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miércoles, 8 de junio de 2016
martes, 7 de junio de 2016
La hermana Lucía, de Fátima, hablaba sobre la importancia del rosario
“En estos tiempos de desorientación diabólica, no nos dejemos engañar por falsas doctrinas”
Coimbra, 4 de diciembre de 1970
Querida Maria Teresa:
Pax Christi.
Nuestra madre recibió su carta y le pide disculpas por no responder personalmente; pero no le es posible en este momento, pues está con muchas cosas que hacer a causa de la próxima fundación del nuevo Carmelo de Braga. Por ese motivo, me entregó la carta para que yo respondiera. Y es lo que hago.
Nuestra madre no puede darle el permiso que desea. Pero también no es necesario. Yo no debo ni puedo ponerme en evidencia. Debo permanecer en silencio, en oración y penitencia. Es la manera como mejor puedo y debo ayudar. Es necesario que todo el apostolado tenga, como base, este fundamento; y esta es la parte que el Señor escogió para mí; orar y sacrificarme por lo que luchan y trabajan en la viña del Señor y por la expansión de su Reino.
Es por este motivo que mi nombre no debe aparecer. En vez de eso, es mucho más eficaz que se sirva del nombre de Nuestra Señora, movimiento que sugiere el “cumplimiento” del mensaje, presentando como argumento la insistencia con que Nuestra Señora pidió y recomendó que se rece el Rosario todos los días, repitiendo lo mismo en todas las apariciones, como previniéndonos para que, en estos tiempos de desorientación diabólica, no nos dejemos engañar por falsas doctrinas, disminuyendo en la elevación de nuestra alma a Dios, por medio de la oración.
Por cierto, no es necesario rezar el Rosario durante la celebración del santo sacrificio de la misa: debe darse tiempo a la misa y tiempo para rezar el Rosario. Podemos y debemos participar en una sin dejar la otra. El Rosario es, para la mayoría de las almas que viven en el mundo, como el pan espiritual de cada día; y privarlas o quitarlas de esta oración, es reducir en el espíritu el aprecio y la buena fe con que se rezaba, o más aún; la parte espiritual es superior a la material. Es como si en la material privaran a las personas del pan necesario para la vida física.
Desgraciadamente, el pueblo, en su mayoría, en materia religiosa, es ignorante y se deja arrastrar por donde lo llevan. De ahí, la gran responsabilidad de quien tiene a su cargo conducirlo, y todos nosotros somos conductores unos de otros, porque todos tenemos el deber de ayudarnos mutuamente, y andar por el buen camino.
Además de esto, sería bueno que a la oración del Rosario se le de un sentido más real que el que se le ha dado, hasta este momento, de simple oración “mariana”. Todas las oraciones que rezamos en el Rosario son oraciones que forman parte de la sagrada liturgia y, más que una oración dirigida a María, es dirigida a Dios:
Nuestro Padre nos enseñó por Jesucristo: “Oren pues así: Padrenuestro, que estás en el cielo…”.
“Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo…” es el himno que cantaron los ángeles enviados por Dios para anunciar el nacimiento de su Verbo, Dios hecho hombre.
El Ave María, bien comprendida, no deja de ser una oración dirigida a Dios: “Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum”: Yo te saludo María, porque el Señor está contigo. Estas palabras son, ciertamente, dictadas por el Padre al ángel, cuando lo envió a la tierra, para que con ellas saludara a María. Sí. El ángel le dijo a María que ella estaba llena de gracia no por ella, sino porque ella estaba en el Señor.
“Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”: estas palabras, con las que Isabel saludó a María, fueron dichas por el Espíritu Santo, nos dice el evangelista: “Al oír Isabel el saludo de María,… quedó llena del Espíritu Santo. Elevando la voz, exclamó: Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Sí. Porque ese fruto es Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
Así, este saludo es una alabanza a Dios: Bendita entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, y porque tú eres la madre de Dios hecho hombre, en ti adoramos a Dios como en el primer sagrario, en el que el Padre puso a su Verbo; como el primer altar; tu regazo; la primera custodia, tus brazos, frente a los cuales se arrodillan los ángeles, los pastores y los reyes, para adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Y porque tú, María, eres el primer templo vivo de la Santísima Trinidad, donde vive el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Y ya que eres un sagrario, una custodia, un templo vivo, morada permanente de la Santísima Trinidad, Madre de Dios y madre nuestra, “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
¿Quién puede negar que esta es una oración y una alabanza dirigida a Dios? ¿Es más que dirigir a Dios nuestras alabanzas, adoraciones, súplicas, que arrodillarnos frente a los altares de madera, piedra o metal, o custodias doradas, insensibles, incapaces de rogar por nosotros?
Cierto es que san Pablo dijo que hay un solo mediador junto al Padre. Sí. Como Dios, sólo hay uno, que es Jesucristo. Pero el mismo apóstol pide que rueguen por él y recomienda que roguemos los unos por los otros. ¿Podría, entonces, el apóstol no creer que la oración de María no fuera tan agradable a Dios como la nuestra? Es la desorientación diabólica que invade el mundo y engaña a las almas. Es necesario hacerle frente, y para eso puede servir lo que digo aquí. Pero como cosa suya, sin decir mi nombre, como cosa que le sale por la pena. Y, en verdad, es suya porque en calidad de miembros que somos del cuerpo místico de Cristo, todo es nuestro, porque todo es de la Cabeza, Cristo Jesús.
Y me quedo en mi sitio, rezado por usted, por todos aquellos que trabajan con usted, para que sea una campaña que de mucha gloria a Dios, lleve mucha luz y gracia a las almas, paz a la santa Iglesia y al mundo ensangrentado por las guerras.
Tal vez también fuera bueno presentar la campaña, no sólo como cumplimiento del mensaje, sino también como campaña de oración y pertinencia por la paz del mundo, de la santa Iglesia y de Portugal en las provincias ultramarinas. Y que Portugal, que es tan devoto de la Eucaristía y de María, sea el primero en reconocer que la oración del Rosario no es solamente una oración mariana, sino también Eucaristía. Y, por eso, nada debe impedir que se pueda rezar frente al Santísimo Sacramento. Como prueba de ello está el que santo padre Pío XI que había concedido indulgencia plenaria a quien rezara el Rosario frente al Santísimo; y recientemente fue nuevamente concedida la misma indulgencia por su Santidad Pablo VI.
Es, pues, necesario rezar el Rosario, en las ciudades, pueblos y aldeas, calles, caminos, de viaje o en casa, en las iglesias y capillas. Es una oración accesible a todos, y que todos pueden y deben rezar. Hay muchos que diariamente no asisten a la oración litúrgica de la santa misa; si no rezan el Rosario, ¿qué oración hacen? Y, sin oración, ¿quién se salvará? “Velad y orad para que no entréis en tentación”.
Es necesario, pues, orar, y orar siempre. Es decir, que todas nuestras actividades y trabajos estén acompañados de un gran espíritu de oración, porque en la oración el alma se encuentra con Dios; y es en ese encuentro que se recibe gracia y fuerza, incluso cuando viene acompañada de distracciones. La oración lleva siempre a las almas a aumentar la fe, aunque no sea más que el recordatorio momentáneo de los misterios de nuestra redención, recordando el nacimiento, muerte y resurrección de nuestro Salvador; y Dios sabrá descontar y perdonar lo que toca a la debilidad, ignorancia y pobreza humanas.
En cuanto a la repetición de los Ave María, no se quiere hacer creer que es algo anticuado. Todas las cosas que existen y fueron creadas por Dios se mantienen y conservan por medio de la repetición, continuada siempre, de los mismos actos. Y además a nadie se le ocurre llamar anticuado al sol, la luna, las estrellas, las aves y plantas, etc, porque giran, viven, brotan siempre de la misma manera. Y son mucho más antiguos que la oración del Rosario. Para Dios, nada es antiguo. San Juan dijo que los bienaventurados, en el Cielo, cantan un cántico nuevo, repitiendo siempre; santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos. Es nuevo porque, en la luz de Dios, todo aparece con un nuevo brillo.
Un gran abrazo siempre unidas en oración.
Hermana Lucía
i.c.d
Extraído del ‘Pequeno tratado da vidente, sobre a natureza e recitação do Terço’, colección de estractos de cartas escritas por la hermana Lúcia entre 1969 y 1971.
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Papa Francisco: La oración es la batería que hace funcionar al cristiano
“Cuántas obras se convierten en oscuras por falta de luz, por falta de oración. Lo que mantiene, lo que da vida a la luz cristiana, lo que ilumina es la oración”, dijo.
El Santo Padre recordó que el cristiano está llamado a ser luz y sal para los demás, pero, "¿cuáles son las baterías del cristiano para ser luz? Simplemente la oración”, indicó. “Puedes hacer muchas cosas, muchas obras, muchas obras de misericordia, muchas cosas grandes por la Iglesia –una universidad católica, un colegio, un hospital– y también te harán un monumento de benefactor de la Iglesia, pero si no oras eso estará un poco oscuro”.
Se trata por tanto de “la oración de adoración al Padre, de alabanza a la Trinidad, la oración de agradecimiento, también la de pedir las cosas al Señor, pero la oración del corazón”. Esto es “el aceite, las baterías, que dan vida a la luz”.
Respecto a la sal, el Pontífice explicó que “se convierte en sal cuando se da, y esta es otra actitud del cristiano: darse; salar la vida de los otros, dar sabor a tantas cosas con el mensaje del Evangelio”.
Es “darse, no guardárselo para uno mismo. La sal no es para el cristiano, es para darla. La tiene el cristiano para darla, es sal para darse, pero no para uno mismo”. En definitiva, “la sal y la luz son para los demás. La luz no se ilumina a sí misma, la sal no se da sabor a sí misma”.
Estos dones “no terminan nunca” porque “una cosa dada como un don continúa siendo dada como don si uno la da, iluminando y dando”.
El Papa invitó: “ilumina con tu luz, pero defiéndete de la tentación de iluminarte a ti mismo. Esto es feo, es un poco la espiritualidad del espejo: me ilumino a mí mismo. Defiéndete de esta tentación. Se luz para iluminar, se sal para dar sabor y conservar”.
“Que el Señor nos ayude en esto, a cuidar siempre de la luz, a no esconderla, a ponerla en lo alto”. Y la sal, “a dar la justa, lo que sea necesario, pero a darla”. “Estas son las buenas obras del cristiano”, aseguró.
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¿Cuando soy bienaventurado?
Oración para reconocer lo bueno de cada uno
Bienaventurado soy Señor cuando
reconozco la pobreza de mi corazón,
cuando te reconozco Rey y Señor.
Bienaventurado soy cuando aun
consciente de mis miserias y errores
me abro a la misericordia de Tu amor
y Tu perdón.
Bienaventurado soy cuando
ante Tus pies entrego mis enojos,
broncas y deseos de venganza.
Cuando me dejo acariciar por la
mansedumbre de Tu amor.
Bienaventrado soy Señor cuando
en cada lágrima encuentro el
consuelo de la certeza de
Tu presencia.
Bienaventurado soy cuando
en cada gesto busco construir la paz.
Cuando elijo nombrarte,
dar testimonio de Vos aun sabiendo
que eso puede costarme el rechazo,
la desaprobación.
Bieanvenutado soy Señor cuando
te reconozco en mi hermanos,
en el que sufre, en el perseguido,
en el abandonado y salgo, en ellos,
a Tu encuentro.
Amén
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¿Aprender a comer? La Biblia da lecciones de cómo hacerlo
El hambre es una imagen de lo que somos: nos falta algo
La Biblia podría ser releída como una educación al comer. Al principio hay una dieta variada, pero con limitaciones indispensables: de todos los árboles podrás comer, excepto… Pero los límites y las prohibiciones desencadenan la fantasía y la audacia. Y a menudo se convierte uno en víctima de vendedores astutos que presentan sus productos con propuestas cautivadoras e irresistibles.
El hambre es una imagen de lo que somos: nos falta algo. Llevamos siempre dentro un vacío que llenar. Un vacío que no se llena de una vez para siempre. Nunca somos autosuficientes, nunca estamos definitivamente satisfechos, sino que siempre estamos buscando algo que pueda calmar el ansia que sentimos.
Cuando tenemos hambre, sentimos un impulso a buscar: buscamos porque tenemos miedo de morir. Es verdad, cuando no tenemos ganas de vivir, dejamos de buscar, pero es verdad que cuanto más fuerte es el miedo a morir, más nos contentamos con comer lo primero que encontramos, aunque nos haga daño, aunque sabemos que nos sentará mal.
No siempre logramos gestionar este miedo a morir de hambre. Pero precisamente ante este miedo, Jesús dice, al final del Evangelio, toma, sin restricciones, come, ya no necesitas ir a cazar, ya no necesitas buscar sucedáneos, ya no necesitas comer a escondidas, este es mi cuerpo, esta es la vida que buscas, el alimento que colma tu hambre.
El texto de Lucas es una etapa de este camino: como los Doce, también nosotros quizás hemos pensado siempre que el alimento se compra y se vende, estamos convencidos de que el afecto se conquista y se devuelve, estamos persuadidos de que en la vida si uno no se autoafirma, se pierde. Los Doce sugieren a Jesús que deje a la gente ir a comprarse pan. Jesús cambia el verbo: ya no comprar, sino dar de comer. La vida se da y se recibe, no se compra o se vende.
Cambiar este verbo significa cambiar la dinámica de la historia: Jacob había mandado a sus hijos a Egipto a comprar trigo, porque en el país había una gran carestía. Pero los hijos de Jacob, cuando piensan que van a comprar pan, están yendo en cambio a encontrarse con su hermano, ese José al que habían vendido. La reconciliación puede darse sólo saliendo de la lógica del mercado.
Nos cuesta cambiar el verbo porque estamos preocupados por nuestra hambre: de momento como yo…; ¿habrá para mí?
Los Doce no tienen el valor de confesar que habían pensado en sí mismos: cinco y dos, siete, la plenitud que me da seguridad. Y no veo la hora de quedarme solo para comer. En el fondo es mi derecho. Por lo demás, ¿qué podría hacer?
Cuando estas en medio del desierto y anochece, vuelve el miedo a morir. El primer pensamiento es cómo sobrevivir. Son los tiempos de la vida en los que te sientes perdido y querrías sentirte seguro. Cuando las cosas funcionan, nos olvidamos de nuestra hambre, pero antes o después llega el momento en que el ansia se convierte en vorágine y se vuelve insoportable.
Si el hambre es una imagen de nuestro vacío, la manera como la saciamos es una imagen de nuestra relación con el mundo: hay quien piensa sólo en su propia hambre, hay quien devora a los demás, hay quien piensa siempre en el plato de los demás, hay quien se niega a comer.
También en este sentido, el texto de Lucas es una etapa de esta educación a comer: ante todo les hace recostarse, ya no se come deprisa como en la noche de Pascua, porque ya no somos esclavos del miedo a morir, no necesitamos escapar o ir en busca de alimento. Podemos estar tranquilos porque el alimento que nos sacia está con nosotros.
La gente no sabe de donde viene esa comida, sólo lo saben los Doce. La vida existe, gratuitamente, sin merecerla, la recibes y basta. Y Lucas, sin demasiado énfasis, hace un pequeño cambio en los términos: ya no son los Doce los que distribuyen los panes y los peces, sino los discípulos, o sea nosotros, desde entonces hasta ahora. Somos nosotros los que dejamos que la vida pase a otros.
Y sin embargo, la verdadera pregunta es otra: este texto de Lucas, en que Jesús multiplica los panes y los peces, está colocado entre dos preguntas distintas que se refieren al propio Jesús. Primero está la curiosidad aterrorizada de Herodes: ¿Quién es este que hace estas cosas? Mientras que después de repartir los panes y los peces, está la pregunta que Jesús hace a Pedro y a sus compañeros: ¿quién decís que soy yo?
Encontrar la respuesta a la propia hambre más profunda no es otra cosa que descubrir la respuesta a esta pregunta.
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