Italo Calvino
Tengo la
impresión de que no es la primera vez que me encuentro en esta situación: con
el arco apenas flojo en la mano izquierda tendida hacia adelante, la mano
derecha contraída atrás, la flecha F suspendida en el aire a casi un tercio de
su trayectoria y, un poco más allá, suspendido también en el aire y también a
casi un tercio de su trayectoria, el león L en el acto de saltar sobre mí con
las fauces abiertas y las garras extendidas. Dentro de un segundo sabré si la
trayectoria de la flecha y la del león vendrán o no a coincidir en un punto X
atravesado tanto por L como por F en el mismo segundo tx, es decir, si el león
se desplomará en el aire con un rugido sofocado por el borbotón de sangre que
le inundará la negra garganta atravesada por la flecha, o si caerá incólume
sobre mí derribándome con un doble zarpazo que me desgarrará el tejido muscular
de los hombros y del tórax, mientras su boca, cerrándose con un simple golpe de
mandíbulas, me separará la cabeza del cuello a la altura de la primera
vértebra.
Tan numerosos y
complejos son los factores que condicionan el movimiento parabólico tanto de
las flechas como de los felinos, que no me permiten por el momento juzgar cuál
de sus eventualidades es más probable. Me encuentro pues en una de esas
situaciones de incertidumbre y espera en las que no se sabe realmente qué
pensar. Y el pensamiento que se me presenta es éste: me parece que no es la
primera vez.
No quiero
referirme aquí a otras experiencias mías de caza: el arquero, apenas cree que
ha adquirido experiencia, está perdido; cada león que encontramos en nuestra
breve vida es diferente de cualquier otro león; guay si nos detenemos a hacer
confrontaciones, a deducir nuestros movimientos de normas y presuposiciones.
Hablo de este león L y de esta flecha F que han llegado ahora a casi un tercio
de sus respectivas trayectorias.
Y tampoco puedo
ser incluido entre los que creen en la existencia de un león primero y
absoluto, del cual todos los diversos leones particulares y aproximativos que
nos saltan encima son sólo sombras o apariencias. En nuestra dura vida no hay
lugar para nada que no sea concreto y captable por los sentidos.
Igualmente
extraña me es la opinión del que dice que cada uno lleva en sí desde su
nacimiento un recuerdo de león que amenaza en sus sueños, heredado de padre a
hijo, y así cuando ve un león se dice en seguida: ¡vaya, el león! Podría
explicar por qué y cómo he llegado a excluirlo, pero no me parece que sea éste
el momento oportuno.
Básteme decir
que por «león» entiendo sólo esta mancha amarilla que emerge de un matorral de
la sabana, este bufido ronco que exhala olor de carne sanguinolento, y el pelo
blanco del vientre y el rosa bajo las zarpas, y el ángulo agudo de las uñas
retráctiles como las veo ahora cerniéndose sobre mí en una mezcla de
sensaciones que llamo «león» por darle un nombre, aunque está claro que no
tiene nada que ver con la palabra león ni tampoco con la idea de león que uno
podría hacerse en otras circunstancias.
Si digo que
este instante que estoy viviendo no es la primera vez que lo vivo, es porque la
sensación que tengo es como de un ligero desdoblarse de imágenes, como si al
mismo tiempo viera no un león o una flecha sino dos o más leones y dos o más
flechas superpuestos con un corrimiento apenas perceptible, de modo que los
contornos sinuosos de la figura del león y el segmento de la flecha resultan
subrayados o mejor aureolados por líneas más sutiles y de color más esfumado.
El desdoblamiento sin embargo podría ser solamente una ilusión con la cual me
represento una sensación de espesor de otro modo indefinible, por la cual león
flecha matorral son algo más que este león esta flecha este matorral, es decir,
la repetición interminable de león flecha matorral dispuestos en esa precisa relación
con una interminable repetición de mí mismo en el momento en que apenas he
aflojado la cuerda de mi arco.
No quisiera sin
embargo que esta sensación como la he descrito se asemejase demasiado al
reconocimiento de algo ya visto, flecha en esa posición y león en aquella otra
y recíproca relación entre las posiciones de la flecha y del león y de mí
plantado aquí con el arco en la mano; preferiría decir que lo que he reconocido
es solamente el espacio, el punto del espacio en que se encuentra la flecha y que
estaría vacío si la flecha no estuviera, el espacio vacío que ahora contiene al
león y el que me contiene ahora a mí, como si en el vacío del espacio que
ocupamos, o mejor atravesamos - es decir, que el mundo ocupa o, mejor,
atraviesa -, algunos puntos me hubieran resultado reconocibles en medio de
todos los otros puntos igualmente vacíos e igualmente atravesados del mundo. Y
que quede bien claro: no es que este reconocimiento suceda en relación, por
ejemplo, con la configuración del terreno, con la distancia del río o de la
selva; el espacio que nos circunda es un espacio siempre diverso, lo sé, sé que
la Tierra es un cuerpo celeste que se mueve en medio de otros cuerpos celestes
que se mueven, sé que ninguna señal, ni en la Tierra ni en el cielo, puede
servirme de punto de referencia absoluto, tengo siempre presente que las
estrellas giran en la rueda de la galaxia y las galaxias se alejan una de la
otra con velocidad proporcional a la distancia. Pero la sospecha que me ha
asaltado es justamente ésta: haber llegado a encontrarme en un espacio que no
me es nuevo, haber vuelto a un punto por el cual ya habíamos pasado. Y como no
se trata sólo de mí sino también de una flecha y de un león, no es el caso de
pensar que sea un azar: aquí se trata del tiempo, que continúa recorriendo una
huella que ya ha recorrido. Podría pues definir como tiempo y no como espacio
ese vacío que me ha parecido reconocer al atravesarlo.
La pregunta que
ahora me hago es si un punto del recorrido del tiempo puede superponerse a puntos
de recorridos precedentes. En este caso, la impresión de espesor de las
imágenes se explicaría como la palpitación repetida del tiempo en un instante
idéntico. Podría también darse, en ciertos puntos, un pequeño corrimiento entre
un recorrido y el otro: imágenes ligeramente desdobladas o desenfocadas serían
el indicio de que el trazado del tiempo está un poco desgastado por el uso y
deja un sutil margen de juego en torno a sus pasajes obligados. Pero aunque no
se tratase de un momentáneo efecto óptico, queda el acento como de una cadencia
que me parece oír palpitar en el instante que estoy viviendo. No quisiera sin
embargo que lo que he dicho hiciese pensar que este instante está como dotado
de una especial consistencia temporal en la serie de instantes que lo preceden
y lo siguen: desde el punto de vista del tiempo es exactamente un instante que
dura como los otros, indiferente a su contenido, suspendido en su carrera entre
el pasado y el futuro; lo que me parece haber descubierto es su recorrer
puntual en una serie que se repite cada vez idéntica a sí misma.
En una palabra,
todo el problema, ahora que la flecha traspasa el aire con un silbido y el león
se arquea en su salto y no se puede prever todavía si la punta embebida en el
veneno de serpiente traspasará el pelo leonado entre los ojos desorbitados o si
errará el blanco abandonando mis vísceras inermes al desgarrón que las separará
de la urdimbre de huesos donde están ahora ancladas y las arrastrará dispersas
por el suelo ensangrentado y polvoriento hasta que antes de la noche los
cuervos y los chacales hayan borrado la última huella; todo el problema para mí
es saber si la serie de que forma parte este segundo está abierta o cerrada.
Porque si, como me parece haber oído sostener alguna vez, es una serie finita,
si el tiempo del universo ha comenzado en cierto momento y continúa en una
explosión de estrellas y nebulosas cada vez más enrarecidas hasta el momento en
que la dispersión alcance el límite extremo y estrellas y nebulosas vuelvan a
concentrarse, la consecuencia que debo sacar es que el tiempo volverá sobre sus
pasos, que la cadena de los minutos se desenrollará en sentido inverso, hasta
que se llegue de nuevo al principio, para recomenzar después, todo esto
infinitas veces - y no está dicho, entonces, que haya tenido un comienzo: el
universo no hace sino pulsar entre dos momentos extremos, obligado a repetirse
desde siempre -, así como infinitas veces se ha repetido y se repite este
segundo en que ahora me encuentro.
Tratemos pues
de ver claro: yo me encuentro en un punto espaciotemporal intermedio cualquiera
de una fase del universo; al cabo de centenares de millares de billones de
segundos he aquí que la flecha y el león y yo y el matorral nos hemos
encontrado como nos encontramos ahora, y este segundo será de inmediato tragado
y sepultado en la serie de los centenares de millares de billones de segundos
que continúa, independientemente del resultado que tenga de aquí a un segundo
el vuelo convergente o corrido del león y de la flecha; después en cierto
momento la carrera invertirá su sentido, el universo repetirá su curso a la
inversa, de los efectos resurgirán puntuales las causas, e incluso de estos
efectos que me esperan y que no conozco, de una flecha que se clava en el suelo
levantando una nube amarilla de polvo y menudas astillas de sílex o que
traspasa el paladar de la fiera como un nuevo diente monstruoso, se regresará
al momento que ahora estoy viviendo, la flecha volviendo a empulgarse como
chupada en el arco tenso, el león cayendo detrás del matorral sobre las zarpas
posteriores contraídas a resorte, y todo el después será poco a poco borrado
segundo por segundo por el retorno del antes, será olvidado en el descomponerse
de los miles de millones de combinaciones de neuronas dentro de los lóbulos de
los cerebros, de modo que nadie sabrá que vive en el reverso del tiempo como ni
siquiera yo ahora estoy seguro de cuál es el sentido en que se mueve el tiempo
en que me muevo, y si el después que espero no ha sucedido ya en realidad hace
un segundo, llevando consigo mi salvación o mi muerte.
Lo que me
pregunto es si, considerando que a este punto de todos modos se ha de volver,
no es cosa de que yo me detenga, que me detenga en el espacio y en el tiempo,
mientras la cuerda del arco apenas aflojada se curva en la dirección opuesta a
aquella hacia la cual había estado anteriormente tendida, y mientras el pie
derecho apenas aliviado del peso del cuerpo se levanta en una torsión de
noventa grados, y de que esté así inmóvil esperando que de la oscuridad del
espaciotiempo vuelva a salir el león y a disponerse contra mí con las cuatro
zarpas altas en el aire, y la flecha vuelva a insertarse en su trayectoria en
el punto exacto en que está ahora. ¿Para qué sirve en realidad seguir si antes
o después tendremos que encontrarnos en esta situación? Da lo mismo que yo me
conceda un descanso de unas decenas de miles de millones de años, y deje que el
resto del universo continúe su carrera espacial y temporal hasta el fin, y
espere el viaje de retorno para saltar de nuevo dentro, y después volver atrás
en la historia mía y del universo hasta los orígenes, y después recomenzar otra
vez para encontrarme aquí de nuevo - o que deje que el tiempo vuelva atrás por
su cuenta y después vuelva a acercárseme mientras yo estoy siempre quieto
esperando -, y ver entonces si la vez es buena para decidirme a dar el otro
paso, para ir a dar una ojeada a lo que me sucederá dentro de un segundo, o si
no me conviene detenerme definitivamente aquí. Para eso no es necesario que mis
partículas materiales sean sustraídas a su curso espaciotemporal, a la
sanguinaria efímera victoria del cazador o del león: estoy seguro de que una
parte de nosotros queda de todos modos enviscada en cada intersección del
tiempo y, del espacio, y por lo tanto bastaría no separarse de esa parte,
identificarse con ella, dejando que el resto gire como debe girar hasta el
final.
Se me presenta,
en suma, esta posibilidad: constituir un punto fijo en las fases oscilantes del
universo. ¿Debo aprovechar la ocasión o mejor dejarla pasar? Detenerme, quizá
me detendría no yo solo, cosa que, me doy cuenta, tendría poco sentido, sino yo
junto con lo que sirve para definir este instante para mí, flecha león arquero
suspendidos así como estamos para siempre. Me parece en realidad que si el león
supiera claramente cómo están las cosas, de seguro también él estaría de
acuerdo en permanecer como se encuentra ahora, a casi un tercio de la
trayectoria de su salto furioso, y en separarse de aquella proyección de sí
mismo que dentro de un segundo irá al encuentro de los rígidos espasmos de la
agonía o de la masticación rabiosa de un cráneo humano todavía caliente. Puedo
hablar, pues, no sólo por mí, sino también en nombre del león. Y en nombre de
la flecha, porque una flecha no puede querer sino ser flecha como lo es en este
rápido momento, y aplazar el destino de desperdicio romo que le espera,
cualquiera que sea el blanco en que dé.
Establecido,
pues, que la situación en que nos encontramos ahora yo y león y flecha en este
instante t0 se verificará dos veces para cada vaivén del tiempo, idéntica las
tres veces, y así ya se había repetido tantas veces cuantas el universo ha
repetido su diástole y su sístole en el pasado - si es que tiene sentido hablar
de pasado y de futuro para la sucesión de estas fases, cuando sabemos que no
tiene ninguno en el interior de las fases -, queda siempre la incertidumbre
sobre las situaciones en los sucesivos segundos t1, t2, t3, etcétera, así como
parecía incierta en los precedentes t-1, t-2, t-3, etcétera.
Las
alternativas, mirándolo bien, son éstas:
o las líneas
espaciotemporales que el universo sigue en las fases de su pulsación coinciden
en todos sus puntos;
o bien
coinciden sólo en algunos puntos excepcionales, como el segundo que estoy
viviendo, para diverger después en los otros.
Si esta última
alternativa es la justa, desde el punto espaciotemporal en que me encuentro
parte un haz de posibilidades que cuanto más avanzan en el tiempo más divergen
en cono hacia futuros completamente diferentes entre sí, y a cada vez que me
encuentre aquí con la flecha y el león en el aire corresponderá un diferente
punto X de intersección de sus trayectorias, cada vez el león será herido de
manera diferente, tendrá una agonía diferente o encontrará en medida diferente nuevas
fuerzas para reaccionar, o no será herido y se arrojará sobre mí cada vez de
una manera diferente dejándome o no dejándome posibilidad de defensa, y mis
victorias y mis derrotas en la lucha con el león se revelan potencialmente
infinitas, y cuantas más veces sea yo despedazado tantas más probabilidades
tendré de dar en el blanco la próxima vez que me encuentre aquí de nuevo dentro
de miles de millones de años, y sobre esta situación mía de ahora no puedo
emitir ningún juicio porque en caso de que yo esté viviendo la fracción de
tiempo inmediatamente anterior a la garra de la fiera, éste sería el último
momento de una época feliz, mientras que si lo que me espera es el triunfo con
que la tribu acoge al cazador de leones victorioso, esto que estoy viviendo es
el colmo de la angustia, el punto más negro del descenso a los infiernos que
debo cumplir para merecer la apoteosis. De esta situación, pues, me conviene
huir sea como fuere lo que me aguarda, porque si hay un intervalo de tiempo que
no cuenta nada es justamente éste, definible sólo en relación con el que le
sigue, es decir, en sí mismo este segundo no existe, y no hay ninguna
posibilidad no sólo de detenerse en él sino de atravesarlo lo que dura un
segundo, en suma, es un salto del tiempo entre el momento en que el león y la
flecha han emprendido su vuelo y el momento en que un chorro de sangre
irrumpirá de las venas del león o de las mías.
Añádase que si
de este segundo parten en cono infinitas líneas de posibles futuros, las mismas
líneas provienen oblicuas de un pasado que es también un cono de posibilidades
infinitas, por lo tanto el yo mismo que se encuentra ahora aquí con el león que
se le desploma desde lo alto y con la flecha que abre su camino en el aire, y
un yo mismo cada vez diferente porque el pasado la edad la madre el padre la
tribu la lengua la experiencia son diferentes cada vez, el león es siempre otro
león aunque sea exactamente así como lo veo cada vez, con la cola que en el
salto se ha replegado acercando el mechón al flanco derecho en un movimiento
que podría ser tanto un latigazo como una caricia, con las crines tan abiertas
que tapan a mi vista gran parte del pecho y del torso y sólo dejan surgir
lateralmente las zarpas anteriores levantadas como preparándose para un abrazo
jubiloso pero en realidad prontas a hundirme las uñas en los hombros con todas
sus fuerzas, y la flecha está hecha de una materia siempre diferente, aguzada
con diferentes instrumentos, envenenada con disímiles serpientes, pero siempre
atravesando el aire con la misma parábola y el mismo silbido. Lo que no cambia
es la relación entre yo flecha león en ese instante de incertidumbre que se
repite igual, incertidumbre cuya apuesta es la muerte, pero es preciso
reconocer que si esta muerte inminente es la muerte de un yo con diferente
pasado, de un yo que ayer por la mañana no ha estado recogiendo raíces con mi
prima, es decir, mirándolo bien, otro yo, de un extraño, quizá de un extraño
que ayer por la mañana estuvo recogiendo raíces con mi prima, por lo tanto de un
enemigo, aunque aquí en mi lugar las otras veces en cambio de estar yo había
otro, no es que me importe ya mucho saber si la vez antes o la vez después la
flecha dio o no en el león.
En este caso
entonces queda excluido que el detenerme en t0 por todo el curso del espacio y
del tiempo tenga para mí interés. Se mantiene siempre sin embargo la otra
hipótesis: así como en la vieja geometría bastaba que las líneas coincidieran
en dos puntos para que coincidieran en todos, así puede darse que las líneas
espaciotemporales trazadas por el universo en sus fases alternas coincidan en
todos sus puntos y entonces no sólo t0 sino también t1 y t2 y todo lo que
vendrá después coincidirán con los respectivos t1, t2, t3 de las otras fases, y
así todos los segundos precedentes y siguientes, y yo estaré reducido a tener
un solo pasado y un solo futuro repetidos infinitas veces antes y después de
este momento. Cabe sin embargo preguntarse si tiene sentido hablar de
repetición cuando el tiempo consiste en una serie única de puntos tales que no
permiten variaciones ni en su naturaleza ni en su sucesión: bastaría entonces
decir que el tiempo es finito y siempre igual a sí mismo, y por lo tanto puede
considerarse como dado contemporáneamente en toda su extensión formando una
pila de estratos de presente; es decir, se trata de un tiempo absolutamente
lleno, en cuanto cada uno de los átomos en que es descomponible constituye como
un estrato que está continuamente presente, inserto entre otros estratos
también continuamente presentes. En resumen, el segundo t0 en el que están la
flecha F0 y un poco más allá el león L0 y aquí el yo mismo Q0 es un estrato
espaciotemporal que permanece detenido e idéntico para siempre, y junto a ese
se dispone t, con la flecha F, y el león L, y el yo mismo Q, que han cambiado
ligeramente sus posiciones, y, allí al lado está t2 que contiene F2, L2 y Q2 y
así sucesivamente. En uno de esos segundos puestos en fila resulta claro quién
vive y quién muere entre el león Ln y el yo mismo Qn, y en los segundos siguientes
seguramente se están desenvolviendo: o los festejos de la tribu al cazador que
vuelve con los despojos del león, o los funerales del cazador mientras a través
de la sabana se difunde el terror al paso del león asesino. Cada segundo es
definitivo, cerrado, sin interferencias con los otros, y yo Q0. aquí en mi
territorio t0, puedo estar absolutamente tranquilo y desinteresarme de lo que
contemporáneamente está sucediendo a Q1, Q2, Q3, Qn. en los respectivos
segundos vecinos míos, porque en realidad los leones L1, L2, L3, Ln no podrán
jamás ocupar el lugar del notorio y todavía inofensivo aunque amenazante L0,
mantenido a raya por una flecha en vuelo F0 portadora aún en sí de esa potencia
mortífera que podría revelarse desperdiciada por F1, F2, F3, Fn, en su
disponerse en segmentos de trayectoria cada vez más distantes del blanco,
ridiculizándome como el arquero más chambón de la tribu, o mejor ridiculizando
como chambón a aquel Q0, que en t-1 apunta con su arco.
Sé que la
comparación con los fotogramas de una película, se impone espontáneamente, pero
si he evitado hasta ahora hacerla he tenido mis razones. Es cierto que cada
segundo está encerrado en sí mismo y es incomunicable con los otros exactamente
corno un fotograma, pero para definir su contenido no bastan los puntos Q0 L0,
F0, con los cuales lo limitaremos a una escenita de caza del león, todo lo
dramática que se quiera pero desde luego no muy vasta de horizontes; lo que ha
de tenerse en cuenta contemporáneamente es la totalidad de los puntos contenidos
en el universo en ese segundo t0, no uno exclusivamente, y entonces el
fotograma es mejor quitárselo de la cabeza porque no hace más que confundir las
ideas.
De modo que yo
ahora que he decidido habitar para siempre este segundo t0 - y si no lo hubiera
decidido sería lo mismo porque en cuanto Q0 no puedo habitar ningún otro -
tengo toda la comodidad para mirar a mi alrededor y contemplar segundo en toda
su extensión. Aquel abarca a mi derecha un río negreante de hipopótamos, a mi
izquierda la sabana blanconegreante de cebras y esparcidos en varios puntos del
horizonte algunos baobabs amarillonegreantes de tucanes, cada uno de estos
elementos contramarcado por las posiciones que ocupan respectivamente los
hipopótamos H(a)0, H(b)0, H(c)0, etcétera, las cebras C(a)0, C(b)0, C(c)0,
etcétera, los tucanes T(a)0, T(b)0, T(c)0, etcétera. Aquel comprende además
aldeas de caballas y almacenes de importaciones y exportaciones, plantaciones
que ocultan bajo tierra millares de semillas en momentos diversos de su proceso
de germinación, desiertos interminables con la posición de cada granito de
arena G(a)0, G(b)0... G(n)0 transportado por el viento, ciudades de noche con
ventanas iluminadas y ventanas apagadas, ciudades de día con semáforos rojos y
amarillos y verdes, curvas de la productividad, índices de precios,
cotizaciones de bolsa, propagaciones de enfermedades infecciosas con la
posición de cada uno de los virus, guerras locales con ráfagas de balas B(a)0,
B(b,)0, B(n)0, suspendidas en su trayectoria que quién sabe si herirán a los
enemigos E(a)0, E(b)0, E(n)0 escondidos entre las hojas, aeroplanos con racimos
de bombas que han de, ser soltadas, guerra total implícita en la situación
internacional IS0 que no se sabe en qué momento se convertirá en guerra total
explícita, explosiones de estrellas supernovas que podrían cambiar radicalmente
la configuración de nuestra galaxia...
Cada segundo es
un universo, el segundo que vivo es el segundo en que habito, the second I live
is the second I live in, tengo que habituarme a pensar mi razonamiento
contemporáneamente en todas las lenguas posibles si quiero vivir extensivamente
mi instante-universo. A través de las combinaciones de todos los datos
contemporáneos podré alcanzar un conocimiento objetivo del instante-universo t0
en toda su extensión espacial yo incluido, dado que en el interior de t0 yo Q0
no estoy determinado por mi pasado Q-1 Q-2 Q-3 etcétera sino por el sistema
constituido por todos los tucanes T0, balas B0, virus V0, sin los cuales no
podría establecerse que yo soy Q0. Más aún, dado que ya no me preocupa qué le
ocurrirá a Q1, Q2 Q3 etcétera, no es cosa de que siga adoptando el punto de
vista subjetivo que me ha guiado hasta aquí, puedo identificarme tanto conmigo
como con el león o con el granito de arena o con el índice del costo de la vida
o con el enemigo o con el enemigo del enemigo.
Para hacer esto
basta establecer con exactitud las coordenadas de todos esos puntos y calcular
algunas constantes. Podría por ejemplo poner de relieve todas las componentes
de suspensión e incertidumbre que valen tanto para mí como para el león la
flecha las bombas el enemigo y el enemigo del enemigo, y definir t0 como un
momento de suspensión e incertidumbre universal. Pero esto no me dice todavía
nada de sustancial sobre t0 porque admitiendo que se trata de un momento de
todos modos terrible como me parece ya probado, podría ser tanto un momento
terrible en una serie de momentos de terribilidad creciente como un momento
terrible en una serie de terribilidad decreciente y por lo tanto ilusoria. En
otras palabras, esta firme pero relativa terribilidad de t0 puede asumir
valores completamente diferentes, por cuanto t1, t2, t3 pueden transformar la
sustancia de t. de manera radical, o mejor dicho son los varios t, de Q1, L1,
E(a), N(a) los que tienen el poder de determinar las cualidades fundamentales
de t0.
Aquí me parece
que las cosas comienzan a complicarse: mi línea de conducta es encerrarme en
t0, y no saber nada de lo que sucede fuera de este segundo, renunciando a un
punto de vista limitadamente personal para vivir t0 en su global configuración
objetiva, pero esta configuración objetiva se puede captar no desde el interior
de t0 sino sólo observándola desde otro instante-universo, por ejemplo desde
t0, o desde t2, y no desde toda su extensión contemporáneamente sino adoptando
decididamente un punto de vista, el del enemigo o el del enemigo del enemigo,
el del león o el de mí mismo.
Recapitulando:
para detenerme en t0 debo establecer una configuración objetiva de t0; para
establecer una configuración objetiva de t0 debo desplazarme a t1; para
desplazarme a t1, debo adoptar una perspectiva subjetiva cualquiera, por lo
tanto da lo mismo que tenga la mía. Recapitulando una vez más: para detenerme
en el tiempo debo moverme con el tiempo, para llegar a ser objetivo debo
mantenerme subjetivo.
Veamos ahora
cómo comportarme en la práctica: quedando establecido que yo como Q0 conservo
mi residencia fija en t0, podré entre tanto hacer una escapada lo más rápida
posible a t1, y si no basta, continuar hasta t2 y t3 identificándome
provisionalmente con Q1, Q2 y Q3, todo esto naturalmente en la esperanza de que
la serie Q continúe y no sea prematuramente truncada por las uñas combadas de
L1, L2, L3, porque sólo así podré darme cuenta de cómo se configura mi posición
de Q0 en t0, que es la única cosa que debe importarme.
Pero el peligro
que corro es que el contenido de t1, del instante-universo t1, sea tanto más
interesante, tanto más rico que t0 en emociones y sorpresas no sé si triunfales
o ruinosas, que yo esté tentado de dedicarme todo a t1, dando la espalda a t0,
olvidándome de que he pasado a t1, sólo para informarme mejor sobre t0. Y en
esta curiosidad por t1, en este ilegítimo deseo de conocimiento por un
instante-universo que no es el mío, al querer darme cuenta de si hago realmente
un buen negocio permutando mi estable y segura ciudadanía en t0 por esa porción
de novedad que es t1, puede ofrecerme, podré dar un paso hasta t2, cosa de
tener una idea más objetiva de t1; y ese paso a t2, a su vez...
Si las cosas
son así, ahora me doy cuenta de que mi situación no cambiaría en nada ni
siquiera abandonando las hipótesis de las cuales he partido, esto es,
suponiendo que el tiempo no conozca repeticiones y consista en una serie
irreversible de segundos uno diferente del otro, y cada segundo suceda de una
vez para siempre, y que habitarlo en su duración exacta de un segundo quiera
decir habitarlo para siempre, y que t0 me interesa solamente en función de los
t1, t2, t3 que le siguen, con su contenido de vida o de muerte como
consecuencia del movimiento que ha cumplido disparando la flecha, y del
movimiento que ha cumplido el león dando su salto, e incluso de los otros
movimientos que el león y yo haremos en los próximos segundos, y del miedo que
por toda la duración de un interminable segundo me tiene petrificado, tiene
petrificado en vuelo al león y a la flecha a mi vista, y el segundo, t0
fulmíneo como ha llegado fulmíneamente ahora se dispare en el segundo sucesivo,
y trace sin más dudas la trayectoria del león y de la flecha.
FIN
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Sadrac 2000