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sábado, 12 de noviembre de 2016

Si Dios es feliz… yo también

 Si Dios es feliz, yo también
La felicidad es una gracia inmensa. Para ser feliz son imprescindibles dos principios: saber qué es la felicidad y saber alcanzarla. Todos queremos ser felices. Todos necesitamos que nuestro corazón exulte de alegría. Un corazón alegre tiene paz, serenidad interior, esperanza... pero, en muchas ocasiones, la medimos mal porque no la alcanzamos por no saber qué es lo que más nos conviene. ¡Hay mundanidad que me aleja de la alegría!
Pienso en Dios. Lo inmensamente feliz que es. ¿Es feliz porque es el Rey del Universo? ¿por que conoce todo lo bueno? ¿por que tiene en sus manos la capacidad de lograrlo todo? Por todo esto y por algo más: porque Él es el Amor y todo lo ha creado por amor. Y nos ha dado a su Hijo por amor, el desprendimiento más grande en la historia de la humanidad.
Antes de crearlo todo, Dios ya era feliz. No creó la naturaleza, ni a los animales ni a los hombres para que le hiciésemos feliz si no para que pudiéramos ser partícipes de su felicidad.
Por eso la felicidad sólo la puedo encontrar en Dios. Y en Jesús. Dios me ha creado a su imagen y semejanza. Me ha creado para ser feliz. Me ha creado para compartir su alegría, su sabiduría y su felicidad. Si sólo Jesús me ofrece la felicidad, ¿para qué pierdo el tiempo buscándola fuera de Él!

¡Quiero ser feliz, Señor! ¡Pero quiero ser feliz a tu manera pero no como entendemos los hombres la felicidad! ¡Quiero ser feliz basándome en el amor, en el amor sin límites, en la entrega, en el desprendimiento de mi yo, en el servicio generoso, en la caridad bien entendida, en la paciencia de dadivosa! ¡Señor, quiero participar de tu felicidad encontrándome cada día contigo y desde ti con los demás! ¡Señor, me has creado para compartir tu alegría! ¡Envía tu Espíritu para que me haga llegar el don de la alegría y transmitirla al mundo! ¡No permitas, Espíritu Santo, distracciones innecesarias en mi vida que me alejan de la libertad y la felicidad de auténticas! ¡Señor, ayúdame a que encuentre felicidad en dar felicidad a los que me rodean, que abra mis manos para dar siempre, que abra mis labios para compartir tu verdad, y que abra mi corazón para amar profundamente! ¡Señor, sé que me amas y que deseas que yo sea feliz; acompáñame Señor siempre porque eres el autor de mi felicidad y la razón de mi existir!
Descansar en ti, cantamos hoy al Señor:

viernes, 11 de noviembre de 2016

Una mirada sobre la vida

gracia dvina
Hay cosas que se desgastan por el uso continuado que hacemos de ellas. Y eso puede ocurrir también con las cosas que hacemos y amamos cada día o las que compartimos con nuestros semejantes. Eso tiñe de colores oscuros nuestra vida. Si planeamos una mirada sobre nuestra vida observamos como algunos valores se van oxidando paulatinamente.
La vida, regalo de Dios, a pesar de que su fuerza va aminorando con el paso de los años nos ha sido entregada para hacer un buen uso de ella, respetándola con libertad, compartiéndola para el bien con los demás y para hacer a los demás el bien que deseamos para nosotros mismos.
La fe, don de Dios, regalo de la gracia divina, que no constituye una propiedad que uno adquiera de por sí o por sus méritos. Y por esta gran riqueza hay que dar infinitas gracias, aprender a administrarla, alimentarla y, sobre todo, compartirla.
La familia, nunca perfecta, nunca inmaculada. No llevamos en nosotros la impronta de un nombre, vamos acompañados de unos apellidos que vienen otorgados por nuestros padres, origen de un pasado lejano. Es la familia, célula esencial de la sociedad, la mejor escuela del amor, de la generosidad, del perdón, de la comunicación, de la entrega, del sufrimiento, de la paz… Si no se nutren estos valores en la familia no se pueden exportar a la sociedad y uno tampoco crece humanamente.
La amistad, el vínculo que entrelaza el hombre con la sociedad, la cadena que nos permite caminar en peregrinación por lo senderos de la vida, donación de uno mismo.
Ahora me pregunto: ¿Doy gracias habitualmente por el don maravilloso de la vida? ¿soy capaz de apreciar en toda su grandeza la belleza que hay en la naturaleza, en el corazón de las personas, en las cosas que me envuelven? ¿Respeto la vida y la vida ajena sin jugar, sin valorar anticipadamente sus actos? ¿amo y respeto incluso los pequeños detalles de la vida? ¿Como alimento mi fe? ¿Soy fiel a la revelación divina? ¿Alimento adecuadamente mi vida espiritual con oraciones, plegarias, lecturas, jaculatorias, adentrándome en la realidad del Evangelio? ¿Procuro ser alegría auténtica en mi familia? ¿Trato de hacer feliz a sus miembros o los amargo con mis actitudes? ¿Sostengo mis amistades con una profundidad humana, la baso en la confianza mutua, en la fidelidad, en la comprensión ante cualquier dificultad? ¿O todas estas preguntas se responden con la rutina, la inercia, la comodidad, la falta de ilusión y de imaginación?
Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho. Quién es infiel en lo poco también es infiel en lo mucho.
En una mirada sobre mi vida mucho tendré que hacer para no dejarla vacía de contenido.

¡Señor, gracias por el regalo de la vida, gracias por mi fe, gracias por mi familia, gracias por mis amigos, gracias Señor porque todo lo maravilloso que tú has puesto a mi alrededor y tengo posibilidad de valorarlo cada día! ¡Quiero en este día gozar de los pequeños milagros que me ofreces, ese gran milagro que es la conjunción de todas las cosas sencillas que ocurren a mi alrededor, que es encontrar la felicidad en los pequeños momentos de mi vida, con los míos, con mis amigos, en mi vida de fe y mi vida espiritual¡ ¡Quiero, Señor, que me ayudes a llenar mi vida de satisfacciones y a dar el valor supremo a las personas que me rodean y a las muchas cosas que se cruzan por mi camino! ¡Desde lo más profundo de mi corazón te doy las gracias, especialmente por todo lo que me has concedido sin habértelo pedido y rogado, sin haberlo merecido, todo es un regalo tuyo gratuito! ¡Gracias infinitas por el bienestar, por las alegrías y las penas, por la salud, por los sufrimientos, por las satisfacciones, y aunque todas las cosas me cuestan mucho trabajo, Señor, te agradezco y te ofrezco los esfuerzos cotidianos! ¡Gracias por los rayos de esperanza que iluminan mi camino cada día! ¡Todo es Providencia tuya, Señor de la Esperanza y la misericordia! ¡Pero sobre todo, te doy gracias, Señor, por la fe tan grande que tengo en ti! ¡Te doy gracias, Señor, porque me iluminas en la oscuridad, me levantas cuando caigo y me perdonas cuando te ofendo! ¡Te doy gracias, Señor, por todo aquello que ignoro y de lo cual debo darte gracias!
Ha quien que no vive para servir, no sirve para vivir y la que dijo que “La revolución del amor comienza con una sonrisa. Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír. Debes hacerlo por la paz”. Damos gracias a la Iglesia por el ejemplo de esta mujer testimonio de la misericordia.oy el Papa Francisco eleva a los altares a la Madre Teresa de Calcuta, la servidora de los pobres, par
Adoramus te, o Christe, cantamos hoy como plegaria:

El cielo deseado

El cielo prometido
La carta a los Filipenses es el punto de partida de mi oración de hoy. Y leo: «nuestra ciudadanía está en los cielos». Yo amo profundamente a mi país y a sus gentes pero soy peregrino y huésped de la tierra creada por Dios, en mi camino a la vida eterna. Soy un pobre peregrino que camina por la senda de la fe y trata de vivir cristianamente.
¿Cómo tengo que vivir —me pregunto— para ganarme el cielo? Avivando en mi corazón el deseo ferviente de alcanzar la vida terna. Poniéndome en oración para contemplar la grandeza del premio extraordinario que me espera en el cielo. Animando mi fe con la lectura y el estudio de la Palabra divina, ejercitando las virtudes, haciendo mortificaciones y penitencias, haciendo frente a las dificultades de la vida con entereza y esperanza, soportando los dolores y los sufrimientos con alegría, los desprecios y las humillaciones con perdón, las necesidades materiales con generosidad; amando —sobre amando— a los demás… todo compensa si el premio es el eterno amor del Padre.
Para ganar el cielo —mi verdadera patria—, no puedo decaer en la esperanza. La esperanza en Dios y no en las seguridades de este mundo. Mirar el cielo es fecundar el alma. Es vivir con alegría a la espera de recibir el premio deseado. Soy peregrino, un peregrino alegre, que va de camino y que espera en Dios que todo lo puede, que no falla nunca y que es fiel a sus promesas. ¡Señor, consérvame la virtud de la perseverancia para esperar siempre en ti y haz fecunda mi vida para llegar algún día al cielo deseado!

¡Señor, ayúdame a no ser nunca un obstáculo para tu Divina Voluntad por mis acciones u omisiones de pensamiento, palabra u obra! ¡Jesús mío, te doy mi corazón, te consagro toda mi vida, en tus manos pongo la suerte de mi alma y te pido la gracia de vivir siempre cristianamente! Tu, Señor, no me estás esperando para juzgarme o condenarme sino que quieres recibirme con amor y misericordia: yo confieso que Tu Jesús eres el Señor, y creo en mi corazón que Dios te levantó de los muertos! ¡Quiero ganar el cielo pero sé que soy un pecador y te pido perdón por ello, por eso me quiero apartar del pecado! ¡Creo, Jesús, que moriste por mis pecados y resucitaste para darme una nueva vida! ¡Te invito a entrar en mi corazón y en mi vida! ¡Confío en ti como mi Señor y Salvador por el resto de mi vida!
Alégrense el cielo y la tierra (In resurrectione tua):

«¡Estoy al límite!»

Estoy al limiteHay una frase que escucho con mucha frecuencia: «¡Estoy al límite!». Al límite de la capacidad de aguante por los problemas económicos, conflictos familiares, personales, sentimentales, profesionales, por enfrentamientos y diferencias entre personas que se quieren... Vivir no es sencillo porque las heridas en el corazón merman nuestra capacidad humana. Siempre hay noches oscuras —más o menos largas— en la vida del hombre. Pero también hay un límite en la capacidad del hombre al sufrimiento. Contemplas la cruz y lo comprendes todo: Cristo abrazó el sufrimiento por amor.

El «¡Estoy al límite!» es siempre relativo. Es un «¡Estar al límite!» según nuestra percepción humana porque Dios sabe perfectamente hasta qué extremo voy a ser capaz de soportar una determinada presión o una larga noche de oscuridad. Y cuando todo parece llegar al límite, se enciende la luz de la esperanza que da alivio al alma. Son los destellos fulgurantes de su misericordia que alivian el sufrimiento. Y, a continuación, viene la luz que permite caminar con la vista fija en la esperanza.
Se trata, simplemente, de descubrir en el sufrimiento —en la oscuridad de la noche— el amor que Dios me tiene. El sufrimiento es la gran oportunidad para unirme a Cristo y cooperar con Él en la redención del mundo. Y el corazón asume la enseñanza de todo lo vivido y experimentado. Y uno aprende lo que ninguna universidad del mundo, por más prestigiosa que sea, puede enseñarme. Apruebas con matrícula de honor la asignatura de la fe. Uno se examina del misterio de la oscuridad de la noche; de su auténtico poder sanador y purificador; del porque no hay que temer nada llevando la Cruz junto a Cristo; del sentido del dolor; de cómo es posible desechar la trivialidad de lo mundano para llenar el corazón de la paz de Dios; de cómo sufriendo puedo ofrecerme a Dios en comunión con Cristo; de cómo puedo convertir mi vida con dificultades en un apostolado activo.
El sufrimiento tiene más valor cuando se abraza por amor. Unido a la cruz de Cristo puedo reaccionar de dos maneras: aceptándolo unido al sacrificio de Cristo como expresión viva de mi unión y confianza en Él o culpabilizando a Dios de lo que me sucede y manteniendo una actitud de rebeldía y de descontento.
Un cristiano es siempre un apóstol del sufrimiento. Por eso un cristiano con fe nunca puede «estar al límite» porque a través de ella uno es capaz de apreciar la nobleza y autenticidad del sufrimiento. El camino del cristiano nunca «está al límite» porque lo que le motiva a continuar es su fidelidad al amor y el compromiso a Cristo que escogió —para revolucionar la historia de la humanidad— el amor hasta la propia muerte. Jesús sí estuvo «estuvo al límite» pero fue un «límite» que rompió la comodidad, el camino fácil de la queja, del egoísmo, de la renuncia a la mediocridad y el pecado, de la soberbia, del abandono. Lo tenía fácil. Era el Hijo de Dios y podría haber renunciado. Pero de haberlo hecho habría dejado de amar.
«¡Estoy al límite!». Me propongo no almacenar esta expresión en mi vocabulario.

¡Señor ya conoces mi debilidad ante el dolor, y cómo mi alma es como un frágil papel ante el fuego del sufrimiento! ¡Dios necesito sentir los destellos de tu amor y misericordia porque sin Ti soy incapaz de vencer los miedos que me vencen cada día! ¡Dios mío, te necesito para ser capaz de decir rotundamente que «no» a todo aquello cosa que envenena mi alma! ¡Te necesito, Señor, porque sin Ti no tengo fuerzas para afrontar las dificultades de la vida! ¡Dios te necesito, para que ilumines con tu luz la oscuridad de mi vida! ¡Te necesito, Señor, porque sé que contigo mis fracasos son más llevaderos! ¡Te pido perdón por mis muchos momentos de flaqueza y ayúdame en los momentos de debilidad! ¡Conviértete, Señor, en la fuerza que sostiene mi vida y ayúdame a guardar siempre la fe! ¡Ayúdame a ser consciente de que sin Ti nada puedo y que todo en mi vida depende de Ti! ¡Muéstrale a mi corazón lo mucho que te necesito y ayúdame a recordarle a mi alma la multitud de beneficios y gracias con la que colmas continuamente! ¡Señor, mi Dios, lo eres todo para mi, eres mi fuerza, eres mi consuelo, eres mi respirar, eres mi razón, eres mi bastón, eres mi alegría, eres mi fe, eres mi luz, eres mi esperanza, eres mi entereza, eres mi amor, eres mi valentía, eres mi amigo, eres mi consejero, eres mi referencia, eres mi sabiduría, eres mi vida entera!
Cristo es mi esperanza, le cantamos hoy al Señor:

martes, 8 de noviembre de 2016

Pensar y vivir en clave de eternidad

eternidad
Me decía el hace un tiempo un antropólogo que en algunos países africanos la vida más larga no alcanza de media los cuarenta años. Yo veo a mi abuela que con sus noventa y seis años como alarga su estancia en esta tierra con la alegría del primer día. Pero ¿qué son estos cuarenta o casi cien años comparados con la eternidad? Lo cierto es que muchas veces me olvido de esto pero debería valorar mi vida actual a la luz de la eternidad futura. Una vida de duración sin fin. Para siempre.
Lo cierto es que estamos a las puertas de la eternidad... desde el mismo día de nuestro nacimiento y cuanto menos lo pensemos, cuando menos lo esperemos, llegará la hora en la que debo estar alerta. Y ese día no habrá tiempo de rectificar. El tiempo corre, corre y corre. Y se va. Por eso hay que vivir santamente para la eternidad, sentir para la eternidad, trabajar para el eternidad, amar para la eternidad, sembrar para la eternidad, estudiar para la eternidad, crear para la eternidad, perdonar para la eternidad, servir para la eternidad, pensar para la eternidad, dejar la impronta para la eternidad, ser virtuoso para la eternidad, obrar para la eternidad, hablar para la eternidad... Todo con el fin de imprimir en mi alma y en mi corazón la imagen de Dios con el que voy a compartir la eternidad.

¡Señor, ayúdame a valorar mi vida actual a la luz de la eternidad! ¡Sé, Señor, que estoy a las puertas de la eternidad y a veces me cuesta pensar en ella! ¡Envía tu Espíritu, Señor, para que mi corazón arda en deseos de eternidad, de elevar mi vida a la altura del cielo, amar las cosas eternas más que las cosas mundanas, desear ir a la casa del Padre! ¡Ayúdame Espíritu Santo a vivir para la eternidad siempre y en cada momento, echar aquí en la tierra la semilla que decida mi eternidad, regarla, cuidarla, y recoger sus frutos! ¡Ayúdame Espíritu Santo a que cada una de mis acciones estén pensadas para la eternidad! ¡Hazme Espíritu Santo consciente de que la llegar a la vida eterna depende de mí y ayúdame a estar preparado, a servir fielmente los mandatos del Señor que redundan siempre en mi beneficio! ¡Señor, me dices que si quiero entrar en la vida eterna guarde tus mandamientos, quiero ponerlos en práctica cada día! ¡Ayúdame Tú, con la fuerza de tu Espíritu y por intercesión de María de lograrlo cada día!


Mi guardián no duerme, con la hermana Glenda: