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jueves, 11 de agosto de 2016

¡Cuanto cuesta desprenderse del yo!

La vanidad, compañera inseparable de la soberbia, la podemos extrapolar a cualquier campo de nuestra vida. Cuando los demás reconocen nuestro trabajo sentimos satisfacción e, incluso, consideramos que es de justicia que lo valoren. Quien haya tenido que pasar por un proceso de selección sabe lo importante que es venderse a uno mismo. El negocio más lucrativo de la historia sería aquel que permitiera vendernos por lo que nos valoramos a nosotros mismos y comprarnos por lo que realmente valemos.
Hay una frase de San Pablo que me fascina: “Dios ha escogido lo necio del mundo para confusión de los sabios. Y ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte”.
Reconocer con humildad que sin Dios todo es fatuo, nos coloca en el lugar que nos corresponde, pues sin los aplausos y el reconocimiento de los hombres cabría pensar que uno ha caído en el más rotundo de los fracasos. Sin embargo, nada más alejado de la realidad. Si uno actúa con recta intención, ergo, realizando nuestras obras cara a Dios, lo más seguro es que nos critiquen e injurien. Esa falta de adecuación con el pensar de los hombres, ¿implica que hacemos las cosas mal?
Si yo dependo única y exclusivamente del juicio de los demás me empobrezco y vivo esclavizado y eso nada me vincula con la libertad de Dios.
Dios es el único juez de nuestra vida. Hacia Él debe ir dirigida toda nuestra alabanza, entrega y gloria. Cuando me considero pequeño, incluso necio, reconozco ante Él que sin su fuerza no soy nadie al tiempo que pongo sobre la mesa mi debilidad, la fragilidad de mi vida y mis limitaciones. Eso permite arrancar el yo para abandonarse en las manos providentes del Padre que conoce mis necesidades y es consciente de mis anhelos introduciéndonos en esa llamarada intensa de gracia para que todos mis actos, pensamientos, sentimientos, palabras y obras estén perfectamente insertos en el plan que Dios tiene pensado para mí. ¡Pero cuánto cuesta, Dios mío, desprenderse del yo! ¿No sería más fácil tratar de hacer siempre la voluntad de Dios que me otorga más libertad, esperanza y alegría? ¡Si lo buscara siempre convencido estoy que me equivocaría mucho menos de lo habitual!

¡Señor, tú eres nuestro salvador y redentor! ¡tienes que sentirte muy triste por los pecados del mundo, especialmente el de la vanidad que tanto nos confunde la inteligencia, el discernimiento y la bondad! ¡Señor, no permitas que me convierta en alguien vanidoso y engreído porque estos pecados me alejan de ti y me hacen pensar que todo lo puedo por mi mismo! ¡Señor, sin ti ni la inteligencia, ni el saber ni nuestras capacidades serían posibles! ¡Te pido, Espíritu Santo, que me libres de todas las superficialidades de mi vida, de la banalidad, la falta de ética, de lo trivial, de lo nimio y, sobre todo, de la vanidad! ¡Escucha mi súplica, Espíritu de Dios, para que toda estas superficialidades queden al pie de la Cruz de Cristo para ser desprendidas de mi corazón! ¡Reafirma, Espíritu divino, mi amor por Dios para que sea capaz de amar con todo mi corazón, con toda mi mente, con toda mi alma y todas mis fuerzas! ¡Señor, la vanidad es el prólogo a cualquier pecado a la que sigue la arrogancia! ¡Que jamás me olvide que todo lo que todo lo que soy y lo que tengo proviene de ti y que sin ti no soy capaz de hacer nada! ¡Ayúdame a recordar que cada vez que consiga algo es por la gratuidad de tu amor, de tu bondad y tu generosidad! ¡No permitas que nunca utilice mis logros para sentirme más que los demás! ¡Señor, yo soy porque tú no me lo permites! ¡Yo soy en ti, desde ti y por ti!

 Presentamos hoy la obra del compositor británico Arnold Bax To the Name above Every Name (Nombre sobre todo nombre): 

7 recomendaciones prácticas para recuperar la paz del corazón

Con estas sencillas recomendaciones podrás reconquistar la paz sin obsesiones, con sano realismo y confiando en la oración


A continuación siete recomendaciones prácticas que di en la predicación del pasado domingo para reconquistar la paz en nuestro corazón:

1) Programar y proyectar el futuro sin convertirlo en obsesión

Una de las cosas que más nos afecta es la angustia o la preocupación por el futuro que nos “roba” el momento presente. ¿Qué va a pasar mañana?. Hay que ocuparse pero no preocuparse, hay que planificar pero sin obsesionarnos por el futuro. Dyer escribió: “Todas nuestras neurosis son el resultado de no vivir el momento presente”. Y Jesucristo dijo: “Ni se preocupen por el día de mañana, el mañana se preocupará de sí mismo. Basta con las penas de hoy” (Mateo 6,34)

2) Trabajar por lo ideal con una serena aceptación de la realidad

Tenemos que trabajar por lo ideal, por la excelencia por lo mejor, pero sin que la realidad nos decepcione. Recordemos la oración de la serenidad: “Señor concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y Sabiduría para reconocer la diferencia” También nos podrían servir estas palabras: “Si no hubo frutos, vale la belleza de las flores. Si no hubo flores vale la sombra de las hojas. Si no hubo hojas, vale la intención de la semilla”

3) Renunciar a tener siempre la razón

Una de las cosas que más nos ha dividido son las interminables discusiones ideológicas-políticas. Hemos llegado a perder valiosas relaciones familiares y de amistad por discusiones en las cuales queremos imponer “nuestra razón”, nuestra verdad. Es preferible tener paz y dormir tranquilo que a tener la razón o imponer nuestro punto de vista.

4) Aprender a decir que No

“Digan SÍ cuando es SÍ y NO cuando es NO, todo lo demás lo añade el demonio” (Mateo 5,37). Decir que sí, no porque quieras y puedas hacer lo que te piden, sino por complacer a alguien o por miedo a perder su amistad, o su amor, es no sólo un atentado contra ti mismo sino un generador de estres y de incomodidad que desgasta a cualquiera. Conoce tus límites, actúa dentro de ellos y hazlos respetar. El que mucho abarca poco aprieta.

5) No conviertas a nada o nadie en obsesión

Ni para bien ni para mal. La obsesión quita la paz y te hace hace perder el disfrute de todo lo demás. Otro sinónimo de obsesión puede ser codependencia, adicción, apego. Detrás de todo sufrimiento hay un apego, cuando sueltas los apegos surge la libertad y la paz

6) Restarle espacios a la “información” y sumarle espacios a la formación, el esparcimiento y las relaciones interpersonales directas

“No se cansa el ojo de ver, ni se cansa el oído de oír” (Eclesiastés 1,8) Nos encontramos sobresaturados de información, se ha disparado una especie de adicción extrema a querer estar informados de todo a través de la prensa, la radio, la televisión, celulares, Internet (twitter, facebook), y este exceso de información le ha restado tiempo y espacio a la formación, al sano esparcimiento, a la espiritualidad, al compartir con los amigos y la familia y nos ha robado la paz. Hay que rescatar espacios para las artes, para la cultura en general, pero sobre todo para los encuentros. Una persona virtual, jamás substituirá la mirada y el abrazo de una persona real

7) Orar

Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4,4-7)

Hazme un Instrumento de tu Paz:
(Oración asociada a San Francisco de Asís)

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Donde hay odio, yo ponga el amor.
Donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Donde hay discordia, yo ponga la unión.
Donde hay error, yo ponga la verdad.
Donde hay duda, yo ponga la Fe.
Donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Donde hay tristeza, yo ponga la alegría.

Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar,
ser comprendido, sino comprender,
ser amado, sino amar.

Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.

5 pasos para hacer un retiro tú mismo

No es cuestión de mucho tiempo: lo que de verdad importa es encontrar un tiempo de silencio a solas con Dios


“Dije a mi alma: ten calma”. – T.S. Eliot

Mientras lees esto, estoy en mi retiro de silencio anual de 8 días (y si pudieras decir una oración por mí, ¡te lo agradecería mucho!).

Cada vez que confieso a la gente que tengo el privilegio de pasar ocho espléndidos días con Jesús todos los años, a menudo recibo miradas envidiosas. En especial de madres con muchos hijos. Y lo entiendo de veras. Pero antes de que idealices mi vida, recuerda que toda vocación tiene sus pros y sus contras. (No voy a revisar ahora los contras de vivir con otras 80 mujeres, pero creo que ya te podrás hacer una idea).

En cualquier caso, vamos al grano. La mayoría de la gente que me fulmina con ojos de envidia no se imagina que los retiros, en realidad, están también al alcance de las personas laicas. En serio. Si te tomas un día o medio día al mes de retiro (¡o incluso un par de horas!), te ayudará en tu vida espiritual. Puede que estés pensando, “sí claro, pero ¿qué es medio día comparado con ocho?”. Pero a Dios no se para en estas minucias.

Si te pasas la mitad de tu tiempo cambiando pañales, Dios no va a limitar la gracia que te ofrece sólo porque no dispongas del lujo de poder dedicarle toneladas de tiempo en exclusiva para Él. San Ignacio, creador de los Ejercicios Espirituales que se usan en tantísimos retiros, afirmó que una hora de oración en una cueva de Manresa le había enseñado más sobre los misterios de Dios “que lo que pudiera haber aprendido de todos los doctores de las escuelas”. Una hora, damas y caballeros.

Así que de verdad merece la pena buscar el tiempo para un “mini retiro” este mismo mes. Aunque sólo sea una mañana. Si tienes tiempo para ver Netflix varias veces a la semana o para mirar tu teléfono durante lo que al final terminarán siendo varios años de tu vida (tío… tengo que dejar de embobarme tanto con el móvil), ¡entonces sí que tienes tiempo para un mini retiro!

Aquí tienes cinco pasos que puedes seguir para un retiro casero:

Apaga el teléfono: Lo digo en serio. A no ser que seas un cirujano de guardia o exista una posibilidad real de emergencia, cualquiera puede desconectar del teléfono al menos durante medio día. Guarda el móvil en la guantera del coche si tiene que estar a mano; si no, mejor dejarlo en casa. Del mismo modo, aléjate del correo electrónico, de los ordenadores, de las tablets, de la radio… Tanto como puedas, tienes que buscar auténtico silencio en el corto periodo de tiempo de que dispones para dedicarlo a Dios. Porqué Él nos habla en el silencio.
Empieza el día yendo a misa: El comienzo perfecto para cualquier retiro. Si puedes estar en la iglesia un poco antes de que comience la misa, aprovecha para leer el Evangelio del día y rezar con él antes de la misa. Puesto que has despejado tu tiempo de la mañana, intenta participar en la misa de forma contemplativa. Evita pensar en tareas futuras. Pide a tu ángel de la guardia que te ayude a concentrarte. Cuando recibas la Eucaristía, pide a Jesús que te conceda toda la gracia de un buen retiro.
Acude a la adoración eucarística: Si puedes asistir a misa en una parroquia que también tenga una capilla para adoración eucarística, sería ideal, porque después de misa puedes pasar a la capilla y dedicar un tiempo extra de oración. Puede que no dispongas de mucho tiempo para orar de esta forma, así que usa tu tiempo bien. Empápate de Jesús. Pídele que te conceda las gracias y el entendimiento para sentir la revitalización, la conversión, la transformación después de este breve tiempo de retiro.
Da un paseo con el rosario: Soy una grandísima entusiasta de los caminos del rosario. ¡Me encantan! Después de pasar algún tiempo de oración por la mañana, dirígete a algún parque cercano o a algún lugar pintoresco donde no te molesten y da un paseo rezando el rosario lentamente, en meditación. Si te gusta hacer fotos, detente de vez en cuando a capturar alguna imagen hermosa. O escribe un poema corto. Luego retoma el rezo del rosario.
Intenta hacer hueco a tres periodos de oración: Si vas a hacer un retiro de medio día, dalo todo. Reza durante tanto tiempo como puedas. Puede que tengas dudas, pero en realidad no es tan duro como parece. Divide tu oración en periodos de 45 minutos (pero tampoco te agobies con tener que cumplirlo estrictamente). Mientras tanto, prueba a escribir en el diario, a hacer una lectura espiritual o simplemente a tomar una taza de café mirando por la ventana. Si no te ves capaz de hacer tus periodos de oración en una iglesia, entonces escoge un lugar tranquilo y alejado de los demás. Mi madre dedicó un vestidor de la casa exclusivamente para la oración y cuando joven yo siempre supe que no debía molestarla si estaba en el “cuarto de rezar”. Si no puedes encontrar un espacio así en tu casa, intenta aislarte en una capilla de oración, el santuario de una iglesia o tal vez un parque o una playa.
Hay muchas otras cosas que podrías hacer durante un retiro de un día o de medio. Las de aquí son sólo unas pocas ideas. Pero no te obsesiones con los detalles. Lo que de verdad importa es encontrar un tiempo de silencio a solas con Dios.

No le des más vueltas.

Si eres capaz de hacer un hueco a este tiempo de aislamiento, no lo lamentarás. De hecho, ¡reserva un rato ahora mismo en tu calendario!

(Y reza otra oración por mí, por que pase un buen retiro. ¡Yo os tengo también a todos vosotros en mis oraciones!)

La mayor necesidad que tenemos es de callar a este gran Dios con el apetito y con la lengua, cuyo lenguaje, que él oye, sólo es el callado amor. – San Juan de la Cruz

Cómo el demonio se mete sutilmente en los actos de caridad

Cuando eres capaz de ayudar a los pobres de las misiones, e incapaz de sentir amor por los que tienes cerca


Muchos nos sorprendemos al ver como satanás nos impulsa a cuidar de otras personas. Sin embargo, podemos ver rápidamente que él está tratando de alejarnos de practicar la caridad diariamente con la gente que nos rodea con la práctica de actos imaginarios de caridad que no cultivan una vida virtuosa.

Lo que él hace es muy astuto y en la superficie parece algo bueno.

Screwtape enmarca la situación así:

“Hagas lo que hagas, va a existir bondad así como malicia en tu alma paciente. La cosa más grande es dirigir la maldad a los que te rodean a diario y lanzar la bondad a círculos más distantes, a gente que no conoce. De esta manera la maldad se vuelve palpable y la bondad un concepto imaginario. No hay ningún bien en inflamar su odio por los alemanes (durante la segunda guerra mundial) si, al mismo tiempo, un hábito pernicioso de caridad crece entre él y su madre, su empleador y el hombre que se cruce en el tren”. (28, énfasis añadido)

Lo que describe Screwtape es un escenario muy familiar.

Cada año (típicamente uno o dos domingos al año) escuchamos de un sacerdote misionero acerca de tierras lejanas, (usualmente en Sudamérica, África o India) que describe la terrible situación de su pueblo. La situación es precaria y la necesidad está ahí.  Es una acción muy bella colaborar con ellos, y debemos hacer lo que podamos para usar nuestras riquezas para su beneficio. Al mismo tiempo, muy a menudo damos donaciones generosas de lo que nos sobra a la gente que lo necesita, pero todavía guardamos resentimientos contra el vecino que nunca recoge su basura. Tenemos mucha compasión por la gente de África que viven sin agua potable, pero fallamos al no sostener el mantenimiento de comedores de caridad locales.

Se pone peor cuando damos miles de dólares a un orfanato distante, pero no colaboramos con nuestros parientes que tratan de adoptar un bebe. 

Mientras que las misiones son maravillosas y debemos colaborar con ellas (personalmente yo colaboro con el trabajo “Sin unión” (Unbound) como una persona que puede colaborar con una persona específica y ha respondido a través de los años; siempre sabes quien recibe tu dinero y que impacto ha causado en ellos), casi nunca escuchamos las dificultades de nuestros vecinos que sufren o acerca de todos los hombres y mujeres en nuestra comunidad que no tienen empleo y no tienen dinero suficiente para sostener a su familia.  Nuestra caridad parece “imaginaria” como la llama Screwtape;  no tiene sustancia. Para usar terminología moderna, es “caridad en la Nube.”

La iglesia nos da un antídoto para nuestra caridad que le falta realidad. Es llamada “Las obras corporales de la Misericordia.” Estas acciones virtuosas tienen sustancia y nos ayudan a llevar una vida virtuosa y caritativa. Nos ayuda a ver a Jesús no solo en las imágenes que vemos en la iglesia, sino también en la gente real que vemos cada día.

Estas son las siete obras corporales de la misericordia:

Dar de comer al hambriento.
Dar de beber al sediento.
Vestir al desnudo.
Dar posada al necesitado.
Visitar al enfermo.
Socorrer a los presos (rescatar al cautivo)
Enterrar a los muertos.
Estas son probablemente algunas de las cosas más humillantes que una persona puede hacer. Muy pocos de nosotros nos tomamos el tiempo de alimentar a otros en los comedores de caridad locales o visitamos un hogar de ancianos. Y de por sí, estas son las personas que necesitan nuestra atención.

Alguno de los momentos más profundos de mi vida llegó cuando de hecho ayudé a alimentar a alguien, visitarlos o simplemente ayudarlos. Estos son literalmente nuestro prójimo. Estos actos de misericordia definen quienes serán los que lleguen al Reino de los Cielos:

“Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”.

Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”

Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. (Mateo 25, 34-40)

Si queremos mayor incentivo, escuchemos las palabras de La Madre Teresa:

“No nos conformemos con solo dar dinero.  El dinero no es suficiente, el dinero se puede obtener, pero ellos necesitan el amor de su corazón.  Entonces, entreguen su amor a donde vayan.

Insistamos más y más en reunir fondos de amor, de caridad, de entendimiento, de paz.  El dinero vendrá si buscamos primero el reino de Dios- el resto vendrá por añadidura.

Toquemos al moribundo, al pobre, al que se encuentra solo, al abandonado, de acuerdo con las gracias recibidas y no nos avergoncemos o retrasemos el trabajo humilde”.

Conclusión

Si damos un paso pequeño practicando la caridad con esos que nos encontramos día a día seremos capaces de cambiar el mundo entero, una familia, un vecindario a la vez.

miércoles, 10 de agosto de 2016

La fuerza de la señal de la cruz


Hay ocasiones que, distraído, hago la señal de la Cruz de manera mecánica sin apreciar la fuerza que tiene este gesto que tantas personas en el mundo hacemos cada día. He observado en estos días, durante los Juegos Olímpicos, como varios atletas consagrados realizaban este gesto con su mirada hacia el cielo. ¿Somos realmente conscientes de la fuerza que tiene este gesto?
La señal de la Cruz es la señal inequívoca de mi fe. Es mi presentación sin máscaras de lo que soy y, sobre todo, de lo que creo. Es el resumen abreviado de la profesión de fe. La síntesis más precisa del Credo. Es el gesto más hermoso de agradecimiento a Dios. Si es así, cada vez que me persigno debería hacerlo sin prisas, interiorizándolo, como un acto de amor, embargado por la emoción. Esta bendición mediante el trazado de una cruz vertical es el recuerdo permanente del mayor gesto de amor en la historia de la humanidad: la muerte de Cristo en la Cruz.
La señal de la cruz autentifica mi compromiso cristiano. Presenta mi voluntad de obrar siempre bien, no por cuestiones terrenales sino porque mi destino es el cielo.
Cada vez que hago la señal de la Cruz y recito brevemente la breve frase «En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» surgen de mis labios unas palabras que me comprometen a actuar en consecuencia como hijo del Dios Creador, en el nombre de Cristo redentor y con la gracia del Espíritu santificador.
Tiene este gesto de hacer la señal de la Cruz y estas palabras de consagración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo tal profundidad que todo mi ser, todos mis actos, todos mis pensamientos, todas mis alegrías, todos mis sentimientos, todas mis tristezas, todos mis agobios, todas mis preocupaciones —toda mi vida en definitiva—, acaba convirtiéndose en una fuente de gracia.
¡Cómo nos gustaría que el Santo Padre nos diera su bendición, o que el obispo de nuestra diócesis impusiera sus manos sobre nosotros, o que un sacerdote nos bendiga en un momento determinado! Es un gesto hermoso que nos gusta recibir. Sin embargo, con la señal de la Cruz Dios me bendice cada día. Cada me vez que me persigno es el mismo Dios quien lo está haciendo. Solo de pensarlo, me lleno de emoción.

¡Señor, gracias por tu bendición! ¡Gracias, Señor, porque en este simple y humilde gesto lleno de grandeza me bendices cada día, me llenas de tu gracia, de tu amor y de tu misericordia! ¡Gracias, Señor, porque me bendices triplemente y todas las bendiciones celestiales se derraman sobre este pequeño y humilde hijo tuyo! ¡Gracias, Señor, porque me permites comprender la fuerza de este gesto que me identifica como hijo tuyo, como discípulo tuyo, como seguidor tuyo! ¡Gracias, Señor, por las bendiciones de cada día, por la vida, por las alegrías y las tristezas, por las pruebas recibidas, por las penas superadas, por los cansancios cotidianos, por las derrotas y los fracasos, por las victorias y los éxitos, todo ello me acerca cada día más a ti! ¡Señor, en tus manos encomiendo mi vida y la de mi familia, la de mis amigos y la de mis compañeros de trabajo y comunidad! ¡Bendícelos a todos con tus santas manos! ¡Señor, que el gesto de hacer la señal de la cruz me haga más fuerte, más fiel a ti, más confiado, más consciente del poder de tu gracia, sabedor que estoy protegido y bendecido por las mejores manos! ¡En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo! ¡Amén! ¡En vuestras manos encomiendo mi vida!

Cantamos hoy La fuerza de la Cruz: