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miércoles, 28 de mayo de 2014

LA TEOLOGÍA TRINITARIA CONTEMPORÁNEA




 
15.1) La enseñanza del Concilio Vaticano II
15.2) Doctrina trinitaria de Juan Pablo II
15.3) La cuestión teológica de la relación entre Trinidad "inmanente" y Trinidad "económica"
13.4) Reflexión trinitaria y teología de la cruz
13.5) Misterio trinitario y espiritualidad cristiana
15.1 La enseñanza del Concilio Vaticano II
Fundamentalmente el Concilio Vaticano II era un concilio pastoral y eclesiológico. No trataría, por tanto, el tema dogmático trinitario directamente. Sin embargo, la concepción de Dios Trino no deja de ser un punto de referencia de tal importancia que se manifiesta como "la clave de bóveda" de todo el misterio cristiano, "el origen, modelo y meta definitiva del Pueblo de Dios", el "humus" vital en el que surge y se desarrolla la Iglesia. Por eso, de la lectura de los documentos conciliares pueden extraerse algunas conclusiones sobre el papel de la doctrina trinitaria en el Concilio:
a) La doctrina de la Trinidad pasa de ser un tratado o un tema, más o menos aislado, a constituirse en la fuerza generadora e impulsora de la vida y del dinamismo de toda la Iglesia y de la vida de los cristianos.
b) El misterio de la Trinidad pasa a ser la luz bajo la cual se va a desarrollar una nueva antropología. El hombre no solamente recibe, con el cristianismo, una doctrina, sino una nueva forma de ser, una nueva naturaleza.
c) La Iglesia se contempla como surgiendo del amor trinitario, amor del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.
d) El misterio trinitario se va a tratar en una dimensión salvífica. No es un misterio especulativo, sino que tiene un significado salvífico para la humanidad.
e) Se da un tratamiento bíblico del misterio, sin partir principalmente de las fórmulas trinitarias de la dogmática. Por lo mismo se evidencia una dimensión dinámica. Más aún, podría decirse que el misterio de la Trinidad pasa a ser la perspectiva desde donde se lee la Escritura, y el misterio que la estructura.
f) El Concilio tiene especial cuidado y delicadeza de distinguir las Personas Trinitarias por la manera de actuar. No trata del tema de si las acciones son propias o apropiadas a las Personas, pero sí las distingue. Al Padre se le asigna la Creación, el decreto de participación de la vida divina, el llamamiento a ser hijos, el envío del Hijo y del Espíritu Santo, el inicio de la salvación, el hacer partícipe de la misión del Hijo a María, a los obispos, a los sacerdotes, religiosos y laicos. El Padre es el término y fin de la acción de Cristo y del Espíritu.
Al Hijo se le asigna la revelación del Padre y su descubrimiento a los hombres, de inaugurar su Reino, de rescatar y transformar a los hombres, de ser su Cabeza, de dar el don del Espíritu, su realeza, sacerdocio, profetismo; y de conducir a los hombres al Padre.
Al Espíritu Santo se le asignan las acciones propias en la salvación: produce la unidad y la caridad en la Iglesia y entre los cristianos de diversas confesiones, hace contemplar y saborear el plan de Dios, distribuye dones y ministerios en la Iglesia, conduce y guía al Pueblo de Dios, santifica a los cristianos, ordena por medio de los obispos el gobierno de la Iglesia, configura con Cristo, hace testigos.
El cuidado de distinguir, sin separar, la acción de cada Persona en el plan de la Redención se nota en el empleo de las diversas preposiciones:
"Consumada la obra que el Padre encomendó al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu". (LG #4)
g) Además de lo que se podría llamar una 'recuperación' de la Persona del Padre, se da también una mayor atención pneumática de la Iglesia y de la salvación.
Evidentemente que el Concilio no entra a discutir aspectos particulares de la doctrina trinitaria, que son de formulación teológica. No aborda temas que podrían ser polémicos, como por ejemplo el "filioque", o que entrañan diferencias en las escuelas teológicas, como, por ejemplo, si el Padre puede manifestarse en la historia como Persona, si las acciones personales ad extra son propias o apropiadas, o qué significa el concepto de "persona".
Lo que sí se da en el Concilio es un nuevo espíritu trinitario que va a dar impulso a un nuevo movimiento teológico en el que la Trinidad se halla en el centro. Y lo que es más importante: la forma de concebir la Iglesia a partir de la Trinidad y como familia de la Trinidad, lleva necesariamente a un acercamiento "indirecto", por coincidencia de "mentalidad" con las iglesias orientales. De aquí que surja un esperanzador diálogo sobre lo que une y distancia a la Iglesia Católica y a las iglesias ortodoxas.
15.2 Doctrina trinitaria de Juan Pablo II
Un hecho importante y novedoso dentro de la doctrina magisterial lo constituye la llamada "trilogía trinitaria" de Juan Pablo II ( expresión que él mismo utiliza), compuesta por tres de sus encíclicas, dedicadas cada una a tratar sobre una de las tres Personas divinas, a saber: Redemptor hominis (sobre el Hijo), Dives in misericordia (sobre el Padre), y Dominum et vivificantem (sobre el Espíritu Santo).
Se trata de tres documentos sucesivos, coordinados, dedicados a exponer contenidos centrales del misterio trinitario, mostrando la conexión entre los aspectos ontológicos y económicos presente en la revelación del misterio de Dios. Puede afirmarse que son tres ámbitos de reflexión sobre un mismo todo continuo que es la Vida trinitaria contemplada en sí y en su gratuita donación a los hombres. Cada uno de esos momentos hace presente la distinción que -salvada la Unidad divina y de acuerdo con la Revelación- corresponde a la donación de cada una de las Personas en la realización histórica del eterno designio de salvación.
La profunda consideración de dicho designio a la luz de la doctrina de la fe unifica en una sola dirección las perspectivas de las tres Encíclicas: su objeto es tanto Dios como el hombre, tanto las Personas divinas como la persona humana creada y elevada para gozar de la comunión trinitaria. Y así, al tiempo de ofrecer una altísima enseñanza sobre Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, con múltiples sugerencias para la teología, se hace también vehículo la trilogía de una renovada presentación de los contenidos esenciales de la doctrina antropológica cristiana (característica central, se podría decir, de todo el magisterio de Juan Pablo II).
La trilogía de Encíclicas trinitarias se sitúa teológicamente dentro de ese contexto, en el que el misterio de Dios y el misterio del hombre son contemplados a la par y penetrados racionalmente a la luz de la misericordiosa acción redentora. La Redención es así concebida como el marco fundamental en el que se inscribe la automanifestación divina, y por tanto, como el substrato de toda reflexión teológica sobre Dios y sobre el hombre.
De acuerdo con esto, la orientación teológica de la trilogía consiste principalmente en volver la vista sobre el misterio de Dios para contemplar en su raíz mas profunda el misterio del hombre. Junto con ofrecer unas bases de pensamiento, plantean también las tres Encíclicas la necesidad de alcanzar una comprensión renovada de la doctrina sobre Dios, que desemboque de manera lógica en una presentación también nueva de la doctrina antropológica cristiana. En ambas se ha de fundamentar la actividad evangelizadora de la Iglesia en los años venideros. De hecho, la finalidad última de la trilogía es la evangelización del mundo contemporáneo en la que hay que mostrar a Cristo, Redentor del hombre, anunciar el misterio del Padre y de su amor, y proclamar el Don del Espíritu Santo. La "Nueva Evangelización" es así, podría decirse, unas de las conclusiones que se derivan de las tres Encíclicas.
Dios se ha revelado no solo para que el hombre le conozca como Trino y Uno, sino para que llegue a participar de su Vida, pues la Revelación tiene como finalidad la salvación del hombre, que consiste en una particular comunión con Dios. La comprensión de que Dios es Salvador, de que el Dios Creador es también un Dios que salva, permite a la razón creyente penetrar hasta el fondo de su realidad trascendente, y constituye "la cumbre de la consciencia de la Iglesia acerca de Dios".
En otras palabras, el misterio trinitario se le plantea a la Iglesia no solo como la suprema verdad que debe profesar acerca de Dios en Sí mismo, sino también como la verdad sobre la salvación a la que Dios llama al hombre: es verdad sobre Dios Padre que engendra eternamente al Hijo y que, junto con el Hijo, da origen al Espíritu Santo, y es también verdad sobre el Padre que, por la Encarnación del Hijo y el Don del Espíritu Santo, realiza en la historia nuestra salvación.
En la fórmula misterio del Padre, manifestado plenamente en la encarnación redentora del Hijo, está contenido sintéticamente todo el conocimiento de la intimidad trinitaria que posee la Iglesia. La revelación del misterio del Padre en el Hijo es la mostración de que la vida trinitaria está constituida por relaciones de paternidad y filiación en una mutua espiración de amor que a ambas se refiere y de ambas se distingue: la comunión trinitaria es la Unidad de Tres en el amor y en la donación. En el misterio revelado del Padre nos ha sido mostrada la profundidad de la íntima Vida divina, y en la donación del Hijo "propter nos homines et propter nostram salutem" ha sido mostrado en su plenitud el misterio de su amor por el hombre. Por eso la reflexión teológica sobre la fe trinitaria - que comprende inseparablemente el misterio de Dios en sus Personas y su amorosa donación al hombre- no debe separarse de la reflexión sobre el hombre. Hemos de conocer al hombre desde Dios y a Dios desde el hombre, es decir, a ambos en y desde Cristo, en Quien ha quedado desvelado al mismo tiempo el misterio del Padre (la Trinidad en la Unidad del Amor) y el misterio de su amor (el misterio del hombre como hijo amado).
15.3 La cuestión teológica de la relación entre Trinidad "inmanente" y Trinidad "económica"
La expresión Trinidad "inmanente" se refiere a la Trinidad en sí misma considerada y la expresión Trinidad "económica" se refiere a la Trinidad en cuanto manifestada en la historia (mediante las misiones divinas). Una misión de una Persona divina es su envío al mundo por aquella Persona de la que procede eternamente para comenzar a tener una presencia distinta de la que ya tenía en cuanto Dios. Las misiones divinas son temporales; es el envío en el tiempo de Hijo y del Espíritu Santo.
Se observa, por tanto, que hay una profunda unidad entre la Trinidad "inmanente" y la Trinidad "económica". Ahora bien, esta perfecta unidad y el hecho de que el Dios inmanente es el mismo que se ha revelado, no nos puede llevar a afirmar como cierto el famoso axioma de K. Rahner que dice: "La Trinidad "económica" es la Trinidad "inmanente" y a la inversa".
Sobre este axioma hay que decir que la primera parte ("La Trinidad "económica es la Trinidad "inmanente") es cierta, es una verdad de fe. Conocemos a Dios en cuanto se ha manifestado en la historia.
El problema es la segunda parte que afirma que "la Trinidad "inmanente" es la Trinidad "económica". Esto no pertenece a la fe, nunca ha sido enseñado por la Iglesia. Implicaría que la manifestación de Dios en el mundo sería por necesidad, cosa que está en contra de lo expresado por la Iglesia (IV Letrán, CV I, etc.). También hay que añadir que el Verbo eterno viene a la tierra en un estado de "kénosis" (Kenosis) o "abajamiento" e incluso muere. Hay algo en la Trinidad "económica" que no es exactamente lo que habría sin la revelación en la historia.
15.4 Reflexión trinitaria y teología de la cruz
La muerte de Cristo manifiesta y confirma en su concreción de acontecimiento histórico cuanto Dios ha revelado a los hombres y, a su vez, la Palabra revelada proclama el misterio contenido en la muerte de Jesús. En la historia de la salvación, "palabras y gestos" divinos son inseparables. La teología de la cruz, si quiere ser teología, ha de enmarcarse dentro de esta ley universal de la economía de la Revelación. La producción literaria reciente muestra la importancia de reconocer este principio elemental. Desgajada de la historia de Jesús de Nazareth, la cruz aparece, en algunos autores, reducida a mero símbolo, o a vago mensaje interpelante sin importar la persona que interpela; a símbolo dócil para servir a cualquier ideología. La teología debe dar a la cruz todo su peso histórico y, al mismo tiempo, debe adentrarse en su misterio sin intentar dar a lo acontecido otro sentido que el que Dios reveló de una vez para siempre.
Se trata, en una palabra, de si la cruz de Cristo -en toda su riqueza de hecho pleno de sentido divino- señorea la teología, o si, viceversa, es el peculiar punto de partida filosófico o cultural del que arranca el teólogo el que intenta interpretar y transferir su propio sentido a la cruz, prescindiendo de las palabras reveladas que proclaman las obras de Dios y esclarecen el misterio contenido en ellas. En este sentido, una verdadera teología de la cruz ha de ser antes una teología enseñoreada por la cruz, es decir, que no solo hable de la cruz, sino cuyo discurso sea fiel exposición del misterio; una teología que no desvirtúa la cruz de Cristo, porque no se deja llevar por "sabia dialéctica, sino que está poseída por el misterio de Cristo en toda su integridad. Una teología que no se gloría en otra cosa sino en la cruz de Cristo y que, por tanto, vive intensamente ambas partes del binomio agustiniano: "intellege ut credas; crede ut intellegas".
La "theologia crucis" en su origen es expresión acuñada por Lutero y es definida en contraposición a la "theologia glorie". Lutero llama "theologia glorie" a la teología mística y a la teología especulativa. "Theologia crucis" llama a un quehacer enmarcado por estas dos líneas: incompatibilidad entre conocimiento natural y sobrenatural, por una parte, y total alteridad de Dios con respecto al mundo por otra. Esta alteridad conlleva, como consecuencia, que se presente la fe tanto mas pura cuanto mas absurda parezca al sentido común, y que se diga que la justicia de Dios es tanto mas justa cuanto mas injusta aparezca. Eso explica que la cruz, a la vez suplicio y trono de gloria, sea considerada por Lutero unilateralmente como desgarramiento, y que presente a Cristo como aplastado por la ira del Padre hacia El, padeciendo auténticamente, en sustitución meramente legal, los tormentos del infierno.
La teología de la cruz tiene en numerosas publicaciones recientes una evidente tendencia a posiciones distintas de las de Lutero, conservando, en cambio, las coordenadas en que nació. Según la descripción de H. G. Link (Problemas actuales de una teología de la cruz), la cuestión del lugar que corresponde a la cruz respecto a Dios mismo constituye el problema principal de una cristología estaurocéntrica. Se trata de ver si aquel acontecimiento, dice, tiene para Dios una importancia constituyente o solo revelante.
Con matices variados en lo accidental según los diversos autores, se trata, en definitiva, de considerar la cruz en el seno mismo del Dios Trino. Según apreciación de J. Moltmann (Ecumenismo bajo la cruz), en la teología evangélica de la cruz, "se llega a una comprensión mas rica y profunda de la pasión trinitaria de Dios". Esta "comprensión mas rica" consiste en que "el Padre sacrifica al Hijo de su amor eterno para convertirse en Dios y Padre que se sacrifica. El hijo es entregado a la muerte y al infierno para convertirse en Señor de vivos y muertos". Estas frases evocan, por una parte, a Lutero con la concepción de que el Hijo padece en la cruz tormentos de infierno, pero por otra están insinuando una nueva forma de patripasionismo: el Padre se convierte en "Dios y Padre que se sacrifica". "En la noche del Gólgota -escribe Moltmann-, Dios realiza la experiencia del dolor, de la muerte, del infierno en sí mismo". No se trata, dirá, de la muerte de Dios, sino de la muerte en Dios. Colocar la cruz en el seno de la Trinidad implica entender que Dios sufre en su naturaleza divina, y no solo que el Hijo experimenta la muerte en su naturaleza humana. En cierto sentido, la cruz se entiende como momento constituyente de la Trinidad misma; como lo que distingue y constituye las Persona en su recíproca relación. En la cruz se mostrará el "pathos" de ese Dios trinitario, por el que el Padre sufre la separación del Hijo, el Hijo sufre el abandono del Padre, y el Espíritu es el amor crucificado en esa muerte, de donde vuelve a manar la vida para el mundo.
Moltmann, concibe la teología como esencialmente polémica, dialéctica, crítica y antitética. Utiliza un recurso hegelianizante donde la cruz es presentada como suceso interno a la Trinidad, que por ello mismo, es concebida como Absoluto cuya vida se desarrolla como historia y, ciertamente, en un proceso dialéctico de abandono y recuperación de sí mismo. "La Trinidad - afirma- deja de ser así un círculo cerrado en el cielo para abrirse con claridad como proceso escatológico".
En esta versión de la "theologia crucis", en la que utilizando la cruz como pretexto se presenta a la Divinidad como gigantesco proceso dialéctico del que la historia humana es a la vez realización y reflejo - el dolor humano sería dolor de Dios-, emergen las variadas teologías kenóticas que tuvieron su esplendor en el siglo XIX. Allí la kénosis viene referida al Verbo en el acto de encarnarse y es entendida como "autolimitación de su ser divino", aunque esta autolimitación sea interpretada de forma diversa por cada uno de los diversos autores.
15.5 Misterio trinitario y espiritualidad cristiana
Toda la vida cristiana se edifica sobre un hecho fundamental: Dios se nos ha dado y nos invita a responder a su donación. Dios, Uno y Trino, nos crea, nos eleva al orden sobrenatural y nos lleva a la santidad, es decir, a conocer y participar de su vida trinitaria; esto no simplemente como algo de futuro sino como algo que comienza ya en la tierra con la infusión de la gracia santificante en el alma, infusión a la que Santo Tomás llama "nueva creación".
La criatura elevada al orden sobrenatural, revestida por el don de la gracia que la asemeja a Dios, recibe en lo más profundo de su ser una disposición estable, como una nueva naturaleza, que le permite ser sujeto de acciones sobrenaturales. En virtud de ella se da una especial presencia de Dios en el hombre, a la que la teología llama "inhabitación", por la que el hombre pasa a ser verdaderamente semejante a Dios y puede tratar con cada una de las tres Personas divinas individualmente (cosa que de hecho no puede hacer el hombre que no está en gracia). El hombre elevado por la gracia conoce y ama a Dios de modo semejante a como ƒl se conoce y ama a Sí mismo. Lo que caracteriza esa inhabitación es que Dios Trino no solamente está en nosotros sino que se da a nosotros para que podamos gozarle. ƒl es el principio mismo de nuestra vida interior, la causa eficiente y ejemplar de ella.
La vida espiritual aparece así en su auténtica dimensión: como el esfuerzo personal por ser consecuentes con la acción de Dios Trino en nosotros. Vida que pide docilidad al Esp. Sto., espíritu de oración y filiación, y aceptación positiva y alegre de la Cruz de Cristo. Los actos del cristiano tienen su más profundo valor en que verdaderamente conducen por Dios a ƒl mismo; de que están vivificados e impulsados por el Esp. Sto. y tienden a la semejanza con Cristo; de que, en definitiva, nacen y acaban en un encuentro personal con nuestro Padre Dios.
Cuando se guarda dentro de sí tesoro de tanto precio como la Santísima Trinidad, es menester pensar en ello con frecuencia; de esta consideración nacen tres afectos principales:
A. La adoración - ¿Cómo no dar gloria, bendecir y hacer acciones de gracias al huésped divino que hace de nuestra alma un verdadero santuario?
B. El amor - Dios, a pesar de su infinitud, baja hasta nosotros como el más amoroso padre hasta su hijo, ¿cómo no corresponder a su amor? Este amor será penitente, agradecido, de amistad y generoso.
C. La imitación - El amor nos llevará a la imitación de la Santísima Trinidad, según cabe a nuestra flaqueza.

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