Entrada destacada

ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

martes, 18 de abril de 2017

Simbología de la cruz

camino del cielo
De tantas veces que hacemos a lo largo del día la señal de la cruz podemos acabar convirtiéndola en un gesto mecánico, en un ritual rutinario, en algo meramente simbólico. Además, la cruz puede perder toda su esencia cuando la convertimos en un mero objeto de adorno, como complemento de nuestro vestir en forma de pendiente, anillo o collarín, una forma estética más de estar a la moda pero que no indica, en realidad, la fe auténtica que profesamos. Muchos que la llevan encima, además, no pueden explicar lo que implica para ellos esa cruz signo de perdón y redención y desconocen que es el objeto más preciado de amor, entrega, generosidad y fidelidad.

Cuando mis ojos se fijan en una cruz que tengo en casa me invita a pronunciar esta jaculatoria: "Señor, que no me acostumbre a verte crucificado"; la repito también cuando paso frente a una iglesia, la veo en alguna estancia de un hospital, en la encrucijada de un camino rural, en algún dormitorio... Lamentablemente, hay una desaparición progresiva de la cruz en nuestros entornos. Desaparece de la sociedad pero también del corazón del ser humano que menosprecia a un hombre clavado de un madero.
Hago la señal de la cruz varias veces al día. Me reconforta. Al levantarme. Al salir de casa. Al comenzar y finalizar la Eucaristía. Al bendecir la mesa. Al acostarme. Es un gesto que me da paz, consuelo y alegría. Me hace sentirme unido a Cristo, me hace gloriarme en el Señor, que me salva por su muerte en la Cruz. Con este gesto me consagro a Él y el me bendice con su amor y su misericordia.
Pero esta Cruz es algo más profundo. Más personal. Más íntimo. Indica una forma de vida. Un estilo de vida. Una manera de entender la vida. Esta señal de la Cruz repetida quiere ser un compromiso: me muestra quien soy y cuál es mi dignidad. Me guía el camino. Me hace hermano de Cristo. Me hace discípulo suyo. Me muestra la senda del amor. Me predispone a mi destino eterno. Me marca con el sello de la humildad porque no hay frase más categórica para aparcar el orgullo que esa que exclama: "si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame".
Cada miércoles en la Adoración al Santísimo y cada viernes en el Via Crucis en algún momento entono aquello tan alegre de "victoria, tú reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás". ¡Que sencillo es cantarlo y qué difícil es aceptarlo y ponerlo en práctica!
Sí, en estos días de camino hacia la Pascua quiero sentirme más unido a la Cruz de Cristo. Reconocer su esencia, comprender su verdad. No quiero que se convierta para mí en un símbolo sin contenido. Quiero que sea verdaderamente el signo distintivo de mi fe, de mi reconciliación con Dios, el instrumento que me sostiene, la guía que me dirige, el símbolo que me identifica con el que sufre... Quiero ver en la cruz el trono victorioso donde se sienta Cristo sufriendo por mi y por la humanidad entera. Quiero ver en la cruz la garantía de la victoria sobre el pecado. Quiero reconocer toda su verdad.
Beso la cruz y hago la señal de la Cruz. Con estos dos gestos me resulta más sencillo ofrecer mi vida entera no sólo aquello que me provoca sufrimiento, incertidumbre o dolor y verla como un lugar de purificación, exaltación y glorificación. La Cruz me dignifica. Por eso amo la Cruz.

¡Señor, soy consciente de que en mi vida hay y surgirán numerosas cruces y te pido que me ayudes asumirlas con alegría! ¡Señor, sin muchas las veces que las cruces son sobrevenidas por las envidias, las calumnias, las soledades no buscadas, los fracasos… pero no pretendo evitarlas sino que quiero que tú me ayudes a ir asumiéndolas cada día! ¡Señor, en mi vida también se presentan muchas cruces que me tienen atrapado en el qué dirán, en la búsqueda por el reconocimiento de los demás, la comodidad, la seguridad económica... ayúdame ano escapar de estas cruces porque me alejan de ti! ¡Señor, me cuesta también llevar las cruces de la enfermedad, de la toma decisiones difíciles, de los pasos que llegado de manera equivocada, de los fracasos que cuestan asumir, de las cinco fijadas a la que tienes que enfrentarte, y los compromisos, de los golpes que no esperas... haz señor que sea capaz de contemplar estas cruces con una mirada de amor y que sepan llevarlas junto a ti! ¡señor, que las cruces por los esfuerzos que no dan resultado, de la sequedad en la oración, en los vacíos de la vida, en el tener que aguantar cosas que no te gustan de unos y de otros y que te duele, de los sufrimientos por las cosas que te disgustan y que ves a tu alrededor… Hazme ver estas cruces como algo que me ayuda a crecer y a bajar mi yo! ¡Señor, que la sencilla cruz de madera que llevo en el pecho. No sea un mero adorno en mi vida, sino que tenga un significado de compromiso y que cuando vea tantas cruces en otros muchas veces mira mente por adorno ayúdame a pedir por su conversión! ¡Y dame a mi también una fe firme que no se desvanezca nunca!
O Crux ave spes unica, un profundo himno de vigilia:

No me puedo callar que amo a Cristo

camino del cielo
Sentado ante el Santísimo uno experimenta grandes destellos del amor de Cristo. Saberse amado por el Amor de los Amores es una de las sensaciones más profundas que puede sentir el ser humano. Saber que Cristo te mira cuando las miradas de tantos te ignoran y hacen vacío a tu existencia. Saber que Cristo te tiende sus manos llagadas y acoge tu sufrimiento y tu dolor para que llevarlo Él en el corazón y que desaparezca del tuyo. Saber que sus palabras se convierten en un bálsamo de serenidad que purifica y sana todos tus desconsuelos. Saber que Cristo te libera de todos los impedimentos que te hacen crecer y llena los vacíos del corazón con su sola presencia.
La mirada a esa Hostia viva te permite comprender que Cristo te espera siempre. Que te convierte en un privilegiado, que te ofrece la oportunidad de acercarse a Él para descubrirle en toda su esencia, para descubrirse a uno mismo en su fragilidad.
Cuando estás así te sientes como ese gorrión que vuela libre por el campo; como esa estrella fugaz que brilla en la inmensidad del firmamento; como esa cometa multicolor que se levanta con el roce del viento. Y te sientes feliz. Lleno de Dios. Lleno de Cristo. Lleno del Espíritu Santo. Lleno de la bondad trinitaria. Y lo negativo desaparece, los dolores quiebran, las heridas cicatrizan y solo te detienes a pensar en la belleza de las cosas y todas las regalos hermosos que el buen Dios te proporciona, las enseñanzas que pone en tu camino, las voluntades que aceptas por la gracia y que te convierten en un bienaventurado.
Pero esta experiencia no quiero que se convierta en un gozo instantáneo en el momento de la adoración. Si así fuera, sería una alegría estéril y hueca. Anhelo que sea un todo en mi corazón. Un siempre. Mi verdadera alegría es que Cristo permanezca siempre a mi lado y yo siempre cercano a Él, sin temor a las tormentas de la vida.
Quiero constatar que Cristo es mi aliento. Mi vida. Mi esperanza. Mi confianza. Mi consuelo. Mi todo. Que el me conoce, sabe quien soy y adonde voy. Quiero constatar que es al Él a quien debo todo, que me corona de infinidad de favores y de la gracia de su gran misericordia.
No puedo callarme que amo a Cristo. No puedo silenciar cuán agradecido estoy a su amistad inquebrantable. Quiero que mi oración sea un canto de alabanza. De agradecimiento. De estupefacción ante tanto inmerecimiento. Quiero que la Santísima Trinidad sepa que mi corazón canta de alegría porque mi vida no es fácil pero tiene la paz de Dios, la amistad de Cristo y la guía del Espíritu.
¡Bendito Jesús, que grande es tu amor y tu misericordia! ¡Gracias porque frente a Ti recibo infinitas gracias, las mismas que pido para todos los que quiero e, incluso, para los que me han hecho daño o he dañado yo! ¡Gracias, Señor, por tu bondad! ¡Te pido también gracias para tu Santa Iglesia, para tus sacerdotes y consagrados y consagradas de todo el mundo! ¡Ante tu presencia, Señor, quiero reparar todas mis faltas y mis culpas y entregarme enteramente a ti, adorarte, alabarte y glorificarte! ¡Me postro ante Ti y quiero desagraviarte por todas los desprecios y las injurias que recibes cada día! ¡Perdóname a mi por las veces que te ofendo! ¡Te amo de todo corazón porque eres la bondad infinita; has derramado tu sangre y tu vida en la cruz por mí pero ahora estás realmente en el Santísimo Sacramento del Altar! ¡Deseo que mi corazón permanezca siempre contigo, que me acuerde de ti en cada momento de la jornada y que mi vida sea un ejemplo de que soy tu amigo, servirte con la mayor de las fidelidades! ¡Te amo sobre todas las cosas, Señor, y no permitas que nunca me aleje de Ti! ¡Te entrego mi voluntad, mis afectos, mis deseos, mis aflicciones, mis esperanzas; todo es tuyo suyo!
Adoro te devote:

lunes, 17 de abril de 2017

La espera en Dios

camino del cielo
No hago referencia a una espera resignada, pasiva, poco vivida sino a una esperanza vital, repleta de dinamismo, que lleva a luchar con denuedo, saber sacrificarse, tener la paciencia para que llegue lo que Dios dispone, poner el empeño y los medios para salir adelante… fundamentalmente porque la esperanza no radica en que Dios solucione lo que nos fastidia, molesta, disgusta o provoca frustración o miedo, ponga las soluciones a los problemas como algo caído del cielo o mitigue el dolor por la enfermedad, los cansancios o las tribulaciones.
La esperanza es un canto a la alegría. Es saber que con Dios tiene sentido aquello que, en apariencia, no lo tenía; que surge la luz allí donde solo reina la oscuridad mas profunda; que tomando sus manos misericordiosas el sufrimiento y el dolor es vencido y nos permite crecer humana y espiritualmente, y nos hace mejores personas.
Si uno busca la felicidad primero debe aceptar con humildad su fragilidad, su condición de criatura en manos del Padre, su ser respecto al prójimo, la fugacidad de su camino por esta vida terrenal y, sobre todo, aceptar que toda dificultad forma parte del camino que conduce hacia la felicidad. La cruz, como se aprende en la Pascua, es la puerta de entrada a la vida y a la resurrección.
La fragilidad y la pequeñez cuando uno se ve incapacitado, desarmado, desgarrado, desvalido... se puede convertir en ese lugar privilegiado para descubrir el rostro de Dios que habita en uno.
Así que uno espera en Dios, pero… ¿cómo espera? ¿qué espera?

¡Señor, te entrego mi pequeño corazón para que lo purifiques de cualquier sentimiento que no sea Tu Amor por mí y en mí! ¡Te entrego también mi alma para que la santifiques! ¡Te hago entrega de mi libertad para que hagas conmigo lo que tu voluntad anhele! ¡Te entrego mi memoria para que sea capaz de recordar lo que Tú deseas que recuerde! ¡Te entrego mi entendimiento para ser capaz de contemplar las cosas como Tú las ves! ¡Te entrego mi voluntad frágil y tan humana para que sea una con la Tuya! ¡Y como decía aquel santo quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras! ¡Señor, que mi cuerpo, mis sentidos y mi mente sean dóciles a mi voluntad para recogerse siempre en Ti!

Junto a María, en su soledad

camino del cielo
¡Cristo ha muerto! Mi corazón siente un vacío profundo en este día. Los sagrarios de todas las iglesias permanecen vacíos porque Cristo no se encuentra en su interior. En este día me falta algo. En un día como hoy tampoco se celebra la Eucaristía, alimento del cristiano. Solo nos queda María en su soledad. Contemplo a Nuestra Señora, en la soledad de su fe, a los pies de la Cruz. Me quiero postrar junto a ella. En su tiempo hubiera huído, como hicieron tantos. Hoy no. Amo tanto a Cristo, siento tanta devoción por María, que no puedo más que postrarme junto a Ella en silente oración a los pies del madero santo.
María me acoge. Acoge a la humanidad entera. Nos acoge a todos porque ha asumido fielmente en su corazón el mandato de Cristo: "amaos los unos a los otros" y el tan profundo "aquí tienes a tu Madre". María asume su misión con entereza, con valentía, con fortaleza y con alegría. Ahora es fácil verlo, pero en el momento de postrarse en el Calvario María estaba sola. Muy sola. Es una mujer radicalmente sola. ¿Que se trasluce de esta soledad de la Virgen? La soledad de la fe. Ella es la única que tiene la certeza viva y firme de que después de la muerte viene la Resurrección. María cree en Jesús. Cree en la única Verdad, fruto bendito de su vientre. A María lo que le sostiene, entre tanto dolor y sufrimiento, es una fe cierta. ¡Bendita la fe de María que me hace también creer a mi cada día!
La Virgen es consciente de que el sufrimiento de Cristo es voluntad del Padre. Desde que asumió el fiat, María sabía que Jesús debía padecer por cada hombre y morir en la cruz para la salvación del género humano. María está sola. Es una soledad que desgarra el alma, pero que se sostiene por la confianza en el Padre que nunca abandona: "Si, buen Dios, hágase en mí según tu Palabra". Es el fiat renovado en el monte Calvario.
¡Qué triste es la soledad de Maria! Pedro ha renegado de Jesús tres veces. Judas, poniendo en jaque su salvación, se ha quitado la vida. De los restantes apóstoles, excepto Juan, ya nada se sabe. Las mujeres han partido para recoger los ungüentos para embalsamar el cuerpo de Cristo, que será enterrado en el sepulcro de José de Arimatea. Los judíos desprecian al Salvador del Mundo. Los dos de Emaús, consternados, han comenzado el camino de regreso a su aldea. Los que le seguían, los que fueron testigos de su Palabra, los que vivieron en carne propia los milagros de Cristo andan escondidos en sus casas. No queda nadie. No quedamos nadie. Solo María, a la espera de la Resurrección del Hijo, signo de la victoria sobre la muerte y sobre el pecado.
Contemplando en este Sábado Santo la soledad de María uno comprende y mucho sus soledades. Comprendes que cuando tantas veces parece que Cristo no camina a tu lado, cuando sientes un abandono profundo o una sensación de vacío la Cruz es el bálsamo. Es, entonces, cuando la soledad de María en este Sábado Santo se convierte en una luz de esperanza. Sola, junto a la Cruz, todo sufrimiento se mitiga. Toda desesperanza se transforma. Cualquier herida sana. Sabemos que no estamos solos. Basta con repetir al únisono que María: "Si, buen Dios, hágase en mí según tu Palabra".
Junto a María tomo mi propia cruz con fe y esperanza y todos mis sufrimientos los pongo a los pies de la Cruz. ¡Cuanto se aprende de la soledad de María!

¡María, Madre de los Dolores, te contemplo junto a Tu Hijo yaciente y también me lleno de dolor en este día! ¡A tu lado las prisas de mi vida no tienen importancia, las rutinas de mi vida pasan a un segundo plano, viendo el cuerpo inerte de Cristo y tu dolor me desprendo de todas mis autosuficiencias! ¡María, quiero acompañarte con el corazón roto en este día! ¡Quiero acompañarte en tu soledad, en tu dolor y en tu pena pero sabiendo que Cristo resucitará y que podremos seguir juntos el camino! ¡Te contemplo María, te amo y quiero imitarte en todo: en tu valentía, en tu coraje, en tu fe, en tu fortaleza, en tu esperanza! ¡Quiero que así sea mi vida! ¡Anhelo ir ataviado de adoración como estás Tú ante el cuerpo de Cristo! ¡Quiero despojarme de mis yoes, de mis bajezas, de mis miserias y entregarme a Tu Hijo de verdad! ¡Quiero serle fiel como lo eres Tú en este día! ¡Quiero tener la misma serenidad que presentas Tu ante el dolor y el sufrimiento! ¡Quiero tener la misma elegancia y altura espiritual que tienes Tú, Madre de la Soledad! ¡Gracias, María, porque en este Sábado Santo tu me demuestras quien eres de verdad: la Reina del Universo, la Reina de los corazones, la Reina de las certezas, la Reina de la esperanza, la Reina de los afligidos, la Reina del Amor Hermoso! ¡Ayúdame a ser humilde como eres Tú! ¡Ayúdame a ser consciente de que soy un pecador y tengo mucho que purificar! ¡Ayúdame a reconciliarme con Tu Hijo, hoy y siempre! ¡Ayúdame a abrirme a los demás! ¡Ayúdame a ser más sencillo y misericordioso! ¡Ayúdame a ser más entregado! ¡Hoy y siempre, totus tuus María!
Stabat Mater Dolorosa (Estaba la Madre Dolorosa) es nuestra música para acompañar la soledad de María:


Siete palabras de absoluta actualidad

orar con el corazon abiertoViernes Santo. La contemplación de Cristo en la Cruz me deja sin palabras. Mudo. Desconcierta verle en su desnudez, despojado de todo y abandonado por todos. Impresiona su fidelidad al Padre pese a tanto sufrimiento, humillaciones y desprecios humanos. Te das cuenta de la verdad de ese principio de que Dios entregó a su hijo por amor al género humano. Desde lo alto de la Cruz cae sobre los hombres una tormenta de amor impresionante. Un tsunami de perdón eterno que llena de esperanza.

Cuando uno contempla sus propios pecados es consciente plenamente del valor de este rescate desde la Cruz. Cada uno de mis pecados y de mis culpas —nuestros pecados y nuestras culpas— representan un latigazo con tiras de cuero trenzado con bolas de metal sobre el cuerpo de Jesús, un martillazo en los clavos que penetran en sus manos y en sus pies, una lanza que traspasa su costado y una espina clavada en su cabeza...
Miras el cuerpo de Cristo ensangrentado, sufriente, dolorido, con la piel hecha jirones y comprendes la hondura de tu propio pecado, de tus egoísmos, de tus idolatrías, de tu soberbia, de tus autosuficiencias, de tu falta de caridad….
Lo ves en la más grande de las soledades y eres consciente de tus abandonos pero también de su fidelidad amorosa que no tiene fin.
Cristo en la cruz es signo de amor, de perdón y de reconciliación. El amor, el perdón y la reconciliación del mismo Dios. La prueba de que Dios es amor.
Contemplar los brazos de Cristo abiertos abrazando el cielo y la tierra es comprender la bondad de Dios. En esta actitud Jesús abraza la gracia y la purificación del pecado. En la Cruz todo se renueva. Todo cambia. Todo se purifica. Todo se transforma.
Hasta el momento de su último suspiro, Cristo permaneció seis horas colgado de la Cruz. Durante esta interminable agonía sus labios, secos y llagados, solo pronunciaron siete palabras. Es el mensaje de la Cruz.
En el «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» siento la intercesión por amor al enemigo, la disculpa por la entrega, la esperanza de una segunda oportunidad. Cristo excusa al hombre aunque tantas veces despreciemos su súplica.

En el «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso», me siento representado a cada lado de la Cruz. En el que reniega de Él y el que transforma su corazón por Él. Es el gran regalo de su misericordia porque Cristo se compadece del que suplica su perdón de corazón.

En el «Hijo, ahí tiene a tu Madre […] Mujer, ahí tienes a tu hijo», Cristo me entrega lo más valioso para su corazón: a su propia Madre. Y a María le entrega al hombre nuevo que nace a los pies del madero santo. ¡Qué hermoso es sentir el amor y las dádivas del Señor!

En el «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», Cristo me enseña que en el sufrimiento, la angustia y la desesperación cabe siempre el refugio de la oración.

En el «Tengo sed», Cristo me muestra que mi fragilidad la puedo sostener con el agua de la vida que es Él mismo.

En el «Todo está cumplido», aprendo que debo negarme a mi mismo, que todo dolor es gracia, que todo sufrimiento es plenitud, que toda pobreza es riqueza, que mi barro está moldeado por las manos del Alfarero, que mi vida es suya y que la muerte es el inicio de algo mejor.

Y en el «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» siento que todo está en manos de Dios, que me puedo abandonar plenamente a Él que todo lo puede, lo sostiene y lo guarda.

Siete palabras de rabiosa actualidad, que Cristo pronuncia cada día para ser acogidas en mi corazón con el único fin de renovar y transformar mi vida.
¡Señor, tú exclamas “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” y eso es lo que te pido, tu perdón por mis cobardías, por mis egoísmos, por mi falta de compromiso, por mi persistencia en caer en la misma piedra, por mis faltas de caridad, por mis faltas de amor, por mis indiferencias con los demás, por mi corazón cerrados al perdón, por mi prejuicios, por mi tibieza, por mi falta de generosidad, por no seguir con autenticidad las enseñanzas del Evangelio, por mi mundanidad, por mi falta de servicio… por todo ello, perdón Señor! ¡Enséñame a amar como lo haces Tú, a entregarme como lo haces Tú y perdonar como lo haces Tú! ¡Señor, Tú le prometes al buen ladrón que “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” y por eso te pido hoy que sepa mirar a los demás con Tu misma mirada de amor, perdón y misericordia! ¡Hazme, Señor, ver sólo lo bueno de los demás y que no me deje llevar por las apariencias! ¡Concédeme la gracia de acoger siempre al necesitado, de no juzgar ni criticar y tener siempre palabras de amor y consuelo al que lo demanda cerca de mí! ¡Señor, tu exclamas “He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre”, por eso hoy te doy las gracias por esta donación tan grande que es Tu propia Madre! ¡Que sea capaz de imitarlas en todo cada día! ¡Señor, tu gritas angustiado “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, en este grito yo me siento identificado con mi angustias, mis problemas y mis dificultades! ¡Confórtame siempre con tu presencia, Señor! ¡Envía tu Espíritu para que me ilumine siempre y me haga fuerte ante la tentación, seguro en la dificultad, tenaz en la lucha contra el pecado y firme ante los invitaciones al mal de los enemigos de mi alma! ¡Señor, tu suplicaste un “Tengo sed”! ¡Yo también tengo sed de Ti porque son muchas las necesidades que me embargan pero las más grandes son tu amor, tu esperanza, tu consuelo y tu paz! ¡Ayúdame a no desconfiar de Ti, Señor, porque Tú eres la certeza de la Verdad! ¡Que nada me aparte de Ti, Señor, pues es la única manera de saciar mi sed! ¡Señor, tu dices que “Todo está consumado” pero en realidad me queda mucho camino por recorrer! ¡Ayúdame a serte fiel, a tomar la cruz y seguirte, a levantarme cada vez que caigo, de dedicarme más a los demás y menos a mi mismo, a contemplar la Cruz como una gracia y no como una carga, a descubrir que en la cruz todo se renueva, que es el anticipo de la vida eterna! ¡Señor, tu exclamas “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, yo también pongo las mías en tus manos para que las llenes de gracias, dones y bendiciones, para que me agarre a Ti, para sentirme seguro y protegido! ¡Señor, ayudarme a orar más y mejor, a darte gracias y a bendecirte, a maravillarme por tu amor y tu gracia!
Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz de Theodore Dubois, una obra profunda e intensa propia de este día en que todo está consumado para dar nueva esperanza al mundo: