Desde la plaza de San Pedro que el gran Bernini concluyó a mediados del siglo XVII para unir a católicos y no católicos por expreso deseo del papa Alejandro VII la historia de la Iglesia ha conocido concilios, cónclaves, fumatas blancas, beatificaciones, intentos de asesinato de un Santo Padre, emociones intensas de fervientes católicos, conversiones espirituales…
Como católico me impresiona la belleza de esta plaza por el gran significado que tiene para mi fe. Un lugar que acoge a todas las sensibilidades humanas. Personalmente es un lugar que me reafirma profundamente en mis creencias por medio de la figura del primer Papa de la historia, ese San Pedro rudo y áspero al principio pero dócil y sencillo a la llamada de Dios.
En los grandes acontecimientos retransmitidos desde la plaza de San Pedro hay momentos en que las cámaras ofrecen un plano general de este gran escenario monumental de tan gran significado para los que nos sentimos católicos.
La plaza de San Pedro se halla repleta de estatuas de doctores de la Iglesia, de mártires, de santos, de pontífices, de teólogos. La historia de la Iglesia viene marcada por la vida de estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad y con su ejemplo se han convertido en faros para numerosas generaciones, y lo son también para quienes vivimos en esta época. En la página oficial del Vaticano he averiguado que son 140 estatuas situadas sobre las 284 columnas que conforman el conjunto arquitectónico de la plaza. Todos ellos observan la historia de la Iglesia y de la humanidad desde un mirador privilegiado. Pero en el interior de la basílica existen además decenas de santos en nichos, columnas, capillas que también contemplan la evolución de la sociedad desde una perspectiva de interioridad.
Cada uno de los santos de este gran centro de la espiritualidad católica no dejan de transmitir que el auténtico ideal del cristiano es alcanzar la santidad en medio del mundo y formar una sociedad más humana, más cristiana y más divina según los designios y el corazón de Dios. El verdadero ideal cristiano no es ser feliz, sino ser santo porque el santo es aquel que, a imitación de Cristo, vive del amor de Dios.
En la vida de estos santos Cristo se ha aferrado a su corazón y como san Pablo han podido afirmar: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Entrar en comunión con ellos es ir también unidos a Cristo para ser santos en nuestro mundo.
La santidad no es, como muchos creen, un ideal reservado a unos pocos pues Dios nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo para ser santos e intachables ante Él por el amor. Pensando en todos los representados en estas estatuas de la plaza de San Pedro comprendes que la santidad, la plenitud de la vida cristiana, no radica solo en realizar grandes empresas sino en caminar unido a Jesús tratando de vivir con autenticidad sus misterios, hacer propias sus palabras, sus gestos, sus pensamientos y sus actitudes. La santidad solo se puede medir por la estatura que Cristo toma en cada uno, por el grado en el que modelamos la vida según la suya con la fuerza arrolladora del Espíritu Santo al que hay que invocar con insistencia para que nos llene de su gracia y exhale en nosotros la vocación hacia la santidad anhelo de Dios para cada hombre.
Como católico me impresiona la belleza de esta plaza por el gran significado que tiene para mi fe. Un lugar que acoge a todas las sensibilidades humanas. Personalmente es un lugar que me reafirma profundamente en mis creencias por medio de la figura del primer Papa de la historia, ese San Pedro rudo y áspero al principio pero dócil y sencillo a la llamada de Dios.
En los grandes acontecimientos retransmitidos desde la plaza de San Pedro hay momentos en que las cámaras ofrecen un plano general de este gran escenario monumental de tan gran significado para los que nos sentimos católicos.
La plaza de San Pedro se halla repleta de estatuas de doctores de la Iglesia, de mártires, de santos, de pontífices, de teólogos. La historia de la Iglesia viene marcada por la vida de estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad y con su ejemplo se han convertido en faros para numerosas generaciones, y lo son también para quienes vivimos en esta época. En la página oficial del Vaticano he averiguado que son 140 estatuas situadas sobre las 284 columnas que conforman el conjunto arquitectónico de la plaza. Todos ellos observan la historia de la Iglesia y de la humanidad desde un mirador privilegiado. Pero en el interior de la basílica existen además decenas de santos en nichos, columnas, capillas que también contemplan la evolución de la sociedad desde una perspectiva de interioridad.
Cada uno de los santos de este gran centro de la espiritualidad católica no dejan de transmitir que el auténtico ideal del cristiano es alcanzar la santidad en medio del mundo y formar una sociedad más humana, más cristiana y más divina según los designios y el corazón de Dios. El verdadero ideal cristiano no es ser feliz, sino ser santo porque el santo es aquel que, a imitación de Cristo, vive del amor de Dios.
En la vida de estos santos Cristo se ha aferrado a su corazón y como san Pablo han podido afirmar: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Entrar en comunión con ellos es ir también unidos a Cristo para ser santos en nuestro mundo.
La santidad no es, como muchos creen, un ideal reservado a unos pocos pues Dios nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo para ser santos e intachables ante Él por el amor. Pensando en todos los representados en estas estatuas de la plaza de San Pedro comprendes que la santidad, la plenitud de la vida cristiana, no radica solo en realizar grandes empresas sino en caminar unido a Jesús tratando de vivir con autenticidad sus misterios, hacer propias sus palabras, sus gestos, sus pensamientos y sus actitudes. La santidad solo se puede medir por la estatura que Cristo toma en cada uno, por el grado en el que modelamos la vida según la suya con la fuerza arrolladora del Espíritu Santo al que hay que invocar con insistencia para que nos llene de su gracia y exhale en nosotros la vocación hacia la santidad anhelo de Dios para cada hombre.
¡Quiero darte gracias, Señor, por tu Santa Iglesia Católica que tu fundaste y que me llama claramente a la santidad! ¡Te pido, Señor, que tu Santo Espíritu me llene para alcanzar la santidad porque por mis propias fuerzas no puedo! ¡Ven Espíritu Santo, ven para recorrer junto a Ti el camino de la santidad! ¡Ven Santo Espíritu de Dios para hacer fructificar cada una de mis acciones, para cumplir el deseo de Dios de que todos seamos santos! ¡Lléname de Ti, Espíritu divino, anima mi interior, transfórmame para vivir unido a Cristo, restáurame para conservar y llevar a la plenitud la vida de santidad que recibí en el momento de mi bautismo! ¡Ayúdame, Espíritu del Padre, a utilizar siempre bien la libertad que viene de Dios y concédeme la gracia de vivir siempre bajo tu acción liberadora para conformar mi voluntad con la voluntad de Dios! ¡Concédeme, Espíritu renovador, a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mi mismo! ¡Ayúdame, Espíritu de Amor, a que mi amor crezca cada día y sea sal y semilla para todos, abierto a la gracia, a la vida de sacramentos, a la oración con el corazón abierto, a la renuncia de mi mismo, a la generosidad hacia el prójimo, al servicio desinteresado, a la entrega sin esperar nada a cambio, a la caridad extrema! ¡Y a ti, Padre, te doy gracias por los santos de la Iglesia que con su verdadera sencillez, grandeza y profundidad de vida me muestran el camino de la santidad! ¡Que como ellos yo también sea capaz de vivir plenamente el amor y la caridad y seguir de verdad a Cristo en mi vida cotidiana! ¡Gracias, Padre, por mostrarme que los rostros concretos la santidad de tu Iglesia! ¡Te doy gracias también por tantas personas a mi lado que no llegaran al altar de la santidad pero son gente buena, pequeñas luces de santidad que me ayudan a crecer humana y espiritualmente, a los que quiero y hoy te pongo ante el altar de la Cruz y de la Eucaristía! ¡Gracias a su bondad, generosidad, piedad y entrega puedo palpar cada día la autenticidad de la fe, la esperanza y el amor! ¡No permitas, Padre, que nada marchite mi vocación hacia la santidad!
Aclaró, una canción para sentir el amor de Dios: