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lunes, 3 de octubre de 2016

Yo confieso que…

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Misa dominical ayer. Rezo con atención el «Yo confieso» en el que todos pedimos perdón «porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Me quedo toda la ceremonia profundamente conmovido. Como en un trailer de una película pasan frente a mis ojos a toda velocidad todos mis pecados, y aunque ya he realizado varias veces una confesión general, me doy cuenta de mi miseria, de mi pequeñez y de mi insignificancia pero al mismo tiempo de la grandeza y profundidad de la gracia de Dios que siempre perdona. Tristemente he pecado mucho de «pensamiento, palabra, obra y omisión» por mi egoísmo, mi soberbia, mi orgullo, mi vanidad... pero allí está la infinita ternura de la misericordia de Dios que acoge a sus hijos pecadores.

He pecado mucho de «pensamiento, palabra, obra y omisión» y aunque me había propuesto no volver a pecar y caer en la misma piedra vuelvo a las andanzas pocos minutos después de ponerme gozoso de rodillas para rezar la oración que en el confesionario el sacerdote me ha impuesto como penitencia: Esa discusión, esa palabra hiriente, ese gesto torcido, esa falta de caridad, esa omisión voluntaria, ese pensamiento inadecuado, esa cosa a medio hacer... El ser humano es muy reincidente en su pecado, siempre convencido de que limpio por la gracia la tentación no te vencerá y que ganarás al mal. Y caes, y vuelves a caer, abonado al convencimiento de que tu sólo —con tus fuerzas— puedes sostenerte. Y te das cuenta de lo pequeño que eres, lo frágiles que son tus propósitos, lo débil que es tu oración, lo delicado que es tu camino a la santidad y lo mucho que te cuesta amar a Dios. La vida cristiana exige esfuerzo continuado. Y mucha oración auténtica.
«He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Y lo hago porque mi corazón se cierra al Amor, se relame en gustarse a si mismo, se gusta en su orgullo y se convierte en una especie de cubo de basura que recoge todo lo negativo de mi. Y me da pena. De mi mismo y del Señor porque cada pecado mío es un latigazo más, una espina en su corona, una llaga en su cuerpo lacerado, un dolor insufrible en el madero santo.
«He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Señor, perdón porque no mereces tanto dolor por mi pecado. Pero miras la Cruz y sientes el abrazo amoroso de Cristo que todo lo perdona. Y te comprometes, renovado, a cambiar interiormente para no volver a pecar. ¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi!
¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi! ¡Mi sacrificio, Señor, es mi corazón arrepentido! ¡Crea en mí, Señor, un corazón puro! ¡Ten piedad de mí, Señor, y por tu bondad y por tu gran compasión borra mi culpa y purifícame del pecado, de mis faltas y de mis errores! ¡Yo reconozco mi culpa, Señor, tengo siempre presente mi pecado; contra ti pequé haciendo lo que es malo a tus ojos! ¡Señor, Tú amas el corazón sincero y me enseñas la verdad en mi interior; por eso te pido que me purifiques para quedar limpio! ¡Señor, crea en mí un corazón puro y renueva la fuerza de mi alma; no me alejes, Señor, de tu presencia, ni retires de mí tu Santo Espíritu! ¡Concédeme, Señor, la alegría del perdón! Y por ello hago ante ti este Acto de Contrición: «Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén».

Escuchamos hoy esta canción francesa de Maurice Cocagnac, L'enfant prodigue:

¡Ave María!, comienza el mes del Rosario

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Primer día del mes de octubre que coincide con el primer sábado de mes, un mes dedicado a honrar a María con el rezo del Santo Rosario. Esta oración contemplativa y sencilla pero de gran eficacia espiritual nos resume la historia de la Salvación del género humano y nos acerca al mayor conocimiento de Cristo. La experiencia del rezo del Santo Rosario me permite cada día fortalecer mi fe y crecer como cristiano.
Cuando amas a una persona tratas de honrarla con palabras amables y cariñosas, contentarla en sus gustos y llenarla de parabienes. En el caso de la Virgen, Ella misma ha manifestado en numerosas apariciones que no siente mayor alegría que cuando sus hijos la veneran con el rezo del Santo Rosario. Ofreciendo cada misterio de la vida de Cristo en la que asoma la presencia sencilla de María, le suplicamos a la Virgen que interceda por cada una de nuestras necesidades y del prójimo. Es una invocación repleta de amor y de caridad. No sólo eso, pedimos por las causas justas del mundo y pedimos por la Iglesia, de la que la Virgen es Esposa.
Hay algo también muy hermoso. Cuando invocamos a María y vamos pasando las cuentas del Rosario nos acercamos a Cristo, su Hijo amado. Así lo recordamos en el rezo del Padrenuestro. Y en cada Avemaría le decimos diez veces a María que la queremos, que la llevamos en el corazón y que la necesitamos. Ella nos devuelve tanto amor cubriéndonos con su gracia.
En este mes de octubre, le ofrezco a María contemplar los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos con más amor y con más entrega. Vivir cada una de las escenas del Rosario para participar íntimamente de los episodios en Belén, en la casa de Nazaret, en el templo de Jerusalén, en el río Jordán, en la casa de Caná, en el monte de la Transfiguración, en el huerto de los Olivos, en el cenáculo, en el Calvario, en el sepulcro, o en el momento de la Ascensión al Cielo, como un personaje más, en oración contemplativa, con gran atención y sin distracciones voluntarias para que Dios escuche más la voz de mi corazón que la de mi boca. Orando con el corazón, orando con la mente y orando con los labios en alabanza alegre A Dios y a María, la más bella entre todas las mujeres. ¡Tutus tuus, María!
¡Dios te Salve, María, llenas eres de gracia, el Señor está contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús, Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, amén! ¡Dios te salve, María, se llena mi corazón de alegría al exclamar cada Ave María! ¡Santa María, Madre de Dios, ayúdame a transformar mi vida con el rezo del Santo Rosario y dame tu auxilio bondadoso! ¡Madre de bondad y misericordia, que cada día me das tantas pruebas de tu amor y de tu poder, te pido por la salud de mi corazón, de mi alma y de mi cuerpo, apiádate de mí, acompáñame en mi camino, ampárame en mis tribulaciones y sufrimientos, acoge mis angustias, suple mis carencias, sana mi corazón dolorido, seca mis lágrimas, cura mis heridas y aflicciones y ayúdame a sobreponerme de los problemas y caídas! ¡María, Tú que eres la abogada de los desesperados, Madre Nuestra y Madre de Cristo, ruega por nosotros y por el mundo entero!
Bendiciones del Rosario: (Magisterio de los Papas)
  1. Los pecadores obtienen el perdón.
  2. Las almas sedientas se sacian.
  3. Los que están atados ven sus lazos desechos.
  4. Los que lloran hallan alegría.
  5. Los que son tentados hallan tranquilidad.
  6. Los pobres son socorridos.
  7. Los religiosos son reformados.
  8. Los ignorantes son instruidos.
  9. Los vivos triunfan sobre la vanidad.
  10. Los muertos alcanzan la misericordia por vía de sufragios
Beneficios del Rosario: (San Luis María Grignion de Montfort)
  1. Nos eleva gradualmente al perfecto conocimiento de Jesucristo.
  2. Purifica nuestras almas del pecado.
  3. Nos permite vencer a nuestros enemigos.
  4. Nos facilita la práctica de las virtudes.
  5. Nos aviva el amor de Jesucristo.
  6. Nos enriquece con gracias y méritos
  7. Nos proporciona con qué pagar todas nuestras deudas con Dios y con los hombres y nos consigue de Dios toda clase de gracias.
En este primer sábado de mes le regalamos a la Virgen este bello Ave Regina Coelorum, en la Mayor, Hob. XXIIIb:3.para soprano, coro, cuerdas (sin violas) y órganodel compositor austriaco Joseph Haydn:

viernes, 30 de septiembre de 2016

Un himno bizantino que todo católico (quizá) conoce.

El “Trisagion” –el “Tres Veces Santo”- alguna vez fue parte de la liturgia occidental




El Trisagion –en griego, “Tres Veces Santo”, aludiendo a la Santísima Trinidad- es uno de los textos más antiguos de la liturgia cristiana universal.

La tradición señala que este himno fue sobrenaturalmente revelado, por una voz procedente del cielo, durante el reinado del emperador bizantino Teodosio II, a principios del siglo V, y varios documentos históricos señalan inequívocamente que fue utilizado por los padres del Concilio de Calcedonia.

Otros documentos señalan, además, que este mismo himno se cantó durante algún tiempo en la liturgia gala de rito latino, en la Francia de la temprana edad media.

Hoy día, gracias a la devoción a la Divina Misericordia impulsada por santa Faustina Kowalska, muchos católicos de rito romano conocen este himno, pues se ha incluido, a modo de jaculatoria, en la Coronilla de la Divina Misericordia. Hemos incluido dos versiones: una en el griego original, y otra en inglés.

Ἅγιος ὁ Θεός, Ἅγιος ἰσχυρός, Ἅγιος ἀθάνατος, ἐλέησον ἡμᾶς. (Agios O Theos, Agios Iskyros, Agios Athanatos, eleison imas)

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten Misericordia de nosotros.

jueves, 29 de septiembre de 2016

El fenómeno Kleenex en mi vida

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Buscar con ahínco el reconocimiento ajeno o que los demás nos valoren es algo intrínseco al ser humano. Nos ofrece seguridad. Y, con relativa frecuencia, consideramos que es un derecho que nos asiste. Nos molesta que nos pidan favores y no sacar provecho de ellos. Nos incomoda hacer trabajos para los demás y que no nos los reconozcan y aplaudan. Nos disgusta realizar encargos para terceros para que luego se olviden de nosotros. Son situaciones habituales en el día a día de una persona que llenan nuestro corazón de amargura, resentimiento y animosidad. Es el fenómenoKleenex; usar y tirar.
Sin embargo, se obtiene más libertad interior, más seguridad en uno mismo, más felicidad, más paz en el corazón si en lugar de buscar en lo efímero del aplauso y de lo compensatorio lo ponemos todo en manos de la Providencia sin someterse a la dictadura de la opinión y los juicios ajenos.
Cristo no vivía pendiente de la opinión ajena ni de los juicios de los demás. Y esta debe ser mi escuela de aprendizaje. Lo importante es actuar guiados por el servicio, por el amor, por la rectitud de intención… Con ello me acerco más al Señor y, a través de Él, a todos los que me rodean.
Pero contemplas en silencio a Jesús. Miras su figura pendida de un madero sencillo, entregado a la voluntad del Padre, ajeno a los ojos del mundo, y comprendes enseguida cual es el camino a seguir. Es a ese peldaño de autenticidad es al que me gustaría llegar pero antes me tengo que desprender de mis muchas capas de orgullo, soberbia, resentimiento e inseguridad porque en la Cruz solo había pureza, desprendimiento del yo y mucho amor.
¡Señor, deseo ser feliz, pero deseo ser feliz a tu lado, conforme a tus pensamientos, tu vida, tus enseñanzas, tu palabra! ¡Sueño con la felicidad de día y de noche, a todas horas la busco pero quiero ponerla en Ti y no en los placeres de la vida! ¡Señor, tú me dices que me guarde de toda avaricia porque aunque tenga mucho la felicidad no está en esta vida si no la vida eterna! ¡Señor tú sabes que mi corazón siente ansias de felicidad infinita pero que a veces no se sacia con las cosas de este mundo por eso le pido al Espíritu que no arraigue en mi corazón el «más, más y más» —más dinero, más conocimiento, más comer, más tener, el más perfeccionar, más dignidades, más de conocimiento, más aplausos, más pasiones, más sabiduría...— sino solamente más de ti que eres la felicidad absoluta! ¡Ayúdame Espíritu Santo a no vivir engañado, a no poner mi dicha en las cosas de este mundo, sino gozar con la felicidad del Espíritu para que todo sea más amar a Dios y servirle siempre! ¡Que el centro de mi felicidad no recaiga en las riquezas, los honores y los placeres de esta vida si no en Dios porque es en Él donde está la verdad que busca mi corazón!
Contemplar el misterio de Jesús en silencio. Frente a ese Jesús meditamos también con esta música:

martes, 27 de septiembre de 2016

Las cinco lecciones de la conversión de San Pablo

Dios lo esperó y lo hizo caer de lo más alto

“Todos hemos leído la historia de la conversión de Saulo; de acérrimo enemigo de los seguidores de Cristo a legendario evangelista por Dios”, escribe Gabriel Garnica en un artículo reciente publicado en Catholic Stand.
Garnica señala que Pablo “no se convirtió en esta leyenda tan pronto como cayó del caballo; antes bien ahí comenzó el proceso que lo llevó a jugar el maravilloso papel que ha jugado en la historia de nuestra fe”.
Dejando a un lado el proceso en general –dice el autor—podemos descubrir al menos cinco lecciones directas de la caída en sí misma:
  1. La misericordia divina de Dios llega, generalmente, cuando nos encontramos peor, en nuestro punto más bajo. Saulo fue una pesadilla para los primeros cristianos, y su persecución parecía no tener límite. Recordemos que estuvo presente y aprobó la lapidación de Esteban. Dios lo esperó y lo hizo caer de lo más alto, tanto de su caballo como de la ventolera que había tomado en contra de los seguidores de su Hijo. De forma similar, Cristo nos ofrecerá pacientemente su divina misericordia cuando parezca que menos la merecemos; incluso cuando menos creamos merecerla. Hay que recordar el recibimiento del padre al hijo pródigo.
  2. La intervención de Dios en nuestras vidas será siempre inesperada. La forma de medir el tiempo de Dios nada tiene que ver con nuestra forma de hacerlo. Su intervención en nuestras vida no refleja nuestras expectativas. Saulo era la última persona en la cual los primeros cristianos esperarían que fuese su más apasionado defensor, que fue, exactamente, lo que Dios hizo nacer en Saulo. Fe no es esperar a comprender en totalidad la bondad de Dios; paciencia es tener la fe para esperar por ella.
  3. La presencia de Dios en nuestras vidas se encuentra más a menudo fuera de una iglesia. Mientras que es necesario ir a Misa para refrescar el alma escuchando la Palabra de Dios y para alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, gran parte de las aplicaciones de la enseñanza de la Iglesia ocurren en el mundo. Saulo cayó del caballo en el camino hacia Damasco, no en su destino, ni en una casa o en algún lugar de adoración. La casa del Señor es la estación de servicio, donde rellenamos de combustible nuestra fe; pero nuestra misión en el servicio a Dios es en el camino, donde aplicamos la fe para ayudar a otros.
  4. Todos tenemos un caballo de Damasco. Saulo iba montando su caballo camino a pelear en contra de Dios. Podría haber usado el mismo caballo para ayudar a Dios, pero decidió usarlo para hacer lo contrario. Dándole esa respuesta, hizo que Dios lo derribara, para humillarlo como preparación a la gran misión de servirlo en su plan. Todos tenemos un caballo que nos puede llevar lejos de Dios: ese caballo puede ser orgullo, arrogancia, dinero, poder… ¿Nos bajaremos por iniciativa propia o esperaremos a que Dios nos derribe?
  5. Fe y humildad superan a los cinco sentidos.Pablo nunca caminó al lado de Cristo. No fue de los originalmente elegidos. Pero su fe y su humildad lo hicieron tan grande como aquellos que caminaron con el Señor. Dios viene a nuestras vidas, y nosotros le permitimos entrar, sin la proporción de lo que creemos, vemos, escuchamos, tocamos o gustamos. Los cinco sentidos y todas las sensaciones que les siguen son polvo en el camino de la humildad y la fe. Pablo estuvo ciego por un tiempo tras ser derribado de su caballo por Dios Nosotros a menudo estamos ciegos por un tiempo mucho mayor, en el viaje hacia nuestro Damasco.