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lunes, 15 de agosto de 2016

“ Oh Santísima”, el himno a la Virgen aún hoy difundido en todo el mundo

O Santissima, autor desconocido interpretado por Robert Kochis



“Sicut lilium inter spinas Sic Maria inter filias”

O Sanctissima, es una oración escrita en el siglo XVIII por un autor desconocido, que dedica versos maravillosos a la Virgen María. Aún hoy está muy difundida la versión original. Es un canto que se usa particularmente en la fiesta de Navidad. El pasaje nos recuerda la santidad, la piedad y la dulzura de María.

El texto hace referencia a la Inmaculada Concepción, y subraya la belleza de la Virgen. Los dos primeros versos de la tercera estrofa son una clara alusión al Cantar de los Cantares. La fórmula ‘ora por nosotros’ se repite a menudo repetida como en las letanías de Loreto, final ‘reza por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte’ es la invocación que encontramos en el Ave Maria.

Podemos meditar sobre esta pequeña obra de arte con las palabras de san Luis Griñón de Monfort cuando escribe en su Tratado de la verdadera devoción a la santa Virgen: “Los santos han dicho maravillas de esta santa ciudad de Dios; ellos, según dicen, nunca se han sentido tan felices y elocuentes, como cuando han hablado de ella. Afirman que la sublimidad de sus méritos, elevados por ella hasta el trono de la Divinidad, es inabarcable; que la inmensidad de su caridad, extendida por ella hasta los confines de la tierra, es incalculable; que la grandeza de su poder, que influye hasta en el mismo Dios, es inconmensurable; que, en fin, la profundidad de su humildad y de todas sus virtudes y gracias, como un abismo, es insondable. ¡Oh altura incomprensible! ¡Oh inefable inmensidad! ¡Oh desmesurada grandeza! ¡Oh abismo impenetrable!”

domingo, 14 de agosto de 2016

Cuando el Señor te mira con amor eterno…

Sentado ante el Santísimo siento en mi corazón reconfortado, lleno de paz y de amor. A ese Cristo presente en el Santísimo no le puedes ocultar lo que tu corazón siente. Puedes permanecer en silencio, con la mente perdida, con el corazón silente, con el alma rota… No importa. El conoce mis agobios, mis alegrías, mis penas, mis caídas, mis torpezas… Todo. Yo puedo tener una gran habilidad para evitar mostrar mis sentimientos a los demás pero con Él todo es diferente. ¿Cuántas veces te postras delante del Señor y le dices con el corazón abierto «Señor, ¿que te puedo decir que no conozcas?». Me gusta mirar fijamente a los ojos de la gente. En la mirada del hombre está el reflejo de su alma y muchas veces me cuestiono que ocultará esa mirada. En la oración es el Señor quien me mira, el que logra traspasar el iris de mis ojos para auscultar lo que siente mi corazón. A él no puedo engañarle.
Es en estos momentos cuando puedes exclamar: «¡Señor, ven y mírame! ¡ven y mírame, Señor, para que no me desvíes del camino, para que no me aleje de ti, para que sienta el poder de tu gracia, para ser consciente de cuales son mis pecados!».
Hay algo muy hermoso en la oración ante el Santísimo: el Señor te mira con amor eterno y por su gran misericordia te perdona sin necesidad de descubrir a nadie le inmundicia de tu pecado. Es en la confesión, ante el Santísimo y en la Eucaristía donde el Señor sana muchos corazones.

¡Señor, me produce una enorme emoción postrarme ante ti en el Santísimo Sacramento, donde hay tanto amor esperando, tanta entrega generosa, tanta necesidad de acogimiento! ¡Señor, yo creo que estás aquí, que me ves, que me oyes y te adoro profundamente desde la pequeñez de mi vida! ¡Y te doy gracias por todo lo que me regalas! ¡Y sobre todo, Señor, me siento amado! ¡Quiero en este momento darte gracias por tan precioso regalo, por poder compartir contigo un tiempo de mi vida con mis alegrías y mis penas! ¡También para descargarte de tantas ofensas que recibes porque yo también te he ofendido muchas veces! ¡Tu gracia me llena de paz y me invita a creer en ti y mejorar como persona! ¡Me consagro a ti y a tu Santísima Madre porque con vuestras manos santísimas mis deseos, mis afectos, mis ocupaciones, todo lo que tengo están a buen recaudo! ¡Eres mi Dios, Señor, y por eso te pido que no ceje de amarte y de quererte!

Pange Lingua, cantamos hoy al Señor en esta bella versión:

Ahogado en el océano de lo inmediato


Segundo fin de semana de agosto, con María, Señora de la fe firme, en nuestro corazón. A ejemplo de la Virgen la fe me permite comprender que el sentido de la vida no aparece encerrada en los muros de la historia; va más allá. Proviene de Dios. Es un don del Espíritu Santo. La experiencia de la vida —con todas sus alegrías y sufrimientos— me permite comprender que he sido creado por amor. Y que Dios, por ese amor, desea lo mejor para mí. Por eso cada una de mis experiencias cotidianas debo vivirlas y edificarlas desde una relación íntima, personal y amorosa con Dios. Como hizo la Virgen. La fe me permite comprender también que no camino solo y que Dios —que jamás me suplantará en las cargas cotidianas— tiene la divina predisposición de ayudarme a alcanzar mis fines y objetivos.
Esta fe, sin embargo, la tengo que traducir en actitudes concretas que vayan más allá de lo material, del utilitarismo y de la inmediatez de la vida. Es ir más allá de lo que siento y experimento. Es ser consciente de lo trascendente para comprender las razones de cada experiencia vital y alcanzar así paz interior y esperanza en el corazón. Sin capacidad de trascendencia me hundo siempre en el cenegal de la tristeza y la desesperación, del miedo y de la preocupación, aguantando mis problemas cotidianos de una manera frágil. La trascendencia me permite sentir la fuerza de Dios en mi vida.
¿Cuántas veces me ahogo en las aguas movedizas de lo inmediato? ¿Cuántas veces me he apartado del camino de la fe? ¿Cuántas veces he dejado de cobijarme de la tormenta en un lugar seguro? ¡Tantas, Señor, que hasta me da vergüenza reconocerlo! Y ha sido así porque me he asido con ahínco a mis propias fuerzas, a la seguridad efímera de lo material, a lo que veía más valioso y útil para mí en cada momento. Pero miro la pirámide de los valores de mi vida y observando desde la base hasta lo alto comprendo lo que tiene verdadero valor. Y ese debe ser el eje sobre el que basculen los esfuerzos de mi vida. Si en la cúspide está Dios, nada tendré que temer. Pero si reposan el ansia de figurar, el poder, la ambición, lo material, el reconocimiento social… nunca llegaré a ser feliz.
Quiero aprender a vivir mi fe en el instante mismo que estoy viviendo, con independencia de mis alegrías y mis tristezas, porque en ambas situaciones debo dejar constancia de mi verdadera fe. Reconocer el poder de Dios en mi vida. Reconocer que Él es la luz que todo lo ilumina. Y que es el Espíritu Santo el que guía mis pasos. Y que solo en las manos providentes de Dios mi vida tiene sentido.

¡Señor, no quiero ahogarme en el océano de lo inmediato! ¡Quiero sentir en mi corazón paz y serenidad, necesito sentir en lo más profundo de mi ser lo que Jesús me dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” para descubrir que a su lado todo es posible! ¡Señor, quiero descansar en ti, poner toda mi confianza en ti, esperar siempre en ti! ¡Necesito, Señor, que me envíes tu Espíritu para que con Él sea capaz de comprender que tu fidelidad dura por siempre, que mi seguridad mundana no ayuda a avanzar, que sólo en Dios es posible todo, que tú estás para apoyarme y darme fortaleza! ¡Te pido, Señor, que me hagas descubrir la justa medida de las cosas, poner en su justa medida todos los problemas y todo lo que me preocupa y a no estar siempre lamentándome por mis muchas dificultades sino que a tu lado todo es relativo! ¡Dame, Señor, la serenidad y la sabiduría para resolver los problemas! ¡Dame la fe para tener confianza y esperanza y envía Tu Santo Espíritu para que me dé sus sietes dones! ¡Envía tu Espíritu Santo sobre mí y sobre todas las personas que quiero y me rodean para que seamos capaces de entender con el corazón abierto que sólo tú eres quien nos ofrece la serenidad que tanto anhelamos y no alcanzamos por nuestros propios méritos! ¡Virgen María, me pongo a tu regazo para tener tu serenidad y saber disfrutar de los momentos hermosos que se me presentan en la vida! ¡Santa María, dame tu amparo en todas las situaciones de la vida!

Fuego de Dios, cantamos hoy con Hillsong: 

jueves, 11 de agosto de 2016

VALORES ¿Qué es el liderazgo?

Mucho más que ser "el jefe", significa ser un modelo para los demás


Todo líder tiene el compromiso y la obligación de velar por la superación personal, profesional y espiritual de quienes lo rodean. Es una responsabilidad que como personas debemos asumir.

Por lo general se reconoce la figura de un líder por ser quien va a la cabeza, sobre sus hombros tiene la responsabilidad de llevar adelante todo género de proyectos, distinguiéndose por ser una persona emprendedora y con iniciativa, con la habilidad de saber transmitir sus pensamientos a los demás, comprensión de las personas y la desarrollada capacidad de conjuntar equipos de trabajo eficientes.

Ante esta perspectiva, puede parecer que este nivel de personalidad sólo está reservado para unos cuantos, lamentablemente, pocas personas saben que un liderazgo efectivo no esta expresado por un nombramiento o designación específica.

En todos los equipos de trabajo -desde los escolares hasta los de alta dirección de empresas- encontramos al menos a una persona, que sin tener el peso de una responsabilidad, sobresale por su iniciativa, amplia visión de las circunstancias, gran capacidad de trabajo y firmes decisiones; sus ideas y aportaciones siempre son consideradas por la certeza y oportunidad con que las expresa; por otra parte, se distingue por su facilidad de diálogo y la habilidad que tiene para relacionarse con todos dentro y fuera del trabajo.

Este tipo de personas sobresalen, además, por poseer un cúmulo de buenos hábitos y valores: Alegría, amabilidad, orden, perseverancia (entre muchos otros), despertando en nosotros admiración y respeto. En otras palabras: son un digno modelo y ejemplo.

“Dios nos creó para estar de pie y nos repite: «¡Levántate!»”

Palabras del Papa en la audiencia general


David Chiang
 
«Dios nos quiere de pie, nos creó para estar de pie», y, cuando caemos, nos repite: «“¡Levántate!”». Papa Francisco volvió a hablar sobre el Jubileo durante la audiencia general de los miércoles, en el Aula Pablo VI, y subrayó que la Misericordia es «un camino que parte desde el corazón para llegar a las manos», es decir: parte desde la curación del encuentro con Jesús, cuya compasión levanta a las personas que han caído, y se traduce en obras de misericordia hacia los demás.

«El pasaje del Evangelio de Lucas que hemos escuchado nos presenta un milagro de Jesús verdaderamente grandioso: la resurrección de un chico», recordó el Papa. «Sin embargo, el alma de esta narración no es el milagro, sino la ternura de Jesús por la mamá de este chico. La misericordia aquí toma el nombre de gran compasión por una mujer que había perdido a su marido y que ahora acompaña al cementerio a su único hijo. Es este gran dolor de una madre que conmueve a Jesús y lo provoca al milagro de la resurrección».

«Durante este Jubileo, sería una buena cosa que, al pasar por la Puerta Santa, la Puerta de la Misericordia, los peregrinos recordaran este episodio del Evangelio, que sucedió a las puertas de Naín»; cuando Jesús vio a una madre llorando por la muerte de su hijo detuvo el la procesión fúnebre y, «movido por una profunda misericordia por esta madre», que «entró en su corazón», «decidió afrontar a la muerte, por decirlo así, de tú a tú (y la afrontará definitivamente, de tú a tú, en la Cruz)».

Francisco prosiguió explicando que a la Puerta Santa «cada uno llega llevando la propia vida, con sus alegrías y sufrimientos, sus proyectos y sus fracasos, sus dudas y sus temores, para presentarla a la misericordia del Señor. Estemos seguros de que, en la Puerta Santa, el Señor se acerca para encontrar a cada uno de nosotros, para traer y ofrecer su potente palabra de consuelo: “¡No llores!”. Esta es la Puerta del encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios. Pensemos siempre en esto: un encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios».

Al pasar por el umbral, recordó Francisco, «nosotros cumplimos nuestro peregrinaje dentro de la misericordia de Dios que, como con el chico muerto, repite a todos: “Yo te digo: ¡levántate!”. ¡Levántate! Dios nos quiere de pie. A cada uno de nosotros nos dice: ¡levántate! Dios nos quiere de pie, nos creó para estar de pie, por ello la compasión de Jesús lleva a la curación, y la palabra clave es “levántate”, “de pie”.

“Pero, padre, nosotros caemos tantas veces”. ¡Ánimo, levántate! Al pasar por la Puerta Santa tratemos de escuchar esta palabra: “¡Levántate!”. La palabra potente de Jesús puede hacer que nos levantemos y también puede obrar en nosotros el pasaje de la muerte a la vida. Su palabra nos hace revivir, da esperanza, consuela a los corazones cansados, abre a una visión del mundo y de la vida que va más allá del sufrimiento y de la muerte. ¡En la Puerta Santa está escrito para cada uno el inexorable tesoro de la Misericordia de Dios!».

Frente al chico que volvió a la vida y que fue devuelto a su madre, «todos sintieron temor y glorificaban a Dios diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros”, y “Dios ha visitado a su pueblo”», recordó el Papa argentino. Todo lo que Jesús ha hecho «no es solo una acción de salvación destinada a la viuda y a su hijo, o un gesto de bondad limitado a aquella aldea. En el socorro misericordioso de Jesús, Dios sale al encuentro de su pueblo, en Él aparece y seguirá apareciendo ante la humanidad toda la gracia de Dios».
En este sentido, «al celebrar este Jubileo, que —subrayó el Papa— quise que se viviera en todas las Iglesias particulares, es decir en todas las iglesias del mundo y no solo en Roma, es como si toda la Iglesia esparcida por el mundo se uniera en el único canto de alabanza al Señor».

La misericordia, pues, «tanto en Jesús como en nosotros, es un camino que parte del corazón para llegar a las manos… ¿Qué significa? Jesús te ve, te cura y dice: “¡Levántate!”… Con el corazón curado por Jesús hago obras con las manos. Jesús te ve, te cura con su misericordia, te dice: “¡Levántate!” y tu corazón es nuevo. Y con el corazón nuevo, curado por Jesús, hago las obras de misericordia con las manos y trato de curar a tantos que tienen necesidades. La misericordia es un camino que parte del corazón y llega a las manos, es decir a las obras de misericordia».

Durante los saludos en italiano, al final de la audiencia, el Papa volvió a reflexionar sobre la misericordia: «El otro día me decía un obispo que en su catedral puso puertas de misericordia de entrada y de salida. Yo le pregunté: “¿Por qué?”. Y me explicó que las primeras son para entrar y pasar por esa puerta y pedir el perdón y la misericordia de Jesús, y las segundas para llevar la misericordia a los demás. Es inteligente este obispo, ¿eh? También nosotros hagamos lo mismo. El camino de la misericordia que va del corazón a las manos, ¡es la Iglesia en salida!».