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martes, 8 de noviembre de 2016

Oración sencilla ante el Crucifijo de san Damián

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San Francisco de Asís, un santo al que me siento muy unido por diferentes circunstancias de mi vida y, de hecho, una de sus oraciones es el corazón de esta página de meditaciones.
Su ejemplo y el de muchos franciscanos me inspiran en mi vida personal y en mi vida de oración. En la vida de san Francisco la oración y la meditación son dos pilares esenciales. Son el secreto íntimo de su ser. Todo en san Francisco es espíritu de oración, alabanza y devoción, y amor ferviente y abandonado a Dios y a los que le rodeaban. A excepción de la Oración ante el Crucifijo de san Damián y la Carta a toda la orden, todas las demás oraciones de san Francisco rezuman el perfume de la alabanza, de la acción de gracias, de la caridad, de la fe, de la esperanza y la devoción. Orar para darse a Dios. Orar para entregar por completo su alma a Dios. Orar para vaciarse de sí y, en la humildad, llenarse del Señor. Orar para dominar su voluntad y llenarse de Dios.
La breve Oración ante el Crucifijo de san Damián me llena de emoción cada vez que la pronuncio. Escrita en tiempo de lucha interior es profundamente conmovedora porque es una oración de conversión.

Sumo, glorioso Dios,

ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.

El joven Francisco encuentra la felicidad en el autoconocimiento de si mismo. Y desde este profundizar en si mismo siente que debe cambiar su vida. En el horizonte de su vida brilla la perspectiva de la eternidad. Todo encuentro con Dios y, en el caso de san Francisco, también con los más pobres de los pobres, los leprosos, percibe nuevos valores que transforman su ser. Caridad y amor, misericordia y servicio. Y en esa búsqueda anhelante entra en la iglesia de san Damián, casi destruida. Solo, guiado únicamente por la fuerza del Espíritu Santo, se postra de rodillas ante lo único que se mantiene en pie: un crucifijo de madera. Y allí ora, y ora y ora. Al salir, su corazón se ha transformado para siempre. ¿Por qué no me ocurre a mí cuando rezo ante el Cristo crucificado? ¿Qué debe cambiar en mi corazón para experimentar un sentimiento tan profundo?
Francisco escuchara de aquel Cristo suspendido en el madero, con los brazos extendidos para acoger el corazón del hombre, esta frase: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala». Y Francisco obedece. Nuestra casa es también nuestro corazón. Mira la imagen que acompaña esta meditación. Es en si misma una escuela de oración, especialmente en momentos en que nuestra vida está pasando por momentos de debilidad, de dolor, de sufrimiento, de turbación o de perplejidad. En ese momento en que debemos afrontar un problema y no sabemos cómo solventarlo o en el momento de tomar una decisión fundamental en nuestra vida. Con la mirada atenta en el crucifijo hay que dejarse amar por el Cristo que dirige su mirada llena de amor y acoger en lo más íntimo de nuestro corazón el mandamiento que nos transmite desde la Cruz. Y, en el silencio de la oración, contemplando la cruz, comenzar a recitar la oración para hacerse uno con Cristo, uno en Cristo, imagen de su imagen:

Sumo, glorioso Dios...
¡Es que tu lo eres, Dios mío, glorioso, altísimo y sumo, grande y ominipotente, santísimo y eterno! ¡Porque quien está en la Cruz eres tu, Dios mío! ¡Eres el Dios que está en todos los lugares del mundo, donde hay riqueza y pobreza, alegría y tristeza, caridad y amor, guerra y paz! ¡Eres el Dios sencillo que nació en Belén, el Dios humilde que transforma el pan y el vino en su cuerpo y su sangre para nuestra redención, el Dios generoso que entrega su vida y muere en la Cruz! ¡Eres el Dios de las pequeñas y las grandes cosas! ¡Eres el Dios amor! ¡El que todo lo puede y todo lo acoge! ¡Eres el Dios que ama a las criaturas que ha creado y que envuelto en la majestad del cielo nos da la libertad para peregrinar hasta el vida eterna! ¡Eres el Dios Altísimo que obra milagros! ¡Eres el Dios de la Pasión, el Dios de la Resurrección y la Vida, el Dios que resplandece en nuestros corazones y que nos da la paz, el Dios que nos inspira con la fuerza del Espíritu, el Dios que acoge los sufrimientos del hombre y los hace suyos! ¡Gracias, Sumo y Glorioso Dios por la vida que me das!
Ilumina las tinieblas de mi corazón
¡Dios mío, mi vida no es fácil y lo sabes! ¡Tengo caídas, y dudas, y problemas, y oscuridad! ¡Pero tu estás ahí, Dios mío, para darme la luz, para convertir las tinieblas de mi corazón en un lugar de luz y brillo! ¡Transforma mi corazón, Señor! ¡Transfórmalo para que nada me endurezca el corazón, para que la amargura no me invada en los momentos de dificultad, que la dulzura se impregne en mi ser, para transpirar alegría y felicidad, para ser capaz de dar amor como tú lo das! ¡Solo Tú puedes iluminar mi vida, Señor! ¡Sólo Tú puedes transformar mi corazón y darle la luz que me permita caminar! ¡Lléname de Ti, Señor, e ilumina las tinieblas de mi corazón!
Dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta
¡Señor, quiero llenarme completamente de Ti! ¡Quiero ser otro Cristo, un alter christuspara Ti y para los demás! ¡Quiero desprenderme de mi yo, de mi soberbia, de mi egoísmo, de mis seguridades, de mi incapacidad de amar, de mi falta de servicio, de mi poca autenticidad! ¡Quiero entregarme como te entregaste Tú! ¡Quiero fundamentar mi vida cristiana en los tres pilares de la fe, esperanza y caridad! ¡Dame una fe recta, Señor, una fe firme, una fe auténtica, una fe cierta que no admita la duda! ¡Dame, Señor, la fe de Tu Madre, la fe de Abraham, la fe de san Pablo, la fe de Pedro, la fe de san Mateo…! ¡Señor, dame mucha esperanza para creer en Ti, para entregar mi vida, para dar respuesta a tu llamada, para ser auténticamente yo contigo! ¡Dame la esperanza de creer en Ti y de creer esperando contra toda esperanza! ¡Ayúdame a ser caritativo, dar amor y perfeccionarme en el amor! ¡Ayúdame a darme en la entrega a los demás, en la caridad perfecta! ¡Ayúdame a servir contigo a mi lado porque es la única manera de servir de corazón!
Sentido y conocimiento, Señor
¡Señor, dame el conocimiento y la capacidad para comprender! ¡Dame la virtud de la sensibilidad para amar, acoger, escuchar, abrazar…! ¡Dame el conocimiento para comprender tu Palabra, tus Mandamientos, tus enseñanzas y tu ejemplo! ¡Ayúdame a sentir en la oración aquello que quieres para mí y lo que esperas de mí! ¡Hazme receptivo a tu llamada, que no me haga el sordo cuando Tú me dejas claro cuáles son tus planes! ¡Solo contigo, Señor, seré capaz de conocer lo que viene de Ti!
Para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento
¡Señor, no soy nada sin Ti! ¡Nada soy, Señor, porque soy pequeño! ¡Pero como soy fruto de tu amor y tu creación que mi vida se ajuste a tus mandatos, Señor! ¡Señor, ayúdame a caminar por esta vida cumpliendo tus mandamientos y no permitas que viaje con las alforjas llenas de mi egoísmo y de mi única voluntad! ¡Que todo lo espere de Ti, Señor! ¡Que se haga en mi vida tu voluntad, Señor! ¡Que mi corazón guarde tus mandamientos, Señor! ¡Quiero contar con tu protección, con tu guía y con tu bendición, Señor! ¡Quiero someterme a tu autoridad, Señor, y sujetarme a tu santa Voluntad porque en la obediencia está el amor!
Oramos cantando la oración de san Francisco:

Una Madre que ama

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Una de las cosas hermosas de la vida es sentir que la Virgen es nuestra Madre. Mi Madre. Y como Madre me ama. Y así lo siento yo, hijo díscolo en tantas cosas. María siente por mí por cada uno de nosotros un amor maternal y lleno de misericordia. Pero María no me nos ama por nuestra bondad, ni por nuestros gestos, ni por nuestra vida de oración, por nuestro servicio, porque seamos más o menos simpáticos… nos ama simplemente porque somos sus hijos. Porque Ella, llena de la fuerza del Espíritu Santo, tiene un corazón inmenso que es la manifestación misma del corazón de Dios en clave femenina.
Hoy me pongo en presencia de María y siento su amor maternal. Siento como se entrega por mí por todo el género humano para transmitirnos la plenitud de Dios que Ella misma recibió de Cristo porque por mi nuestra condición de pecadores carecemos de ella. El fin de María es impregnar en nuestro corazón la imagen de su Hijo amado. ¡Qué bello es sentir esto!
Lo impresionante de la Virgen es que su amor es un bálsamo de gracia. Es un amor que acoge, que redime, que sostiene, que embarga, que alienta, que comprende, que diviniza, que consuela, que llena los vacíos del corazón, que ilumina en la oscuridad, que eleva el ánimo, que te conduce siempre hacia lo más alto, que ensalza la humildad…
Es un amor el de María que me impide tener miedo de la vida, de las circunstancias negativas que se presentan de vez en cuando por el camino, de los problemas que atenazan nuestra vida. Es un amor que nos permite sentirnos acogidos y protegidos… ¡Cómo no voy a sentirme huérfano de esperanza si tengo a María como Madre!
¡Santa María, Señora del Santo Rosario, ruega por mi y por el mundo entero!

¡María, Reina del cielo y de la tierra, la más hermosa de las criaturas, Madre ejemplar y bondadosa, me confío a ti! ¡Te quiero, María, y ruego hoy por todas aquellas personas que no te conocen o no te aman, míralas a todas con la bondad de tu mirada y tu amor siempre maternal! ¡Quiero, María, honrarte, servirte y alabarte y trabajar para que todos en este mundo te honren, te sirvan y te alaben! ¡María, tu fuiste la elegida por Dios para dar luz a Cristo que es nuestra luz que ilumina el camino, tu eres la belleza exquisita y el amor puro, te doy gracias por todo lo que representas en mi vida! ¡Te quiero amar siempre, María, pero quiero hacerlo de verdad! ¡Ayúdame a seguir tu ejemplo de humildad, generosidad, entrega, servicio, amor, misericordia, perseverancia…! ¡Tú, Señora, que eres la fuente del amor eterno y supiste entregarte siempre por amor a Dios y a los demás, bendice a mi familia, mi hogar, a mis amigos y la gente que me rodea con la fuerza de tu amor! ¡Que a través tuyo pueda ser un canal de amor para convertir la sociedad en un lugar impregnado de amor! ¡Corazón de María, que eres la perfecta imagen del Corazón de Cristo, haz que mi corazón sea semejante al tuyo y al de tu Hijo!
Del compositor ingles John Cornysh disfrutamos de su breve pero emotivo motete «Ave Maria, mater Dei», a cuatro voces:

¿Qué necesito para alcanzar el cielo?

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Observo una imagen muy hermosa de una gran montaña desde la que se divisa un horizonte infinito. Esta imagen me invita a preguntarme que necesito yo para alcanzar el cielo. Necesito unos momentos de silencio para ponerme en presencia de Dios y ser consciente de que sólo son necesarios dos «elementos»: a Dios, por un lado, y a mí mismo por otro. Con Dios puedo contar siempre. Él nunca falla. Me envía su Espíritu para que yo lo acoja y evite el pecado para librarme de él en el momento de mi caída.

¿Puedo contar conmigo mismo? Más complicado teniendo en cuenta la cantidad de veces que caigo en la misma piedra, dejándome llevar por las sugestiones del príncipe de la malicia. Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Por eso no me quiero desalentar nunca.
El desaliento es el principal peligro para alcanzar la perfección. Cuando el desaliento se instala en el corazón y en el alma el fervor se debilita y la marcha se aminora porque nadie puede caminar sin fuerzas. Sin embargo, en la confianza y la esperanza cualquier obstáculo puede ser vencido. Al esfuerzo se corona con la victoria y cualquier sacrificio acaba teniendo su sentido y se hace más sencillo.
Tengo la salvación en mis manos con la ayuda prominente de Dios porque sin su auxilio y mis propios méritos es tarea imposible. Cuento con que Dios proveerá siempre el auxilio necesario para que yo lo acoja. Se trata de convertirme cada día. Puedo demorarlo días, semanas, meses o años, esperar a tener una vida acomodada o ver crecer a mis nietos. Siempre puede haber una excusa perfecta. Pero la gracia de la salvación tiene sus días contados y siento que no puedo demorarla ni un minuto. No quiero exponerme a morir sin la gracia.

¡Señor, en este rato de oración abro mi corazón a ti y en tu presencia reconozco la pequeñez de mi vida y te pido perdón por cada uno de mis pecados; te presento mi vida, mis caídas, mis fracasos, mis alegrías, mis angustias, mis sufrimientos, mis pequeños éxitos que son un regalo tuyo, toda la ignorancia de Tu palabra y tus enseñanzas! ¡Señor, no permitas que el desaliento me venza nunca y tengo compasión de mi pobre pecador! ¡Te pido, Señor, que mi vieja naturaleza, vendida al pecado, se crucifique contigo en la cruz! ¡Envía tu Espíritu Santo para que me renueve, me lave, me purifique y me santifique! ¡Señor, te pido que vengas a mí para que te puedas recibir como mi dueño y Señor y dame la gracia de vivir intensamente Tu Palabra en todas las circunstancias de mí día a día! ¡Lléname de tu Espíritu y no permitas que nunca me aleje de Ti!

Hoy me apodero de lo que a mí me pertenece, cantamos en alabanza al Señor:

lunes, 7 de noviembre de 2016

Hablar con Dios

imageHace unos días tuve ocasión de impartir una charla sobre cómo el Espíritu Santo reina en nosotros a un nutrido auditorio. Al terminar el acto, en una conversación informal, uno de los asistentes se me acercó para comentarme que le resultaba muy difícil hablar con Dios en la oración. Que no le salían las palabras, que el silencio le invadía siempre. Se me ocurrió decirle que la mejor manera es abrir las páginas del Evangelio y convertirse en un personaje más. Intentar hablar a Jesús como pudieron hacer aquellas personas que se encontraron con Él en los polvorientos caminos que recorría el Señor. Utilizar sus mismas palabras, en una conversación sencilla. Por ejemplo, como hizo la misma Virgen María cuando encontró al Niño en el templo después de tres días de búsqueda desesperada. En ese encuentro la Virgen exclamó: «¿Por qué haces esto conmigo?». O hacer como aquel ciego que suplicó: «Haz que vea». O, como el leproso, al que todo el mundo rechazaba, y que se dirigió al Señor diciéndole: «Si quieres, Señor, tú puedes curarme». O como San Pedro, atemorizado con el fuerte oleaje del lago, en aquella barcucha de pescadores: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un miserable pecador». O como aquel centurión, lleno de fe, al que Jesús le había sanado a su criado y que ante el milagro del Señor fue capaz de pronunciar aquellas impresionantes palabras del «no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarle» y que hoy repetimos confiadamente poco antes de ir a comulgar. O, como aquel hijo, que lo había perdido todo, malgastando la herencia del padre, y que avergonzado regresó al hogar paterno donde apenas pudo balbucear: «no soy digno de llamarme hijo tuyo, he pecado contra el cielo y contra ti; puedes considerarme el último de tus servidores».

Y, si aún así no surgen las palabras, siempre podemos imitar las actitudes de tantos hombres y mujeres que se maravillaron en cada encuentro con Cristo. Embelesarse como hicieron los sencillos pastores en la gruta de Belén. O cantarle una canción y tomarlo en brazos como hizo Simeón en la presentación del Niño Jesús en el Templo. O escucharle en silencio, dejando que en el corazón penetren sus palabras, como hicieron aquellos doctores del Templo de Jerusalén, que se maravillaban con la sabiduría de aquel Niño. O ponerse de rodillas cubriendo a Cristo de besos y con el perfume del amor como hizo la Magdalena. O dejarse maravillar por su sonrisa como hicieron aquellos niños que se sentaron en sus rodillas. O dejarse llevar a hombros como la oveja perdida de la parábola del buen pastor. O extender la mano para que sane nuestras heridas con hicieron el ciego, el paralítico, el leproso, el moribundo… O posar la cabeza en su hombro como hiciera el discípulo amado el día de la institución de la Eucaristía.
Palabras o silencio contemplativo. Son dos maneras para acercarse al corazón de Cristo y hacer de nuestra vida oración sencilla y cercana a la suya descansando todas nuestras alegrías y nuestros pesares en su amistad. Si es de corazón, es en sí una oración que acoge emocionado nuestro Padre Dios.

 ¡Padre Nuestro, gracias por ser mi Padre creador, eso te lo agradeceré siempre porque es el gran regalo que has hecho mi vida! ¡Eres el Padre de todos sin excepción pero más de los desheredados, de los pobres, de los que sufren, de los desesperados, de los hambrientos, de los que no tienen nada… y de todos ellos me has hecho su hermano aunque tantas veces me olvide y me cueste entregarme a ellos! ¡Padre que estás en el cielo: porque tú eres el cielo mismo, la esperanza que da vida a mi vida, el camino que me lleva a la alegría de la salvación, el que me marca la pauta para esperar ese cielo venidero que es estar junto a ti en la eternidad! ¡Padre, Santificado sea tu nombre, porque tu nombre es efectivamente santo quiero alabarlo, bendecirlo, glorificarlo, adorarlo… hacer que todos te conozcan y te glorifiquen y pronunciando tu nombre siempre te den gracias, con alegría y con esperanza; para que pronunciando tu santo nombre todos vivamos en paz y en armonía, dando amor y repartiendo misericordia, para que no haya discusiones entre tus hijos! ¡Padre,Venga a nosotros tu Reino, para que impere entre nosotros la paz, el amor, la justicia, la misericordia y la generosidad; para que siembres en nuestros corazones la semilla del amor y de la misericordia y que crezcan para repartirlas por el mundo y se haga siempre tu voluntad y no la nuestra; haz que través de nuestras manos crezca un mundo mejor a semejanza de lo que tú esperas! ¡Padre, Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: Y aunque es una tarea muy ardua ayúdame a ponerme en tu mano porque contigo todo es posible y hazme entender que hacer tu voluntad muchas veces requiere sacrificios y esfuerzos pero ayúdame a hacerlo con felicidad y alegría porque viene de ti! ¡Padre, Danos, hoy, nuestro pan de cada día: y hazlo a todas horas para que a nadie le falte de nada en ningún momento; aunque tú nos das el pan de la Eucaristía, y nos lo das en abundancia para que podamos alimentarlos cada día de ti; ayúdanos a partirnos y a multiplicarnos como hicisteis con los panes y los peces para que nadie se quede sin saborear tu alimento de vida y esperanza! ¡Padre, Perdona nuestras ofensas: especialmente las mías que soy un miserable pecador pero también la de mis hermanos para que haya en este mundo armonía, paz y mucho perdón! ¡Padre, Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: pero ayúdame hacerlo como lo haces tú siempre, olvidando las ofensas y llenando tu corazón de amor y de misericordia y sin rencores! ¡Padre, No nos dejes caer en la tentación: porque son muchas las trampas que nos pone el demonio cada día, dame la fortaleza para sostenerme siempre en ti, dame un Espíritu fuerte para no caer en esta tentación que no me separe del camino del bien porque tú conoces mi debilidad! ¡Padre, Líbranos del mal: pero sobre todo líbrame de hacer el mal a los demás!
Hoy se celebra la Solemnidad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, a ella Pilar nos encomendamos con una de las oraciones más antiguas dedicadas a la "Pilarica":

«Omnipotente y eterno Dios,
que te dignaste concedernos la gracia de que la santísima Virgen, madre tuya,
viniese a visitarnos mientras vivía en carne mortal, en medio de coros angélicos,
sobre una columna de mármol enviada por ti desde el cielo,
para que en su honor se erigiese la basílica del Pilar por Santiago,
protomártir de los apóstoles, y sus santos discípulos,
te rogamos nos otorgues por sus méritos
e intercesión todo cuanto con confianza te pedimos. Amén».

El canto del Padre Nuestro en Arameo que conmovió al Papa en Georgia:

¡La gloria del Señor brilla sobre mí!

la-gloria-del-senor-brilla-sobre-mi
«¡La gloria del Señor brilla sobre mi! ¡La gloria de Dios maneja mi vida con hilos finos de amor!». Hoy me he levantado con este hermoso pensamiento. Antes de poner los pies en el suelo, la oscuridad en la habitación es absoluta, pero nada puede detener la luz que brilla en mi corazón. Y esa luz, es lo que hoy —como cada día, a pesar de los problemas y las dificultades— me permite levantarme con alegría. La oscuridad no impide en ningún caso detener la luz cuando la gloria de Dios brilla en mi corazón, fundamentalmente porque no hay nada que no pueda superar sin Él.
Así que, como cada mañana, me levanto con esperanza renovada porque el Señor me dice: «levántate y resplandece, que tu luz ha llegado». Ante tan jubilosa invitación, no puedo negarme porque me creo a pies juntillas aquello que dijo Jesús: «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en la oscuridad».
Mis expectativas vitales están puestas en que la gloria de Dios se manifieste en la realidad de mi vida cotidiana; su luz, es el favor que Dios tiene conmigo —con cada uno de nosotros—, y ese favor arregla ese problema que parecía no tener solución; moviliza a ese amigo o ese familiar para que me ayude; me ofrece una palabra de consuelo; surja esa idea que cambiará una situación negativa; que me enfrente con valentía y resolución a algo imposible; que disfrute de una gracia inesperada; que acepte un imprevisto doloroso...
Estoy resuelto a permitir que la gloria de Dios brille sobre mi: en la medida que la abrace, respete, actúe conforme a la fe, se convertirá en una situación cierta. Lo único necesario es pedirlo, esperar con confianza su favor, tener esperanza cierta, confiar en su misericordia… y la gloria del cielo brillará sobre mi.
Me lo creo. Porque Dios es mi Padre que nunca abandona y porque Él planifica todas las cosas en base a su amor, su misericordia y su poder. Así que hoy, iluminado por esa luz que brilla sobre mí, voy a honrarle con mi fe y mi oración, le voy a pedir con confianza, no me voy a conformar con menos y le voy a glorificar con actitudes de confianza cierta para que su gracia y su favor no me abandonen nunca.

¡Señor, gracias porque hoy siento que tu gloria brilla sobre mi! ¡Que Tú manejas mi vida con hilos finos de amor! ¡Espero tu favor en cada momento, Señor, y decido seguirte y abrazarte con mi adoración! ¡Que así como en el cielo tu gloria brilla cumpliendo tu voluntad, que en este día también suceda en mi vida! ¡Señor, gracias porque tu luz me ilumina, tu amor me envuelve, tu poder me protege y tu presencia me ofrece confianza¡ Gracias, Señor, porque donde quiera que yo estoy, Tu estás conmigo! ¡Gracias, Señor, porque este resplandor no permite que se me acerquen a mi corazón las sombras del mal! ¡Gracias, Señor, porque con tu luz me abres el paso en mi caminar y sigo firme con tu fortaleza, tu Palabra pavimenta mi camino y me ofrece claridad para tomar decisiones, enfrentar los problemas y salir en victorioso de las pruebas! ¡Gracias, Señor, porque estás conmigo y tu presencia es una bendición para mi!
Damos gloria a Dios con el bellísimo Gloria in excelsis Deo RV589 de Antonio Vivaldi: