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lunes, 5 de diciembre de 2016

La caridad de María

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Amar al que te ha herido no es sencillo. En el amor al prójimo hay mucho de caridad. El hábito de la caridad que ha infundido Dios en nuestro corazón y en nuestra alma con el único fin de que le amemos es el que nos lleva a amar al otro. El amor auténtico al prójimo es cuando se le ama por amor a Dios porque ese prójimo es alguien creado a su imagen y semejanza y que ha sido redimido por su Hijo con su sangre en la Cruz. ¡Estremece solo de pensarlo!

En este Adviento observo a María y trato de meditar con qué caridad ama María a los hombres. La Virgen puso en práctica la caridad con todos los que se cruzó por el camino. Obviando que el amor caritativo de María nace de su comunión con el corazón de Cristo; obviando la caridad que tuvo con los más necesitados de su aldea, incluso adelantándose a sus reclamos; obviando la caridad servicial que le llevó a viajar embarazada al encuentro de su prima Isabel, episodio en la que llevando a Dios en sus entrañas lleva a Cristo a los demás; obviando el profundo amor que le llevó a implorar a Jesús que realizara su primer milagro en Caná como ejemplo de atención por los pequeños detalles que afectan al prójimo…; obviando que su caridad le llevó a excusar la huída de los apóstoles y rezar con ellos durante la espera de Pentecostés; su mayor prueba de caridad y amor hacia el ser humano fue aceptar ser la Madre del Redentor. Y con ese «Sí» se convirtió en corredentora del género humano.
La caridad de María es silenciosa, generosa, delicada, dulce, amorosa, buscando el bien ajeno, procurando que Jesús entre en la vida del otro. La caridad de María conduce directamente a Jesús. Es la máxima del «Haced lo que Él os diga».
Son numerosas las ocasiones en las que nos orgullecemos de ser caritativos con los demás por el mero hecho de no desearles ningún mal. ¡Esta es, en realidad, una caridad imperfecta! Para una caridad auténtica es imprescindible hacer al prójimo todo el bien que esté en nuestra mano; prestarle todos las ayudas que podamos; ser partícipes de sus sufrimientos y tribulaciones; ser capaces de aliviar sus penas y aflicciones; consolarlos en sus congojas; y sacrificarse por ellos cuando la circunstancia así lo exija. Pero la gran prueba de amor y caridad con el prójimo es hacer el bien al que nos daña y nos detesta. En otras palabras, amar al otro por amor a Dios. Ahora contemplo el interior de mi corazón y… ¿Y?
Y, entonces, vuelvo a María. Allí, a los pies de la Cruz. Ante el cuerpo llagado de su Hijo. En el Gólgota, María es el ejemplo de caridad sincera. Junto a los atroces torturadores de Jesús, con sus espadas y sus manos ensangrentadas con sangre inocente, con los ojos llenos de rabia y su corazón lleno de odio, María calla. Calla y ora por ellos. Implora a Dios por su conversión interior. Calla y ruega el perdón del Padre. Calla y suplica que sobre cada uno se vierta la misericordia divina.
Y vuelvo a mirar el interior de mi corazón…. y ¡Cómo salto a la primera por ese desaire, esa crítica, esa ofensa, ese desdén, ese comentario enrarecido que en realidad no tiene importancia! ¡Cuánto me cuesta perdonar el más liviano de los agravios recibidos! ¿Y soy capaz con estos mimbres de llamarme cristiano?

¡María, Madre de la Caridad, me encomiendo a Ti para que tu caridad maternal me acoja y me ayude a transformar el corazón! ¡Quiero imitar tu corazón repleto de amor y caridad, ese corazón que santificó todas tus palabras, tus pensamientos, tus gestos, tus miradas, tus acciones y tus sentimientos! ¡María, tu me enseñas que el amor auténtico y la verdadera unión con Dios nace de la conformidad con su querer! ¡Te pido, María, que tengas caridad conmigo, enséñame a rezar para que no me quede en lo superficial, en mis oraciones egoístas, sino poner todo mi corazón, todo mi ser, toda mi mente, toda mi voluntad en Dios para luego abrirme a los demás! ¡Ayúdame a ser caritativo siempre, a vivir una caridad bien ordenada, a amar a los demás por amor a Dios, a amar con caridad en la diferencia!¡Que a imitación tuya, María, mi caridad sea disponibilidad auténtica!

Del compositor francés Joseph Bodin de Boismortier escuchamos este bellísimo Motet a la Sainte Vierge de su colección Motets a voix seule, mêlés de Simphonies.¡Te lo dedicamos María!

sábado, 3 de diciembre de 2016

Si piensas que la música espiritual es aburrida tienes que conocer este grupo

Evangelizando a través de la música tropical



Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano – Jeremias 18, 6

¿Cómo nace Alfareros?

Alfareros surge de la inquietud de un grupo de jóvenes de La Romana en República Dominicana quienes al tratar de animar una eucaristía un día del Corpus Christi en 1994, aportaron un concepto nuevo en la evangelización a través de la música, al incorporar en la parte musical guitarra eléctrica, bajo y amplificación.

Luego de haber visto la reacción ante la nueva propuesta, el grupo toma forma e inicia la labor de evangelización a través de la música tropical, mostrando la manera de que esta sea una identidad fresca y auténtica dentro de su medio.

¿Por qué eligieron ese nombre?

Inspirados en Jeremías 18, 6: “Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano…”.

¿Cómo era la Iglesia joven en sus comienzos y como ven a la Iglesia ahora?

La Iglesia es la misma ayer y hoy, como lo es Jesús; pero si respondemos con referencia a lo que hacemos, que es evangelizar a través de la música, en aquel entonces era un poco mas difícil este aspecto.

El pensar dedicarse a evangelizar por este medio no era tan sencillo: como ejemplo, en nuestros inicios cuando grabamos la primera producción en 1995 se hizo en cassette, no había CD en esa época. Hoy en día la tecnología nos hace mas fácil ese trabajo y darlo a conocer en minutos a todo el mundo.

Para ustedes, ¿cuáles son las cosas lindas y cuáles las cosas mas difíciles de afrontar cuando uno se dedica de lleno a evangelizar?

Son más las cosas lindas que el Señor nos regala en la evangelización, como los amigos que nos quedan de los diferentes viajes, prácticamente tenemos nuevos amigos en cada misión, personas que  se convierten en tu familia, que oran por ti y tú por ellas, haciendo comunión y hermandad.

De las cosas difíciles podemos decir el tiempo lejos de la familia, a veces perdernos un cumpleaños o alguna presentación en el colegio de uno de nuestros hijos.

¿Algo gracioso que les haya pasado en un concierto?

Son muchas anécdotas. Una de ella fue nuestro primer viaje a Paraguay. Fermín llegó tarde al aeropuerto pues vive a hora y media del mismo y tuvo algunas dificultades en ese viaje, había una conexión que se complicó, si perdía ese vuelo no llegaría hasta el día siguiente, ya terminado el concierto.

Pues resultó que el taxista que nos transportaba habló con la línea aérea y realizó el prechequeo de Fermín sin ir al mostrador de la linea aérea y pudieron avisar por radio al avión para que no cerraran la puerta y así Fermín pudo entrar segundos antes de que se venciera el tiempo reglamentario para que el avión despegara, en ese momento vimos actuar a Dios y dimos gracias todos juntos.

¿Cuáles son sus planes de futuro?

Cada cosa que hacemos siempre depende de la voluntad de Dios. Por eso cada día oramos para que su voluntad esté en el camino de nuestros planes, en otras palabras que sus planes sean siempre los nuestros.

¿Cómo nace la canción ¨Qué lindo¨ ?  

Esta canción fue escrita por nuestro director Junior Cabrera. Surge una tarde del año 1999 cuando él se sienta frente al piano con la intención de escribir una canción para la producción “Pa Lante”, que estábamos grabando ese año, y simplemente empieza a dar gracias a Dios y surge en ese momento la frase “ Señor, qué lindo es alabarte”. Pisa los acordes de Fa menor y el resto es historia.

¿Cómo hay que hacer para contactar con ustedes y escuchar su música?

Para contactar con nosotros pueden escribirnos a nuestra pagina web www.alfareros.do y en la misma plataforma pueden descargar toda muestra música en la sección de descargas totalmente gratis y con la misma calidad de nuestros CDs, también están disponibles todos nuestros acordes, así como las partituras completas con todos los instrumentos.

La ternura de Dios

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Me lo cuenta una mujer entrada en años en una cena en la que varias personas comparten sus experiencias de vida y abren su corazón.

Su marido falleció hace años de cáncer de páncreas en un hospital público. Ella pasó los últimos días junto a él, ambos cogidos de la mano. Llevaban 38 años casados. Pocos días antes de ir hacia la casa del Padre su marido —creyente ferviente— le apretó fuerte de la mano y, con la voz entrecortada por la emoción y el dolor, le susurró con las pocas fuerzas que todavía le quedaban: «El Señor ha pensado en mí antes de morir. Pero también ha pensado en ti. Hemos sido mucho felices. Y le doy gracias a Dios. Yo me voy pero un día nos encontraremos en el cielo: ¡fíjate que grande y generoso es el corazón de Cristo!». ¡Qué agradecida la fe de este hombre y que manera tan hermosa de expresar la ternura de Dios en un matrimonio que se ama.

Dios mío, me digo en silencio, ¿te conozco como te conocía este hombre? ¿Conozco tu corazón lleno de amor y de misericordia? ¿Soy consciente de lo mucho que me amas y me quieres? ¿Por qué me cuesta reconocer en ti al amigo, al compañero, al hermano, al hacedor de la paz y el bien?
Hoy sólo puedo hacer una petición muy sencilla y muy simple: hacerme cada día más pequeño para conocer en mi vida la ternura del amor de Dios.

¡Padre bueno, tú eres la ternura infinita, tú eres la máxima manifestación de la bondad y de la misericordia! ¡Dame la gracia para llenarme de tu misericordia y de compadecerme también de aquellos que viven sometidos al dolor, a la fragilidad, a las tentaciones de este mundo, a la angustia y a todos aquellos que pasan cerca de mi necesidad física, económica y espiritual! ¡Dame tu ternura, Señor, para que pueda llevarte donde no se te ve y ni se te siente, para aliviar a los que sufren, a los que no tienen consuelo, a los que están deprimidos! ¡Te quiero dar gracias, Padre, por esa ternura infinita, por tantos regalos que recibo de ti, por tantas gracias inmerecidas que me has transmitido! ¡Te pido, Padre, que me ayudes a mirar la vida con ojos de fe para que pueda ser capaz de vislumbrar todas esas gracias que me has regalado! ¡Padre de bondad y de ternura hay veces en el día que me olvido de ti y me cuesta descubrir tus gracias, ayúdame a no olvidarte nunca, a contemplarte, a alabarte, a hablar contigo! ¡Padre de bondad y de ternura gracias porque si no te hubieras revelado con toda la fuerza de tu misericordia no se qué sería de mí! ¡Si no te hubieras hecho tan frágil como soy yo, si no hubieras llorado y sufrido como lo hago yo, si no hubieras muerto en la cruz por amor, yo no sería capaz de experimentar ni tu ternura ni tu amor! ¡Señor, te doy gracias porque me amas tanto! ¡Te doy gracias porque al mismo tiempo me muestras con tu ternura esa cercanía que necesito para caminar! ¡Gracias porque me muestras tu divinidad al mismo tiempo que me presentas tu humanidad! ¡Te doy gracias, Padre, porque me acompañas siempre y me llevas de la mano y esto me da mucha seguridad! ¡Ayúdame, también, a llevar tu ternura a los demás!
Dios es ternura, cantamos hoy con Taizé:

¿Qué es hacer algo extraordinario?

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«Un discurso extraordinario», «Una jugada extraordinaria», «Un libro extraordinario», «Ha logrado un triunfo extraordinario»… Atribuimos lo «extraordinario» a muchos aspectos de la vida porque «extraordinario» es todo aquello digno de llamar la atención y que sobresale por ser algo fuera de lo común. Pues yo, como cristiano, cada día puedo hacer algo extraordinario. Convertir mi vida —desde que abro los ojos por la mañana hasta que los cierro por la noche—, en algo excepcional. Pero lo extraordinario es que no se necesitan hacer grandes cosas sino, simplemente, vivir el presente poniendo a Dios en el centro y tratando de encontrarle en cada una de las experiencias cotidianas.
Hacer algo extraordinariamente es realizar lo ordinario bien hecho por amor a Dios. Ir por el mundo con el corazón abierto a la entrega, no dejarse vencer por el desánimo, por el desconcierto, por la rutina, por la monotonía, por la desidia…
Hacer algo extraordinario es vivir el presente inmediato como si tratara de la primera vez, con ilusión y alegría, proponiéndose vencer los desafíos con una confianza ciega en la voluntad de Dios, sirviendo sin esperar nada a cambio, venciendo con esperanza las incertidumbres de la vida, afrontando los miedos con serenidad...
Hacer algo extraordinario es vivir como lo haría un niño pequeño: entregado a la seguridad del Padre, buscando su protección y su consejo.
Hacer algo extraordinario implica vivir buscando a Dios en todos los detalles de lo cotidiano de cada jornada tratando de encontrar la belleza incluso en esas pequeñas pinceladas del cuadro de nuestra vida para convertir lo viejo en nuevo y lo triste en alegre.
Hacer algo extraordinario supone no vivir en el tactismo ni en el cálculo de las oportunidades porque de tanto esperar uno acaba alejándose de las personas y de lo que es importante.
Hacer algo extraordinario es renovar cada nuevo amanecer el amor por la vida, cambiar la manera de amar para hacerla más auténtica y generosa, despojarse del yo para llenarse del otro.
Hacer algo extraordinario es evitar que la rutina, los automatismos y la tibieza hagan creer que todos los días son iguales.
Convertir mi vida en algo extraordinario solo depende de mí. Lo tengo claro. El problema radica en que muchas veces no creo que lo extraordinario pueda ser posible porque no me creo que Dios me ama con un amor extraordinario; que si pidiera con fe se producirían en mi vida cosas extraordinarias; que cada una de mis palabras, de mis acciones, de mis gestos, de mis miradas pueden tener efectos extraordinarios en los otros; que Dios actúa siempre —anhela actuar siempre— y quiere hacerlo de una manera extraordinaria; que cada vez que me vacío de mi mismo para llenarme del Señor logro efectos extraordinarios.
Lo que es extraordinario es que con las veces que me olvido de Él, lo ignoro, lo olvido y lo menosprecio Dios sigue actuando en mi vida de una manera extraordinaria: con un amor incorruptible, personal y misericordioso.
Y, aunque soy poca cosa —y cada día me doy más cuenta de mi pequeñez— es extraordinario saber que puedo convertir mi camino de santidad en algo extraordinariamente extraordinario.

¡Señor, quiero convertir la sencillez de mi vida en algo extraordinario! ¡Ayúdame, Señor, a afrontar la vida como tu deseas, que no sea mi voluntad sino lo tuya la que prevalezca siempre! ¡Señor, ayúdame a comprender que no puedo convertir mi vida en algo extraordinario si afronto las circunstancias como lo hago normalmente! ¡Ayúdame a serte fiel siempre para convertir lo cotidiano en algo extraordinario! ¡Qué tu seas, Señor, el centro de mi vida, con eso ya logro que todo lo demás sea extraordinario! ¡Ayúdame, Señor, a crecer en humildad y sencillez para convertir la pequeña obra de mi vida en algo extraordinario! ¡Que toda mi vida esté iluminada por ti, Señor, no necesito luces de neón me basta una pequeña vela pequeña! ¡Te abro mi pobre corazón, Señor, porque quiere que entres en él para enamorarme más de ti! ¡No permitas, Señor, que la indolencia y la monotonía inunden mi vida cristiana porque no puedo ser templo del Espíritu Santo con una vida tibia y perezosa! ¡Ayúdame, Señor, a darme más, a entregarme más! ¡Ayúdame a llevar una vida extraordinariamente genuina, es decir, en ti, contigo y para ti! ¡Gracias, Señor, por tu amor y misericordia!

El trabajo no lo es todo, desde que lo comprendí empecé a vivir

El tiempo que dedicaba íntegramente al trabajo, lo destiné a... la recuperación de los olvidados moldes desmontables para tartas.


Esto será como un acto de la auto-crítica. Durante el último año y pico anterior no era una persona demasiado social. No respondía a los mensajes de correo electrónico. Las llamadas telefónicas privadas las atendía de vez en cuando. Aceptaba invitaciones sólo a eventos inusuales.

No era porque me sintiera una estrella en la sociedad o despreciara algunas amistades. Tampoco es que me llamara muchísima gente. Simplemente, no tenía tiempo para nada. Todo momento lo dedicaba al trabajo, que me gusta mucho.

Pasaba las noches, tardes y mañanas entre las personas que, como yo, habían dejado de disfrutar de tonterías, y cuya vida comenzó a cerrarse en torno a los pasos que daban moviéndose entre las ollas de la cocina.

El cambio fue posible cuando se me ocurrió que, puesto que soy tan disciplinado en el trabajo, no tendré obstáculos para demostrarle al tiempo que lo puedo estirar como una goma, siempre que yo lo desee. Y la vida comenzó para mí.

El plan de juego era simple. Hacer caso a las personas con las que coincido. Responder a sus invitaciones (aunque fuera sutilmente). Dedicar tiempo a todos los que lo necesitan. Conocer, por lo menos, a una nueva persona cada día. Al menos una vez al día ponerme en contacto con alguien que ya conozco. En una palabra: practicar exactamente lo que los psicólogos llaman “atención plena”.

Así que almorcé con un hombre ciego, quien sugirió que si “ya que le invitaba, yo también podría invitarme a mí mismo”. Me encontré con una amiga embarazada que estaba esperando a su hijo para diciembre y me informó del sexo del bebé (y le juré que no sabía nada y que con su marido periodista había hablado sólo de política y sólo durante unos 15 minutos).

La última media hora de trabajo, que por lo general la empleaba en hacer retoques innecesarios de algunos encargos, la aproveché para reunirme con el dueño temporal de mi molde desmontable para tartas.

De esos moldes desmontables simbólicos hubo unos cuantos en mi vida, porque, después de todo, no importaba tanto el objeto, sino la persona que estaba detrás de él. Aunque cuando me interesaba por estas ollas, o por bolígrafos o por cajas viejas nunca estaba seguro de si no les parecería raro que les diera tanta importancia a objetos que no valían ni 2 euros.

En lugar de estar sentado durante horas, concentrado en un solo proyecto, que según mis predicciones histéricas, no iba a salir bien sin mi constante presencia, fui a tomar un café con el chico a quien conocí en la cola del médico y a quien, como a mí, le pareció divertido perder dos horas en nuestra propia compañía, después de haber perdido otras dos haciendo cola.

Hablé un cuarto de hora en el bus con una chica y pasé una estupenda noche con una estupenda amiga con una gran taza de la deliciosa infusión de melisa (no vamos a pretender decir que la elección de la bebida fuera casual, porque aún tenía un fuerte mono por desconectarme de la cocina, y sólo una enorme taza de este tipo de bebida podía frenarme de maniobrar con el teléfono).

Y… no sé como fue posible, pero no pasó nada malo. No se colapsó el mundo ni se derrumbó mi proyecto.

Hice todo lo que había querido. Realicé los pedidos con precisión, sólo que dediqué menos tiempo en su perfeccionamiento y su cosmética. La disciplina, que hasta ahora solía utilizar para cumplir con mis obligaciones, comenzó a servirme para poder disfrutar conscientemente de la vida en en Dios.

Los efectos fueron sorprendentes. Desaparecieron muchas de mis frustraciones. Dejé de preocuparme con la falta del tiempo, cuando yo mismo lo perdía a petición propia. Aumentó mi sensación de seguridad.

El mundo me empezó a parecer más amable, ya que dejé de pensar que estaba solo en él. Empecé a levantarme más temprano, porque tenía ilusión de vivir cada día, pensando en los momentos emocionantes que me esperaban. Salía de casa corriendo sin ni siquiera tomar el café de la mañana. Poco a poco empecé a entender el lema: “Cuanto más se pierde, más se gana”. 

Me encanta mi situación actual. Seguiré corriendo y brincando al amanecer, pero puede ser que no al trabajo, sino para recoger mi molde de tartas, porque podría ser el inicio de un importante acontecimiento de mi biografía, que no quiero perderme mientras estoy concentrado en el diseño de un nuevo plato. Como le sucedió a un cierto timonel italiano que estaba tan abstraído con su iPhone, que no se percató de la presencia de una ballena al lado de su barco.