extiendes tus manos para elevar mis súplicas a Dios! ¡Gracias, María, por ser corredentora del género humano! Por todo esto y mucho más, ¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo!
De la mano del maestro Francisco Guerrero saludamos a María con esta Salve:

viernes, 4 de noviembre de 2016

Como cristiano debería…

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Quisiera cristiano es tomar cada día el control de mi vida dejándole al Espíritu Santo ponerse al volante para dirigirme por el camino correcto. Vivir la realidad infinita del amor en mi vida que es lo que, en definitiva, me llena de gozo, alegría y paz. Y, al mismo tiempo, mitiga y serena todas aquellas inquietudes y ansias que anidan en mi corazón.
Como cristiano también necesito avivar cada día mi esperanza con esa certeza que supone ser consciente de que todo aquello que espero supera la realidad material siempre tan volátil, efímera y tramposa que me lleva a pensar que si estoy bien económicamente lo tengo todo solventado pero que al mismo tiempo me provoca angustia y ansiedad porque lo pongo todo en mis manos y no en ese corazón de gracia que es la voluntad de Dios.
Como cristiano debo mantenerme firme en el amor porque a través de Él todo es posible, todo se alcanza, todo se consigue… Es el amor el que sana los corazones heridos, cura los sufrimientos, fortalece las debilidades, mitiga las desilusiones, aviva la esperanza, fortalece siempre la voluntad, y da luz a esos momentos de oscuridad que surgen cuando los problemas no acaban de solucionarse o llegan de improviso como un tsunami. Pero es que el amor también sana el alma y el cuerpo porque hay un Amor que es la gran medicina para el hombre. Ese amor se derramó generosamente con los brazos abiertos en una cruz y permitió a todos los que le siguen beber de su cuerpo y de su sangre. Cada día, hasta el fin de los tiempos. Y eso da mucha confianza.
Así, que hoy no deseo más que dejarme amar por ese Dios que me ha creado, dejar que me quiera como sólo Él sabe hacerlo; tratar de encontrarlo en cada rincón de mi vida; buscarlo, para que me muestre ese rostro amable, amoroso y misericordioso; para que me tome con esas manos que me han creado del polvo de la nada; para que penetre en ese corazón de piedra y lo convierta en un corazón de carne; y para que permita que sea su Madre la que me cubra con su santo manto y junto a Ella sentirme confortado cada día, calmar esos momentos angustiosos por los que pueda pasar, sentir su amor, permitir que se haga su voluntad y que se desvanezcan todas las dudas.

¡Señor mío y Dios mío, postrado ante tu presencia, quiero encontrarte en este día para que junto a ti sea capaz de vivir cada uno de los momentos con la alegría que supone estar al lado del amigo! ¡Señor, quiero encontrarte en los momentos de dificultad, sufrimiento y tristeza… para comprender lo mucho que me amas y acoges todo ello en tu corazón misericordioso! ¡Señor, quiero encontrarte en esas angustias que atenazan mi corazón para que arrodillado a los pies de la Cruz todo sea consuelo! ¡Señor, quiero buscarte en los sinsabores de mi vida para que el encuentro contigo en el Sagrario sirva para aplacar aquello que me causa incerteza! ¡Señor, quiero encontrarte en los momentos en los que la desesperación haga mella en mi vida y que el encuentro contigo suponga darle paz a mi corazón al escuchar tus palabras, sentir tu mirada y llevar contigo la Cruz! ¡Señor, quiero encontrarte en las numerosas dificultades y problemas que se me presentan cada día pero que tú solventas cubriéndome con tu manto para hacerlos más livianos! ¡Señor, quiero encontrarte también en los vacíos de mi alma para que ésta se llene siempre de tus gracias! ¡Señor, quiero encontrarte también en la incomprensión de tantos, especialmente de los que más quiero! ¡Gracias, Señor, por la alegría, la serenidad y el consuelo que supone saber que pese a todo mucho me amas!
«Como nos ama Dios» - Son by Four, cantamos acompañando esta meditación: