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lunes, 27 de marzo de 2017

Aceptar con alegría los planes de Dios

orar-con-el-corazon-abiertoSoy plenamente consciente de que si trato de hacer feliz a Dios yo mismo lograré ser mucho más feliz; que si logro hacer feliz al prójimo, más feliz seré yo también. A lo largo de los años he experimentado que cuanto mayor es el abandono en el Señor, cuando mayor es mi confianza en su Providencia, más serenidad, paz y alegría anida en mi corazón. Pero, en ocasiones, confiar en Dios produce vértigo porque lo que se vislumbra bajo los pies es el vacío absoluto. Y en ese momento uno trata de controlarlo y asegurarlo todo con medios humanos.
¿Cuántas veces trato de que Dios acepte mi voluntad y me empeño en que ésta se cumpla poniendo todos los medios para que así sea en vez de tratar de descubrir la suya y aceptar con sencillez las situaciones que Él me presenta? Es en estos momentos cuando mi «Sí» tiene más valor porque Dios me contempla desde mi fragilidad y mi pequeñez, dirige su mirada misericordiosa sobre mí, no se disgusta ante mis decisiones en apariencia erróneas, me toma de la mano al verme tan «desorientado» y no se turba ante la pesadez de mi pecado. Y lanza sobre mí una mirada llena de amor. De Amor con mayúsculas. A mi me cuesta verme como me ve Dios. No soy capaz de abrazarme como lo hace Él conmigo. No soy capaz de ver esa belleza escondida que atesora mi corazón –y en el corazón de los demás- como lo ve Él porque hay mucho egoísmo y autosuficiencia en mi interior. De ahí que tantas veces sea tan exigente conmigo mismo y, por ende, también con los que me rodean.
Dios ha nacido hace más de una semana de nuevo en Belén. Ha traído la luz y la alegría a mi corazón. Una luz y una alegría que me han llenado el depósito de la esperanza, que me recuerda el infinito amor que Dios siente por mí y por cada uno de los hombres. Una luz y una alegría que clarifican mi camino, que me permiten comprender cuál es Su voluntad en mi vida a pesar de los múltiples reveses y adversidades que debo afrontar. Una luz y una alegría que me hace pronunciar un «sí» decidido y resuelto basado en la confianza ciega en la que no cabe bajar los brazos, desesperar y dejarse vencer por el desengaño. Una luz y una alegría que permitan saltar sin miedo al vacío. Y Dios quiere que todo lo haga con amor y con una alegría grabada en lo más profundo del corazón. Por que es allí donde anida Él.
Ese Niño que ha nacido en Belén me muestra que el auténtico camino de la felicidad personal pasa por aceptar con alegría los planes que Dios tiene en mi vida. ¡Señor, desde ahora que sea capaz de hacer siempre tu voluntad aunque tantas veces me cueste aceptarla!
¡Señor, ayúdame a ver que todas las circunstancias de mi vida, las alegres y las aparentemente difíciles, son guiadas siempre por Ti! ¡Señor, hazme comprender que Tú eres el que guía las historias grandes y pequeñas que me suceden! ¡Que Tú eres el Amor más grande y que caminando a tu lado sentiré el amor y seré capaz de transmitir amor! ¡Hazme comprender, Señor, que incluso lo que viene como negativo a mi vida está también impregnado de amor porque es el Padre quien lo permite todo para mi bien! ¡Gracias por este amor inmenso que tienes por mi! ¡Que este sea el anuncio que pueda transmitir a todos los que quieran escucharme: «Dios te ama, Dios me ama»! ¡Espíritu Santo, hazme ver que los caminos y los pensamientos de Dios son mejores que los míos, házmelo entender y comprender! ¡Dame, Espíritu Santo, la serenidad, la humildad y la paz interior para aceptar lo que es la voluntad de Dios porque aunque no lo entienda es lo mejor para mí! ¡Espíritu Santo, sabes que me cuesta entrar en los tiempos de Dios; aplaca entonces mi orgullo y mis pequeñas veleidades humanas, aparta de mi corazón la soberbia y la perspectiva de mi realidad y ayúdame a escoger siempre el camino que me marca el Padre! ¡Hazme ver, Espíritu de Dios, que el único camino cierto y seguro es el que me marca Dios! ¡Dame la prudencia, la sensatez, la vida de oración y la voluntad para ser receptivo a su llamada! ¡Apega mi corazón al del Padre para que puede identificar con más facilidad cuál es su voluntad! ¡Espíritu Santo, exhala tu Santa voluntad sobre mí!
Hoy esta página está de aniversario. Se cumplen dos años desde que, cada día, abro el corazón para llevarlo a los demás. Antes de enviar la meditación oro por los lectores que, de algún u otro modo y por distintos canales, recibirán el texto del día para que cada palabra esté impregnada por la gracia del Espíritu Santo en su corazón y también por las muchas personas que se dirigen a este humilde lugar para pedir oraciones de intercesión. Ruego que le pidas al Señor y a María por Desde Dios para que desde la pequeñez de la palabra ayude a ser transmisor de alegría, esperanza y oración. ¡Qué Dios te bendiga, querido/a lector/a!
Libera, Salve Me, es la plegaria cantada que le hacemos hoy al Señor para que nos ayude a confiar en su voluntad y liberarnos de nuestros miedos:

¿Dónde me lo juego todo?

orar-con-el-corazon-abiertoMis pasos avanzan raudos hacia la Cruz de Belén para entregarle al Niño Dios la pobreza de mi corazón, el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de su cuna. Mientras camino, voy haciendo balance. Medito cómo ha sido su vida en mí y mi recorrido en el año que ha terminado. El pasado ya no tiene importancia. Mis pecados los ha perdonado el Señor. Ya los he confesado antes de girar la última página del calendario y por su infinita Misericordia Dios los ha borrado de mi alma. Es una fuente de tranquilidad. Ya está todo sanado.
¿Qué sucederá en el futuro? Lo desconozco. El futuro no puede ser fuente de incertidumbre. Está en manos de Dios porque Dios es providente. Dios hace que transpire la primavera en el campo, que florezcan los frutos en los árboles, que podamos admirar la armonía de los paisajes, que canten los pájaros al atardecer, que corran las aguas cristalinas de los ríos… si hace todo eso ¿qué no hará por mí? Por tanto, el futuro -como todavía es posible- no tiene que ser motivo de excesiva preocupación. Sí vivir la vida con responsabilidad.
¿Dónde me juego, entonces, todo? En el presente. En el aquí y en el ahora. Este es el punto culmen de mi Salvación. Prepararme para la vida eterna. Por eso voy hacia Belén. Me encamino al portal para no descuidar mi relación personal con Cristo, para ser capaz de dar la vida sin pretender nada, para hacer presente el cielo en la tierra, para luchar sin perder la frescura y la intimidad con Dios, para acrecentar mi fe en Jesucristo porque deseo fervientemente alcanzar la vida eterna. La eternidad es un continuo presente. Cuando hacemos referencia al cielo significamos que la presencia de Dios se hace presente en todo momento y en todo lugar. Su amor se hace presente en el aquí y en el ahora. Y si Dios está aquí y ahora amándome con amor eterno yo debo aprender a vivir en el aquí y en el ahora para experimentar ese amor y darlo también a los demás.
Mis pasos avanzan raudos hacia el portal de Belén para entregarle la pobreza de mi corazón como el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de la cuna del Niño Dios. Y sé que Él me tiene preparado un regalo mayor: su gran Amor.
¡Señor, gracias porque te haces presente en nosotros cada día dándonos tu infinito amor y tu infinita misericordia! ¡Gracias, Señor, porque has perdonado mis pecados, has limpiado mi alma y me has permitido comenzar el año con las fuerzas renovadas! ¡Gracias, Señor, porque me amas tanto que no puedo más que acoger el amor y llenar mi corazón! ¡Gracias, Señor, porque me enseñas que si soy capaz de amar en el aquí y en el ahora el cielo se hace presente en mi vida! ¡Espíritu Santo, enséñame a amar y gustar de la eternidad! ¡Enséñame, Espíritu de Dios, a darme a los demás! ¡No permitas, Dador de Vida, a que mi corazón se cierre al bien y al amor, que se engalane con el egoísmo, la soberbia y la vanidad, que se deje llevar por la comodidad y por los caprichos mundanos, que me apoye en mis propias fuerzas y no en la fuerza del Amor que representa Jesucristo, Nuestro Señor! ¡Señor, me dirijo hacia Belén con alegría por saber que estás esperándome pero también con mis cansancios y mis problemas, con mis muchas limitaciones y con mis enfermedades, con lo que no he podido resolver y con lo que no tengo capacidad de solucionar! ¡Tu me invitas a llegar a Ti tal y como soy! ¡Voy hacia la cueva donde Tú estás, Señor, confiado en que eres el camino, la verdad y la vida! ¡Vengo, Niño Dios, respondiendo a tu invitación y tu llamada! ¡Quiero ir al cielo, Señor, alcanzar la eternidad! ¡Ayúdame Tú que solo no puedo!
Hoy nos deleitamos con este bellísimo villancico inglés: The Infant King (El infante Rey) que, con el corazón abierto, adoraremos al rey de reyes.

Bendita la Cruz si la convertimos en parte de nuestro yo

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Comenzamos  la semana con María en nuestro corazón. La alegría del nacimiento de su Hijo debía ir acompañada del saber qué le esperaba al Hijo de Dios. El sufrimiento es innato al ser humano. Pero nuestro dolor y nuestro sufrimiento sólo tienen sentido desde Cristo crucificado. Eso también lo sabía la Virgen. Allí, en el Gólgota, se materializó la más plena y perfecta donación del Hijo al Padre por nuestra salvación. Lo impresionante es que allí estaba también Ella, postrada al pie de la cruz, en nuestro nombre. Como Madre, la Virgen acogió con entereza aquella redención universal que el Hijo nos regaló con su muerte en el madero. Lo que en ese momento no pudimos hacer —estar al pie de la Cruz—, tenemos ocasión de hacerlo en nuestro día a día, en el aquí y ahora de nuestra propia vida.
María nos da la oportunidad de completar eso que aún le falta a la pasión de Cristo: nuestra respuesta firme y personal, nuestra correspondencia libre y decidida, para que ese don redentor tenga una eficacia absoluta en lo concreto de nuestra vida.
Personalmente muchas veces en mi vida he tratado de apartarme de esa vida de Cruz. A menor sufrimiento, en apariencia más felicidad. Pero estaba engañado. Todos mis pesares y sufrimientos, mis tristezas y mis agobios, mis desánimos y mis cansancios, mis noches en vela, mis renuncias y mis limitaciones, son parte intrínseca de esa pasión de Cristo que tanta salvación ha traído a cada uno de nosotros.
Tanto tiempo empeñado en vivir un cristianismo sin Cruz que, en el momento que menos lo esperaba, esa Cruz llegó. Y tanto tiempo empeñado en vivir una cruz sin Dios que, cuando se hizo presente, esa Cruz me aplastó. Comprender que huir o resignarse es un equívoco requiere mucha renuncia; se trata de aceptar la cruz hasta elegirla, es la única forma de gustar ese gozo íntimo y sobrenatural que Dios reserva a los que desean permanecer junto a su Hijo crucificado. El camino es tortuoso. Para alcanzarlo se requiere de mucha oración y Eucaristía. Yo todavía estoy en párvulos y me queda mucho recorrido para convertirme en doctor, pero algo tengo claro: todo camino de seguimiento del Señor es un camino que termina en la Cruz, un camino repleto de dificultades y persecuciones. Si un cristiano no tiene —y no asume— las dificultades que le depara la vida es que algo no funciona en su vida. ¡Bendita la Cruz si la convertimos en parte de nuestro yo!

¡Madre amorosa y misericordiosa, te he visitado esta Navidad cuando adoraba a tu Hijo! ¡He visto tu cara de alegría por el Nacimiento pero también tu mirada que traslucía lo que tu corazón conserva! ¡Tu, María, has visto con los ojos de la fe lo que en la Pasión de Cristo era todo amor y a los ojos humanos el Amor de Dios destrozado por el pecado; hazme fuerte en los momentos de debilidad y caída para sostenerme a la Cruz! ¡María, Tu que supiste mucho de dificultades cuando la oscuridad se haga presente en mi vida, sostenme y da luz a la débil linterna de mi vida y haz que el brillo de la mañana se convierta en la fuerza para caminar cada día y aunque la sombra de la Cruz parezca por momentos excesivamente pesada intercede ante el Padre para que al igual Tu sepa permanecer a los pies de la Cruz y cargar con ella con fe cuando corresponda!
Lord I offer my life to you (Señor, te ofrezco mi vida) le cantamos hoy al Señor:

domingo, 26 de marzo de 2017

Me he propuesto ser muy egoísta

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Una gran variedad de pecados los cometemos por puro egoísmo y por una ausencia de visión sobrenatural. El egoísmo es un pecado capital, grave por tanto, porque nos lleva a amarnos más de lo que debemos amar a Dios. Y, aún así, hoy me he propuesto ser profundamente egoísta. Muy egoísta. Y aunque el egoísmo se enfrenta al verdadero amor, y me invita a salir de mi mismo para darme a los demás haciéndome uno con ellos, aún así no desisto de mi idea de ser egoísta.
¿Y para qué y por qué quiero ser una persona egoísta? Simple y llanamente para convertirme en alguien mucho mejor. Quiero convertirme en un «egoísta del bien», invertir en mí lo máximo que pueda, porque quiero mejorar como ser humano; porque anhelo vivir y crecer en virtud; porque quiero amar más; servir con más generosidad; santificar mejor mi trabajo; ser más auténtico con mi manera de pensar, hablar y actuar; convertirme en mejor esposo, mejor padre, mejor amigo, mejor compañero de trabajo; ser más fiel a mis principios y valores cristianos; ser más firme en mis creencias para que no se conviertan en veletas que se mueve en función del ambiente en el que me encuentro; ser siempre leal a las personas y a los compromisos adquiridos; estar más preocupado por las necesidades de los demás que de las mías; ser fiel cumplidor de las normas sociales...
Quiero ser egoísta para buscar mi bien desde el corazón, para acoger en él el amor de Dios y darlo a los demás pero sin buscar ventajas sino por mero amor. Quiero invertir en mí todos los recursos de la vida cristiana porque así mi ser estará acorde con la imagen y semejanza de Dios que me corresponde por ser hijo suyo. Quiero ser egoísta para dejarme acariciar por su ternura y sabiduría y cantar así un cántico nuevo; cantar con alegría que el Señor me ha transformado en alguien diferente con la fuerza de su Espíritu.
¿Egoísta? Sí, porque invirtiendo en mí en el camino de la virtud seguro que lograré una gran transformación interior, creceré humana y espiritualmente y mejoraré como cristiano que lleva la impronta de Cristo en su corazón.

¡Señor, concédeme la gracia de ser un cristiano comprometido, consciente, que siempre busque la verdad y el amor, que sea capaz de conocer cuáles son mis limitaciones y mis defectos, que sea valiente defendiendo los valores cristianos y la verdad, que no me hunda ante las dificultades y los problemas, que sea siempre humilde y sencillo, que sea capaz de descubrir siempre tu voluntad en mi vida, que sepa llevar la cruz con entereza y con amor, que convierta mi vida en un dar y no en un recibir! ¡Con tu ayuda, Señor, y con la fuerza del Espíritu Santo sé que será más sencillo conseguirlo! ¡Cuando se me presente la prueba y el dolor en mi vida, Señor, que lo vea siempre como un acto de amor hacia mi y no como un castigo! ¡Concédeme la gracia de verlo como una oportunidad de crecer y caminar más estrechamente unido a Ti y poder demostrarte lo mucho que te amo, la profundidad de mi amor hacia Ti, como una manera de testimoniar de verdad la fe que profeso! ¡Te pido la gracia de la fortaleza, de la sabiduría, de la serenidad, de la fe para madurar como persona y como cristiano, para ser consciente de mi yo, de las cosas que debo cambiar, para ser siempre más comprensivo con las personas que me rodean, para no juzgar, para ser siempre más humano y amable, más misericordioso y condescendiente! ¡Ayúdame a crecer para hacer siempre el bien, para transformar todas aquellas cosas que en mi vida deben ser cambiadas y para que en lo más profundo de mi corazón estés siempre Tu!
Todos valemos lo mismo a los ojos de Dios, cantamos hoy acompañando esta meditación:

sábado, 25 de marzo de 2017

La fe callada

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La fe es hermoso vivirla también en el silencio contemplativo. En lo oculto, en la mirada personal hacia el encuentro con el Padre. Sin grandes gestos que llamen la atención de los otros. Lo bonito de la fe es que se puede vivir en el silencio de uno mismo, llevado a lo más profundo del corazón. Surgen en las páginas del Evangelio numerosos personajes que nos muestran esa fe callada, silenciosa, firme, auténtica, esperanzada, llena de vida y de alegría pero que a los ojos de los hombres ha pasado completamente desapercibida porque lo pequeño no suele llamar la atención.

Así, puedes ver aquel personaje que los apóstoles llaman antes de la Santa Cena para que les conduzca al Cenáculo. Dio un «sí» a Dios, conduciendo a los seguidores de Cristo al lugar donde se iba a instituir la Eucaristía. Y de su fe callada, nadie habla ahora. Tampoco se hace mención de ese joven personaje, que no sabemos quién es, que llevaba en un cesto los panes y los peces. Cristo quiso hacer con ellos el milagro de la multiplicación para saciar el hambre de tantos hombres y mujeres que necesitan de Dios. Y Cristo los tomó de alguien que ha permanecido anónimo a los ojos de la gente, pero no a los de Dios. Y su fe también fue callada y silenciosa pero a su manera dio un «sí» a Dios entregando lo que poco —o mucho, según se mire— que tenía.
Hay también un grupo de personas, amigos de un paralítico postrado en una camilla que, por amor a él, hacen lo indecible para subirse al tejado de una casa e introducirle en la estancia donde se encuentra Cristo. Su esfuerzo, regado por el valor de la amistad, es parte de una fe callada; convencidos están de que lograrán con ello sanar al amigo con las manos del mismo Dios.
Lo importante es lo que hacemos y por qué lo hacemos. Lo hermoso es el valor que damos a nuestros gestos, cuando más callados y desprendidos, más enraizados en la fe y más sustentados en la entrega generosa, más cerca de Dios están. El único que lee lo oculto de nuestro corazón es Dios y es a Él al que hay que rendir cuentas de nuestra entrega. Así actuó Cristo. Todos sus actos, desde el primer milagro a la última prédica, desde su primer gesto de amor hasta el último muriendo en la Cruz tenían mucho de callado cumplimiento de la voluntad del Padre. Cristo impregnó lo cotidiano de su vida de un amor sencillo pero grande al mismo tiempo. ¿Y yo, doy fecundidad a mi vida cotidiana dispuesto a que los gestos de mi vida estén visibles solo a los ojos de Dios y no al de los hombres? ¿Están mis pequeños gestos cotidianos untados del fruto amoroso de Dios y alejados de todo egoísmo mundano?

¡Señor, te alabo con todo mi ser porque eres la luz que brilla en mi vida y das sentido a todo lo que me ocurre! ¡Aumenta, Señor, mi pequeña fe! ¡Dame, Señor, con la fuerza de tu Espíritu el valor para sobrellevar todas los acontecimientos de mi vida, la valentía para no temer los problemas que se me presenten! ¡Aumenta mi fe, Señor! ¡Ayúdame a seguir tu Palabra con el espíritu que has puesto en mí! ¡Señor, sé que para ti nada es imposible, ayúdame a seguir tu voluntad! ¡Aumenta mi fe para seguir adelante a pesar de los obstáculos, de los problemas, de las circunstancias, de lo que digan los demás y a pesar de mí mismo! ¡Aumenta mi fe para decirte siempre que "Sí", sin temer a nada! ¡Aumenta mi fe para viviendo en el silencio del corazón impregne todos mis actos de bondad y de entrega! ¡Pero sobre todo, Señor, no me sueltes de la mano para que me no desvíe de la senda correcta sino que se haga tu voluntad en mi en cada paso que de! ¡Señor, te suplico desde lo profundo de mi corazón que no permitas que se extinga la hermosa luz de mi fe! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que con su gracia mi fe crezca cada día!
Here I am Lord; I, the Lord of sea and sky, I have heard My people cry. Hermosa canción para sanar el alma y aumentar nuestra fe.