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jueves, 8 de febrero de 2018

Como resolver algunos problemas

EL FLORERO DE PORCELANA

 

Florero

El maestro de novicios de un monasterio reunió a sus alumnos para la lección de hoy.

- Voy a presentarles un problema - dijo el Maestro- a ver quién es el más habilidoso entre ustedes.  Terminado su corto discurso, colocó un banquito en el centro de la sala. Encima, puso un florero de porcelana, seguramente carísimo, con una rosa roja que lo decoraba. 

- Este es el problema - dice el Maestro -resuélvanlo-.
Los novicios contemplaron perplejos el "problema", por lo que veían los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?

Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el "problema", hasta que uno de los novicios se levantó, miró al maestro y a los alumnos, caminó resolutamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.

- ¡¡Al fin alguien que lo hizo !! - exclamó el Maestro- Empezaba a dudar de la formación que les estamos proporcionando este año !! .

Al volver a su lugar el alumno, el Maestro explicó:

- Yo fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un "problema". No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado. Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un lindo amor que ya no tiene sentido, un camino que precisa ser abandonado, por más que insistimos en recorrerlo porque nos trae confort... "
Solo existe una manera de lidiar con un problema: atacándolo de frente. En esas horas, no se puede tener piedad, ni ser tentado por el lado fascinante que cualquier conflicto acarrea consigo. Recuerden que un problema, es un problema. No tiene caso tratar de "acomodarlo" y darle vueltas, si al fin y al cabo ya no es otra cosa más que "un problema". Déjalo, hazlo a un lado y continúa disfrutando de lo hermoso y lo que vale la pena en la vida. No huyas de él... acaba con él.
Pídele a Dios que te de sabiduría para enfrentarte a los problemas y para saber resolverlos adecuadamente.

 

miércoles, 7 de febrero de 2018

Soy el dueño de mi destino, soy el capitán de mi alma

Desde Dios

Durante un trayecto de avión ví ayer la película Invictus protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, basada en el libro de John Carlin El factor humano. En cuanto tomé tierra busqué por internet el breve poema Invictus del poeta inglés William Ernest Henley que Mandela conservaba en su celda durante el tiempo de su cautiverio y que da nombre al film. Es un poema del que no se doblega ante la desesperanza.
En la vida hay momentos que se abren bajo nuestros pies y de manera abrupta provocan profundos precipicios aunque uno siga caminando con confianza infinita. En cuanto sientes el vacío todo bascula.
Todos somos vulnerables con independencia de la posición que ocupemos en la vida. En cualquier momento podemos perder el equilibrio. Una enfermedad, la pérdida de un ser querido, un divorcio, un accidente, el descrédito social, la crisis económica, los problemas con un hijo, las adicciones…
Vives feliz sin preocupaciones pero en un visto y no visto la vida puede tambalearse. «Soy el dueño de mi destino, soy el capitán de mi alma», proclama Henley en la estrofa final de su poema. Palabras que certifican un ideal admirable pero… ¿cuántos tenemos la fuerza excepcional que formula el poeta inglés?
Pero en el caso de poseer esa fortaleza ¿cuál es la capacidad real para controlar el destino? ¿La capacidad para influenciarlo, de controlarlo por completo? Con este verso Henley quiere decirnos que, cualesquiera que sean las circunstancias, uno puede llegar a ser capaz de controlar sus reacciones y sus emociones.
Admito que no poseo la fuerza de carácter que tuvo Nelson Mandela. No tengo la sensación de dominar mi propio destino. Pero sí siento que soy el capitán de mi alma fundamentalmente porque mi alma me pertenece y, sobre todo, le pertenece a Dios. Contra viento y marea puedo navegar en el océano de la vida. He elegido ser el maestro de mi vida... después de Dios. ¿Quién sino Él para controlar mi destino y venir al rescate de mi alma con la gracia del Espíritu en los momentos de debilidad? Esto te permite tener la certeza de que no estás solo cuando la vida cambia. Su sostén es inquebrantable. Y en esa relación de confianza hay algo hermoso, el sí de Dios al hombre, y el amén nuestro a Dios que es la dinámica que sostiene la vida, que te permite sentir la compañía de Dios, el aliento del Espíritu para superar todas las pruebas y las dificultades y el encuentro con Cristo que nunca defrauda.
¡Señor, deposito mis cargas pesadas a los pies de la Cruz! ¡Te doy gracias, Señor, por tu presencia en mi vida, porque tu carga es liviana y tu te ofreces para que descargue en ti mis agobios y preocupaciones! ¡Gracias, Señor, por la paz y la serenidad que ofreces a quien se acerca a ti, por eso quiero confiar siempre en tu providencia! ¡Te ruego que calmes mis tempestades interiores y exteriores y ante las pruebas que me toca vivir, a veces difíciles, que seas tú la fuerza que me permita seguir adelante! ¡Envía tu Espíritu, Señor, para que de mi salgan siempre pensamientos positivos y aleja de mí aquella negatividad que tanto daño hace a mi corazón y tanto me aleja de ti! ¡Señor, te entrego por completo mis cargas, mis tristezas, mis miedos, mis pensamientos, mis debilidades, mis tentaciones, mis dudas, mis luchas, mis amarguras, mis miedos, mis caídas, mis angustias, mis soledades, mis temores, mis pecados, mis errores, mis preocupaciones, mi alma, mis tentaciones, mi fragilidad, mis deseos, mis ansiedades, mi pasado, presente y futuro y, sobre todo mi espíritu; hazme fuerte para salir con firme y comprometido de mis batallas y que tu fuerza y tu poder me acompañen en cada momento de mi vida! ¡Te doy gracias por tu sí, Señor, y te entrego mi amén! ¡Te entrego mi voluntad para que tú seas el dueño de mi destino! ¡Envíame tu Santo Espíritu, para que me ayude a conocerme mejor, me ayude a entender la realidad y me permita profundizar en mi propia identidad!
Soy el capitán de mi alma (el texto en castellano se encuentra en la fotografía superior):



¡Misericordia quiero y no sacrificio!

Desde Dios«Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los que no tienen culpa». Me impresionan estas palabras de Cristo. Hoy llegan a lo más profundo de mi corazón porque he abierto la Biblia en busca de una palabra y he comprendido la gran actualidad que tienen estas palabras del Señor. Pronunciadas hace más de dos mil años son de una rabiosa actualidad.
¡Misericordia quiero y no sacrificio! ¡Qué sencillo es condenar a alguien y que complicado es comprender su realidad! ¡Que difícil es ser misericordioso y cuánto cuesta perdonar! ¡Cuánta carencia de misericordia en el corazón que nos lleva a juzgar, condenar, criticar y minusvalorar al prójimo! ¡Nuestra falta de misericordia nos convierte en abogados de la «verdad», jueces estrictos de la ley, faltos de amor ante cualquier circunstancia o situación! ¡Cuánto vacío en el corazón que nos impide comprender a los demás y qué ceguera para mirar en nuestro propio interior! ¡Nos convertimos en «los intocables» de la verdad porque hablamos en nombre de la justicia pero en nuestras miradas falta el amor, en los sentimientos la comprensión, en las manos el acogimiento y en el corazón la misericordia!
Miramos al que ha errado, al que se ha equivocado o al que ha pecado con desprecio o indiferencia como si el pecador no pudiera cambiar nunca su comportamiento y tener que cargar de por vida con la culpa encima. Convertimos a muchos en leprosos sociales pero olvidamos que Jesús impuso sus manos sobre tantos enfermos de cuerpo y de alma, que hizo bajar a Zaqueo del árbol para entrar en su casa, que a la mujer adúltera le recondujo hacia el bien y tantos ejemplos que podríamos recordar. En todos los casos Jesús se acerca a ellos, personas vulnerables y estigmatizadas, para dignificarles gracias a su fe.
¡Misericordia quiero y no sacrificio! Hoy quiero llenar mi vida de la bondad de Jesús. Poner el amor en el centro de todo, que sea el corazón el que haga latir mi vida cristiana. Que la misericordia sea hija de mi amor por los demás. Hacer que mi corazón se llene de bondad, que mis actitudes y sentimientos, que mi forma de actuar y de sentir me convierta en alguien más compasivo y misericordioso. Entender que por encima de las normas está el bien del ser humano. Eso me impide crucificar al prójimo relegándolo en nombre de Dios porque por encima de la condena está el consolar, el atender, el aliviar y el perdonar.


¡Señor, me dices misericordia quiero y no sacrificio! ¡Haz, Señor, que el error del prójimo lo mire con misericordia para demostrar que Tu te haces presente en mi corazón! ¡Quiero dar las gracias que recibo de Ti a los demás! ¡Yo te amo, Señor, y este amor que tu sientes por nosotros, tu misericordia y tu compasión quiero hacerla mía para darla los demás! ¡No permitas, Señor, que la rutina de mi vida y las normas abonen mi orgullo para ver solo lo negativo de los demás y que eso me impida responder a la vida llena de amor que nos envías por medio de tu Santo Espíritu! ¡Hazme comprender, Señor, que el fluir de la vida divina tiene su máxima expresión en el amor y la Misericordia que siento por los demás! ¡Ayúdame, por medio de tu Santo Espíritu, a expresar el amor hacia los demás de acuerdo con tu plan divino porque tu nos recuerdas que estamos hechos para las obras buenas! ¡Ayúdame a amar como amas Tu; haz que el Espíritu Santo llene mi vida y me otorgue entrañas de amor y misericordia! ¡Haz, Señor, que el Espíritu Santo me transforme para que mis ojos sean misericordioso, mis oídos sean misericordiosos, mi lengua sea misericordiosa, mis manos sean misericordiosas, mi corazón sea misericordioso y todo mi ser se transforme en Tu misericordia para convertirme en un vivo reflejo tuyo! ¡Que Tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí!

Del compositor escocés James MacMillan escuchamos su motete Sedebit Dominus Rex:



martes, 6 de febrero de 2018

Cristiano de salario mínimo

Desde DiosFernando, además de una excelente persona y un cristiano comprometido, es un buen amigo. Lo conocí hace unos meses y, desde entonces, hemos compartido experiencias hermosas y gratificantes en torno a la fe. La noche del pasado lunes regresábamos juntos en coche y al despedirme de él, después de una conversación sobre algo que a él le preocupaba, bajó del coche diciendo algo que me invita a la meditación: «…soy un cristiano de salario mínimo». Se refería a que mientras hay personas que tienen el carisma de transmitir la fe, que sobresalen en la Iglesia, que tienen el don de la intercesión, etc., él es alguien sencillo sin cosas extraordinarias que mostrar y al que las cosas tal vez le cuestan más que a otros pero todo con un gran amor a Dios.
Y yo pienso, ¿que es ser un «cristiano de salario mínimo»? Es el que permite, en su sencillez, que Dios entre en su alma; el que no le cierra la puerta de un portazo a consecuencia de su egoísmo. Un poco como le sucedió a María; Dios pudo entrar en su corazón gracias a su docilidad y su sencillez. Ser «cristiano de salario mínimo» implica ofrecer con alegría el corazón a Dios para que pueda obrar a través de uno.
Ese «cristiano de salario mínimo» supone abrir su corazón a los que te rodean, tratando de perdonar ⎯algo no siempre sencillo, pero eso nos pasa a todos⎯ y de comprender las miserias ajenas.
Ser «cristiano de salario mínimo» implica también tener siempre la mente abierta para dejarse interpelar por Dios; sin complicarse la vida con razonamientos estériles y aceptando la voluntad divina.
El «cristiano de salario mínimo» es aquel que no es soberbio ni egoísta, que no se deja vencer ni por el desaliento ni por el tremendismo, tan de boga en nuestro mundo actual, que aborrece el pesimismo y lucha contra el inconformismo. Es el que busca la claridad de Dios en su vida.
El «cristiano de salario mínimo» tiene la mente siempre abierta al bien, al encuentro con el hermano, a la Palabra de Dios, a los acontecimientos que le suceden en la vida, a aceptar las opiniones y los juicios ajenos sin tratar de imponer los propios.
Ser «cristiano de salario mínimo» es esforzarse siempre en cumplir la voluntad de Dios, aceptar los planes que Él tiene pensado para uno, aparcar la propia voluntad y permitir el «hágase en mí según tu Palabra».
Ser «cristiano de salario mínimo» es aperturar los sentimientos propios y unirlos a los del hermano, del necesitado, del herido, del que busca, del enfermo. Con todo ello tiende su propia mano como si la tendiera el mismo Dios.
El «cristiano de salario mínimo» tiene una fe sencilla que es la fe más grande porque en todo ve el signo de la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo.
Y, lo más importante, cuando uno se siente «cristiano de salario mínimo» es que cuenta con la virtud de la sencillez y de la humildad que nace del conocimiento propio. No hay que olvidar nunca que donde Cristo se encontraba más a gusto era con los mansos y humildes de corazón; es decir, con los sencillos, aquellos que mi amigo define muy bien como «cristianos de salario mínimo».
¡Señor, a mi también me gustaría ser un «cristiano de salario mínimo», alguien sencillo y humilde, que actúe sin dobleces, que se entregue siempre a los demás, que no es superficial, ni se deje llevar por el materialismo, que es sensible a las necesidades de los hermanos, que ama la pequeñez de las cosas de la vida, que es agradecido con los tantos obsequios que recibe cada día de Dios! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» capaz de aceptar siempre tu voluntad con confianza y esperanza plenas! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que se maraville por la grandeza de tu amor y de tu misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que desde la sencillez se aferre a la fe! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» que no se apegue a lo material y a lo mundano de la vida! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para desde la sencillez y la humildad te abra siempre el corazón y se lo abra también al prójimo sin odios, ni rencores, sin juicios ni críticas! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para tener siempre un corazón limpio abierto al amor, al perdón y a la misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» porque lo que anhelo es la felicidad a tu lado y eso lo puedo conseguir desde la sencillez de mi vida!
Beati Quorum Via, hermosa canto a cappella para un encuentro con Dios:



En la escuela del dar




Desde DiosDar. Verbo de profunda intensidad. Es el verbo de la economía del amor. El verbo que te invita a salirte de ti mismo. El verbo que conjuga a las mil maravillas con tantas palabras en los que impera el lenguaje del corazón: entrega, solidaridad, donación, estima, generosidad, felicidad, perdón, acogida…
En los Evangelios existen varios preceptos que sintetizan el espíritu del verbo dar: «Dad y se os dará» o «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis».
Ahora, ¿En qué medida soy yo capaz de dar? ¿Soy generoso y magnánimo en la donación de mi tiempo, de mis bienes, de mi corazón, de mi escucha…? ¿Doy porque espero recibir algo a cambio? ¿Doy para que sepan que doy? ¿Doy desde el compromiso o desde el interés? Como siempre en la vida la naturaleza es sabia. Cuando el dar surge desde el corazón retorna la donación con sobreabundancia de dones.
Lo fundamental es saber dar. Setenta veces dar. Mil veces dar. Y no parar de dar…. porque en definitiva cuando das siempre recibes y aunque a veces lo que esperas es puramente material y humano en realidad lo que te proporciona es gracia en abundancia. ¡Y la gracia es la mayor riqueza que te puede enviar Dios!
 ¡Señor, hazme comprender siempre que en mi dar desde la generosidad y la gratuidad recibiré de ti en abundancia! ¡Concédeme la gracia, Señor, de ser generoso en todo momento y que la generosidad basada en el amor sea el signo de mi vida! ¡Concédeme la gracia, Señor, de ser generoso en el dar y hacerlo con amor, afecto, ternura y alegría! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Santo Espíritu, a poner siempre el corazón en cada gesto, en cada palabra, en cada acción! ¡Hazme comprender, Señor, que compartir no es sólo dar lo material sino que es dar mi tiempo, mi amor, mis atenciones, mis sentimientos! ¡Concédeme la gracia, Señor, de dejar de centrarme en mi mismo y aprender a darme a los demás, no dar lo que me sobra sino darme lo que soy aprovechando las cualidades y los dones que he recibido del Padre! ¡Ayúdame, Señor, con la gracia de tu Santo Espíritu, a estar atento a las necesidades del prójimo, a reconocer lo que falta y lo que necesita, a abrirme siempre a los demás y ser sensible a sus carencias! ¡Que mi entrega, Señor, esté basada en la solidaridad y no anteponga nunca mi propio beneficio! ¡Concédeme la gracia, Señor, de apartar mis comodidades e intereses personales y ponerme siempre al servicio de la comunidad! ¡Me abandono a Ti, Señor, para que me hagas instrumento de tu amor!
Siervo por amor, cantamos hoy: