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miércoles, 7 de septiembre de 2016

¿Quién realiza el milagro de convertir el pan en Cuerpo de Cristo?

¿Un diácono puede celebrar misa?


Dios tiene el poder de crear de la nada, y puede cambiar la sustancia de la materia ya preexistente de las especies eucarísticas para hacerse presente en la divina persona de Jesús.

Este cambio de sustancia (transubstanciación) de la materia del pan y del vino, aunque permanezcan los accidentes o apariencias (sabor, olor, medida, etc.), lo realiza Dios por medio del ministerio sacerdotal -que es la acción del mismo Jesús- por la fuerza del Espíritu Santo (epíclesis) junto a las palabras que Jesús utilizó cuando instituyó la eucaristía.

Jesucristo, que es el sumo y eterno sacerdote, manda a los apóstoles (sus discípulos) en la última cena perpetuar en la historia el ofrecimiento de su Cuerpo y Sangre, diciéndoles: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1 Cor 11, 24.25). En este sentido la misa es el memorial de su pasión.

Es decir, Jesús al dar este mandato a sus apóstoles, les pide reiterar el rito del Sacrificio eucarístico de su Cuerpo que será entregado y de su Sangre que será derramada.

A sus apóstoles, Jesús les entrega la acción que acaba de realizar, de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre; la acción con la que Él se manifiesta como sacerdote y víctima.

Con sus palabras Jesús constituye a sus apóstoles como sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio.

“Haced esto en memoria mía”, son las palabras de Cristo que, aunque dirigidas a toda la Iglesia, son confiadas, como tarea específica, a sus apóstoles y, en consecuencia, a los que continuarán su ministerio.

Cristo quiere que, desde ese momento, su acción sea sacramentalmente también acción de la Iglesia por las manos de los sacerdotes.

Jesús al decir: “haced esto”, no sólo estaba señalando el acto en sí mismo -uno de los elementos constitutivos y el más importante de la Iglesia-, sino que también señala el sujeto llamado a actuar; es decir, instituye el sacerdocio ministerial.

Y recordemos que los apóstoles son los primeros obispos de la Iglesia encabezados por san Pedro, hoy el Papa.

Por tanto ellos, verdaderos, únicos y legítimos pastores, instituidos por Jesucristo el buen pastor, son los primeros sacerdotes de la nueva y eterna alianza.

Y los apóstoles, por la autoridad otorgada por Jesús, instituyeron u ordenaron a otros sacerdotes (los presbíteros) (Hch 14, 23), sus directos colaboradores, con el mismo poder y potestad recibidos de Jesucristo.

El Nuevo Testamento habla claramente de la unidad ministerial entre “los apóstoles y los presbíteros” (Hch 15, 22); por tanto los apóstoles y sus colaboradores (los presbíteros) tienen el mandato de Jesús de ‘hacer esto en memoria suya’.

“Así a los primeros apóstoles están ligados especialmente aquellos que han sido puestos para renovar IN PERSONA CHRISTI el gesto que Jesús realizó en la Última Cena, instituyendo el sacrificio eucarístico, “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG, 11).

El poder divino de Cristo para realizar el milagro de la transubstanciación lo transmite o lo traspasa pues a sus apóstoles y por extensión a sus colaboradores, los presbíteros o sacerdotes.

Es por esto que el sacerdote (sea obispo o presbítero) obra en nombre y con el poder del mismo Cristo, de manera que, por sobre él sólo está el poder de Dios: “El acto del sacerdote no depende de potestad alguna superior, sino de la divina” (Summa Teologiae supl, 40,4.).

En consecuencia ningún obispo, ni siquiera el Papa, tiene mayor poder que un sacerdote, para la consagración de las especies eucarísticas: “No tiene el Papa mayor poder que un simple sacerdote” (Summa Teologiae supl, 38,1, ad 3).

Ahora bien, el sacramento del Orden consta de tres grados diversos: los obispos, los presbíteros y los diáconos. Los dos primeros participan ministerialmente del sacerdocio de Cristo. Por eso, el término SACERDOTE designa a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos (catecismo, 1554).

El diaconado, sea éste transeúnte o permanente, está destinado a ayudar y a servir a los obispos y a los presbíteros (Catecismo 1554). El diaconado es un grado de servicio (Hch 6, 1-6).

Es por esto que los diáconos están “para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio” (LG, 29). De manera pues que si el sacramento del Orden incluye, en tercer grado, el diaconado, éste no forma parte del sacerdocio ministerial.

De aquí se deriva que sólo hay misa, con la consecuente transubstanciación de las especies eucarísticas del pan y del vino, cuando está presente, única y exclusivamente, un obispo o un sacerdote.

En la ausencia de ellos, aunque esté presente un diácono, no hay misa y por tanto no hay consagración de dichas especies, no hay transubstanciación.

4 hábitos poderosos que todo cristiano necesita practicar a diario

Aproximadamente al mismo tiempo que descubrí que necesitaba un retiro anual para rejuvenecer mi vida de oración, me topé con un artículo del padre John McCloskey llamado Los siete hábitos diarios de la gente santa y apostólica.

Me impactó y me dio el empujón y la motivación para comprometerme a la oración diaria. Supe que debía incorporar más la oración en mi vida diaria, pero no sabía cómo.

Los 7 hábitos diarios de la gente santa y apostólica fueron la clave para que yo me abriera a un nuevo mundo de oración.

Sin embargo, los 7 hábitos que el padre McCloskey sugiere pueden ser desalentadores a veces. Es por eso que les sugiero comenzar con 4 hábitos diarios que considero que todo cristiano necesita para adaptarse a vivir bajo la sombra de Dios.

Recuerda, Roma no se construyó en un día; necesitamos incorporar gradualmente estos hábitos en nuestras vidas para asegurar el éxito. He aquí los esenciales:

Ofrecimiento de las mañanas
15 minutos de lectura espiritual
15 minutos de oración mental
Examen de conciencia por las noches

Estos hábitos (junto con los tres adicionales que mencionaré más adelante) buscan profundizar nuestra relación con Dios.

Esta relación, de la misma manera que cualquier amistad o matrimonio, sufrirá si no se fortalece con momentos de conversación regular. Nunca hubiese podido casarme con mi esposa si no le hubiese hablado.

Es simplemente sentido común, si quieres llegar a conocer a alguien, debes pasar tiempo con él o ella.

Lo mismo sucede con Dios.

Si queremos crecer en nuestra relación con Dios, debemos dedicar tiempo regularmente a conversar con Él. Cuando lleguemos las puertas del paraíso celestial, queremos que nuestra experiencia sea una reunión entre viejos amigos y no un encuentro entre extraños.

¿Qué significan cada uno de estos hábitos? Examinemos cada uno de ellos:

1. Ofrecimiento de las mañanas

El padre McCloskey describe el ofrecimiento de la mañana como “arrodillarse y usar tus propias palabras, o una fórmula, para ofrecer el día que está por comenzar para la gloria de Dios”.

Puedes escoger la oración de ofrecimiento que quieras. Yo personalmente uso el Serviam en cuanto me despierto. Es sencilla pero muy poderosa.

Una oración de ofrecimiento muy popular es la de santa Teresa de Lisieux:

“Dios mío, te ofrezco todas las acciones que hoy realice por las intenciones del Sagrado Corazón y para su gloria. Quiero santificar los latidos de mi corazón, mis pensamiento y mis obras más sencillas uniéndolo todo a Sus méritos infinitos, y reparar mis faltas arrojándolas al horno ardiente de Su amor misericordioso.

Dios mío, te pido para mí y para todos mis seres queridos la gracia de cumplir con toda perfección Tu voluntad y aceptar por Tu amor las alegrías y lo sufrimientos de esta vida pasajera, para que un día podamos reunirnos en el cielo por toda la eternidad. Amén”.

Al realizar una oración de ofrecimiento en la mañana, le dedicas el resto del día a Dios, lo que te prepara a la vez para enfrentar cualquier cosa que se venga ese día.

2. 15 minutos de lectura espiritual

Esto es “unos pocos minutos de lectura sistemática del Nuevo Testamento para identificarnos a nosotros mismos con las palabras y acciones de nuestro Salvador, y el resto del tiempo dedicarlo a la lectura de un libro clásico de espiritualidad católica, preferiblemente recomendado por tu consejero espiritual.

Como decía san Josemaría Escrivá, “no descuides tu lectura espiritual. La lectura ha formado muchos santos” (Camino, 116).

Una manera de cumplir con esto es leer la lectura del Evangelio del día y luego encontrar un libro espiritual que te ayude a crecer en tu relación con Dios.

3. 15 minutos de oración mental

La oración mental es muy sencilla, aunque no se da con distracciones. Consiste en un momento “corazón a corazón” con Dios, dejando tiempo para hablar y escuchar. Dios está extremadamente interesado en qué te perturba y qué sucede en tu vida. De forma similar a como un padre se interesa en el día de sus hijos después de la escuela. Dios quiere conocer (aunque Él ya conoce) todo acerca de tu vida.

La razón por la que Él quiere conocer tus más profundos deseos es porque eso te atrae hacia Él. Como en cualquier relación, cuando le revelas a otra persona tus sentimientos empiezas a compartir este lazo invisible que puede durar toda una vida.

4. Examen de conciencia por las noches

El padre McCloskey explica cómo hacer un examen de conciencia antes de ir a la cama:

– Te sientas, llamas al Espíritu Santo para que te ilumine y repasas por algunos minutos tu día en la presencia de Dios preguntándote si te has comportado como un hijo de Dios en casa, en el trabajo, con tus amigos.

– También debes ver esa área particular que has identificado con ayuda de la dirección espiritual en la que sabes debes mejorar para convertirte en santo.

– Puedes, además, dar un vistazo y ver si has sido fiel a esos hábitos diarios que hemos discutido en este artículo.

– Luego, haces una acción de gracias por todo lo bueno que has hecho y un acto de contrición por todas las áreas donde has fallado deliberadamente.

– Ahora es tiempo de tu merecido descanso, por el que luchas para ser santo por medio de tu diálogo interior con la Santísima Trinidad y tu madre María mientras eres empujado al sueño.

Esto es importante y ayuda a prepararse para la próxima confesión. Es muy saludable examinar tus faltas y fracasos y pedir la ayuda de Dios para superarlos.

El Divino Doctor sanará cualquier cosa que le digamos que está mal con nuestra alma. En ocasiones, Su medicina no será fácil de digerir, pero Él nos da el remedio que nos ayuda a avanzar más rápido en el camino hacia la Vida Eterna.

Los otros tres hábitos diarios que el padre McCloskey sugiere son: la Misa diaria, el Santo Rosario y orar con el Ángelus.

Sugiero comenzar con los cuatro primeros antes de intentar estos últimos tres. Son un poco más difíciles de cumplir dependiendo de nuestro estado en la vida.

Para servir… servir

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El lema central de la vida cristiana se puede resumir en esta frase de un santo sacerdote: para servir, servir. Y desde el servicio, el llegar al amor de Dios. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas y tener como fin hacer el bien. No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección.
Se acerca la Navidad y la figura de San José, modelo de servicio, nos queda en ocasiones relegada al olvido. El trabajo de San José, callado y silencioso, debería ser el modelo fundamental en todo cristiano, de todo hombre: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada. San José trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret.

¡Gracias, Señor, por los dones recibidos! ¡Gracias, Señor, porque me has permitido recibir la gracia de tu amor! ¡Gracias, Padre, por tu misericordia y bondad! ¡Gracias, Señor, porque sé que siempre estás a mi lado y puedo verte en todo! ¡Gracias, Señor, porque he podido comprobar que tu amor es incondicional! ¡Gracias, Señor, porque he podido ver en tu rostro inmaculado la alegría y la paz, el amor y el perdón, la reconciliación y la generosidad! ¡Y no permitas, Señor, que olvide jamás que el camino de Cruz lo tengo que hacer con alegría de corazón! ¡Y a ti Madre, lléname de bondad, de tu humildad y de tu amor porque sin Ti María en nada puedo avanzar en mi vida espiritual!
¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Y, hoy, no podemos más que alabar con este preciso canto de adoración:

martes, 6 de septiembre de 2016

¿Cómo conseguir una reliquia original de la Madre Teresa de Calcuta? Sigue estos pasos



El domingo 4 de septiembre, luego de 19 años de haber partido a la Casa del Padre, fue canonizada la Madre Teresa de Calcuta, fundadora de las Misioneras de la Caridad y conocida mundialmente por su entrega generosa a los más pobres de entre los pobres.


Durante la ceremonia presidida por el Papa Francisco, una de las religiosas presentó el relicario que contiene un cabello y sangre de la nueva Santa, que vienen a ser reliquias de primer grado.

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Sor Jacinta entregó al #PapaFrancisco una reliquia de #SantaTeresadeCalcuta. Él la besó y la bendijo @dani_ibanez18
15:54 - 4 sep 2016
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Existen también reliquias de segundo grado, que son algún objeto usado por el santo o santa, o asociados al sufrimiento de un mártir; y las de tercer grado, si se trata de cualquier objeto que ha sido tocado con una reliquia de primer grado o la tumba del santo.

Por ello, con ocasión de la canonización de la Santa de origen albanés, algunas de sus reliquias se pueden venerar estos días en Roma (Italia). El 5 y 6 de septiembre estarán en la Basílica de San Juan de Letrán, y los días 7 y 8 en la Iglesia de San Gregorio Magno al Celio.

La veneración de reliquias es una antigua costumbre entre los fieles y fue aprobada por la Iglesia en el Concilio de Trento. Así, para un correcto culto, la Iglesia ha establecido normas entre las cuales está la prohibición de vender reliquias sagradas.

En ese sentido, según informa el sitio web oficial del Centro Madre Teresa de Calcuta, quien desee recibir una reliquia auténtica de la nueva Santa, y no ser víctima de comerciantes y estafadores, “puede comunicarse con la Oficina de Postulación por correo electrónico a relic@motherteresa.org”, o escribir a su dirección postal:

Oficina de Postulación
c/o Piazza S. Gregorio al Celio, 2
00184 Roma
Italia

La urbanidad, un deber con Dios

urbanidad
Leo hoy en la Sagrada Escritura: «por su aspecto se descubre el hombre y por su semblante el prudente. El vestir, el reír y el andar, revelan lo que hay en él». No había caído en que este código de la urbanidad esta también revelado en la Biblia pero es una manera de que cada día pueda agradar a Dios con mis actitudes.
La urbanidad es ese conjunto de reglas que nos enseña a comportarnos socialmente con decoro, con respecto y con dignidad. La urbanidad va estrechamente unida a la caridad, porque no deja de ser un retrato del amor con las personas que nos rodean. De hecho, la caridad nos muestra cómo debemos comportarnos con cortesía con el prójimo como quisiéramos que lo hicieran con nosotros mismos. Ser cortés es el acto en el que uno manifiesta atención por el otro, respeto y afecto. La urbanidad auténtica es aquella que está revestida de disposición y virtuosismo cristiano y lleva aparejada la sencillez, la amabilidad, la humildad, la abnegación y la afabilidad. Todo ello enfrenta al egoísmo, que es una de las formas de descortesía contra la persona.
Vivir la urbanidad no solamente es una cuestión de reglas de vocación sino un deber que tenemos también para con Dios, para con nuestros semejantes y para la comunidad.
¡Señor Jesús, envía tu Espíritu para que me libere de todos los miedos, temores e inseguridades que me impiden ser amable y generoso con los demás! ¡Sana, Espíritu Santo, las impresiones que tengo sobre el prójimo y que me impiden muchas veces ser generoso llamarle con él! ¡Sana, Espíritu Santo la dureza de mi corazón para que mis palabras, mis gestos, y mis actitudes muestren a los demás dulzura y amabilidad! ¡Libera, Señor, las máscaras de mi vida para expresarte mi ser más profundo, creado para darse y dar amor al prójimo! ¡Suaviza, Espíritu divino, el trato con lis que me rodean con el don de la compasión y la escucha pues son muchas las ocasiones en que me muestro intolerante con los que más quiero! ¡Libérame del rasgo de la amargura y del que me mantiene en la pasividad! ¡En tu nombre, Jesús, por la fuerza poderosa de tu Cruz obra en mi para liberarme de aquellos rencores que me impiden ser amable y cortés con los demás!
El Señor es nuestro consolador, le cantamos hoy a Jesús: