Quién mira afuera, sueña; quién mira adentro, despierta.(Carl Gustav Jung)Los grandes espíritus siempre han encontrado oposición violenta de los mediocres. Éstos últimos no pueden entender cuando un hombre no se rinde sin pensar a prejuicios hereditarios, sino que franca y valientemente usa su inteligencia.(Albert Einstein)Todas las verdades son fáciles de entender una vez que son descubiertas; el punto es descubrirlas.(Galileo)
No
intentes estudiar la más elevada de todas las ciencias si no has
decidido de antemano entrar en el sendero de la Virtud, porque aquellos
que no son capaces de sentir la Verdad no comprenderán mis palabras.
Únicamente
aquellos que entren en el Reino de los Cielos comprenderán los
Misterios Divinos, y cada uno de ellos aprenderá la Verdad y la
Sabiduría sólo en la medida de su capacidad para recibir en el corazón
la Luz Divina de la Verdad. Para aquellos cuya vida consiste únicamente
en la mera luz de su ego intelectual, los Misterios Divinos de la
Naturaleza no serán comprensibles, porque las palabras que pronuncia la
Luz no son oídas por sus Almas; únicamente aquel que se desliga de su
ego o propio yo puede Conocer la Verdad, porque la Verdad sólo es
posible conocerla en la Región del Bien Absoluto.
Todo
cuanto existe es producto de la actividad del Espíritu. La más elevada
de todas las Ciencias es aquella por cuyo medio aprende el hombre a
conocer el lazo de unión entre la inteligencia espiritual y las formas
corpóreas. Entre el Espíritu y la Materia no existen las líneas de
separación marcadas, pues entre ambos extremos se presentan todas las
gradaciones posibles.
Dios
es Fuego, emitiendo la Luz más pura. Esta Luz es Vida, y las
gradaciones existentes entre la Luz y las Tinieblas se hallan fuera de
la concepción humana. Cuanto más nos aproximamos al centro de la Luz,
tanta mayor es la fuerza que recibimos, y tanto mayor poder y actividad
resultan. El destino del hombre es elevarse hasta aquel Centro
Espiritual de Luz, por sus propios medios. El hombre primordial era un
Hijo de aquella Luz. Permanecía en un estado de Perfección Espiritual
muchísimo más elevado que en el presente, en que ha descendido a un
estado más material asumiendo una forma corpórea y grosera. Para
ascender de nuevo a su altitud primera, tiene que volver atrás en el
sendero por el cual descendió.
Cada
uno de los objetos animados de este mundo obtiene su vida y su
actividad gracias al Poder del Espíritu; los elementos groseros hállanse
regidos por los más sutiles, y estos a su vez por otros que lo son
todavía más, hasta llegar al poder puramente espiritual y divino, y de
este modo, Dios influye en todo y lo gobierna todo. En el hombre existe
un germen de Poder Divino, germen que desarrollándose, puede llegar a
convertirse en un árbol del cual cuelguen frutos maravillosos. Pero este
germen puede únicamente desenvolverse gracias a la influencia del calor
que radia en torno del Centro Flamígero del Gran Sol Espiritual, y en
la medida en que nos aproximamos a la Luz, es este calor sentido.
Desde
el centro o causa suprema y original, radian continuamente poderes
activos, difundiéndose a través de las formas que su actividad eterna ha
producido, y desde estas formas radian otra vez hacia la causa primera,
dando lugar con esto a una cadena ininterrumpida en donde todo es
actividad, luz y vida. Habiendo el hombre abandonado la radiante esfera
de luz, se ha hecho incapaz de contemplar el pensamiento, la voluntad y
la actividad del Infinito en su unidad, y en la actualidad tan sólo
percibe la imagen de Dios en una multiplicidad de imágenes varias. Así
es que él contempla a Dios bajo un número de aspectos casi infinito,
pero el mismo Dios permanece uno. Todas estas imágenes deben recordarle
la exaltada situación que un tiempo ocupó y a la reconquista de la misma
deben tender todos sus esfuerzos.
A
menos que se esfuerce en elevarse a mayor altura espiritual, ira
sumiéndose cada vez más profundamente en la sensualidad, y le será
entonces mucho más difícil el volver a su estado primero.
Durante
nuestra vida terrestre actual nos encontramos rodeados de peligros, y
para defendernos nuestro poder es bien poco. Nuestros cuerpos materiales
nos mantienen encadenados al reino de lo sensual y un millar de
tentaciones se lanzan sobre nosotros todos los días. De hecho, sin la
reacción del espíritu, la acción del principio animal en el hombre
rápidamente lo arrastraría al cieno de la sensualidad, en donde su
humanidad desaparecería en último resultado. Sin embargo, este contacto
con lo sensual es necesario para el hombre, pues le proporciona la
fuerza sin la cual no sería capaz de elevarse. El poder de la voluntad
es el que permite al hombre elevarse, y aquel en quien la voluntad ha
llegado a un tal estado de pureza que es una y la misma con la voluntad
de Dios, puede, incluso durante su vida en la tierra, llegar a ser tan
espiritual que contemple y comprenda en su unidad al reino de la
inteligencia.
Un hombre
tal puede llevar a cabo cualquier cosa; porque unido con el Dios
universal, todos los poderes de la naturaleza son sus propios poderes, y
en él se manifestarán la armonía y la unidad del todo. Viviendo en lo
eterno, no se halla sujeto a las condiciones de espacio y de tiempo,
porque participa del poder de Dios sobre todos los elementos y poderes
que en los mundos visible e invisible existen, y comparte y goza de la
gloria (conciencia) de lo que es eterno. Diríjanse todos tus esfuerzos a
alimentar la tierna planta de virtud que en tu seno crece. Para
facilitar su desarrollo purifica tu Voluntad y no permitas que las
ilusiones de la sensualidad y del tiempo te tienten y te engañen; y cada
uno de los pasos que des en el sendero que a la vida eterna conduce, te
encontrarás con un aire más puro, con una vida nueva, con una luz más
clara, y a medida que asciendas hacia lo alto aumentará la expansión de
tu horizonte mental.
La inteligencia sola no conduce a la
sabiduría. El espíritu lo conoce todo, y sin embargo ningún hombre le
conoce. La inteligencia sin Dios enloquece, empieza a adorarse a sí
misma y rechaza la influencia del Espíritu Santo. ¡Ah, cuán poco
satisfactoria y engañosa es una tal inteligencia sin espiritualidad!
¡Cuán pronto perecerá! El espíritu es la causa de todo, ¡y cuán pronto
cesará de brillar la luz de la más brillante de las inteligencias una
vez abandonada por los rayos de vida del sol del espíritu!
Para
comprender los secretos de la sabiduría no basta el especular y el
inventar teorías acerca de los mismos. Lo que principalmente se
necesita es sabiduría. Solamente aquel que se conduce sabiamente es en
realidad sabio, aunque no haya recibido jamás la menor instrucción
intelectual. Para poder ver necesitamos tener ojos, y no podemos
prescindir de los oídos si queremos oír. Para poder percibir las cosas
del espíritu necesitamos el poder de la percepción espiritual. Es el
espíritu y no la inteligencia quien da la vida a todas las cosas, desde
el ángel planetario hasta el molusco del fondo del océano. Esta
influencia espiritual siempre desciende de arriba abajo, y nunca
asciende de abajo arriba, en otras palabras: siempre radia desde el
centro a la periferia, pero jamás de la periferia al centro. Esto
explica por qué siendo tan sólo la inteligencia del hombre el producto o
efecto de la luz del espíritu que brilla en la materia no puede nunca
elevarse por encima de su propia esfera de la luz, que procede del
espíritu.
La inteligencia
del hombre será capaz de comprender las verdades espirituales.
Únicamente con la condición de que su conciencia entre en el reino de la
luz espiritual. Esta es una verdad que la gran mayoría de las personas
científicas e ilustradas no querrán comprender. No pueden elevarse a un
estado superior al de las esferas intelectuales creadas por ellas
mismas, y consideran todo lo que se halla fuera de ellas como vaguedades
y sueños ilusorios. Por lo tanto, su comprensión es oscura, en su
corazón residen las pasiones, y no se les permite a ellos el contemplar
la luz de la verdad. Aquel cuyo juicio es determinado por lo que percibe
con sus sentidos extremos no puede realizar las verdades espirituales.
Un hombre dominado por los sentidos se mantiene adherido a su yo
individual, el cual es una ilusión, y naturalmente, odia la verdad,
porque el conocimiento de la misma destruye su personalidad. El instinto
natural del yo inferior del hombre le impulsa a considerarse a sí mismo
como un ser aislado, distinto del Dios universal. El conocimiento de la
verdad destruye aquella ilusión, y por lo tanto, el hombre sensual odia
la verdad.
El hombre espiritual es un hijo de la Luz. La
regeneración del hombre y su restauración a su primer estado de
perfección, en el cual sobrepasa a todos los demás seres del universo,
depende de la destrucción y remoción de todo cuanto oscurece o vela su
verdadera naturaleza interna. El hombre es, por decirlo así un fuego
concentrado en el interior de una cascara material y grosera. Es su
destino el disolver en este fuego las porciones materiales y groseras
(del alma) y unirse de nuevo con el flamígero centro, del cual es a
manera de centella durante su vida terrestre. Si la conciencia y la
actividad del hombre hállanse continuamente concentradas en las cosas
externas, la luz que radia de la centella divina desde el interior del
corazón va debilitándose poco a poco, y desaparece finalmente. Pero si
el fuego interno se cultiva y alimenta, destruye los elementos groseros,
atrae otros principios más etéreos, hace al hombre más y más espiritual
y le concede poderes divinos. No sólo cambia el estado del alma (la actividad interna), cambia también el estado receptivo más perfecto para las influencias puras y divinas, y ennoblece por completo la constitución del hombre hasta que se convierte en el verdadero Señor de la creación. La Sabiduría Divina o «Teosofía» no consiste en conocer intelectualmente muchas cosas, en ser sabio en pensamientos, palabras y acciones. No puede existir ninguna Teosofía especial ni cristiana. La Sabiduría en absoluto (Sabiduría Divina) no posee calificaciones. Es el reconocimiento practico de la verdad absoluta, y esta verdad es sólo UNA
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