1.- O, Sanctissima:
Se cree que este himno es, originalmente, una canción popular, tradicional, cantada originalmente por marineros sicilianos. El “O Sanctissima”, hoy día, se oye relativamente a menudo en fiestas marianas. En Alemania y España, sin embargo, este himno se asocia también con las fiestas navideñas.
2.- Tantum Ergo:
En realidad, al cantar este himno sólo cantamos los dos últimos versos del un himno tanto más largo, el “Pange Lingua Gloriosi”, escrito por Santo Tomás de Aquino, más conocido como teólogo que como himnógrafo, aunque no le faltan, en absoluto, méritos. Históricamente, el Pange Lingua completo se asocia más estrechamente con los ritos propios del Jueves Santo y de la Solemnidad de Corpus Christi. Hoy día, el “Tantum Ergo” es prácticamente elemento básico de la liturgia romana en la Adoración del Santísimo Sacramento.
3.- Salve, Regina:
La “Salve” ha sido un himno mariano católico por excelencia, al menos desde el siglo XI. Según la tradición, San Bernardo de Claraval, movido por inspiración divina, añadió al himno (originalmente una serie de antífonas del Breviario Romano) las tres peticiones que en él se hacen a la Virgen. San Alfonso María de Ligorio escribió todo un tratado sobre este himno en su libro “Las Glorias de María”.
4.- O, Salutaris Ostia:
¡Otro himno escrito por Santo Tomás de Aquino! Este himno, como el Tantum Ergo, está en realidad, compuesto por los dos últimos versos de uno de los himnos cantados en la Solemnidad de Corpus Christi, el “Verbum Supernum Prodiens”. Junto con el “Pange Lingua”, este himno fue escrito a petición del Papa Urbano IV, quien instituyó la fiesta del Corpus Christi en el año 1264. Hoy en día, el “O Salutaris” se oye más a menudo la exposición del Santísimo Sacramento al momento de la Adoración.
5.- Ave, Verum Corpus:
Un hermoso himno eucarístico del siglo XIV, que a menudo ha sido atribuido al Papa Inocente (nadie sabe si Inocente II, III o IV, por cierto), aunque ningún historiador sabe a ciencia cierta a quien corresponde su autoría. Por eso, queremos compartir en este post la versión atribuida a Mozart. En los días de la liturgia pretridentina (es decir, previa a la reforma litúrgica del Concilio de Trento, en pleno siglo XVI) era común que este himno se cantase durante la elevación de la Hostia en la misa. En nuestros días, el “Ave Verum” se asocia más con las festividades litúrgicas específicamente eucarísticas y, en algunos países, incluso con el tiempo de Navidad.
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miércoles, 22 de junio de 2016
5 cosas que hacer en vez de juzgar a los demás
¿Cómo podemos romper con el hábito de juzgar a los demás?
La gente habla de los dichos “difíciles” de Jesús, tales como: “da tu dinero a los pobres y después, ven y sígueme”. Pero entre todos, hay uno que se me hace todavía más difícil: “no juzguen y no serán juzgados”. Sospecho que no soy la única persona que pasa una gran cantidad de tiempo juzgando a los demás.
Jesús sabía que el juzgar a los demás es una tentación constante. En el plano de la vida material el hacer juicios está relacionado directamente con la supervivencia. ¿Puedo cruzar las vías antes que el tren? ¿Debo confiarle a este tipo todos mis fondos de retiro? Sin embargo, a nivel espiritual, el juzgar a los demás detiene todo crecimiento desde el principio. Toda la espiritualidad cristiana está relacionada con el flujo: el flujo de la vida divina hacia todos nosotros por medio de Jesús.
Cuando nos separamos de los demás a causa del juicio, no solamente bloqueamos la comunicación hacia los demás, sino que también bloqueamos el flujo de Dios hacia nosotros. Por eso mismo Jesús nos advierte que no debemos juzgar para que así recibamos la corriente divina. ¿Cómo podemos romper con el hábito de juzgar a los demás? Aquí están cinco cosas que puedes hacer para lograrlo.
Empatía
Si logras imaginarte la situación que vive otra persona, te sentirás menos inclinado a juzgarla. ¡Inténtalo con firmeza!, “ahora comprendo por qué razón esa persona se comporta así”. En lugar de añadir más separación y coraje en el mundo, estarás cultivando la conexión y el entendimiento.
Bendícelo
Hace tiempo trabajé con una mujer que trataba con clientes molestos todo el día. Con frecuencia la escuchaba decir suavemente: “que Dios le bendiga”. En cierta ocasión me dijo: “decirles esto es mejor que decirles lo que estoy tentada a decir”. Y su técnica funcionó muy bien. Siempre estaba serena, y los clientes molestos ya no le preocupaban.
Reza
Cuando descubras que actúas como juez, comienza a orar por la persona a la que estás juzgando. Pídele a Dios que le dé a esa persona lo que deseas para vos y para los que amas. Después de todo, Dios ama a esta persona tanto como a ti. ¿Por qué no seguir el ejemplo de Dios e intentar amar también a la otra persona?
Mira al interior
Si te está molestando algún rasgo o actitud de otra persona, probablemente haya algo en vos de ese rasgo o actitud. Cuando alguien más acapara la atención, esto puede amenazar tu necesidad de atención. Quien está dominando emite una luz que opaca tu propio deseo de controlar la situación. En lugar de juzgar a los demás por su comportamiento, intenta examinar qué es lo que turba tu interior. Pídele a Dios que te sane y transforme por medio de su gracia amorosa.
Si lo anterior falla, distráete
Cuando alguien te enfurece, y te sientes tentando a poner a esa persona en su lugar, sigue el juramento que realizan los practicantes de medicina de no hacer daño a nadie. Si no puedes pronunicar una bendición, manifestar tu empatía, o el amor, por lo menos puedes apartarte de esa situación y centrar tu atención en algo distinto. Tranquilízate un momento antes de juzgar. Dale a Dios la oportunidad de que haga surgir algo nuevo para la persona que quieres juzgar y para ti mismo.
Catequesis del Papa en la Audiencia de hoy
Papa Francisco explica cómo purificarse de la hipocresía para acercarse a Dios
VATICANO, 22 Jun. 16 . “¡Señor, si quieres puedes purificarme!”. Así comenzó el Papa Francisco una nueva catequesis sobre la misericordia en la Audiencia General del miércoles.
En la Plaza de San Pedro, Francisco explicó que ésta es la petición de ayuda que un leproso dirige a Jesús. “Este hombre no pide ser sanado solamente, sino ser ‘purificado’, es decir, resanado integralmente, en el cuerpo, en el corazón”.
“Jesús nos enseña a no tener miedo de tocar al pobre y al excluido, porque Él está en ellos”, explicó. De hecho, “tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía y hacernos inquietos por su condición”.
El Papa recordó como la lepra era la peor enfermedad que uno podía tener en aquella época y aquel que la sufría no podía acercarse a nadie ni entrar en el templo. “Lejos de Dios y lejos de los hombres; era triste la vida de estas personas”, comentó.
Pero el leproso no se resigna y entra en la ciudad para encontrarse con Jesús a pesar de tenerlo prohibido. “Todo lo que este hombre considerado impuro hace y dice es expresión de su fe. Reconoce la potencia de Jesús, está seguro de que tiene el poder de sanarlo y de que todo depende de su voluntad”.
“La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas palabras acompañadas de la plena confianza en su omnipotencia y en su bondad”.
El Pontífice agregó que “confiar en la voluntad de Dios significa en efecto dirigirnos a su infinita misericordia”. Por eso, el propio Francisco reveló que todas las noches antes de irse a la cama reza diciendo “¡Señor, si quieres puedes purificarme!". "Y rezo cinco Padres Nuestros, uno por cada llaga de Jesús, porque Jesús nos ha purificado con las llagas. Esto lo hago yo pero lo pueden hacer también ustedes en su casa. Y piensen en las llagas de Jesús y decir un Padre Nuestro por cada una, y Jesús nos escucha siempre".
Jesús entonces tocó al leproso y lo curó diciendo “¡quiero, sé purificado!”. “Contra las disposiciones de la Ley de Moisés, que prohibía acercarse a un leproso, Jesús le da la mano y lo toca”.
“¡Cuántas veces encontramos a un pobre que viene a nuestro encuentro! Podemos ser también generosos, podemos tener compasión, pero normalmente no lo tocamos. Le ofrecemos una moneda, pero evitamos tocarle la mano y olvidamos que es el cuerpo de Cristo”.
Jesús entonces pidió al leproso no hablar con nadie e ir directamente al sacerdote y hacer la ofrenda para su purificación.
Esto enseña que “la gracia que actúa en nosotros no busca sensacionalismo” y “se mueve con discreción y sin clamor”. Además, “haciendo verificar oficialmente la curación por los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio el leproso es readmitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social”.
Tras presentarse ante los sacerdotes, el leproso “da testimonio de Jesús y de su autoridad mesiánica”, precisó el Papa.
Francisco pidió a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro pensar en las miserias que posee cada uno. “¡Cuántas veces las cubrimos con la hipocresía de las ‘buenas maneras’. Y entonces es necesario estar solos, ponerse de rodillas ante Dios y rezar ‘Señor, si quieres, puedes purificarme’”.
martes, 21 de junio de 2016
¿Por qué Dios no me enciende?
Muchas veces siento que amo una idea de Dios, pero no a Dios persona
Hoy me quiero detener a pensar en esa pregunta. Hoy Jesús se acerca a mí y me pregunta por mi nombre: “¿Quién soy Yo para ti?”.
Quiere que le diga qué lugar ocupa en mi corazón. Quiere saber si es Él a quien sigo o sigo a otros que no tienen palabras de vida eterna.
Me mira como miró a los suyos. Me mira conmovido esperando mi respuesta sincera. Por eso quiero hoy mirar a Jesús y contestarle. Quiero decirle lo que de verdad significa en mi vida. Quiero mirar mi corazón y descubrir su verdad en mí. Él está en mí. Él conduce mi vida pero yo muchas veces sigo a otros.
¿Cuál es ese Jesús al que sigo? ¿Qué imagen de Cristo es la que llevo grabada en mi alma?
Jesús ha venido a mi vida para cambiarla, pero yo sigo tantas veces centrado en mí mismo, en mis planes, en mis sueños. Vivo buscando mi seguridad y mi camino y no quiero darme por entero. Digo que sigo a Jesús pero no lo hago de verdad. Me quedo quieto, mudo, con miedo.
¿Quién es Jesús para mí? Me gustaría decirle que es el centro de mi vida. Que sin Él no tengo nada. Que mi vida está plasmada por su amor. Me gustaría confesarle mi deseo de seguir siempre sus pasos. Su verdad me toca en lo más profundo. Quiero ser como Él. Quiero ser Él.
Jesús quiere que le siga a mi manera y quiere que lleve conmigo mi cruz, su cruz. Me dice lo que espera de mí. Yo sé quién es Jesús. Sé que padeció por mí. Por eso quiero caminar a su lado, sufrir y padecer con Él.
Pero a veces dudo y no me parece tan fácil. Me falta la fuerza para ponerme en camino. Muchas veces prefiero salvar mi vida. Guardarla, esconderla, protegerla.
Sé quién es Jesús, pero dudo y no sé si es tan conveniente seguirlo. Veo su final y me duelen los clavos y el madero.
Hoy surge la pregunta en mi corazón. ¿Quién es de vedad Jesús para mí? Dios desea que le diga qué lugar ocupa en mi vida.
¿Dónde lo he puesto? No en el centro. Ahí estoy yo con mis deseos y proyectos. Pero Él no está. Estoy yo solo con mis dolores y sufrimientos. Yo con mis alegrías y sueños.
¿Y Él? En otra parte. En la razón. Allí donde comienzo a pensar en Él, en lo importante que es Él en mi vida. Sí. Allí lo encuentro.
Pero el corazón se me queda frío porque no lo he puesto en el centro de mi vida. No quiero que se vaya de mi corazón. Quiero amarlo más. Quiero que esté en el centro. Quiero saber a quién sigo de verdad.
Muchas veces siento que amo una idea de Dios, pero no a Dios persona. Dice el padre José Kentenich: “¿Qué es Dios para mí? Una idea primordial. Y por eso Dios no despierta mi personalidad. Como nuestro amor al yo y a los hombres está también despersonalizado, no podemos ver a Dios de otro modo que como una idea primordial. Yo mismo me he preguntado a menudo: ¿Has orado alguna vez como se debe? Nos entregamos a una idea. Pero, ¡qué poco original y espontánea es nuestra relación con Dios! Dios tiene que ser una persona. ¿Lo admito en la práctica?”.
No quiero que Jesús sea sólo una idea, un principio importante que determine mi forma de ser y comportarme. Tiene rostro, tiene voz, me acompaña, me abraza.
Hoy me pregunto: ¿Me detengo a rezar ante su imagen, ante su cruz? Una persona me comentaba que nunca había rezado delante de un Cristo crucificado. Me llamó la atención. Tal vez seguimos a un Dios impersonal. A un Dios desencarnado.
Dios se ha convertido en una idea que despierta mi amor pero no me arrastra, no me enciende por dentro, no saca lo mejor de mí. Dios sólo puede ser el centro de mi vida si es persona, si vive en mí. Si tiene rostro. Si pasea por mi vida, se detiene, me mira. Si se hace fuerte en lo más hondo de mí.
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