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lunes, 7 de agosto de 2017

La lucha entre el bien y el mal


orar con el corazón abierto

Son muchas las personas que no tienen verdadera conciencia de que la lucha entre el bien y el mal es permanente. Tiene lugar en diferentes ámbitos de nuestra vida: en la familia —objetivo primordial del demonio—, en el trabajo, en la Administración, en el seno de la Iglesia, entre amigos o compañeros… Basta con leer la prensa o ver los noticiarios para observar como se trata de desmoronar los valores cristianos de la sociedad y del mundo.

Tratar de explicar el mal en nuestro mundo se está convirtiendo en una tarea cada vez más ardua pues cada vez hay menos conciencia de lo que es el pecado y cuáles son sus consecuencias. No somos conscientes de que el motivo que originó el pecado de nuestros primeros padres se produce diariamente en cada uno de los hijos de Dios. Desde la muerte de Cristo en la Cruz, el cristiano tiene que ser consciente que libra una batalla que no puede perder. En el Gólgota el Bien derrotó al mal. El demonio fue derrotado —es consciente de que todo lo tiene perdido— pero siempre intentará que en la vida de cada hombre no sea efectivo el triunfo de la Cruz. Y lo intentará hasta el final de los tiempos tratando de derrotar y vencer al hombre por su soberbia, su orgullo o su autosuficiencia.
Aún en la derrota, el príncipe del mal se hace fuerte en nuestro mundo porque el ser humano está aparcando a Dios de su lado y abandonando la fe, pilar fundamental de la vida. Busca respuestas pero las trata de encontrar en lugares equivocados.
La lucha entre el bien y el mal es algo personal. Se libra en el interior de cada uno. Lo dice bien claro el apóstol San Pablo: «la lucha es contra principados, potestades y contra los gobernadores de las tinieblas y las huestes espirituales de maldad».
Algo tengo claro como cristiano. Personalmente ganaré la batalla si no decrece mi confianza en el Señor y pongo mi seguridad en los méritos de Jesús. Aquí es donde radica la victoria sobre el mal, recibiéndolo diariamente, siguiendo sus enseñanzas, aceptando su voluntad y sosteniéndome en la oración que pone en comunión con Dios, la confesión que nos redime del pecado y la comunión que nos hace uno con Cristo y el rezo del Santo Rosario, escudo que la Virgen pone en esta batalla. Son elementos básicos para protegerse de los ataques diarios del príncipe del mal y para vencer en ese conflicto permanente entre el bien y el mal. El cristiano cuenta, además, con un aliado esencial: el Espíritu Santo, que nos otorga la fortaleza para luchar y nos entrega las herramientas para vencer.

¡Señor, te pido humildad y mucha fe para luchar contra los ataques del demonio, líbrame de todo mal y ayúdame a ser libre, a guardar siempre el amor y el bien en mi corazón, desear siempre el bien, respetar siempre la verdad! ¡Bendice, Señor, a todo aquel que desee el mal y encamínalo por el camino de la fe en ti! ¡Líbrame, Señor, de cualquier cosa que pueda perturbar mi camino, mi mente, mi espíritu, mi fe, mi estabilidad, mi amor, mi esperanza! ¡Concédeme la gracia para distinguir siempre el bien del mal y la gracia para salir siempre victorioso en el enfrentamiento con el poder de las insidias del demonio! ¡Haz que mi compromiso cristiano sea contra el mal y me vuelva cada día más lleno de Dios! ¡Espíritu Santo, Espíritu de Dios, desciende sobre mi, moldéame, lléname de Ti, utilízame, expulsa de mi corazón todo aquello que me aleje de Dios, expulsa de los corazones de los hombres todo lo que les aleja de la verdad, destruye del mundo todas las fuerzas del mal! ¡Espíritu Santo mantenme siempre firme en la fe, revestido de la verdad y protegido por la rectitud en el actuar! ¡Hazme, Espíritu de Dios, una persona preparada para salir a anunciar el mensaje de paz, amor y verdad! ¡Concédeme la gracia, Espíritu divino, para que mi fe sea un escudo que me libre de las insidias del demonio! ¡Que la espada de la oración, de la palabra, de la Eucaristía, del amor, de la entrega y del servicio sea la que luche contra el mal! ¡Recibe ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te hago en este día para que te dignes a ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón!
Quiero cantar una linda canción: es mi amigo Jesús:

domingo, 6 de agosto de 2017

La arquitectura de la alegría


desde Dios
Lo experimento con frecuencia. En un mundo necesitado de la alegría, cuando transmites y comunicas alegría sientes más alegría. Y es parte del fruto del desprendimiento de uno mismo.

El desprendimiento del yo comporta muchos beneficios interiores. Asienta la fe, aviva la conversión y genera alegría. Las páginas del Evangelio están repletos de pasajes que proclaman la alegría del encuentro con la liberación interior: la parábola de la oveja perdida, la mujer pecadora que puso a lo pies de Cristo el frasco de alabastro, el recaudador Zaqueo que recibe alegre a Cristo en su hogar, la parábola del hijo pródigo, de los dracmas o del padre de familia que salió por la mañana a contratar obreros para su viña… Desprendimiento del yo para entregarse por completo a la voluntad de Dios. Es entonces cuando el Padre toma con sus manos el más ínfimo de los pequeños detalles de la vida y los acoge como la mayor de las donaciones.
Entonces comprendes realmente que cuando comunicas alegría sientes más alegría porque la senda de la alegría se asienta en la renuncia; y ésta no implica pérdida sino ganancia, no es abnegación sino generosidad, no es pérdida de libertad sino plenitud. Y todo supone transformación interior.
La auténtica alegría únicamente se experimenta cuando uno es capaz de darse y de abrirse. Cuantos más apegos vas dejando caer por el camino más sencillo es encontrarte uno mismo. Si uno se centra en su yo, hace que todo gire en torno a sí, se queda completamente oprimido por todo que le oprime: el dolor, la soledad, la enfermedad, los problemas económicos, la incomprensión, el fracaso, el descrédito… Sin embargo, cuando vive consagrado al servicio del prójimo el yo queda apartado, el sufrimiento se aminora y el padecimiento pierde todo su valor.
La arquitectura de la alegría es saber amar y eso pasa por desprenderse del yo. Este principio, ¿es teoría o práctica en mi vida?

¡Señor, nos has creado para la alegría, para dar alegría! ¡Tu, Señor, invitas a abrirnos a la vida porque dijiste aquello tan hermoso de que dichosos los ojos porque ven y los oídos porque oyen! ¡Si te contemplo, Señor, si contemplo cada día el misterio de la Trinidad, puedo saborearte, sentirte y escucharte! ¡Por eso, Señor, puedo encontrarte en todas y cada una de las cosas y eso provoca la alegría más absoluta! ¡Señor, quiero ser portador permanente de alegría porque la alegría es la presencia sentida de Dios en la vida! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para alabar siempre, para dar gracias, para cantar la belleza de la creación y la grandeza del ser humano! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para llenar de esperanza, luz y amor mi corazón! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para el encuentro con el prójimo, para llenar la vida de esperanza y los corazones de amor! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para unirme siempre a Dios, en quien todo es amor y alegría! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para dar testimonio de que el mundo, a pesar del dolor, está llamado a colmarse de la lluvia incesante de las bendiciones de Dios!
Señor, a quien iremos para el encuentro de la alegría:

Mi corazón está firme

desde Dios
Me acerco a la oración por medio de un salmo hermoso, profundo y cadencioso. Es el salmo 57, que entre otras cosas exclama: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar al son de instrumentos».
¡Mi corazón esta firme y siempre tiene que estar dispuesto, abierto a la alegría, a la esperanza, a la espera! ¡Mi fe me sostiene y mi espíritu me fortalece!
No es fácil la vida. Las contrariedades aparecen cuando menos te las esperas. Y el corazón debe estar preparado para aceptar los reveses. Un cristiano ha de ser firme. Decidido. Firme en la constancia, valeroso en el sufrimiento.
Cuando uno es firme se manifiesta fiel y decidido ante cualquier circunstancia que se le presente. Cuando uno es firme acepta lo que venga y su compromiso no se compromete. Aguanta el tiempo que convenga porque es sostenido por el Espíritu.
Pero la firmeza puede convivir —y convive— con los miedos, la tibieza y las vacilaciones. Con la falta de compromiso por miedo al fracaso. Lo importante es el poso que hay en lo profundo del corazón. El fracaso es consustancial al ser humano; pero desde el fracaso puede surgir la fortaleza y la experiencia.
No resulta sencillo ser firme en las convicciones, en la lucha cotidiana, en el camino de la vida. Es más sencillo abandonar cuando todo se complica; sucumbir ante la incerteza o las dudas; no comprometerte por miedo al que dirán o no ser capaz de dar la talla; no terminar algo porque implica demasiado esfuerzo… La firmeza se sostiene con el compromiso en el trabajo, en el servicio comunitario, en los estudios, en la vida hogareña, en las relaciones familiares y de amistad, en la formación humana o profesional…
Firme implica estar lleno del Espíritu de Dios. Es permanecer en la confianza y en la perseverancia. Tener fortaleza interior no es lo mismo que ser una persona fuerte, endurecido por las experiencias y las heridas que le ha producido la vida. Estar firme en el Espíritu es el único modo de poder resistir los embates de las sombras del ambiente. Es tener conciencia de quien es Dios, saber que se puede confiar plenamente en Él, confiar en que Él hará lo que mejor convenga. Y eso exige crecer cada día en la oración, en la Eucaristía y en la vida de sacramentos.
¿En qué medida cultivo yo la firmeza de mi Espíritu?

¡Señor dame firmeza que la necesito! ¡Ayúdame a sostenerme en ti con la fuerza de tu Santo Espíritu! ¡Concédeme la gracia de que tu seas siempre mi roca para que no dude ante los acontecimientos de la vida! ¡Dame firmeza, Señor, para que mis pensamientos y mis acciones estén guiadas siempre por tu Palabra y tu Evangelio! ¡Dame firmeza, Señor, para que mi corazón no se confunda ante los engaños del mundo! ¡Dame firmeza, Señor, para que mis ideas no cambien en función de las circunstancias! ¡Dame firmeza, Señor, para que sepa hacer siempre lo que convenga, que es el bien por amor a ti y a los demás! ¡Dame firmeza, Señor, para que mi fe no vacile y cumpla siempre tu santa voluntad! ¡Dame firmeza, Señor, para que los problemas, las dificultades, los obstáculos y los fracasos no me hagan abandonar nunca! ¡A ti Espíritu Santo te pido la firmeza para que me protejas de los temores y mis inseguridades! ¡Espíritu Santo, dame firmeza para enfrentarme a lo desconocido! ¡Dame firmeza, Espíritu divino, para sostenerme en medio de la adversidad! ¡Dame firmeza, Espíritu de sabiduría, para mantenerme siempre cerca de Dios!

miércoles, 2 de agosto de 2017

Coherencia


desdedios
La coherencia es esa capacidad de convertir mis acciones y mis pensamientos en un «uno» que no se contradiga entre sí. La coherencia es una conquista cotidiana —la vida interior consiste en esto, en recomenzar cada día—; alcanzar este equilibrio exige esfuerzo de la voluntad. Es necesario trabajar decididamente para que las conductas cotidianas estén bien coordinadas. Se trata de que exista una coincidencia auténtica entre el ser y el hacer para que esta armonía interior no se rompa ante cualquiera de los obstáculos que se presentan. 


Las apetencias nos vencen; el corazón se divide entre lo que nos apetece y lo que corresponde. Cuando la voluntad no es firme entonces no importa romper la coherencia. Pero uno es coherente cuando la voluntad está de acuerdo con el entendimiento; cuando los actos coinciden con los principios; cuando las palabras van unidas a la verdad. Si uno atiende solo a lo que conviene manifiesta una fe fragmentada, muy a la medida del hombre y muy alejada de Dios.
El hombre tiene en Cristo está el mayor testimonio de coherencia. En Él queda la impronta de vivir acorde con un modo de sentir, de pensar y de actuar. Y siempre en una perfecta armonía con la voluntad del Padre. Jesús muere en la Cruz por pura coherencia.
Nadie que se diga seguidor de Cristo puede llevar su vida por los derroteros de la incoherencia. Los principios son innegociables. Solo es posible vivir según los caminos del Evangelio; lo que es incompatible con la verdad que esconde la Palabra no puede ser sacrificado. Ser cristiano coherente implica un gran desafío; un desafío que se debe asumir con valentía. Un desafío que implica seguir una doctrina y una moral reveladas, a la luz de la razón y de la autoridad divina que no puede contravenirse. ¡Que limitado sería Dios si después de haberse hecho hombre y habernos redimido del pecado, permitiese que el hombre viviera con lo subjetivo de los acontecimientos!
La pregunta es directa: Si el don de la integridad cristiana es ser coherentes ¿Soy de verdad coherente o he aprendido a vivir con mis contradicciones porque soy como soy y nada ni nadie puede cambiarme?

¡Señor, ayúdame con la fuerza deTu Espíritu a conocerme mejor, a identificar los rasgos de mi manera de ser y de comportarme, de aprender de mis fortalezas y debilidades, de sacar partido de mis posibilidades y límites, de mejorar mis virtudes y limar mis defectos, de no complacerme en mis aciertos y aprender de mis errores! ¡Señor, con la fuerza de tu Espíritu ayúdame a distinguir entre los sufrimientos padecidos, los buscados, los deseados y los no comprendidos; a saber distinguir las alegrías positivas de las merecidas!¡Señor, tú me conoces perfectamente, tú sabes todo lo que hago y lo que anida en mi corazón, tú penetras desde lejos mis ideas; tú me ves, mientras camino o mientras descanso; tú sabes cada cosa que emprendo o abandono; tú sabes cuáles serán mis palabras antes de pronunciarlas; lees mis labios! ¡Señor, tu mano siempre me rodea, no me dejes caer! ¡Oh Dios, ponme a prueba y mira si mis pasos van hacia la perdición y guíame por el camino eterno! ¡Ayúdame a conocerme mejor a mi mismo para conocerte mejor a Ti!
En este primer día de agosto nos unimos a las intenciones del Santo Padre que pide que en este mes recemos por los artistas de nuestro tiempo, para que, a través de las obras de su creatividad, nos ayuden a todos a descubrir la belleza de la creación.
Dios te hizo tan bien, cantamos hoy:

sábado, 29 de julio de 2017

Mi semana en la Santa Misa

desdedios
La Eucaristía del domingo es una fiesta sagrada, alegre, llena de luz. Aunque uno asista a Misa cada día de la semana, el domingo tiene algo especial. Es el encuentro con la asamblea reunida en comunidad, en la solemnidad del encuentro con el Señor. Me gusta la Misa dominical porque, en este encuentro de amor, de acción de gracias, de adoración, de glorificación, de contricción profunda… te pones en cuerpo y alma ante el altar con la historia personal que has vivido durante la semana que termina y con el compromiso de mejorar y cambiar en la nueva historia de siete días que se presenta. Es una ceremonia que exige entregarse con el corazón abierto y con toda la potencialidad del alma.
A la Misa acudo con la mochila de mis alegría y mis penas, con mis sufrimientos y mis esperanzas, con mi anhelos y mis frustraciones. Acudo con cada uno de los miles de retazos de la semana que he dejado atrás profundamente enraizados en el corazón. Para lo bueno y para lo malo. Las cosas positivas para dar gracias a Dios por ellas, las negativas para ponerlas en manos del Señor y ayudarme a superarlas y mejorar en el caso de tener que cambiar algo.
Esta mochila también esta repleta de imágenes. Es un mosaico de rostros que se han impregnado en mi corazón. Son las personas que se han cruzado conmigo durante la semana. A Dios los entrego durante la Eucaristía y también a María, la gran intercesora. Cada uno tendrá sus intenciones que desconozco pero que el Padre, que está en los cielos y que lee en lo más profundo de sus corazones, sabrá que es lo que más les conviene. Todos ellos me acompañan en la Eucaristía del domingo.
La Eucaristía es un acto de amor de Dios en el que uno puede ser autentico partícipe. ¿Alguien lo duda?

¡Señor, te doy infinitas gracias por tu presencia en la Eucaristía! ¡Gracias, Señor, porque en la Santa Cena partiste el pan y el vino para alimentar nuestra alma y nuestra vida, para saciar nuestra hambre y sed de ti! ¡Gracias, Señor, porque ofreces tu Cuerpo bendito y tu Sangre preciosa! ¡Gracias, Señor, por esta entrega tan generosa y amorosa que llena cada día mi vida! ¡Gracias, Señor, porque la Eucaristía es una celebración comunitaria en la que Tú te sientas junto a nosotros para compartir tu amor! ¡Qué hermoso y gratificante para el corazón, Señor! ¡Gracias, porque por esta unión tan íntima contigo cada vez que te recibo en la Comunión, en este encuentro especial con el Amor de los Amores, que serena mi alma y apacigua mi corazón! ¡Señor, tu conoces mis fragilidades, mis debilidades, mis flaquezas, mis miserias, mi necesidad de Ti y aún así quieres quedarte a mi lado todos los días! ¡Solo por esto, gracias Señor! ¡Señor, Tú sabes que en la Eucaristía diaria se fortalece mi ánimo, se acrecienta mi amor por Ti y por los demás, se revitaliza mi entusiasmo, se agranda mi confianza y se hace fuerte mi corazón! ¡Te amo, Jesús, por este gran don de la Eucaristía en el que te das a Ti mismo como el mayor ofrecimiento que nadie puede dar! ¡Gracias, porque cada vez que el sacerdote eleva la Hostia allí estás Tú inmolado sobre la blancura del mantel que cubre el altar! ¡Gracias, Señor, por todos los beneficios que cada día me reporta la Comunión!
Pan de Vida, le cantamos al Señor: