I Reyes 17, 17-24: “Tu hijo está vivo”
Salmo 29: “Te alabaré, Señor, eternamente”
Gálatas 1, 11-19: “Dios quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara a los paganos”
San Lucas 7, 11-17: “Joven, Yo te lo mando: Levántate”
¿Dónde está nuestra juventud? ¿A dónde va? Se encuentra en graves dificultades y por caminos oscuros. Ellos mismos en diferentes oportunidades se lo expresaban al Papa: “Santo Padre, me duele compartir con Usted que en diferentes puntos del país faltan oportunidades de trabajo y de estudio. Algunos jóvenes estamos atrapados por la desesperación y nos dejamos llevar por la codicia, la corrupción y las promesas de una vida intensa y fácil, pero al margen de la legalidad. Aumentan entre nosotros las víctimas del narcotráfico, la violencia, las adicciones y la explotación de personas. Muchas familias sólo han podido llorar la pérdida de sus hijos, porque la impunidad ha dado alas a quienes estafan, secuestran y matan. En medio de todo esto la paz es un don que seguimos anhelando. Santo Padre, queremos ser constructores de la paz, ¿cómo lograrlo?… En nuestro corazón constantemente surgen unas preguntas, ¿Y quién nos da esperanza a nosotros? ¿De dónde agarrarnos para tener esperanza?”
A pesar de que escuchamos que los jóvenes son la esperanza del país y el futuro de la humanidad, se percibe un ambiente de desencanto y desconfianza hacia la juventud actual. Tienen los jóvenes, que enfrentar un mundo difícil, hostil y con pocas armas para vencerlo. De las comunidades más remotas, salen grandes grupos que emigran a las ciudades o a otros paises, solamente protegidos por sus sueños, su inocencia y su deseo de aventura. Quedarse en los pequeños pueblos parece resignarse a una vida sin futuro, de acuerdo a los valores que van recibiendo. Las opciones de trabajo son escasas o nulas. Los porcentajes de quienes estudian son bajísimos y quienes logran trabajar una vez terminados sus estudios, son menos aún. Entonces para qué estudiar si no sirven los títulos, para qué prepararse si no se puede ejercer lo que se ha aprendido.
Por otra parte, están espoleados por un mundo fácil, de artificio, de ruido y de placer. Los modelos a seguir son de oropel: un día suben a la cima y al día siguiente caen desmoronados, y surgen –o hacen surgir– nuevos ídolos que caerán mañana. ¿De dónde asirse quienes comienzan la vida? ¿Qué seguridades pueden tener? Da la impresión de que participamos en el cortejo fúnebre que nos presenta el Evangelio. Hoy también muchas madres y pueblos pobres acompañan la muerte, física o moral, de sus hijos jóvenes maltratados por el hambre, por la falta de trabajo y oportunidades, o porque sucumbieron desesperados ante la droga y los caminos violentos, se dejaron llevar por el placer y despertaron hastiados y vacíos. Hay jóvenes que se encuentran paralizados, como muertos, ante la inseguridad de su futuro y la falta de lugar para ellos en la sociedad, sin que tengan oportunidad de hablar y ni ser escuchados. Por desgracia, lo mismo nos acontece frecuentemente en nuestras iglesias.
Contemplemos la escena del Evangelio: un cortejo lleno de muerte, saliendo de la ciudad y otro cortejo lleno de vida encaminándose a la ciudad. Jesús, sin que nadie se lo pida, se acerca al joven muerto y lo toca. Al oír las palabras fuertes y con autoridad de Jesús que exclama: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, aquel joven, antes cadáver, se levanta y comienza a hablar. Es el camino para acercarse al joven y es el camino del joven para levantarse de su oscuridad. Es la misma respuesta del Papa a los jóvenes: “La base de todo se llama Jesucristo… Solamente déjate agarrar la mano y agárrate a esa mano y la riqueza que tienes adentro sucia, embarrada, dada por perdida va a empezar a través de la esperanza a dar su fruto pero siempre de la mano de Jesucristo, ese es el camino… No se permitan permanecer caídos, nunca. Nunca se suelten de la mano de Jesucristo, por favor, nunca se aparten de Él y si se apartan se levantan y siguen adelante. Él comprende lo que son estas cosas… Porque de la mano de Jesucristo es posible vivir a fondo, de su mano es posible creer que en la vida vale la pena dar lo mejor de sí, ser fermento, ser sal, ser luz en medio de sus amigos, de sus barrios, de su comunidad, en medio de la familia”.
La escena nos presenta dos cortejos que reflejan la situación actual de la juventud y que nos obligan a hacer comparación de jóvenes, hombres y mujeres, unos que se encaminan y luchan por la vida; y otros, vencidos antes de tiempo, cadáveres vivientes. A todos se acerca Cristo y ofrece la vida. El mensaje más esperanzador de la fe cristiana es que Nuestro Dios es el Dios de la vida y no de la muerte. Jesús no se reserva su vida para Sí solo, sino que la comparte generosamente con los hombres, y quiere contagiar de su vida, de su amor, a todos, pero en especial a los jóvenes.
Hoy Jesús, igual que ayer, está diciendo a cada uno de los jóvenes: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, pero hoy lo quiere decir a través de nosotros. Tomemos la iniciativa como cristianos, sin esperar la petición de quien está necesitado. Cada uno de nosotros debe “acercarse” a las situaciones difíciles de muerte y de olvido que enfrentan los jóvenes.
Hoy también a cada una de las familias llega la palabra consoladora de Jesús: “No llores”, pero también a cada una de las familias llega la pregunta cuestionadora sobre lo que estamos haciendo por los jóvenes y cómo los estamos educando para la vida. Los jóvenes no son el futuro de la sociedad o de la Iglesia. Son el presente, y si están muertos, olvidados o callados, se convierten en lastre cuando deben ser la energía, la alegría y la fortaleza que impulse a la creación de una nueva sociedad.
Hoy también a cada uno de los jóvenes, por más desalentados que estén, por más adormilados que parezcan, por más olvidados que se encuentren, les habla Jesús. Pido al Señor que muchos jóvenes escuchen con fuerza en su corazón: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, se agarren fuertemente de su mano y se levanten.
Señor Jesús, que ante la muerte das vida y resurrección, acompáñanos en la búsqueda de caminos de esperanza, libertad y alegría para nuestra juventud. Amén.
Salmo 29: “Te alabaré, Señor, eternamente”
Gálatas 1, 11-19: “Dios quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara a los paganos”
San Lucas 7, 11-17: “Joven, Yo te lo mando: Levántate”
¿Dónde está nuestra juventud? ¿A dónde va? Se encuentra en graves dificultades y por caminos oscuros. Ellos mismos en diferentes oportunidades se lo expresaban al Papa: “Santo Padre, me duele compartir con Usted que en diferentes puntos del país faltan oportunidades de trabajo y de estudio. Algunos jóvenes estamos atrapados por la desesperación y nos dejamos llevar por la codicia, la corrupción y las promesas de una vida intensa y fácil, pero al margen de la legalidad. Aumentan entre nosotros las víctimas del narcotráfico, la violencia, las adicciones y la explotación de personas. Muchas familias sólo han podido llorar la pérdida de sus hijos, porque la impunidad ha dado alas a quienes estafan, secuestran y matan. En medio de todo esto la paz es un don que seguimos anhelando. Santo Padre, queremos ser constructores de la paz, ¿cómo lograrlo?… En nuestro corazón constantemente surgen unas preguntas, ¿Y quién nos da esperanza a nosotros? ¿De dónde agarrarnos para tener esperanza?”
A pesar de que escuchamos que los jóvenes son la esperanza del país y el futuro de la humanidad, se percibe un ambiente de desencanto y desconfianza hacia la juventud actual. Tienen los jóvenes, que enfrentar un mundo difícil, hostil y con pocas armas para vencerlo. De las comunidades más remotas, salen grandes grupos que emigran a las ciudades o a otros paises, solamente protegidos por sus sueños, su inocencia y su deseo de aventura. Quedarse en los pequeños pueblos parece resignarse a una vida sin futuro, de acuerdo a los valores que van recibiendo. Las opciones de trabajo son escasas o nulas. Los porcentajes de quienes estudian son bajísimos y quienes logran trabajar una vez terminados sus estudios, son menos aún. Entonces para qué estudiar si no sirven los títulos, para qué prepararse si no se puede ejercer lo que se ha aprendido.
Por otra parte, están espoleados por un mundo fácil, de artificio, de ruido y de placer. Los modelos a seguir son de oropel: un día suben a la cima y al día siguiente caen desmoronados, y surgen –o hacen surgir– nuevos ídolos que caerán mañana. ¿De dónde asirse quienes comienzan la vida? ¿Qué seguridades pueden tener? Da la impresión de que participamos en el cortejo fúnebre que nos presenta el Evangelio. Hoy también muchas madres y pueblos pobres acompañan la muerte, física o moral, de sus hijos jóvenes maltratados por el hambre, por la falta de trabajo y oportunidades, o porque sucumbieron desesperados ante la droga y los caminos violentos, se dejaron llevar por el placer y despertaron hastiados y vacíos. Hay jóvenes que se encuentran paralizados, como muertos, ante la inseguridad de su futuro y la falta de lugar para ellos en la sociedad, sin que tengan oportunidad de hablar y ni ser escuchados. Por desgracia, lo mismo nos acontece frecuentemente en nuestras iglesias.
Contemplemos la escena del Evangelio: un cortejo lleno de muerte, saliendo de la ciudad y otro cortejo lleno de vida encaminándose a la ciudad. Jesús, sin que nadie se lo pida, se acerca al joven muerto y lo toca. Al oír las palabras fuertes y con autoridad de Jesús que exclama: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, aquel joven, antes cadáver, se levanta y comienza a hablar. Es el camino para acercarse al joven y es el camino del joven para levantarse de su oscuridad. Es la misma respuesta del Papa a los jóvenes: “La base de todo se llama Jesucristo… Solamente déjate agarrar la mano y agárrate a esa mano y la riqueza que tienes adentro sucia, embarrada, dada por perdida va a empezar a través de la esperanza a dar su fruto pero siempre de la mano de Jesucristo, ese es el camino… No se permitan permanecer caídos, nunca. Nunca se suelten de la mano de Jesucristo, por favor, nunca se aparten de Él y si se apartan se levantan y siguen adelante. Él comprende lo que son estas cosas… Porque de la mano de Jesucristo es posible vivir a fondo, de su mano es posible creer que en la vida vale la pena dar lo mejor de sí, ser fermento, ser sal, ser luz en medio de sus amigos, de sus barrios, de su comunidad, en medio de la familia”.
La escena nos presenta dos cortejos que reflejan la situación actual de la juventud y que nos obligan a hacer comparación de jóvenes, hombres y mujeres, unos que se encaminan y luchan por la vida; y otros, vencidos antes de tiempo, cadáveres vivientes. A todos se acerca Cristo y ofrece la vida. El mensaje más esperanzador de la fe cristiana es que Nuestro Dios es el Dios de la vida y no de la muerte. Jesús no se reserva su vida para Sí solo, sino que la comparte generosamente con los hombres, y quiere contagiar de su vida, de su amor, a todos, pero en especial a los jóvenes.
Hoy Jesús, igual que ayer, está diciendo a cada uno de los jóvenes: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, pero hoy lo quiere decir a través de nosotros. Tomemos la iniciativa como cristianos, sin esperar la petición de quien está necesitado. Cada uno de nosotros debe “acercarse” a las situaciones difíciles de muerte y de olvido que enfrentan los jóvenes.
Hoy también a cada una de las familias llega la palabra consoladora de Jesús: “No llores”, pero también a cada una de las familias llega la pregunta cuestionadora sobre lo que estamos haciendo por los jóvenes y cómo los estamos educando para la vida. Los jóvenes no son el futuro de la sociedad o de la Iglesia. Son el presente, y si están muertos, olvidados o callados, se convierten en lastre cuando deben ser la energía, la alegría y la fortaleza que impulse a la creación de una nueva sociedad.
Hoy también a cada uno de los jóvenes, por más desalentados que estén, por más adormilados que parezcan, por más olvidados que se encuentren, les habla Jesús. Pido al Señor que muchos jóvenes escuchen con fuerza en su corazón: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, se agarren fuertemente de su mano y se levanten.
Señor Jesús, que ante la muerte das vida y resurrección, acompáñanos en la búsqueda de caminos de esperanza, libertad y alegría para nuestra juventud. Amén.