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miércoles, 28 de mayo de 2014

LA PROVIDENCIA
Y EL GOBIERNO DEL MUNDO





 
17.1) La doctrina teológica sobre la providencia
17.2) El problema del mal
17.3) Providencia divina, acción y libertad humana
17.4) Teología de la creación, trabajo y ecología
17.5) La autonomía de las realidades terrenas: su fundamento y sentido
 
17.1 La doctrina teológica sobre la providencia
Providencia significa el plan eterno de Dios sobre el mundo. Santo Tomás la define como "la razón del orden que hay en las cosas respecto de sus fines" (S.Th. I q22a1). La existencia de la providencia se basa en que Dios es causa de las cosas por su entendimiento, "por lo cual ha de preexistir en El la razón de cada uno de sus efectos" (ib.).
El gobierno divino del mundo es la ejecución en el tiempo de la providencia, es decir de ese plan eterno de Dios sobre el mundo. Todo lo que se mueve en este mundo no puede estar fuera de la providencia divina; Sab. 14, 3: “Tú, Padre gobiernas todas las cosas por tu providencia”.
¿Cuál es la importancia de la noción cristiana de providencia? Constituye un contrapeso a la noción de creación: hablar de Dios-Creador implica marcar una separación entre Dios y la “creatura”. La idea de providencia insiste en la honda conexión existente entre el agente divino y su obra, enseña que Dios no permanece inactivo después de crear, sino que habla continuamente a su creación y lo hace con el mismo amor que le movió a producirla.
El Catecismo define así la providencia: "disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia su perfección" (n¼ 302). Y explica que "la creación tiene su bondad y perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" hacia una perfección todavía por alcanzar a la que Dios la destinó" (ib.). La Providencia divina consiste así en un gobierno del mundo que abarca lo que ocurre en la naturaleza y lo que ocurre en la historia, lo que afecta a las comunidades humanas y lo que atañe a la vida de cada individuo. No constituye un orden fijo sino algo que ese realiza constantemente por la acción ininterrumpida de Dios.
El concilio Vaticano I presenta la providencia como una consecuencia de la creación cuando dice: "Todo lo que Dios ha creado lo conserva y gobierna mediante su Providencia, alcanzando de un confín a otro poderosamente y disponiéndolo todo suavemente (Sap 8,1)" DS 3003.
El testimonio de la Sagrada Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Asimismo se afirma con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos "todo lo que quiere lo hace" (Sal 115,3). Jesús pide el abandono filial en manos de Dios Padre (Mt 6,31-33). (cf. CEC 303-305)
La providencia y las causas segundas: Dios es soberano en su designio, pero para su ejecución se sirve también del concurso de las criaturas. Esto es signo de la grandeza y bondad de Dios, pues no solo da a las criaturas la existencia, sino también la dignidad de actuar por sí mismas. Pero su acción siempre se subordina a la causa primera que es Dios, Quien obra en y por las causas segundas. Esta es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador. (cf.Cat. de la Igl. Cat. 306 a 308).(En cuanto al hombre y su participación libre en el designio divino, ver más adelante: 17.3)
17.2 El problema del mal
El mal es una realidad en el mundo y en la vida humana. Es un hecho patente y cierto. Se trata no sólo de un problema, sino de un misterio. El problema radica en la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que exista el mal en un mundo creado por Dios y, cuyas leyes y designios han sido establecidos por la sabiduría y la bondad divinas? ¿Que es el mal?
El mal es precisamente lo que no ha sido creado por Dios. "por que existe el mal? A esta pregunta...no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye su contestación". (Cat. de la Igl. Cat. n¼ 309).
Dentro de esta compleja realidad, suele distinguirse entre el mal físico y el mal moral: El primero se produce en el mundo de la naturaleza material y visible. Significa la falta de una propiedad de la que el ser que lo sufre se halla dotado por naturaleza, y sin la que se ve mermado en su plena realidad. (ej. ceguera). Mal físico son también para el hombre ciertos procesos biológicos como el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, así como el padecimiento ocasional provocado por catástrofes y fenómenos naturales (hambre, terremotos, sequías, etc.).
El mal moral ocurre en el reino de la libertad: es una libre decisión de la voluntad humana contra un mandato o prohibición legítimos y conocidos adecuadamente por el intelecto. Es un mal culpable.
El origen del mal: Los sistemas dualistas afirman la existencia de dos principios objetivos, reales y antagónicos del bien y del mal respectivamente. La respuesta bíblica a estas cuestiones contrasta con tales soluciones: afirma rotundamente que todo lo que existe tiene un único principio: Dios Creador, Bondad suma.
¿Cómo puede ser posible la existencia del mal? Ello se debe a que Dios quiso libremente crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección última. Ese devenir trae consigo junto a la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto a lo más perfecto, lo menos perfecto; junto a las construcciones de la naturaleza, las destrucciones. Esta es la justificación de la existencia del mal físico.(cf. Cat. de la Igl. Cat, n¼310).
El mal moral se origina por el pecado. Los ángeles y los hombres son criaturas dotadas de inteligencia y libertad. Han de caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse, y de hecho pecaron, introduciendo en el mundo el mal moral que es incomparablemente más grave que el físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite respetando la libertad de su criatura (cf. Cat de la Igl. Cat n¼ 311).
Dios sabe sacar bien aun del mal moral. (Gn 45,8);(Rm 8,28) (cf. Cat de la Igl Cat n¼ 312 a 314). La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si nos hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna (ib, n¼ 324)
Finalmente diremos que el misterio del mal se esclarece por el misterio de Jesucristo, muerto y resucitado para vencer al mal.
17.3 Providencia divina, acción y libertad humana
Al hablar en el punto 17.1 de la providencia y las causas segundas, veíamos que Dios se sirve del concurso de sus criaturas para la realización de su designio eterno. A las criaturas les concede Dios la dignidad de actuar por sí mismas, ejerciendo una auténtica causalidad segunda en y por la cual actúa Dios, causa primera.
A los hombres concede Dios incluso el poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de "someter la tierra y dominarla. (Gn 1,26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación. Se trata de un caso particular del llamado "concurso divino": en las obras de las criaturas concurren la acción propia de la causa segunda (la criatura) y la acción de la causa Primera (Dios). En las acciones humanas, el hombre "concurre" como causa inteligente y libre.
La razón del concurso divino se halla en la total dependencia que todo ser creado tiene de Dios. Dios actúa como causa primera y la acción humana como causa segunda. No son dos operaciones yuxtapuestas sino que se coordinan para obrar juntos en la consecución de un mismo efecto. La acción de Dios y la humana forman un todo orgánico con intrínseca dependencia la segunda de la primera. De ahí que no se puede decir que una parte del efecto proviene de la causa divina y otra parte de la causa humana, sino que todo el efecto proviene tanto de la causa divina como de la causa creada. La causa creada está subordinada a la causa divina, pero sin perder su causalidad propia.
Acerca de cómo se coordinan la causalidad divina y la humana en la acción libre y meritoria del hombre, existen dos tendencias teológicas clásicas (el debate se centra el la cuestión de la gracia eficaz: ¿cómo se conjugan la gracia siempre eficaz de Dios (por definición) y la libertad humana?
a) El tomismo enseña que la acción de Dios en cada una de las acciones de los agentes creados consiste en el influjo de la Causa Primera recibido inmediatamente en las causas segundas. En virtud de esa influjo, Dios inspira a las causas segundas su eficacia actual, moviéndolas y aplicándolas a la acción, no sólo objetiva y moralmente (por vía de atracción, persuasión, etc.) sino también física y activamente, inclinándolas interiormente, aplicándolas y determinándolas a la actividad, de lo que se sigue al punto la acción. Y como la moción y aplicación de la virtud activa a la acción es anterior por naturaleza a la misma acción, la moción divina recibe el nombre de previa moción, o premoción divina. Por este influjo divino, Dios activa y propiamente hace que la criatura haga, y la vuelve dependiente de El, no como una concausa a su concausa (como dos caballos tirando del mismo carro), sino como una causa segunda subordinada a la primera. De donde resulta que la acción, en lo que tiene precisamente de acción (y no en lo que pueda tener de defectuosa, por el defecto procedente de la causa segunda) es totalmente de Dios como causa primera y totalmente del agente creado como causa segunda.
b) El molinismo, en cambio, concibe la acción de Dios como un influjo físico e inmediato sobre las causas segundas - en esto coincide con el tomismo- pero niega que este influjo sea anterior en tiempo o en naturaleza a la determinación de la causa segunda (niega la premoción física). se trata únicamente de un concurso simultáneo de Dios que coincide en la misma acción con el influjo causal de la criatura (como el de dos caballos tirando del mismo carro). "Dios -escribe un molinista- en virtud de un decreto eterno emitido a la luz d la ciencia media, aplica su omnipotencia a la acción e el preciso momento en que ve que la causa creada obraría si tuviera a su disposición el concurso divino que absoluta y esencialmente necesita para cualquier operación". Dios ofrece su concurso de manera general para cualquier acción que la criatura quiera realizar; y una vez que la criatura se ha decidido con entera independencia a realizar tal o cual acción, Dios concurre de manera física e inmediata, a la realización de tal acción.
17.4 Teología de la creación, trabajo y ecología
El mandato bíblico contenido en Génesis 1,28, que autoriza al hombre a dominar y usar la creación no-humana, expresa claramente la hegemonía de la criatura racional sobre el resto de los seres creados. Dice así: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar, en las aves del cielo, y en todo animal que serpea sobre la tierra".
Estas palabras legitiman la actividad humana que tiende por sí misma a transformar y usar en beneficio propio los bienes naturales, y a hacer del mundo un lugar cada vez más habitable por el hombre.
Desde esta perspectiva nos situamos ante dos temas que abordaremos a continuación: a) El trabajo humano; b) la ecología; para terminar considerando una aproximación hacia una "teología de la tierra" (c)).
a) El trabajo humano:
La Const. G.S. constata que vivimos en una civilización del trabajo más que cualquier otra época. Se han logrados resultados magníficos, pero junto a estos gozos aparecen también sombras "¿cuál es el sentido y el valor de tanta laboriosidad?" (GS 33). La Revelación da respuesta a este interrogante.
1- El trabajo humano aparece como una actividad que se halla bajo una bendición divina y una promesa de fecundidad (cf. Gen 2,15).
2- El hombre es por su naturaleza un ser que trabaja. Mediante el trabajo el hombre tiende, de un modo a la vez racional y espontáneo, a la transformación del mundo que lo rodea. Además es la acción humana donde se manifiesta más intensamente la unidad psicosomática de quien lo ejerce. El trabajo supone cansancio, lo cual lo diferencia del juego. El trabajo permite al hombre subsistir y mejorar sus condiciones materiales de vida. Por último diremos que la actividad laboral hace posible que el hombre desarolle las implicaciones de su sociabilidad.
3- El trabajo puede y debe ser considerado una actividad creativa. "La convicción de que el trabajo humano es una participación en la obra de Dios debe llegar incluso a los quehaceres más ordinarios" (GS 25)
4- El trabajo encierra un sentido escatológico y mantiene una relación, misteriosa pero cierta, con los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. GS 39).
b) La ecología
El término ecología fue creado por el biólogo alemán Haeckel en el siglo XIX. Designa la ciencia de las relaciones entre un organismo vivo y su medio ambiental. Ese significado ha sufrido de hecho una patente ampliación, y lo aplicamos hoy con cierto dramatismo a la consideración de las condiciones naturales de supervivencia para la humanidad. La cuestión ecológica desborda los límites puramente biológicos, y se ha convertido en un asunto de gran alcance político, ético y religioso.
Es manifiesta la crisis ecológica. Algunas concreciones son: disminución de la capa de ozono, los cambios metereológicos de efectos negativos para la salud producidos por residuos de carburantes, deforestaciones anárquicas y el uso de determinados herbicidas, etc. Pero el Santo Padre ha llamado la atención acerca del "mas profundo y grave de las implicaciones morales, inherentes a la cuestión ecológica": "es la falta de respeto a la vida, como se observa en muchos efectos contaminantes" (Mensaje del Papa en la Jornada Mundial de la Paz, 8-12-1989, n.7).
Criterios respecto de las iniciativas en favor de la protección de la ecología: 1- El despertar de una conciencia ecológica ha de ser saludado como un aspecto positivo de la actual cultura.
2- Pero las acciones protectoras del medio ambiente se deben fundamentar en una cosmovisión correcta, si quieren ser eficaces a largo plazo. La cuestión ambiental no puede considerarse al margen de valores éticos y religiosos (cf. J. Morales, op. cit pag 314-315. Allí hay numerosas citas del Magisterio que avalan este punto).
Como resúmen, veamos lo que dice el Catecismo de la Igl Cat: "El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no pude ser separado del respeto a las exigencias mirales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de vida del prójimo, incluyendo las generaciones futuras; y exige un respeto religioso de la integridad de la creación" (n.2415).
c) hacia una teología de la tierra
1-Fundamentos bíblicos: Las enseñanzas del Gen nos proporcionan una visión muy equilibrada acerca del hombre, su lugar en la creación, y su relación con los demás seres creados. El mandato de dominio de Gen 1, 28 debe ser contemplada en relación al pacto global de Dios con Noé: es un pacto universal y ecológico (incluye a los animales). Ese pacto representa un nuevo comienzo para los hombres, animales y la tierra entera. El hombre no ha de dominar despóticamente la naturaleza: el mundo no es algo meramente dado, es una tarea confiada al hombre.
2- La unidad de la Creación: el pensamiento cristiano abunda en testimonios que consideran a la creación como un todo compuesto de una pluralidad de seres diferentes. Todos los seres han salido de las manos de Dios: se le ha de reconocer en ellos un valor intrínseco. Santo Tomás afirma que Dios creó muchas y variadas criaturas para que "lo que faltaba a cada una de ellas para representar la bondad divina fuera suplido por las demás" (STh 1,46,1).
3- Valor de los seres creados: tales seres se hallan sujetos a una jerarquía. Las criaturas no-humanas presentan un valor instrumental respecto del hombre, pero poseen además un valor intrínseco. '
17.5 La Autonomía de las Realidades Terrenas: su Fundamento y Sentido.
Citamos las palabras del Concilio donde se expone con claridad la doctrina sobre este tema:
"Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco apoco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la vocación del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.
Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia la Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (GS n.36).

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