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ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

miércoles, 1 de junio de 2016

¿Se puede adorar al Santísimo “on line”?

Es como la comunicación con un ser querido: mejor cara a cara, pero si no es posible Internet ayuda


 Nuestro culto espiritual es ofrecernos a Dios en respuesta a su amor. Este ofrecimiento a Dios de nuestra vida será aceptado y será objetivo si lo acompañamos con las obras en respuesta a su santa voluntad.

Pero esto sólo será viable a través de un proceso constante de conversión.

Adoramos a Dios cuando nos damos a Él junto a las obras que concretan su voluntad. ¿Cuándo? Siempre. ¿Dónde? Donde nos encontremos.

Al hablar de adoración, los creyentes inmediatamente piensan, o se centran exclusivamente, en acciones externas o cosas circunstanciales, dentro o fuera de un acto litúrgico, ante Jesús Eucaristía: ¿qué posturas adoptar?, ¿cómo?, etc.

Lo anterior sólo forma parte de un contexto de adoración; pero esta involucra la vida entera y en todo lugar.

Como podemos darnos cuenta, adorar, en el Espíritu y en la Verdad, realmente no es sólo, por ejemplo, el cantar bien, o tocar un instrumento con destreza, o realizar unas oraciones ante Jesús Eucaristía (cosas que son un complemento, que quedan en un segundo plano); es también, y sobre todo, ofrecernos a Dios omnipresente como una ofrenda agradable.

La adoración a Dios, pues, no se limita a un solo acto o a un solo momento y lugar (la adoración ante Jesús Sacramentado por acción del Espíritu Santo (Rm 8, 26)), sino que se realiza constantemente cuando la fe mantiene despierto el corazón para darse amorosamente a Dios.
De manera que no hay que confundir la adoración a Dios propiamente dicha o la actitud adoradora constante del fiel con un momento de adoración concreto, específicamente litúrgico o fuera de él, ante el Santísimo Sacramento.

Son dos momentos de adoración que se complementan y enriquecen recíprocamente.

Con respecto a la adoración al Santísimo ésta es una práctica muy recomendada por la Iglesia. Esta práctica aumenta el fervor, la conversión y la fidelidad.Quien quiera avanzar en su vida espiritual, debe separar un tiempito cada día, o al menos cada semana, para adorar a Dios ante el Santísimo Sacramento.
En la carta encíclica Ecclesia de Eucharistía, Juan Pablo II cita a san Alfonso María de Ligorio quien dijo: “Entre todas las devociones, esta de adorar a Jesús sacramentado es la primera después de los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros” (EE 25).

Y así como una persona puede ser libre entre rejas (entendiendo bien lo que es la libertad), así también no hay obstáculos o barreras cuando de adorar a Dios se trata.

Se adora a Dios con la vida misma, se adora en el Espíritu de Dios, quien nos hace decirle: ¡Abbá, Padre! (Rm 8,15) y en la Verdad, en Jesucristo, quien es la Verdad.

De esta manera un enfermo en cama puede adorar a Dios, un trabajador puede adorar a Dios en el lugar donde se desempeña, o se puede adorar a Dios mientras se camina, etc.
Y así como la misa seguida por televisión o por internet o radio tiene su validez para quienes están impedidos a asistir personalmente a la iglesia, incluyendo la posibilidad de la comunión eucarística espiritual, de igual forma el fiel puede unirse –a través de esos medios de comunicación- a una hora santa de adoración, y/o hacer una visita eucarística on line en cualquier momento y lugar.

A Dios, que es omnipresente, también le llega nuestra oración de adoración por estos medios y la acepta con agrado.
El adorar on line es el momento y la circunstancia intermedios entre ir por la vida y al mismo tiempo estar ante el Santísimo Sacramento.Jesús dio a la mujer samaritana una enseñanza clara: la adoración a Dios no se debe limitar necesariamente a una localización geográfica.

El lugar donde encontramos a Dios para adorarlo es Jesucristo; nadie llega al Padre sino va por Jesús (Jn 14, 6).

En el espíritu se accede a Dios para adorarlo en Cristo, la Verdad, estando el creyente físicamente o no cerca de su presencia eucarística; presencia que hay que privilegiar.
El uso de internet o de la televisión será sólo un medio o instrumento que no pretende sustituir la relación personal con Dios por la vía sacramental, sino que más bien la debe acompañar y reforzar; aquel encuentro estará al servicio de este.
Adorar al Señor on line será una alternativa muy excepcional si existe realmente un impedimento para hacerlo de manera personal en una capilla donde esté o no expuesto.

Es como la comunicación con un ser querido: no es lo mismo hablar con esa persona de manera directa o personalmente que hacerlo usando internet o el teléfono o por carta; pero si no hay otra opción se puede hacer.Orar personalmente ante el Santísimo es estar ante Jesús, realmente presente en la Eucaristía; percibirlo oculto bajo las especies eucarísticas tal como Él lo prometió (Mt 26, 26-27; 28,20).

Si por edad avanzada, enfermedad u otra razón válida no se puede ir a visitar al Santísimo Sacramento, internet es una gran alternativa válida.
Y tiene sus ventajas: está disponible 24 horas, la persona se enfoca en el Santísimo y lo ve cerca y sin distracciones, y puede quedarse todo el tiempo que quiera.

Sólo hay que tener en cuenta las siguientes observaciones:

1. La adoración tendrá que ser trasmitida en vivo y en directo. El fiel tiene que trasladarse espiritualmente a adorarlo allí donde está siendo expuesto y prestarle atención.

2. Se haga un momento de oración sincero con el debido silencio, recogimiento y piedad. Dirigirle al Santísimo la oración sabiendo que Él te ve y escucha, no en la pantalla, sino realmente.

3. Crear en el lugar el ambiente propicio para la adoración, como si el lugar se convirtiera en la extensión de una capilla o iglesia donde se adore al Señor.

¿Eres como el fariseo corrupto, soberbio e hipócrita del Evangelio?

Catequesis Papa Francisco sobre la parábola del fariseo y el publicano

El Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia General del miércoles a la parábola del fariseo y el publicano y denunció las actitudes de aquellos que, como el fariseo, son falsas y corruptas. “Y además, su actitud y sus palabras están lejos del modo de actuar y de hablar de Dios, quien ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Éste desprecia a los pecadores, también cuando señala al otro que está ahí. Aquel fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo”, explicó.

CATEQUESIS, texto completo.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El miércoles pasado hemos escuchado la parábola del juez y la viuda, sobre la necesidad de orar con perseverancia. Hoy, con otra parábola, Jesús quiere enseñarnos cuál es la actitud justa para orar e invocar la misericordia del Padre: cómo se debe orar. Una actitud justa para orar. Es la parábola del fariseo y del publicano (Cfr. Lc 19,9-14).

Ambos protagonistas suben al templo a orar, pero actúan de modos muy diferentes, obteniendo resultados opuestos. El fariseo ora «de pie» (v. 11), y usa muchas palabras. La suya, si, es una oración de agradecimiento dirigida a Dios, pero en realidad es un alarde de sus propios méritos, con sentido de superioridad hacia los «demás hombres», calificándolos como «ladrones, injustos y adúlteros», como, por ejemplo – y señala a aquel otro que estaba ahí - «como ese publicano» (v. 11). Pero precisamente aquí está el problema: aquel fariseo ora a Dios, pero en verdad mira a sí mismo. ¡Ora a si mismo! En vez de tener delante a sus ojos al Señor, tiene un espejo. A pesar de encontrarse en el templo, no siente la necesidad de postrarse delante de la majestad de Dios; está de pie, se siente seguro, ¡casi fuera él, el dueño del templo! Él enumera las buenas obras cumplidas: es irreprensible, observante de la Ley más de lo debido, ayuna «dos veces por semana» y paga la “decima” parte de todo aquello que posee. En conclusión, más que orar, el fariseo se complace de la propia observancia de los preceptos. Y además, su actitud y sus palabras están lejos del modo de actuar y de hablar de Dios, quien ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Éste desprecia a los pecadores, también cuando señala al otro que está ahí. Aquel fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo.

No basta pues preguntarnos cuánto oramos, debemos también examinarnos cómo oramos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar la arrogancia y la hipocresía. Pero, yo pregunto: ¿se puede orar con arrogancia? No. ¿Se puede orara con hipocresía? No. Solamente, debemos orar ante Dios como nosotros somos. Pero éste oraba con arrogancia e hipocresía. Estamos todos metidos en la agitación del ritmo cotidiano, muchas veces a merced de sensaciones, desorientadas, confusas. Es necesario aprender a encontrar el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es ahí que Dios nos encuentra y nos habla. Solamente a partir de ahí podemos nosotros encontrar a los demás y hablar con ellos. El fariseo se ha encaminado hacia el templo, está seguro de sí, pero no se da cuenta de haber perdido el camino de su corazón.

El publicano en cambio se presenta en el templo con ánimo humilde y arrepentido: «manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho» (v. 13). Su oración es breve, no es tan larga como aquella del fariseo: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador». Nada más. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. Bella oración, ¿eh? Podemos decirla tres veces, todos juntos. Digámosla: “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. De hecho, los cobradores de impuestos – llamados justamente, publicanos – eran considerados personas impuras, sometidas a los dominadores extranjeros, eran mal vistos por la gente y generalmente asociados a los “pecadores”. La parábola enseña que se es justo o pecador no por la propia pertenencia social, sino por el modo de relacionarse con Dios y por el modo de relacionarse con los hermanos. Los gestos de penitencia y las pocas y simples palabras del publicano testimonian su conciencia acerca de su mísera condición. Su oración es esencial. Actúa como un humilde, seguro solo de ser un pecador necesitado de piedad. Si el fariseo no pedía nada porque tenía ya todo, el publicano puede solo mendigar la misericordia de Dios. Y esto es bello, ¿eh? Mendigar la misericordia de Dios. Presentándose “con las manos vacías”, con el corazón desnudo y reconociéndose pecador, el publicano muestra a todos nosotros la condición necesaria para recibir el perdón del Señor. Al final justamente él, despreciado así, se convierte en icono del verdadero creyente.

Jesús concluye la parábola con una sentencia: «Les aseguro que este último – es decir, el publicano - volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (v. 14). De estos dos, ¿Quién es el corrupto? El fariseo. El fariseo es justamente el icono del corrupto que finge orar, pero solamente logra vanagloriarse de sí mismo delante de un espejo. Es un corrupto pero finge orar. Así, en la vida quien se cree justo y juzga a los demás y los desprecia, es un corrupto y un hipócrita. La soberbia compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja a Dios y a los demás. Si Dios prefiere la humildad no es para desanimarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser ensalzados por Él, así poder experimentar la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos. Si la oración del soberbio no alcanza el corazón de Dios, la humildad del miserable lo abre. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los hombres. Delante a un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente. Es esta humildad que la Virgen María expresa en el cantico del Magníficat: «Ha mirado la humillación de su esclava. […] Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen» (Lc 1,48.50). Que Ella nos ayude, nuestra Madre, a orar con un corazón humilde. Y nosotros, repitamos tres veces más, aquella bella oración: “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. Gracias. 

5 momentos en los que puedes recurrir a María

¡Ella también los vivió!


Hablar de mi Mamá del Cielo es difícil para mí. Tengo que reconocer que soy parcial. ¡Amo a la Virgen María con todo mi corazón! María es la mujer por excelencia, es la mujer más sublime que salió del amor de Dios Padre. Y siendo tan sublime como es, se requieren grandes místicos para describirla, y para cantar sus alabanzas.

Como no soy un gran místico y está terminando el mes de María, al no poder cantarle grandes alabanzas a mi Madre, sí puedo decir, en voz baja, una oración de acción de gracias por ser Ella tan humana como sublime.

Probablemente nuestra Madre haya hecho muchas cosas sublimes en la Tierra. Los Evangelios recogen algunas de ellas para darnos indicios de cómo era: Las bodas de Caná para ver en Ella a la intercesión todopoderosa que hizo adelantar su hora a Nuestro Señor; o junto a la Cruz en el Calvario, para ver en Ella, con su corazón atravesado por una espada, a aquella que primero unió sus dolores a la Pasión de Nuestro Señor para abrirnos las puertas del Cielo.

Curiosamente, algunos de esos episodios tan sublimes son episodios de lo más corrientes: una mujer visita a su prima para asistirla en su parto, un niño se pierde en medio de una fiesta religiosa, una madre va a una boda con su hijo…, no parecen los episodios de una novela épica, sino los menesteres cotidianos de una familia cualquiera en un tiempo cualquiera.

Detrás de estos misterios que contemplamos en el rosario, hay una mujer que por haber sido concebida sin mancha de pecado original, hace sublime lo cotidiano. Que todo lo que toca lo convierte en Divino. Ella es tan sublime como el Cielo, y tan cotidiana como el pan.

 El Evangelio y el rosario nos proponen la contemplación de los grandes misterios de la vida de María: la anunciación-encarnación, el calvario de su corazón de madre, su asunción. Son todos misterios que uno no termina nunca de meditarlos. ¡Pero también nuestra Madre del Cielo vivió una vida completamente humana, con las mismas dificultades que nosotros pasamos a diario.
¿Cómo no pedirle que nos socorra cuando la vida se pone difícil, o monótona, o triste, cuando ella pasó por esas mismas dificultades, arideces o tristezas? Ella nos comprende totalmente, y, como mediadora de todas las Gracias e intercesora todopoderosa, está dispuesta a pedirle a su hijo por nuestras dificultades, no importa cuán triviales nos parezcan, a ella todas le parecen importantes.
1. En nuestros momentos de duda


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Cuando contemplamos a María en la anunciación, la vemos casi siempre en el «Fiat»: «Hágase en mí según tu palabra». Y nos olvidamos que ella también dudó. La Madre de Dios era una niña de acuerdo a nuestros parámetros modernos. La enormidad de lo que le estaba diciendo el Ángel tiene que haber conmovido su espíritu, tanto que inmediatamente le pregunta: «¿Cómo será eso posible, si no conozco varón?». Cuando dudemos, cuando sintamos que lo que Dios nos pide es demasiado; invoquemos a María y pidámosle que nos inspire ese «Fiat» que ella supo dar.



2. En los momentos que tememos al dolor


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Cuando Simeón le profetiza a María que una espada le atravesaría el corazón, ¿qué habrá sentido la Virgen? Ninguna madre del mundo querría saber que su hijo sería signo de contradicción, y aunque María aceptaba la voluntad del Padre con sumisión perfecta, ¿no se habrá entristecido su alma? Cuando estamos paralizados por el temor, cuando tenemos pánico de que la Cruz que nos espera va a ser demasiado para nuestros hombros; pidámosle a nuestra Madre que nos de la fortaleza que nos falta.

3. Cuando creemos que perdemos a nuestros hijos


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El Niño Jesús perdido y hallado en el templo. Sus padres terriblemente ansiosos lo buscan entre los parientes y recorren el camino de vuelta a Jerusalén hasta que finalmente lo encuentran entre los doctores. ¿Qué habrá pasado por el alma de la Virgen mientras no lo encontraba? ¿Qué habrá pasado cuando lo encontró en medio de los notables de Israel? ¿Miedo, ansiedad, culpa por no haberlo cuidado? Cualquier madre que pierde a un hijo casi inmediatamente piensa: «qué mala madre soy, no supe cuidarlo». Tal vez esos pensamientos pasaron por la mente de la Virgen. Cuando creemos que nuestros hijos «toman un mal camino», cuando estemos angustiados porque no sabemos hacia dónde se dirigen nuestros hijos; invoquemos a la Madre y pidámosle que nos calme y que guíe a nuestros hijos en sus dificultades.



4. Cuando estamos a los pies de la cruz por la enfermedad de alguien a quién queremos


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La profecía de Simeón finalmente se hizo real. Todo el dolor del mundo se abate sobre el Inmaculado Corazón de María. Su hijo es «varón de dolores», y ella es «mujer de dolores». A la que se le ahorraron los dolores del parto, debe haber sentido ese dolor como un profundo desgarro del alma. ¿Qué padre que ve sufrir a su hijo no le ofrece a Dios cambiar de lugar con él?  Cuando tenemos a un hijo enfermo, sufriendo, subido a la cruz, ¡invoquémosla! ¡Ella sabe que los padres sufrimos como si fueran propios, porque Ella hizo propios los sufrimientos de Nuestro Señor.

5. En los momentos que salimos al encuentro y no somos comprendidos

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En Caná de Galilea la vemos preocupada como auténtica madre, por el éxito de una fiesta de bodas. ¿No es conmovedor su gesto? Ella sola se da cuenta de que no tienen vino y le pide a Jesús que convierta el agua en vino. Jesús parece contestarle destempladamente, incluso la llama «mujer», como poniendo distancia. Sin embargo, ella inmediatamente le dice a los sirvientes que «hagan lo que Él les diga». Muchas veces, cuando salimos al encuentro de los demás, sentimos que rechazan nuestra ayuda, y a veces nos pagan mal con bien. ¡Es el momento de invocar a Nuestra Madre y pedirle que nos dé fuerzas para «hacer lo que Él nos dice»!

Artículo originalmente publicado por Catholic Link

El nuevo álbum de Sara Hart: Una oda a los frutos del Espíritu

Una compañera segura y bella a lo largo de este viaje terrenal


Cada uno de los diez títulos parecen más confesiones que canciones; una carta abierta desde el corazón de la compositora.

No hay santos en la tierra.
Esta era la frase favorita de san Josemaría. Los santos se encuentran sólo en el cielo. Nuestras vidas nos presentan multitud de desafíos; caeremos, nos pondremos de pie, y si perseveramos, con la gracia de Dios, llegaremos al cielo.
Nuestro camino al cielo es eso, un camino. Y me atrevo a decir que el tema de Sarah Hart Til the Song is Sung es un compañero seguro y bello a lo largo de este viaje terrenal, tomando los frutos del Espíritu como guía.
En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley (Gl 5,22-23).

De Vox Pacem:

“Cada uno de los diez títulos parecen más confesiones que canciones; una carta abierta desde el corazón de la compositora”.

En la canción Come Away (amor), Sarah canta sobre lo más sorprendente del reconocimiento del amor cuando se muestra en su más verdadera forma.

En Joy In These Bones (alegría), el que escucha está cerca del corazón de la chica que creció escuchando melodías y ritmos en las colinas al sureste de Ohio: es un jugueteo alegre sobre el tema de la superación.

El sorprendente Because I Want An End (paz) es una declaración convincente y honesta sobre la condición humana, frente a un mundo caído con el deseo de sanar.

   

                Letra

I want an end to every war

For souls to matter more than land

For bombs and men to fall no more

I want no blood upon my hands

But if I live and take no stand

My weapon is ambivalence

So peace be what I live and breathe

And love, come conquer my own hate

Because I want an end

I want an end to poverty

That steals the promise from a life

For empty souls to have their fill

And mercy to be satisfied

Oh should I disregard the least

To store the bread for my own feast

Dear hope, release it from my grasp

Until for nothing more I ask

Save love, to be my dearest friend

Because I want an end

And when the sacred beginning begins

When light erases all we have been

Will it be clear to us all only then

How nothing mattered but love

Nothing matters but love

So Jesus, take my apathy

This blindness that has found my eyes

And nail it with you to the tree

And show to me the paradise

Of this, your world where angels breathe

Remove me from all thoughts of me

And if I’ve been a noisy gong

Oh savior, let me sing again

Your love, which is the one true song

Because I want an end

In You alone, let me begin

Because I want an end
Y en el bello Never Be Ashamed (fidelidad), Hart transmite una oración sincera sobre no enterrar la fe, sino que el valor y la convicción prevalezcan.

‘Til the Song is Sung’ es el noveno álbum de larga duración de Sara Hart y está disponible en iTunes.

AUDIENCIA GENERAL 01/06/2016

AUDIENCIA GENERAL      01/06/2016