CRISTO REDENTOR
22.1) La triple función redentora de Cristo:
Profeta, Sacerdote, Rey.
22.2) Valor salvífico de todos los misterios de la
vida, muerte y glorificación de Jesús.
22.3) El misterio pascual: muerte, resurrección y
ascensión de Jesucristo.
22.4) El modo de la redención: satisfacción, mérito
y eficiencia.
22.5) Frutos de la Redención: liberación y
reconciliación.
22.1 La triple función
redentora de Cristo: Profeta, Sacerdote, Rey.
Redención es aquella economía sobrenatural según
la cual Cristo, cabeza nuestra, en nuestro lugar ofrece a Dios por nosotros un
sacrificio perfecto y una reparación adecuada a la ofensa inferida por los
pecados de la humanidad. Jesucristo es el único mediador entre Dios y los
hombres. Esta mediación se hace posible por la unión hipostática, que le sitúa
entre los extremos, porque tiene algo en común con ambos (divinidad, humanidad)
y algo que le diferencia. En la mediación de Jesús puede también distinguirse
los llamados tres munera Christi: se trata de las funciones pastoral (o real),
profética (o magisterial), y sacerdotal. Estas tres funciones no son
independientes, sino que, por el contrario, son manifestaciones o, mejor dicho,
frutos de un misma raíz: la Encarnación. En cada acción y en cada palabra,
Cristo ejerce su Magisterio, su Sacerdocio y su Realeza.
1.Sumo y único Maestro y
Profeta: Se ve en los relatos evangélicos como Cristo enseña
y profetiza. De manera excelsa: por su ciencia (Io. 3,11), autoridad (Mt. 17,5;
Mc. 16,15), modo de enseñar (Lc. 24,32); es único Maestro (Mt. 23,10). El
Evangelio le llama Maestro más de 50 veces.
Cristo como Profeta habla a los hombres palabras de
Dios, Jesús anuncia el Evangelio, la Buena Nueva, del Reino de Dios (cfr Mc 1,
15). Jesús es, pues, Profeta. Enviado por el Padre para llevar a los hombres la
Palabra de Dios; la autoridad de su predicación es, por eso divina: el mismo
Padre ordena escuchar la palabra de Jesús (Mt 17, 5). Y como Maestro enseña la
verdad por propia autoridad: "yo os digo". El mismo es la verdad que
por sus palabras y obras (Verba et Gesta) lleva al culmen la Revelación, la
confirma con milagros y habla de los que ve y conoce: la esencia misma de Dios;
El es el Maestro, es decir, el que enseña por propia autoridad (Mt 7, 29).
El carácter supremo y definitivo de las enseñanzas
de Jesús se fundamenta en su condición de Dios-Hombre, por la que sus palabras
humanas son, en sentido pleno, palabras humanas de Dios Pero aún cabe decir más:
Jesús no enseña sólo la verdad, sino que El es la Verdad (cfr Jn 14,6),
porque es el Verbo, la Palabra eterna y perfecta del Padre hecha visible en la
carne. El es, al mismo tiempo, el Maestro que enseña y la Verdad enseñada
2.Cristo es Rey:
La
fe de la Iglesia afirma de Cristo que está sentado a la derecha del Padre,
desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y añade que su
reino no tendrá fin, repitiendo así la expresión del anuncio hecho a María:
El será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David,
su padre; y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá
fin (Lc 1, 32-33).
Esta potestad regia corresponde a Cristo diversos
"títulos": a) Por la unión hipostática, pues al ser Hijo de Dios
por naturaleza, por El todo fue hecho (Cf Col 1,15), incluso los ángeles deben
adorarle y obedecerle. b) Por título de "conquista", pues su
sacrificio realizó un acto de reparación de valor infinito, librando la
humanidad de la esclavitud del pecado, del demonio y de la muerte. c) Por la
plenitud de su Gracia, de la que todos hemos recibido.
Cristo ejerce su función de Rey en la instauración
de su reino con las acciones propias del Señor: reuniendo a su pueblo y
estableciendo las leyes del Reino, del que se declara Juez supremo. Esa soberanía
es universal: se extiende a todos los hombres, a todos los lugares y a todas las
cosas.
3.Cristo en cuanto hombre es Sumo
Sacerdote: Ps.
109,4 "Tu es sacerdos in eaternum...". En la Carta a los Hebreos,
Cristo es presentado como el Gran Sacerdote de la Nueva Alianza. Más aún, es
sobre todo en su cualidad de sacerdote, como Jesús aparece sentado a la diestra
del Padre.(Hebr 8, 1). Se trata, pues, de un reinado sacerdotal y de un
sacerdocio regio.
La mediación de Cristo es una mediación
sacerdotal. No es idéntico el contenido de estos dos términos: mediación y
sacerdocio, pues aunque todo sacerdote es mediador, no todo mediador es
sacerdote. En Cristo la razón de su ser de mediador es la misma de su ser de
sacerdote: la gracia de unión. Su mediación está fundada en sus funciones
sacerdotales respecto del sacrificio y de la oración, siendo como una propiedad
que dimana del mismo ser sacerdotal. La misterio de la muerte y resurrección
del Señor constituye la clave de su mediación. Es en su calidad de Gran
Sacerdote de la Nueva Alianza como Cristo está sentado a la derecha del Padre,
es decir, ejerce la potestad regia; de igual forma es su Sacerdocio lo que da
tono característico a su munus propheticum. La totalidad del misterio y de la
obra de Cristo es sacerdotal, porque El es sustancialmente sacerdote, como es
sustancialmente ungido y santo en vitud de la unión hipostática. Y es también
sustancialmente mediador. El constitutivo formal del sacerdocio de Cristo es la
unión hipostática, pues lo es de la función mediadora de la que forma parte
la sacerdotal (STH. III, 22,1).
Y esta mediación (ascedente y descendente) se da en
Jesucristo precisamente por su humanidad (Jesucristo es sacerdote en cuanto
hombre ,Hebr 5, 1) en cuanto unida hipostáticamente al Verbo, ya que, por una
parte, el sacrificar y orar son actos del hombre y no de Dios, y, por otra, el
valor infinito de esta mediación le viene a la Humanidad de Cristo de su unión
en unidad de persona con el Verbo.
La Carta a los Hebreos señala dos características
en el sacerdocio de Cristo: vocación divina (ninguno se toma para sí este
honor, sino el que es llamado por Dios, como Aarón, 5, 4, Hijo mío eres tú,
hoy te he engendrado 5, 5) y consagración o constitución (tomado de entre los
hombres, es constituido, 5, 1;).Se suele considerar que la unción sacerdotal de
Cristo, su consagración, no es otra cosa que la misma unión hipostática, por
la que la Humanidad de Cristo es constituida verdaderamente en mediación entre
Dios y los hombres.
Jesucristo, sacerdote y víctima.
Una de las razones en que se apoya la afirmación del sacerdocio de Cristo es el
carácter sacrificial que tuvo su muerte (Hebr 2, 14-18; 5, 7-9; 7, 26-28; 9,
11-28; 10, 11-18). Este sacrificio, al mismo tiempo, viene descrito como muy
superior a todos los sacrificios antiguos, que eran sólo su figura y que recibían
su valor precisamente de su ordenación a el. El valor de este sacrificio es
superior a todos no sólo por el sacerdote que lo ofrece, sino por la víctima
ofrecida “de valor infinito”, y también por la perfección con que se unen
en un mismo sujeto el sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida, que no es
otra que el mismo sacerdote, que se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios (Hebr
9, 14) y entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención
eterna (Hebr 9, 12). En efecto, ofrecer el sacrificio es el acto propio del
sacerdocio.
22.2 Valor salvífico de todos los misterios de
la vida, muerte y glorificación de Jesús.
Todo lo que el Señor hizo y padeció tiene carácter
salvífico; todas sus acciones anteriores a la Resurrección fueron meritorias
(sentencia más común entre los teólogos). STH. (III,34,1-3) expone este
valor, basándose en la perfección de la naturaleza humana de Cristo y la unión
hipostática. Haber merecido la salvación desde el primer acto no hace inútiles
los demás, ni hace que sus méritos le sean más debidos por más razones.
Toda acción humana de Jesús, considerada en sí
misma, podía ser suficiente para redimir a todo el género humano, por ser acción
del Dios-Hombre, mediador perfecto entre Dios y los hombres. Pero la voluntad
divina fue que la Redención se operase a través de la Muerte y Glorificación
de Cristo
Pero los misterios de la vida de Cristo, desde el
momento de la Encarnación, no son mera preparación para la redención, sino
que son ya en si mismos realidad de redención, pues constituyen con el misterio
pascual una unidad salvífica. El acto mismo de la Encarnación tuvo ya un
sentido redentor y una eficacia salvífica para nosotros.
La esencia del acto redentor es el amor del Hijo de
Dios, en cuanto ofrenda de su Humanidad al Padre por la salvación de los
hombres. Este amor se manifiesta en su obediencia al Padre.
La Muerte de Cristo no fue uno de los posibles términos
de su vida terrena, sino la meta terrena prevista que consumaba su acción
redentora, querida por Dios y querida también por la voluntad humana de Jesús
(Lc 12, 50).
La resurrección de Cristo es la Glorificación, por
su dignidad y su obediencia; cuyo valor soteriológico es la de formar parte
esencial de nuestra redención, redención de nuestro cuerpo, es la causa
instrumental de nuestra resurrección corporal y espiritual, y afecta a la
creación entera. La glorificación es parte integrante de la obra redentora;
sin embargo comenzó inmediatamente después de su muerte. El alma de Cristo,
unida secundum Personam al Verbo, recibe ya plenamente la gloria que se deriva
de la visión beatífica inmediatamente después de la muerte.
22.3 El misterio pascual: muerte, resurrección y
ascensión de Jesucristo.
La muerte de Cristo era la meta prevista que
consumaba su acción redentora. La iniciativa es del Padre, Cristo es la donación
de Dios a la humanidad, Cristo es donado, enviado con una misión concreta:
hacer la voluntad del Padre: morir en la Cruz, que es la consumación (Gloria)
de la existencia terrena de Jesús, en ella, como sacerdote y víctima, consuma
el sacrificio redentor. La muerte de Cristo sucedió verdaderamente, así es
predicado por los Apóstoles desde el primer momento.
Es muerte por separación del alma y del cuerpo: Es
la manera de morir propia de la naturaleza humana, lo cual muestra, una vez más,
la realidad de la naturaleza asumida. Pero alma y cuerpo permanecen unidos a la
divinidad, por la indisolubilidad de la unión hipostática En la separación
alma-cuerpo no se ve afectada la persona del verbo, sino sólo su naturaleza
humana. El cuerpo, que fue sepultado, no sufrió corrupción y su alma descendió
a los infiernos: mostrando verdaderamente la muerte de Cristo, su soberanía
sobre la vida y la muerte, liberando a los justos.
La resurrección de Cristo es el fundamento de toda
la fe cristina (1 Cor 15,17). Resucitó uniendo, por su propia virtud, el alma
al cuerpo. Su cuerpo tiene características de cuerpo glorioso. En los actos que
nos narra el Evangelio se ve que es un cuerpo humano verdadero, el mismo que
murió (llagas); informado por un alma con funciones nutritivas, sensitivas e
intelectivas; y unido a la naturaleza divina (milagro de la peca, Ascensión).
La ascensión de Cristo es un artículo de fe. En
ella se expresa el Señorío de Jesucristo, su plenitud de vida y de poder Está
sentado a la derecha del Padre, gozando de una glorificación merecida e
intercediendo eternamente por nosotros. La ascensión de Cristo es la causa
eficiente de nuestra salvación. La ascensión no añade nada a Cristo,
simplemente manifestó la Gloria de Jesús ante sus discípulos, a ellos les
dice: " os conviene que yo me valla, porque si no me voy, no vendrá a
vosotros el Paráclito; pero si me voy , os lo enviaré".
22.4 El modo de la redención: satisfacción, mérito
y eficiencia.
La Pasión de Cristo causa nuestra salvación por
modo de satisfacción, condigna, sobreabundante y vicaria.:
La redención es esencialmente la destrucción del pecado y la reconciliación
con Dios. Esto se realiza por la satisfacción, por el mérito y la eficacia.
Del cuarto poema del siervo de Yahvé se desprende que el sufrimiento y muerte
de Cristo es la materia de la expiación. Ese dolor de Jesús es sufrimiento de
Dios: el Verbo sufre en su Humanidad. La materialidad del dolor recibe su
sentido redentor precisamente de la infinita caridad y obediencia con que Cristo
padece. Obediencia vivida por amor. La satisfacción es la compensación de la
injuria inferida, según igualdad de justicia. El elemento material es la obra
de carácter penal; el formal es la aceptación voluntaria de esa pena que, en
el caso del pecado, radica la caridad. Cristo satisfizo a Dios por los pecados
de los hombres. Cristo merece el perdón de nuestros pecados porque satisface
por ellos ante el Padre, con su amor y su obediencia.
Cristo por su Pasión mereció la salvación de
todos los hombres. Mérito es derecho al premio. Sus méritos son infinitos en
atención a la Persona que realiza la obra. Jesús con su obediencia
hasta la muerte no sólo satisface por el género humano, sino que merece para sí
mismo y para el genero humano las bendiciones divinas: es decir la nueva vida de
la gracia y de la gloria. Decir que Cristo merece nuestra salvación con su Pasión
y su Muerte equivale a decir que éstas han sido verdadera causa de nuestra
redención por el valor moral que tienen ante Dios.
Jesús no solo mereció para nosotros la gracia que
nos reconcilia con Dios y nos libera del pecado, sino que la causa realmente en
nosotros. La infinita caridad y obediencia de Cristo le hacen
acreedor ante el Padre de nuestra reconciliación, es decir, Cristo merece que
el Padre nos conceda el perdón de los pecados y la filiación adoptiva. La
causa eficiente principal de la gracia de la salvación sólo puede ser Dios,
pero Dios causa esta gracia en nosotros mediante la Humanidad de Jesús. La
Humanidad del Hijo de Dios es el instrumento que su Divinidad quiso utilizar
para producir -y no sólo para merecer- todas las gracias en los hombres.
22.5 Frutos de la Redención: liberación y
reconciliación.
La Redención tiene dos efectos complementarios,
distintos entre sí, frutos de una misma causa (la obra de Cristo): Cristo nos
reconcilió con Dios porque nos liberó de todo lo que nos aparta de El, y
porque eso se realiza de forma meritoria y sumamente grata al Padre; el modo en
que se ha realizado esto es la Redención, que consiste en liberar al cautivo
pagando un precio (re-d-emere: re-comprar).
Los frutos de la Redención son:
-Nos
liberó:
*del
pecado: la victoria del Señor sobre el pecado es total. Y
nos hace partícipes de ella. Cristo con su predicación desenmascara al pecado;
lo muestra en su maldad, y lo condena como lo que es: como enemistad con Dios,
como expresión demoníaca del egoísmo. Esta liberación significa también que
el hombre puede -con la gracia de Dios- vencer en sí mismo el poder del pecado.
*del poder del diablo: en la medida en que el hombre es esclavo del pecado,
se encuentra también bajo el dominio del demonio, no porque tenga un derecho
sobre el pecador, sino porque tiene un mayor influjo sobre él. La llegada del
reino de Dios implica la destrucción del poder tiránico del demonio.
*de
la pena por el pecado: directamente (por satisfacción sobreabundante) e
indirectamente (remitiendo el pecado que es causa de la pena).
*de
la muerte: la muerte y todo lo que de dolor y frustración se
sintetiza en ella, es pena del pecado (Rom 5,12), la liberación del
pecado, comporta, pues , la liberación de la muerte. La victoria de Cristo
sobre el dolor y sobre la muerte comporta también el haberlos cambiado de
signo: su negatividad se convierte en positividad.
*de la ley:
Jesucristo
no vino a destruir la ley, sino a darle cumplimiento (Mt 5,17);
pero también habla de su sangre como sangre de una nueva alianza (Lc
22,20), y como un nuevo Moisés pronuncia palabras que llevan la Ley Antigua a
su última perfección, una perfección que trasciende al mismo tiempo que le da
plenitud.
-Nos reconcilió con Dios,
satisfaciendo por la ofensa inferida, por medio del sacrificio gratísimo a Dios
y mereciendo la salvación y todos los bienes de la gracia y de la gloria.
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