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martes, 20 de febrero de 2018

Cuarenta días de desierto, ¿para qué?




Desde DiosComo a Jesús, también el Espíritu nos empuja a ir hacia el desierto durante cuarenta días. Lo hará después de treinta años de vida oculta para iniciar un camino de cruz y como preparación para el proyecto que Dios ha dispuesto para Él. Comienzan tres años de una vida marcada por las tensiones y las aclamaciones, los desprecios y los aplausos, las enseñanzas y los milagros cuyo fin es la muerte en Cruz. Tiempos de prueba que son una enseñanza para un corazón abierto a su verdad.
Y cuando contemplas como el Espíritu Santo lleva al desierto al Señor comprendes que tu propia vida tampoco resultará sencilla ni cómoda sino que estará repleta de pruebas, de tentaciones permanentes, de caídas y de incertidumbres. Buscar la verdad no es fácil, tratar de seguir el camino que lleva al reino de Dios sin desfallecer tiene sus riesgos. Lo es para uno como lo fue también para Jesús.
Sin embargo, en aquel lugar inhóspito encontró Jesús el acomodo para su purificación personal, se desprendió de todo lo innecesario para vivir con lo esencial, recurriendo a la verdad, apoyado tan solo por la fuerza interior que ofrece la oración y el aliento del Espíritu que facilita superar las pruebas y la tentación, ese elemento de hostilidad que el demonio coloca en nuestra vida para alejarnos del amor y la misericordia de Dios.
Pero Jesús no se dejará tentar por Satanás. Lo rechazará para no dejarse vencer por la soberbia y el orgullo, los principales elementos que nos apartan de Dios.
Estos cuarenta días de Cuaresma me enseñan que debo caminar con el corazón atento, mantenerme vigilante para vislumbrar el juego que el príncipe del mal quiere hacer para desviarme de mi camino de autenticidad. Vivir como Jesús alimentándose de la oración y de la vida sacramental.
Cuarenta días para llegar a la Pascua. Cuarenta días para estar atentos al susurro del Espíritu. Cuarenta días para poner la mirada fija en ese Jesús retirado en el desierto. Cuarenta días para crecer en humildad, servicio y amor. Cuarenta días, en definitiva, para ser más fiel y cercano a Jesús.
¡Señor, te doy gracias por la vida que me has dado, por todo los sufrimientos y las alegrías! ¡Todo viene dado por Ti! ¡Ayúdame a aceptar lo que Tú me envías! ¡Si debo entrar de nuevo en el desierto de la vida dame la fuerza y la confianza que viene de tu Espíritu para aceptarlo con entereza cristiana! ¡Que se conviertan en verdadero estímulos para tener la certeza de que es la manera que quieres para moldear mi carácter! ¡Ayúdame en esta Cuaresma a buscar más tiempos de silencio y soledad para recorrer junto a tu Hijo un camino interior de conversión, de cambio y de transformación! ¡Ayúdame a vivir el sentido de la vida desde la cercanía a Jesús! ¡Ayúdame a aprender a caminar a ciegas, siguiendo la guía del Espíritu! ¡Concédeme la gracia de ser muy austero en este tiempo y estar siempre abierto a la entrega al prójimo! ¡Concédeme la gracia de abrir mi corazón para que sea transformado por tu Santo Espíritu y ser un cristiano auténtico que entregue su vida por servir a los demás de corazón! ¡Señor, quiero adentrarme en el desierto de la Cuaresma para envolverme de tu misterio, para que nadie se interfiera entre nosotros, para sentir tu amor y tu misericordia! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para despojarme de mis yoes y en la aridez que me envuelva hacer que desaparezcan de mi alrededor todo aquello que es innecesario! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para hacerme más disponible a Ti y a los demás! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para, en mi desnudez interior, comprender todo desde lo íntimo, desde la intimidad contigo que da una perspectiva diferente a las cosas y a la vida! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para que desde la transparencia de mi oración poder ponerte mi realidad ante Ti, todos mis anhelos y mis fracasos, mis alegrías y mis desesperanzas! ¡Y a Ti María, Madre del Silencio, te pido tu compañía en este tiempo para seguir el ejemplo de tu vida oculta en Nazaret, en tus años de desierto en lo cotidiano de la vida, que te sirvieron para acoger con el corazón abierto el proyecto que Dios tenía pensado para Ti!
Nos has llamado al desierto, cantamos hoy acompañando la meditación:



lunes, 19 de febrero de 2018

¡Es alguien ocupadísimo! ¿Ocupadísimo para qué?





Desde Dios
¡Ocupadísimo! Valoramos a las personas por lo ocupadas que están. Su tiempo está tan lleno que son difícilmente accesibles. Su vida está repleta, su agenda está repleta… su tiempo, sus actividades, sus compromisos son una sucesión demostrativa de que esa persona está ¡muy ocupada! Ese estar ¡ocupadísimo! las convierte en seres importantes a los ojos de los demás.
Hay quien piensa que si las páginas de tu agenda no están llenas y que si tienes muchos huecos por llenar cada día —en definitiva, que no estás ¡ocupadísimo!— es que eres alguien sin relevancia social.
Vivimos tiempos donde el tiempo es un valor escaso. Si uno no es capaz de transitar por el precipicio del ritmo acelerado tampoco se le valora. En este entorno, la persona ¡muy ocupada! es colocada en un pedestal.
Respeto mucho a las personas cuyo tiempo está siempre ocupado. Pero me pregunto, ¿ocupan su tiempo en lo que es necesario, en lo que verdaderamente tiene relevancia, en lo que de verdad importa o lo dedican solo a si mismos o a cosas que, en realidad, no tienen relevancia alguna?
De entre todos los asuntos relevantes de la vida, entre los muchos trabajos que surgen cada día y entre las tantas ocupaciones que nos exige la jornada, hay una superior a todas. Es la propia salvación. Para eso uno sí debe estar siempre ¡ocupadísimo!
En la obra de la salvación humana Cristo ya invita a trabajar por nuestra propia salvación con temor y temblor. La salvación es el business más relevante que el hombre puede realizar en su vida. El que mayor réditos ofrece. El más valioso. La salvación exige tiempo y dedicación porque en el camino pueden surgir —y de hecho surgen— complicaciones, obstáculos y dificultades que hay que superar si uno desea avanzar. Y hay que estar preparado para ello.
Una ocupación importante es estar alerta; vigilante ante esa confianza que nos aligera pero que es el paso previo a la caída. Es la artimaña del enemigo que nos hace creer que basta con nuestra solas fuerzas. Otra importante ocupación es esforzarse en mejorar cada día. Estar vigilante ante nuestra debilidades. O alimentar la fe que las fuerzas del mal buscan debilitar cada día. Ocuparse en vivir una vida de sacramentos, una vida de oración, una vida de penitencia, una vida de entrega a los demás, una vida profundizando en la Palabra. Cuando uno deja espacio a estos alimentos esenciales de la vida da sentido radical a sus muchas otras ocupaciones.
¡Sí vale la pena estar ocupadísimo por Dios, por los demás y por uno mismo! ¡Vale la pena si esa ocupación es por un bien superior! ¡Cuando uno se ocupa de su salvación deja todo en manos del querer y del hacer de Dios que actúa en cada uno por medio del Espíritu Santo!
La pregunta es sencilla: ¿Me considero una persona ocupadísima que centra toda su atención en lo mundano o mi ocupación tiene como objetivo mi propia salvación?o ¿soy el prototipo de persona desocupada al que le falta la sensibilidad para comprender cuál debe ser en su vida la más valiosa de las ocupaciones?
¡Señor, quiero centrar mis ocupaciones en Ti! ¡Quiero centrar mi experiencia en Ti! ¡Quiero aceptar tu voluntad! ¡Quiero amarte más porque Tu me amas aunque tantas veces intento olvidarte! ¡Quiero amarte más aunque tantas veces olvido tu amor! ¡Te alabo, Señor, porque no es posible vivir sin amar y Tu esperas siempre mi amor! ¡No permitas, Señor, que vaya tan deprisa; dame paciencia para caminar a tu lado, para que no me inquieten los vaivenes de la vida! ¡Ayúdame a valorar el tiempo, Señor, para aprender de Ti y de Tu Madre! ¡Tu, Señor, creciste en silencio durante treinta años de vida oculta, en apariencia lo perdiste todo en tres días de completo abandono, pero lo recuperaste todo para nuestra salvación, ofreciendo todo tu tiempo para la esperanza! ¡Te pido, Señor, la gracia del Espíritu para tener la paciencia del tiempo para que pacifique mi corazón! ¡Ayúdame, con la gracia de tu Santo Espíritu, para mejorar cada día, para estar vigilante ante mis debilidades! ¡Ayúdame a acrecentar mi fe, a vivir mi vida de sacramentos, a tener una vida de profunda oración, a una vida de penitencia, una vida entregada a los demás, una vida profundizando en Tu Palabra y buena nueva!
De James MacMillan escuchamos hoy su coral Data est mihi omnis potestas de su colección Motetes de Strathclyde:


viernes, 16 de febrero de 2018

Todo comienza con la conversión cotidiana

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Para que el mundo arda de esperanza, Jesús llama a hombres y mujeres con sus peculiaridades y pequeñeces. Tomo como ejemplo la vocación de los primeros apóstoles. Jesús no los eligió entre los notables del templo, ni entre los poderosos de su tiempo sino entre los más simples pecadores. Estos hombres, sorprendidos en su trabajo, dejaron que todo cayera por si solo. Para Andrés, Simón Pedro, Santiago y Juan fue el comienzo de un gran amor. Recibieron la buena nueva de Cristo y su vida se transformó por completo.
Al igual que estos apóstoles, o como ocurrirá con tantos otro como Pablo, todos estamos llamados por el Señor. Como cristianos bautizados y confirmados nuestra misión es convertirnos en testigos y mensajeros —con nuestras incertezas, pequeñeces y debilidades— del Evangelio. Todo comienza con la conversión cotidiana. A lo largo de los siglos, los grandes testigos de la fe han sido perdonados de sus pecados y miserias. Pienso en san Pedro que negó a Cristo tres veces, en san Pablo acérrimo perseguidor de los cristianos, en San Agustín que vivió parte de su existencia una vida desordenada… Uno puede decir: ¡Estás hablando de dos mil años atrás! Puedo poner muchos otros ejemplos de este siglo como el padre Donald Callaway, que de traficante de drogas pasó a sacerdote católico, o de Joseph Fadelle, de descendiente directo de Mahoma a católico convencido, o de  Serge Abad-Gallardo, de maestro masón a encontrar la fe en Cristo, o de André Frossard, de ateo convencido a católico por la gracia de Dios, o de María Vallejo-Nágera, a quien la religión le importaba un rábano a una potente en Medjugorge… Pero conozco cientos de personas como yo —o como tu—, padres y madres de familia, que sacan sus familias adelante con esfuerzo y sacrificio, que han dicho sí a Dios en algún momento de su vida dejando atrás su vida mundana y vacía. Pero todos, unos de hace dos mil años y otros de ahora han sido liberados de todo obstáculo y proclaman la alegre noticia del encuentro con Cristo. Lo han anunciado a la humanidad cautiva al pecado y de la muerte. Todos han entendido que nuestro Dios es un Dios liberador y salvador. Y eso es lo que testifican con sus vidas.
Es cierto que esta misión implica riesgos. Vivimos en una sociedad que no le gusta oír hablar de Dios o de Jesús. Pero las buenas nuevas deben anunciarse a todos porque Dios quiere la salvación de todos los hombres. Ante la incredulidad, la mala fe o la indiferencia, no podemos permanecer pasivos. El Papa Francisco recomienda que salgamos a las «periferias» para que anunciemos el mensaje de Cristo. La Iglesia solo puede vivir yendo a «Galilea». Es allí donde viven los que parecen más distantes de Dios. Cristo confía en nosotros para ser testigos y mensajeros de Su Reino.
Uno es enviado en comunión con el prójimo y con Cristo. Esta unidad es absolutamente indispensable para el testimonio que tenemos que dar. Divididos, es imposible.
Olvidamos orar con frecuencia para que el Señor nos haga atentos a su llamada, para una conversión auténtica en el día a día. En un día como hoy le pido que me conceda más generosidad para responder a su llamada haciéndome artesano de unidad, caridad, paz, amor y reconciliación en ese pequeño entorno en el que vivo.
¡Señor, predispongo mi corazón para esta atento a tu llamada! ¡Envíame tu Santo Espíritu, Señor, para que pueda acoger tu Palabra y tu buena nueva y me comprometa vivamente con ella! ¡Envíame tu Santo Espíritu, Señor, para que me otorgue el discernimiento para escuchar lo que quieres y esperas de mi, la sinceridad para avanzar acorde con tu voluntad y la fortaleza para aceptarlo todo! ¡Quiero, Señor, mostrarte mi disponibilidad sincera por eso te digo que me hables al corazón que estoy presto para escucharte! ¡Concédeme, Señor, la sabiduría del discernimiento pero también la capacidad para dedicarte tiempo en la oración y en la vida de sacramentos, la serenidad de corazón, la calma del espíritu y la paz interior para acercarme a ti y a los demás! ¡Concédeme, Señor, la gracia de hablar a los demás de Ti con el corazón abierto, desde mi experiencia personal, desde la oración, desde el amor, de la reflexión y desde la verdad, para que puedas convertirte a través mío en una referencia entre los que quiero y conozco! ¡No permitas, Señor, que mi vida se pierda por derroteros sin interés, con agitaciones del corazón inútiles, en oraciones pronunciadas rápidamente y sin interioridad, en oraciones llenas de palabras vacías de contenido que me impiden escuchar tu voz y tu mensaje! ¡Señor, te doy gracias por tu amor, por enviarme el susurro del Espíritu y te pido que me ayudes cada día a buscar la santidad, el encuentro contigo y hacer viva en la realidad de mi vida tu presencia amorosa, misericordiosa y llena de bondad y esperanza!
Entraré, cantamos con Jésed:


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jueves, 15 de febrero de 2018

Tiempo de penitencia… y alegría

Desde DiosOficialmente ayer, miércoles de ceniza, comenzó la Cuaresma. Tuve la ocasión de vivirla en un país musulmán y recibir la ceniza en una pequeña iglesia católica junto a una reducida comunidad de fieles. Fue emotivo. Para muchos la expresión típica de este tiempo es que el cristiano hace «cara de cuaresma» con su rostro con un halo hosco y de tristeza. No era el caso de los que ayer estábamos reunidos en ese pequeño templo. Por eso, ¡Qué pena que tantos vean este período en su aspecto más negativo porque lo consideran un tiempo pretérito y en desuso! Es cierto que es un tiempo de renuncia y sacrificio  —incluso aunque no hagamos ninguno— pero la Cuaresma tiene un valor profundo, valioso y aleccionador.
Aunque la Cuaresma es un tiempo de penitencia para mí lo es también de alegría. Es una invitación a salir de mis caminos de tristeza, de perdición, de desánimo y de desesperación y volver la mirada hacia Cristo. ¡Y qué mayor alegría el poder reconciliarse y ser renovado por la ternura del Padre! ¡Qué mayor alegría que sentir su amor misericordioso que se nos otorga gratuitamente y sin mérito por el Dios que es amor infinito!
En este segundo día de Cuaresma siento que la llamada de Dios es muy clara. Es un clamor que resuena en el corazón y exclama: «¡Ven a mí con todo tu corazón! ¡Reconcíliate conmigo!» Dios es pura misericordia. Por eso, vivir la Cuaresma es devolverle todo su lugar al Señor, que solo nos pide poder llenarnos con su amor y su alegría.
Es cierto que entre las prácticas religiosas de la Cuaresma se presentan la limosna, el ayuno y la oración. Cuando uno ayuna no es por el placer de imponer mortificaciones y sacrificios. Cuando Jesús te pide que lo dejes todo para seguirle es porque tiene mucho mejor para ofrecerte. Este bien superior que se nos propone, es Dios, es su amor y su Reino. Ese es el verdadero propósito de nuestra vida. Y es importante que nos liberemos de cualquier cosa que pueda obstaculizar nuestro viaje de seguimiento a Cristo. Si ayunamos, es para compartir con aquellos que tienen hambre con gestos de caridad y solidaridad con los que demostrar que uno es discípulo de Cristo.
Oración, limosna y ayuno son los tres pilares de la Cuaresma. Pero Cristo recomienda que no actuemos para ser vistos por otros. El objetivo no es la gloria que proviene de los hombres; no se trata de mejorar nuestra reputación. Dios es conocedor de lo que hacemos en secreto. Él nos recompensará. No debemos buscar más. La sinceridad, la discreción y la humildad nos abren a la gracia sobreabundante del Padre.
Este es el camino de conversión que el Evangelio nos muestra, no solo para esta Cuaresma sino también para toda la vida. Nos sigue llamando para que volvamos a Él y demos la bienvenida a su amor, un amor que va más allá de todo lo que podamos imaginar. Me dirijo hoy a Aquel que quiere asociarme con su victoria sobre la muerte y el pecado. Que esta promesa alimente mi esperanza y mi amor en esta Cuaresma.
¡Señor, concédeme la gracia de vivir esta Cuaresma íntimamente unido a Ti porque es un tiempo que tanto me concierne! ¡Ayúdame a vivirla con amor pues soy consciente del gran bien que me hará a mi vida pues este tiempo me ayuda a discernir entre el bien y el mal, entre lo que quieren mis pasiones y lo que es voluntad del Espíritu! ¡Concédeme, Señor, la gracia de que sea para mi un tiempo de gracia, de vida interior, de paz y de serenidad para mi alma, para caminar unido a Ti! ¡Ayúdame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu a saber discernir cada día entre el bien y el mal y hazme consciente de que al mal se le vence por medio de la Cruz! ¡Concédeme, Señor, la gracia de convertir esta Cuaresma que me lleva hasta tu Pasión en un tiempo de libertad interior para que mi vida cambie y pueda ser auténtico testimonio cristiano! ¡Concédeme la gracia, Señor, por medio de tu Santo Espíritu de alejar de mi aquellos apegos mundanos que estorban en mi vida, del hacer mi voluntad y no la tuya, de tropezar siempre en la misma piedra, de no hacer el bien y caminar por aguas pantanosas! ¡Renuévame, Señor, por dentro, purifícame y transfórmame; cambia mi corazón! ¡Hazme, Señor, dócil a tu llamada y que acoja cada día en mi vida los signos indelebles de tu amor! ¡Gracias, Señor, por tu paciencia infinita conmigo y no permitas que en esta Cuaresma desfallezca en mi camino de conversión!
Es tiempo de cambiar, de Juanes, muy apropiada para este tiempo de Cuaresma que empezamos a transitar:



martes, 13 de febrero de 2018

Entre el jardín del Edén y el desierto de la vida




Desde Dios
Por razones laborales me encuentro desde hace un par de días en un país del Golfo Pérsico. La capital es una amalgama de rascacielos de formas caprichosas, mercados tradicionales y centros comerciales. Todo es exuberante y excesivo. En mi hotel sobresale la impresionante grandilocuencia de la decoración y las tiendas de primeras marcas y un vergel de plantas que recuerdan un jardín del edén poblando los diferentes rincones del edifico. 
A pocos kilómetros de la ciudad todo es un impresionante desierto que conforma un mar de dunas.
Mañana que comienza la Cuaresma este cuadro me recuerda el exuberante jardín del Génesis y el ahogante transitar por el desierto de la vida.
Esta ciudad que cuenta con todas las comodidades, propia de nuestro tiempo, es como el Jardín del Edén, todo pensado para que el hombre y la mujer puedan vivir como verdaderos hijos de Dios y gozar de su amor. Sin embargo, el hombre, deslumbrado por lo exterior, rehúsa este regalo divino. Prefiere —podríamos afirmar, incluso, que se niega—a escuchar Su palabra, dejándose orientar por la audacia del diablo disfrazado de serpiente. Cada día éste nos susurra al oído la hipocresía y la mentira de Dios y trata de hacernos ver que su poder nos sofoca en el deseo de estar en comunión con la vida que Dios ofrece. Satanás nos propone ser como dioses para que lo que está prohibido se transforme en algo deseable... Así, como los primeros padres, nosotros no aceptamos lo que Dios nos regala como un obsequio lleno de amor. Pero nadie, fuera del registro del amor, puede recibir el amor que se le ofrece. Y, así, uno se acaba descubriendo pobre y desnudo, sin nada y sin dignidad. El pecado, exuberante en cuanto exceso exterior, te hace perder tu dignidad y te aleja de esa gracia que te une íntimamente a Dios.
Hoy me planteo la cantidad de tentaciones que pone el diablo en mi vida. Las veces que como hombre deambulo por el desierto en busca de esa felicidad perdida. Es a este lugar donde está nuestra humanidad al que acude también Jesús al comenzar su ministerio público. Las tentaciones a Jesús son las mismas que sufrió Adán: soberbia, autocomplacencia, gloria vana, codicia, avaricia. Pero Jesús permanece fiel a su Padre, manteniendo su mirada fija en la Palabra de Dios. Esta fidelidad al amor del Padre saca al diablo de sus casillas y conduce a Jesús a la alegría del Padre.
Así es como Jesús hace que el desierto de nuestras vidas florezca de nuevo. Fiel a la Palabra y al amor del Padre, rectifica lo que está torcido y distorsionado en nuestra existencia. Nos sitúa de nuevo al pie del árbol en el corazón del jardín. Este árbol es el árbol de la vida: la cruz. Este árbol ofrece un fruto abundante: el Cuerpo y la Sangre de Cristo que nos han sido dados para que podamos tener vida, para que podamos entrar en intimidad con Dios. Cristo restaura así nuestra dignidad de hijos de Dios.
Mañana comienza la Cuaresma. En este tiempo me propongo reconciliarme interiormente con Dios para poder entrar con Cristo en el jardín donde está plantado el árbol de la Cruz y disfrutar de una vida en plenitud con Él.
Un tiempo de mayor oración para evaluar mis comportamientos, mis actitudes, mi vida, mis proyectos… situándolo todo en torno a una simple y escueta pregunta: ¿qué lugar ocupa Dios en mi vida? Esto me ayudará con toda seguridad a reconocer la tentación que me lleva a cuestionar la bondad, providencia y misericordia que Dios siente por  mi y por la humanidad entera. Un tiempo para que mis labios repitan durante este periodo pascual aquello tan hermoso que el salmo canta para la purificación interior y el reconocimiento humilde del propio pecado: ¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! ¡Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí!
Así caminaré por el desierto de la vida pero alimentado por el fruto vivo de Jesús que fortalece mi corazón y me da fuerzas para no caer en tentación.
¡Padre, en el desierto de mi vida quiero envolverme en tu misterio! ¡No permitas que nadie ni nada se interfiera entre nosotros! ¡Envía tu Espíritu sobre mí para que me capacite a entender todo lo que me sucede, a vivirlo como una revelación, a sentirme cercano a Ti! ¡Ayúdame, Señor, a despojarme de mi yo, a desnudar mi alma y mi corazón, a dejar todo lo que es innecesario para acercarme más a Ti! ¡Quiero, Padre, estar totalmente disponible para Ti, postrado con el corazón abierto, a la espera de cumplir tu voluntad! ¡Te busco, Señor, con los ojos puestos en tu Hijo Jesucristo, con la fuerza de tu Espíritu, con el don de la fe! ¡Estoy desnudo ante Ti, Padre, con toda mi miseria y pequeñez para comprender desde lo más íntimo del corazón todo aquello que esperas de mi! ¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! ¡Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí!  ¡Aquí estoy, Señor, transparente como el agua pura para poner mi realidad a tus pies! ¡Y esto me permite, Señor, vivir confiadamente, abandonarme esperanzadamente, sumergirme en la inmensidad de tu amor y misericordia! ¡Señor, Dios todopoderoso, que has padecido en el árbol de la cruz, por mis pecados, se mi amparo, aleja de mí cualquier tentación, aparta de mi todo mal, dirige mis pasos hacia el camino de la salvación y desprende de mi corazón cualquier pena amarga que me aleje de Ti! ¡Señor, adoro Tu  Sant Cruz, y a los pies de este árbol de la vida haz que el mal se aleje siempre de mí!
Widerstehe doch der Sünde, BWV 54 (Resiste al pecado), una hermosa cantata de Juan Sebastian Bach para acompañar a la meditación de hoy: