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viernes, 5 de agosto de 2016

Las fotos de la JMJ que no veréis en otro lugar

No es difícil darnos cuenta de que Wojciech Grzędziński, tomando estas fotografías, puso un trozo de su corazón en ellas.


A veces tengo la impresión de que la visita del Papa influyó más en los… periodistas que en los demás peregrinos. En los primeros días pudimos disfrutar de una relativa libertad. Durante la ceremonia de apertura podríamos movernos entre sectores sin restricciones, algunos incluso lograron acercarse al escenario en el parque de Blonie. Uno de los colegas se perdió y por accidente… salió justo delante de la procesión que lleva los símbolos de la JMJ. ¡Ojalá a nosotros nos pasara esto!

Después de que el Papa Francisco aterrizara en suelo polaco, el nivel de rigor de los servicios de seguridad se incrementó drásticamente. El miércoles sobre las 16:00 no pudimos cruzar desde el barrio de Kazimierz al Centro de Prensa cerca de la AGH [Universidad de Ciencia y Tecnología de Cracovia]. La policía cerró casi todas las calles y se mantuvo firme, incluso cuando una madre les pedía permiso para cruzar la calle porque tenia que recoger a su hijo de la guardería.

Sin embargo, los peregrinos tienen la suerte de estar en “otro mundo”. Viviendo con toda su alma la reunión con el Papa Francisco y festejando la alegre celebración de la fe con miles de jóvenes de todo el mundo, ninguna barrera, cinta ni ningún agente de policía, ni funcionario de la polaca BOR [Oficina de Protección del Gobierno] les molestan.

Video publicado originalmente en Aleteia.

¿La receta para un matrimonio feliz? !Es simple!

Las emociones son como una onda sinusoidal, que sube y baja. ¿Qué hacer si vuestra relación necesita de una rápida reanimación?

Tomad nota de una regla simple para mantener la unidad del matrimonio: 30 segundos de besos + 30 minutos de de conversación + 3 minutos de oración, CADA DÍA. Vivir con estas tres simples reglas garantiza la frescura y la longevidad del matrimonio.

30 segundos de besos

Esto va dirigido a vosotros, los románticos. Perdón, pero tengo que decirlo en voz alta: la química en una relación no es una metáfora. La química es simplemente química. En nuestro torrente sanguíneo fluyen sustancias llamadas hormonas. Dos de ellas son específicamente hormonas del amor.

Os presento la oxitocina y la vasopresina.

La concentración de oxitocina en mucho más alta en mujeres, por ejemplo: durante el parto, la lactancia materna, durante los abrazos, caricias y besos. La vasopresina es una hormona masculina del amor, que inunda todo el cuerpo durante las relaciones sexuales. Esta mezcla química crea el vínculo entre nosotros, nos involucra, produce una sensación de cercanía y nos ofrece sensaciones muy agradables, tanto que queremos más y más. Funciona mejor que el chocolate y ¡no engorda!

Así que si queremos disfrutar del amor hasta la tumba… debemos simplemente amarnos. No sólo cuando estamos bien, aferrándonos el uno al otro, sino especialmente cuando sentimos que algo comienza a fallar. Unos investigadores californianos observaron que un beso de 30 segundos activa la secreción de oxitocina. Gracias a las caricias, el cóctel hormonal opera en un nivel óptimo.  Así que la proximidad física no debe ser objeto de premio o castigo. Tiene que formar parte de la relación. Entonces, ¿muac muac?

30 minutos de conversación

Es agradable y divertido hablar de todo y de nada. Digamos que, a veces es incluso necesario, porque tomarse la vida demasiado en serio puede ser mortal. Pero la conversación con la pareja es como una buena dieta: para lograr los resultados esperados y para tener más fuerza vital, tiene que ser equilibrada. En una conversación equilibrada caben también los temas poco serios que son cruciales para el funcionamiento saludable de la relación. Treinta minutos al día es el momento óptimo. Una charla constructiva no es un monólogo, no es un sermón, ni un testimonio, ni un bla bla bla, sino un diálogo. Y éste tiene sus propios principios inviolables:

1. En primer lugar, escuchamos y luego hablamos.

2. Tratamos de entendernos y no juzgamos.

3. Compartimos e intercambiamos la información sobre (la oración comienza con un “yo”) nuestras experiencias y sentimientos (debemos tener a mano la “chuleta” con una lista de sentimientos) antes de discutir.

4. Evitamos las generalizaciones y exageraciones, como por ejemplo: tu siempre esto o lo otro…

5. No nos vamos a dormir sin el perdón y la reconciliación.

3 minutos de oración

¿Habéis tratado, alguna vez, correr largas distancias sin calentar previamente? Menos mal, y no lo intentéis. Lo mismo pasa con la oración común. Estos tres minutos de práctica todos los días durante al menos un mes, son tan buenos y necesarios como el calentamiento antes de un maratón espiritual. Pasar de ello puede ser peligroso, con riesgo de salidas falsas o lesiones, y como resultado de la pérdida de motivación.

Podéis rezar juntos una decena del rosario, el pasaje del Evangelio del día con la consideración final, una oración espontánea o letanía favorita. Hay oraciones para todos los gustos. La elección del lugar es importante. Así como tenéis un sofá-cama para dormir y para ver películas, una mesa de comedor y escritorio, también tenéis que organizar un rincón para la oración, con un icono, una vela, la Biblia y el rosario. Que éste sea vuestro rincón de las reuniones espirituales. La perseverancia fortalecerá el deseo de permanecer juntos ante el Señor. Y admitiréis que vale la pena estar en tan buena compañía.

¡Buena suerte!

¡Enamorarme del Amor!

Una bella oración del santo cura de Ars

" TE AMO, OH MI DIOS "
Autor: San Juan María Vianney

Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
Hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios,
Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor,
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir
cada instante que te amo,
por lo menos quiero
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
Y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
No solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora
Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti.
Amén.

En serio… ¿la muerte puede ser “inesperada”?

La pregunta decisiva frente a nosotros no es "¿Cómo voy a prepararme para la muerte?" sino "¿Cómo voy a prepararme para la vida eterna?"


Tras haber pasado casi toda mi infancia y la mayor parte de mi vida adulta en ciudades violentas y barrios conflictivos, yo siempre suponía que en algún momento sería atracado. Siempre suponía que me iban a pillar desprevenido y robarme. Y aun así, cuando me roban, me sigue cogiendo por sorpresa.

He estado pensando en sorpresas desagradables porque recientemente enterré a unos seres queridos que habían muerto inesperadamente. Dos veces en los últimos meses descolgué el teléfono para escuchar: “Sentimos mucho decirle que…”.

En ambos casos, era como cuando te atracan: una pérdida repentina e impactante que me repito no debería haberme pillado por sorpresa. Dolor, remordimiento y confusión me invaden presurosos, aunque no parece haber lugar donde alojarlos. ¿Cómo podría responder un cristiano ante estas situaciones?

Según escribía monseñor Lorenzo Albacete: “La respuesta más cruel ante el sufrimiento es el intento de justificarlo, decirle al que sufre: ‘Esto sucede por esta razón. Lamento que no puedas ver la respuesta, pero para mí está claro’”. Debemos resistir la tentación de envolver el dolor y la fealdad de la vida y la muerte en un envoltorio suave y brillante, de limar los bordes afilados y esconder las manchas de sangre.

De la misma forma debemos resistir la tentación de ofrecer “remedios” prácticos. Los cristianos no deben contribuir a la letanía bienintencionada de bálsamos del tipo “5 cosas que hacer cuando estás triste” o “Ayuda feliz para dolientes desesperados”.

Sí, debemos entender la muerte de los seres queridos como un recordatorio de las incertidumbres de la vida; tenemos que rezar diariamente por que podamos recibir los sacramentos antes de morir; deberíamos recordar que no llevaremos con nosotros ninguna posesión terrenal al más allá. Pero incluso con todo esto, no es suficiente.

Cuando observamos la violencia a nuestro alrededor y la enfermedad en torno al hecho de enfrentar la muerte, y nos preguntamos “¿cuándo llegará mi turno?”, deberíamos recordar que nosotros que vivimos a través del tiempo debemos pasar por la muerte para adentrarnos en la eternidad.

La pregunta decisiva ante nosotros no es “¿cómo debo prepararme para la muerte?”, sino “¿cómo debo prepararme para la eternidad?”. Con el pecado malogramos nuestra eternidad; con Su muerte y resurrección, Jesús nos la devolvió. Por ello, la mejor forma de prepararnos para la vida eterna con Dios es morir y resucitar con Jesús en el Sagrado Sacrificio de la Misa.

Nuestro buen Padre Celestial bendice todo lo que se Le ofrece en sacrificio digno, sobre todo Su unigénito Hijo. En otras palabras, aquellos que deseen vivir para siempre con Dios deben vivir esta vida desde y para la Eucaristía, desde y para el Sagrado Sacrificio de la Misa, y con urgente caridad debemos invitar a otros a imitarnos.

Cuando invitamos a otros al Sagrado Sacrificio de la Misa y al camino de muerte y vida que exige, no les invitamos a una simple celebración, aunque sea noble, o una mera comida, aunque sea festiva, ni a una sencilla hermandad, aunque sea deleitosa.

Les estamos invitando, de hecho, a una forma de muerte, de resurrección y de vida que extinguirá lo indigno dentro de ellos y habrá elevado a una vida divina lo que quiera que reste en su interior que pueda ser transformado en Cristo. Llamamos a nuestro prójimo a la salvación y a una mayor gloria de Dios no a través de consignas cómodas ni con el rubor del entusiasmo fácil, sino por el camino de la cruz, por la fidelidad hasta la muerte, y hacia la victoria inesperada, aunque ya profetizada y cumplida: la resurrección.

Así que yo (como muchos de vosotros, quizás) he sido “atracado” recientemente por una muerte inesperada. La visión de las tumbas recién cavadas aún sigue fresca en mi retina. Todavía no se han secado todas las lágrimas. Asumiendo que mañana nos despertemos, tendremos que afrontar otro día más y, preparados o no, dar un paso más hacia la eternidad.

A no ser que nuestro Señor Bendito regrese en gloria antes de entonces, algún día alguien se alejará de mi recién estrenada tumba. Entre ahora y entonces, yo caminaré del cementerio al altar y luego a mis deberes diarios. La sabiduría de los santos nos dice que esta es la mejor forma de prepararse para la muerte y para la vida eterna.

Mientras tanto confío en que, como yo, encontréis alivio en las palabras de oración que escribió el beato Rupert Mayer, S.J.:

Señor, como Tú lo quieras, así ocurrirá.
Y como Tú lo quieras, así también lo desearé yo;
Ayúdame a entender de verdad Tu voluntad.
Señor, lo que Tú quieras, eso es lo que escogeré,
Y lo que Tú quieras, esa es mi ganancia;
Me basta y me es suficiente saber que soy todo tuyo.

Señor, porque Tú lo quieres, por eso mismo eso es bueno;
Y porque Tú lo quieres, por eso tengo ánimos.
Mi corazón descansa en Tus manos.
Señor, cuando Tú lo quieras, ese será el momento adecuado;
Y cuando Tú lo quieres, yo estoy dispuesto.
Hoy y en toda la eternidad.

Cuando escriba otra vez, ofreceré una meditación sobre la esperanza y la desesperación. Hasta entonces, recemos los unos por los otros.
El perdón es la forma más desprendida de ser misericordiosos. La pregunta «¿Cuántas veces debo perdonar?» que Pedro le formula a Jesús me ha removido el corazón ayer saliendo de Misa. Cuatro bancos por delante, asistiendo a la Eucaristía, se encuentra una persona que me ha provocado mucho daño. Hace meses que no la veía.
Durante el rezo del Padre Nuestro resuenan con fuerza estas palabras de la oración más hermosa jamás escrita: «perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», es decir a aquellos que nos han hecho daño, nos han ofendido y nos han desprestigiado. Ese «como» tiene una fuerza brutal. Tiene un claro sentido de igualdad. Pone el listón del por qué debo perdonar al prójimo que me ha dañado. Si Dios, en su infinita misericordia me perdona, ¿quién soy yo por mucho dolor que me embargue, para no perdonar y hacerlo «como» el mismo Dios lo haría? Cada gesto de perdón auténtico nos convierte en seres misericordiosos, tal «como» es el Padre.
Eso me lleva en los momentos de oración, concluida la Misa, a un sentimiento más profundo: la gracia del perdón recibida de Dios —acompañada de la misericordia— me une más a Él, el único que es realmente bondad infinita. Yo no soy bueno porque perdono, soy bueno porque Dios se hace uno en mí y me ayuda a perdonar.
Para darme a los demás y reconciliarme con alguien solo lo puedo lograr con mucha oración, con fuerte espíritu de contemplación y mucha gracia del Espíritu. Es a través de Él como Dios trasmite la sobreabundancia de sus dones, entre ellos la misericordia. Y para llegar a ella, primero siento la mirada indulgente del Padre y su misericordia, su amor y su perdón para luego más tarde recorrer el camino inverso: miro con amor y un sentimiento de acogimiento al que me dañado y con el perdón desde el corazón traslado la misericordia de Dios que todo lo perdona.
Cuando sale y me observa le extiendo la mano y él me la aprieta con fuerza. No decimos nada. La misericordia y el perdón no necesitan palabras. Él prosigue su camino, yo el mío. Pero Dios ha actuado a su manera, en su hogar y durante la Eucaristía, esencia de su amor generoso. Regreso a casa contento. No por mí ni por este hombre sino porque una vez más he comprobado la grandeza simple del Dios de la vida.

perdon

¡Señor de la misericordia y el amor, te doy gracias por tu bondad y tu paciencia! ¡Gracias por como manifiestas tu misericordia conmigo! ¡Te pido humildemente tu perdón cuando cometa actos contra ti, cuando te ofenda, cuando actúe contra los demás con mis palabras, con mis hechos e, incluso, con mis pensamientos! ¡Padre de bondad, envía tu Espíritu para que aprenda a perdonar a todas las personas que me han dañado u ofendido y dame la fuerza para vivir siempre rodeado del perdón y la misericordia para conmigo y para con los demás! ¡Te doy gracias, Señor, porque siento en mi corazón perdón y con ese perdón puedo perdonar también a los demás! ¡Señor, no soy perfecto y también yo hecho daño a los demás y he sido merecedor de tu perdón y tu misericordia! ¡Hazme abierto al amor! ¡Padre de bondad, gracias porque cada día siento tu presencia y porque me muestras el camino de la reconciliación, de la misericordia y el amor! ¡Te amo, Dios mío, porque eres un Padre que ama y perdona, que acoge y abraza! ¡Quiero ser como tú, Señor!

Hoy, perdóname la cantamos a Dios: