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ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

domingo, 30 de abril de 2017

¡Gracias, Jesús Eucaristía!

A Dios tengo que buscarlo en la realidad de lo cotidiano. Y cuando lo buscas siempre se te aparece porque Él es un Dios que sale siempre al encuentro del hombre. En la historia personal y espiritual de cada ser humano Dios se hace habitualmente el encontradizo en las circunstancias y situaciones más insospechadas. Con Dios de nada sirve tratar de tenerlo todo controlado porque, en cuando uno menos lo espera, le envía el vendaval de gracia del Espíritu que desmorona las autosuficiencias y aplaca el orgullo del corazón. Con Dios no tiene sentido preconcebir las situaciones porque con ello solo sellas el corazón y el alma a los dones del Espíritu.

El gran encuentro de Dios con el hombre tiene lugar, fundamentalmente, a través de Cristo. Y tiene en la Eucaristía la forma más potente de dejar su impronta en el hombre. En la Eucaristía, memorial de las maravillas de Dios, sacramento del amor, fuente de vida, brota el camino de fe, de testimonio y de comunión. En la Eucaristía Dios posiciona a cada uno en su dignidad de hijos.
orar con el corazon abierto

La Eucaristía, memorial y sacrificio ofrecido por el hombre, hay que vivirla en una actitud de fe, esperanza y caridad. Por eso me gusta recibirla diariamente porque da luz y esperanza a mi vida. En los momentos de incertidumbre, dolor, sufrimiento, duda o oscuridad allí está Cristo en la Cruz. Y sobre todo, allí está Dios, en su cercanía y ternura de Padre, contemplándome a través de su Hijo, escuchando y acogiendo mi súplica: «Dios mío, Dios mío…».
Ayer, durante la fracción de pan, tuvo un sentimiento hermoso. Sentí la suavidad y ternura de Nuestro Señor descubriéndome su infinita bondad y amor tomando para sí las cosas tristes y penosas de mi vida para aplicarme el fruto provechoso de cada una de ellas. Comprendí que mis contradicciones, mis sufrimientos, mis debilidades, mis miserias, mis caídas son la ocasión que el Padre me ofrece diariamente, en mi fragilidad, para sentir su abrazo lleno de amor y misericordia para hacerlas suyas. Y algo todavía más impresionante. La fuerza de ese abrazo es el alimento de mi corazón que se une al pan de Cristo que me salva, me perdona y me une al Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Es tan hermoso que se hace difícil expresarlo con palabras!

¡Gracias, Jesús Eucaristía! ¡Deseo, Señor, recibirte cada día en la Eucaristía como te mereces, con un interior perfectamente engalanado, con el corazón limpio y puro, con mi alma refulgente! ¡Gracias, Señor, porque eres el Amor, porque has venido al mundo por amor, porque entras en mi vida por amor, porque has entregado tu vida por mi por amor, porque estás presente cada día bajo las especies de pan y vino por amor! ¡Gracias, Jesús Eucaristía! ¡Gracias, porque me haces comprender que el amor es tu signo de distinción y debe ser también el mío! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque me haces comprendes que quieres entrar en mi corazón, quieres que goce con tu presencia, que tu amor llene por completo mi corazón, que todos mis sentimientos, mis palabras, mis pensamientos, mis miradas, mis acciones esté movidos por el mismo amor que tu presentas! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres la fuerza que sostiene mi vida, tan frágil y débil! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque tu presencia me sostiene y me alimenta! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque tomas todo aquello que me abruma y lo haces tuyo! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres el amor que se entrega hasta el extremo, porque tu amo es infinito, porque tu bondad es misericordiosa y compasiva, porque me buscas para que alcance la felicidad, porque quieres que ame como tu amas, sea fiel en el amor como lo eres tu! ¡Ayúdame, Señor, a olvidarme de mi, de mis apegos y de mis problemas y me entregue por completo a Ti como tu te has entregado hasta el extremo! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres la ternura de Dios presente en las especies santas! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque a tu lado siento que tu amor me salva, me sostiene, me cura y me conforta!
Jesús Eucaristía, milagro de amor, es el sentimiento que se desprende de esta meditación y que sea aúna en esta canción:

jueves, 27 de abril de 2017

Escucha el susurro... o el ladrillazo

Nuestro ritmo de vida nos lleva muchas veces a vivir demasiado deprisa. Sobre este tema trata la reflexión que os propongo leer:


Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a gran velocidad en su flamante automóvil eléctrico Tesla. Al llegar a un cruce, redujo su velocidad por precaución, por si cruzaba la calle algún chico sin mirar. De repente, sintió un estruendoso golpe en la puerta del vehículo. Al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, carrocería y vidrio de la puerta de su lujoso auto.
Giró en sentido contrario para dirigirse a donde vio salir el ladrillo que acababa de afectar a su precioso auto.
Salió del vehículo de un salto y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia la pared de un edificio, le gritó a toda voz: ¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto? Y muy enfurecido, continuó recriminándole al chiquillo: !Es un auto nuevo y ese ladrillo que lanzaste va a costarte caro! ¿Por qué hiciste eso?
"Por favor, Señor, por favor. ¡Lo siento mucho! no sabía que hacer", suplicó el chiquillo." Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía... las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba hacia alrededor del auto estacionado.
"Es mi hermano", le dijo. Se descarriló su silla de ruedas y se cayó al suelo y no puedo levantarlo". Sollozando, el chiquillo le preguntó al ejecutivo: "Puede usted, por favor; ayudarme a sentarlo en su silla? Se ha golpeado, está en tierra y pesa mucho para mí solito". Soy pequeño.
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó la saliva  que se le formó en su boca.
Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó en su silla nuevamente sacando su pañuelo de seda para limpiar un poco los cortes y la suciedad sobre las heridas del hermano de aquel chiquillo especial. Luego de verificar que se encontraba bien, miró; y el chiquillo le dio las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie... "DIOS lo bendiga, señor...y muchas gracias" le dijo.
El hombre vio como se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita. El ejecutivo no ha reparado aún la puerta del auto, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo; para recordarle el no ir por la vida tan deprisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención. Dios nos susurra en el alma y en el corazón. Hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos atención.

Escoge: Escucha el susurro... o el ladrillazo.

miércoles, 26 de abril de 2017

El gusto espiritual





orar con el corazon abierto
Las personas estamos sometidas a un permanente combate espiritual. Cada uno conocemos nuestras flaquezas y debilidades. Yo me sorprendo muchas veces de la mías. La mejor forma de caminar hacia Dios es tener las armas para discernir el bien del mal. Es necesario, en el fragor de nuestras luchas cotidianas, que nuestro espíritu conserve la paz y la serenidad con el fin de que la mente sea capaz de asumir con claridad los pensamientos que proceden de Dios y arrojar al vertedero del mundo aquellos pensamientos negativos que envía el demonio para minar nuestro crecer como cristianos.
Tener la llama del Espíritu permanentemente encendida facilita al hombre caminar a la luz del conocimiento y la verdad. Sin embargo, para conocer la verdad y vivirla plenamente es necesario aprender a discernir, hacerle un hueco al Santo Espíritu. Un interior iluminado por Él ayuda a crecer en santidad y aparta con arrojo cualquier influencia negativa del príncipe del mal. Hay momentos que siento gran consternación interior, cuando consciente de mis faltas y mi pecado, un sentimiento de tristeza me abate por la pérdida de la gracia. En estos momentos le pido al Espíritu iluminación interior, gusto espiritual, sensibilidad para ser receptivo a los dones de su gracia. Que mi amor crezca y mi gusto espiritual se acreciente para que sea la bondad la que lo impregne y no la realidad de mi pecado la que se asiente.
Por eso es tan importante hacer uso del sacramento de la Penitencia, para congraciarme con Dios y para purificar mi alma tan entregada a satisfacer lo mundano y apegada a las falsas alegrías de este mundo.
Pero donde se adquiere el gusto interior es, sobre todo, en la oración frecuente ese diálogo a corazón abierto con Dios en el que participa por entero el alma, la voluntad y la imaginación para dar valor sobrenatural a la fragilidad de nuestra vida cotidiana. Y en la comunión diaria, la unión íntima con el Señor que se hace uno con nosotros.
Esto es lo que le pido hoy al Señor, que a través del Espíritu, me otorgue mayor sensibilidad por el gusto espiritual para, desde la sensibilidad interior, luchar con humildad, confianza y perseverancia para vencer los obstáculos que me alejan de Dios.

¡Señor, tú sabes que hay momentos en que parece que mi espíritu y mi corazón se endurecen! ¡Reclamo la presencia de tu Santo Espíritu para deleitarme con tu presencia y sentirla vivificante en mi corazón! ¡Te pido, Señor, que me hagas muy humilde porque cuanto más lo sea más fácilmente podré ser sensible a las cosas de Dios! ¡Ayúdame a ser perseverante en la oración y encontrarte cada día en la comunión diaria para no perder el gusto por lo espiritual! ¡Ayúdame Espíritu Santo a no perder el gusto por lo espiritual porque es la forma de que mi espíritu se comunique con Dios y crezca mi fe! ¡Espíritu Santo, cuando al no rezar no sienta el deseo de entregarme a Dios, sea incapaz de abrir mi corazón o me despiste, cuando no pronuncie palabras a conciencia sino meras repeticiones, cuando al adorar a Dios mi corazón no se quebrante, cuando al servir a los demás mi espíritu no se inquiete, cuando el pecado no me genere sensación de culpa, cuando no sienta necesidad de entregarme a los necesitados de la sociedad, cuando mi corazón solo vea los errores y las faltas ajenos y no la gracia y la misericordia de Dios, cuando esté siempre a la defensiva, cuando, cuando, cuando... hazte presente en mi alma para coger gusto por lo espiritual! ¡No permitas que me convierta en alguien insensible a todo lo que tiene que ver con lo espiritual! ¡No permitas que lo mundano prevalezca en mi vida! ¡Concédeme mucha sensibilidad espiritual para gozar de una vida cristiana plena!
El Salmo 1 nos sirve hoy para meditar cantando:

martes, 25 de abril de 2017

Como luz del cirio pascual

Orar con el corazon abierto
Meditaba ayer contemplando el cirio pascual la belleza del significado de la Pascua. Con el testimonio del Cristo vivo y resucitado, la Pascua es la luz que alumbra sobre las tinieblas del mundo, la hermosura que se trasluce sobre tantas mascaras que encubren la maldad y fealdad de esta sociedad desacralizada, la bondad que vence al mal, la vida que vence definitivamente a la muerte, el perdón que se impone al odio y el rencor, el bien que supera el mal, la esperanza que ilumina cualquier desazón, la alegría que difumina la tristeza,  la paz que derrota a la violencia... pero soy yo, cristiano comprometido, el que tiene que mantener viva cada día la llama incandescente del cirio pascual. Solo alumbrando en mi entorno y dando luz a los demás dejaré testimonio fe de esa verdad de que ¡Cristo ha resucitado!
Y quiero ser testigo de la luz. Quiero ser luz pascual. Quiero ser cirio encendido en medio del mundo. Quiero ser luz de verdad. Quiero ser luz que ilumine el camino de la vida. Quiero ser luz siempre encendida para iluminar los corazones en tinieblas, tristes, heridos, sufrientes, doloridos... Quiero ser luz de la Palabra para transmitir la verdad de las enseñanzas de Cristo, esa Buena Nueva de esperanza, sabiduría y amor. Quiero ser luz en mis afanes cotidianos, en la realidad de mi vida, con mis errores y aciertos.
Quiero a la luz de Cristo contemplar las heridas en sus manos y sus pies y la llaga de su costado en las mías y en las de mi prójimo. Contemplar el glorioso rostro transfigurado de Cristo en la mirada del hermano.
Quiero ser luz que de amor. Y para lograrlo debo vivir en verdad, en autenticidad, en honradez, con paz interior, con total honestidad, con serenidad, con bondad y con limpieza de corazón.
Cristo es la luz. Soy cristiano y esta luz me propongo hacerla brillar.

¡Señor, con los salmos te canto: Tu Palabra es una lámpara para mis pasos y una Luz en mi camino, Dios mío, mírame, respóndeme, llena mis ojos de luz; Envía tu Luz y tu verdad, para que me enseñen el camino que lleva al lugar donde Tú habitas! ¡Señor, Tu dices «Yo soy la Luz del mundo. El que me sigue tendrá la Luz que le da vida y nunca andará en oscuridad», hazme luz para los demás! Fortalece, Señor, mis flaquezas para anunciar tu Palabra y que tu Luz resplandezca en mi vida y sea llama viva en mi corazón! ¡Señor, dame un corazón pobre, humilde, sencillo, compasivo, servicial, sufriente con el que sufre, entregado, dócil, generoso, transparente y misericordioso que siga tu voluntad y la haga ley en cada uni de mis quehaceres cotidianos!  ¡Señor, sé Tu mi luz y ayúdame a ser una pequeña luz en medio de este mundo desorientado que tanto necesita encontrar a Dios para dar sentido a su vida!
Enciende una luz, cantamos hoy con Marcos Witt:

Así te Hablaría Dios

Haz suyas tus palabras para rezarle desde tu corazón

Si nadie te ama, mi alegría es amarte.
Si lloras, estoy deseando consolarte.
Si eres débil, te daré mi fuerza y mi alegría.
Si nadie te necesita, yo te busco.
Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.
Si estás vacío, mi ternura te colmará.
Si tienes miedo, te llevo en mis brazos.
Si quieres caminar, iré contigo.
Si me llamas, vengo siempre.
Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte.
Si estás cansado, soy tu descanso.
Si pecas, soy tu perdón.
Si me hablas, trátame de tú.
Si me pides, soy don para ti.
Si me necesitas, te digo: estoy aquí dentro de ti.
Si te resistes, no quiero que hagas nada a la fuerza.
Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos.
Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.
Si eres infiel, yo soy fiel contigo.
Si quieres hablar, yo te escucho siempre.
Si me miras, verás la verdad en tu corazón.
Si estás en prisión , te voy a visitar y liberar.
Si te marchas, no quiero que guardes las apariencias.
Si piensas que soy tu rival, no quiero quedar por encima de ti
Si quieres ver mi rostro, mira una flor, una fuente, un niño.
Si estás excluido, yo soy afiliado.
Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote.
Si no tienes a nadie, me tienes a mí.
Si eres silencio, mi palabra habitará en tu corazón.

domingo, 23 de abril de 2017

Toca mi herida, Jesús

Necesito sentir que soy amado personalmente

Jesús llega y entra en la sala donde están los suyos. Les entrega su paz. Hasta tres veces se la da en este evangelio: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: – Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros”.
Los discípulos esperan con miedo. Temen morir como el maestro. No saben si Jesús vive o sigue muerto en el sepulcro. No saben si tienen que regresar o no a Galilea. Dudan. Viven con impaciencia este tiempo de espera. Con las puertas cerradas para que nadie irrumpa en sus vidas. Tienen miedo. Se protegen.

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Decía la misionera Victoria Braquehais: “La incapacidad de dialogar y el miedo al otro nos ciegan. El miedo al otro nos vuelve muy agresivos, en contraste con la cultura del diálogo.
No quieren morir. Tienen miedo al otro. Al diferente. Temen correr la suerte del maestro. Ellos son de Jesús. Tienen su acento. Vienen de Galilea. Llevan en su alma la impronta de Jesús. Temen ser reconocidos. Y se esconden. No quieren entrar en diálogo con nadie. Han cerrado todas las puertas. Han construido muros. Han levantado diques.
Muchas veces mi corazón está turbado y con miedo. Se esconde. Evita el diálogo. Vivo a la defensiva porque temo perder tantas cosas en el camino. Me asusta el mundo y lo que pueda suceder. Me asusta el otro, el diferente. Todo en esta vida es muy incierto. Puedo controlar muy pocas cosas. Por eso mi miedo me hace vivir con las puertas cerradas.
Temo la muerte. Y veo muy lejos el cielo prometido. Me dicen que Jesús está vivo. Que camina a mi lado. Pero yo vivo con las puertas cerradas por miedo a los hombres. No me abro a la presencia de Dios porque me asustan sus planes.
Y Jesús llega hasta mí, como llegó a ellos ese día, estando las puertas cerradas. Llega a su aislamiento. Atraviesa su corazón protegido. Rompe sus miedos. Les da su paz y ellos, asombrados, se llenan de alegría. Lo reconocen. El resucitado lleva las marcas del crucificado.
La señal de Jesús para que lo reconozcan son sus heridas. Les enseña las manos y el costado. Les muestra su gran amor. Sus clavos. La lanzada en su corazón. Se llenan de gloria sus cinco heridas. Se llenan de luz sus señales. No desaparece por completo su cicatriz. Porque Jesús es para siempre el Dios herido por amor.
Me impresiona mucho esa escena. Jesús les muestra las manos y el costado. Y ellos se llenan de alegría al reconocerlo. Es Él. Su Señor. El mismo de siempre. El que caminó a su lado. El que los llamó en el lago. El que vivió con ellos compartiendo la aventura de la vida. El que les habló al corazón y sanó su dolor y su enfermedad.
El que les contó de un amor más grande para el que fueron creados. El que los abrazó con ternura en su soledad. El mismo que murió en la cruz y fue atravesado por los clavos y la lanza, mientras Él perdonaba.
Siempre me conmueve este momento de encuentro. ¡Cuánta alegría al ver su rostro y sus heridas! ¡Qué felicidad más grande! No lo esperaban. O tal vez lo soñaban. Era un deseo íntimo, inconfesable por ser demasiado imposible. No caben en su asombro. Lo reconocen y se alegran. Con una alegría que ya no los dejará nunca.
Las heridas son la señal. No hace un milagro para que lo reconozcan. Sólo les muestra sus heridas. Ya no son motivo de miedo, de dolor, de fracaso, de desaliento, de desesperación, de culpa. Son motivo de alegría, porque Él ha vencido el dolor. Ha vencido a la muerte. Vive. Para siempre vive.
Jesús entra en sus vidas y desaparece el miedo. Tenían miedo antes. Se defendían del mundo. Estaban heridos como Jesús y temían el rechazo. Y Jesús llega a ellos para darles su paz. Para que puedan salir al mundo y no le tengan miedo al otro. Les da fuerza para que sean capaces de romper sus barreras llenas de prejuicios y dialogar amando. Yo también deseo esa paz de Dios en mi vida. Esa paz que sólo viene de Jesús y me abre al mundo.
Tomás no estuvo ese día en que Jesús llegó a su casa. Nunca sabremos los motivos. Simplemente no se encontraba allí: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: – Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.
Sus hermanos le cuentan lo que ha ocurrido. Le hablan de la alegría que embarga sus corazones. Jesús está vivo. Y ellos llenos de paz y del Espíritu. Y no comprenden del todo lo que está pasando en sus vidas. Antes estaba todo negro. No había esperanza. Ahora la vida se llena de luz en un amanecer inesperado.
Le hablan del amor de Jesús y de sus heridas. ¡Cómo no contar lo ocurrido con el corazón radiante y la sonrisa en los labios! Sí, Jesús, que tanto los amaba, había vuelto. Estaba muerto y ahora vivía. Y ellos lo habían visto. Era Él.
Tomás no creyó en sus palabras. Más aún, no creyó en el amor de Jesús. En su corazón se preguntaría por qué no había venido cuando él estaba en la casa. Por qué había elegido ese momento de su ausencia. Le dolería el corazón. Jesús no había venido para verlo a él. Y duda, no cree. Muestra su herida.
Quiere meter la mano en su costado. Quiere pruebas de su amor. Quiere tocarlo él mismo. Ver sus heridas. Reconocerlo. No cree en sus amigos, en sus hermanos. Siente un dolor muy hondo. Como si se abriera una herida antigua de su alma. La herida de no sentirse amado. Esa herida que todos llevamos grabada en el alma.
Esa herida que se abre al nacer en un llanto que nos da vida. Esa herida que me duele tanto. Yo no soy el amado. Yo no soy elegido por su amor. Yo no soy tan querido como otros. La herida del desamor es la que más me duele. La de no haber sido mirado, valorado, tomado en cuenta, amado profundamente y de forma personal.
La herida de Tomás sangra. Tiene rabia. ¿Por qué, justo, no estaba yo? Quizás me cuesta reconocer mis sentimientos tan impuros. Quizás Tomás no cree que Jesús lo ama. Y le duele que los demás tengan algo que Él no tiene y que desea con todas sus fuerzas.
Casi hubiera preferido que no estuviera vivo Jesús a que no lo amara personalmente a Él. No puede vivir con eso. Hay tanto de dolor ahí… Me veo reflejado. Necesito sentir que soy amado personalmente. Es su herida. Es mi herida de amor. Y a lo largo de la vida esa herida se hace más honda o va sanando. Esa herida es la que me une a Jesús herido. Esa herida se amolda a su mano perfectamente. Igual que yo entro perfectamente en su herida.
Esta madrugada oraba: “Jesús, te entrego mi dolor por mis límites, por mi impureza, porque no sé mirar bien. Perdón por mi orgullo y mi vanidad. Por buscarme a mí mismo. Porque sangran mis heridas al no sentirme amado y valorado. Porque me cuesta que me organicen la vida. Es mi orgullo y me duele que me quieran cambiar mis planes. Y alejarme de todo lo que amo. Y me cuesta querer responder a las expectativas de los demás. Y me duele ser tan pobre y frágil. Tan fácil de herir. Tan poco resistente a las críticas y juicios. Tan vulnerable en mis esclavitudes. Y siento dolor por mi fragilidad que me lacera el alma. Y quisiera ser distinto. Y no puedo. Y Tú vienes a mí y me llamas por mi nombre. Y yo te quiero”.
Esta oración expresa el clamor de mi alma. De mi corazón que se sabe pequeño y sufre. Yo quiero tocar la herida de Jesús. Quiero que venga por mí, no me importa que venga por los otros. Quiero verlo yo.
Muchas veces la voz de Tomás es la mía. Grito que quiero ser amado, reconocido, tomado en cuenta. Grito desde mi propia herida de amor. Esa herida que llevo me hace desconfiado del amor de los hombres. Y me escondo. Y me protejo.
Esta herida de amor me hace esquivo, me coloca a la defensiva, construye muros para evitar más dolor, más daños. Esa herida de amor me aísla cuando es eso lo contrario de lo que deseo. Quiero ser amado. Quiero que me sanen la herida porque yo solo no puedo sanarla. Quiero que venga alguien de fuera a meter su mano en mi herida para calmar el dolor.
Pero grito como Tomás. No creo, dudo, desconfío, ataco, me pongo en guardia. Se despiertan mi ira y mi rencor. No creo en el amor incondicional de Dios, ni en el amor de los hombres que parecen decirme que me quieren. Pero dudo. Tengo miedo de ser rechazado y que la herida de amor vuelva a abrirse.
Y entonces Jesús vuelve a los ocho días. Acaba la octava de Pascua con Tomás. Ocho días de apariciones a los suyos. Jesús se aparece a los que quiere. Llega hasta ellos y calma su sed. Y hoy, a los ocho días de su resurrección, se aparece a Tomás: “A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: – Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor Mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.
Y Tomás cree. Con esas palabras que hago mías cada día al tomar en mis manos ese pan que es su cuerpo vivo. Y me conmueve acercarme a la herida de Jesús. Esa herida hecha por una lanza. Por unos clavos. Esa herida del desprecio, del olvido, del miedo. Esa herida de la indiferencia, del odio, del desamor. Esas cinco heridas de Jesús que quedan marcadas como la huella de su amor.
Porque me amó hasta el extremo. Porque me quiso en medio de su dolor. Y viene hasta mí. Como hoy viene hasta Tomás. Porque no se ha olvidado de él. Dios va a buscarme donde esté, aunque haya fallado, aunque haya caído. Este es el Dios en el que creo. El que se hizo hombre por un amor inmenso. El que murió por un amor sin medida. El que va a buscar a cada hombre allí donde esté con un amor sin condiciones y gratuito.
Por eso sé que merece la pena amar sufriendo. Porque el sufrimiento en el amor tiene un sentido muy hondo. Todo aquel que ama sufre. Es un amor crucificado y redimido. No es comprensible un amor sin sufrimiento. Por eso Jesús no vino a eliminar el sufrimiento.
En una cultura que no desea sufrir, el ideal es eliminar todo sufrimiento de mi vida. Y cuando ese es el objetivo que persigo, dejo de encontrarle sentido a lo que hago. Porque por más que lo intento, no logro abolir del todo el sufrimiento. Vuelvo a sufrir de nuevo. Lloro y temo.
Y me resuenan las palabras de Paul Claudel: “Dios no vino a suprimir el sufrimiento. No vino ni siquiera a dar una explicación. Vino a llenarlo de su presencia”.
Miro esa sala del cenáculo, en la que se encuentran escondidos, llena de la presencia de Jesús. Entiendo que el objetivo de mi camino no es no sufrir. El sufrimiento forma parte de mis pasos. Eso me alegra. No lucho como un loco contra un destino ineludible.
Simplemente, como un niño, acepto la vida en su verdad. Y toco con mis manos las heridas de Jesús, mis propias heridas. Les pongo nombre a mis llagas. Son cinco. Tienen mi historia, mi pasado, mi presente, mi futuro. Sé que Jesús me reconoce en ellas. Son distintas a otras. Son las mías. Jesús sabe cómo son, de dónde vienen. Le duelen casi más que a mí, porque no soporta ver sufrir a los suyos.
Yo me afano por ocultarlas, por esconderlas detrás de puertas cerradas. Y Él pasa por esa puerta cerrada para tocar mi herida. Al tocarla me reconoce. Me eleva por encima de mi dolor. Y me recuerda cuánto me quiere.
Eso fue lo que le dijo a Tomás ese día. Le dijo que lo amaba con locura. Que el primer día vino por diez hombres temerosos. Y hoy había vuelto sólo por él, su hijo herido. Y seguro que se calmó el dolor de las heridas de Tomás.
Yo me siento como Tomás. Creo porque he visto. Porque Jesús también ha venido a mí a tocar mis heridas. A dejar que yo toque las suyas. Y me olvido a veces. A lo mejor lo mismo le pasó más tarde a Tomás, y se olvidó de ese día. No lo sé. Yo me olvido y eso que Jesús ha venido a mi tierra solo por mí, para tocar mi herida, para que yo toque su herida. Para que descanse en su amor incondicional que me quiere más que a nada.
Su incredulidad se convirtió para Tomás en la experiencia de fe más grande de su vida. Su herida de amor se convirtió en la experiencia de amor personal más fuerte. Jesús vino sólo por él. Jesús hizo caso a su petición absurda y dejó que metiera sus manos en la herida de su costado y de sus manos.
Le suplico en mi mentira, en mi incredulidad, que venga a mí, que vuelva por mí y que toque esa herida de amor que escondo. Que me deje tocar sus heridas con respeto sagrado. Y me deje tocar también con cariño las heridas de los hombres.

Hoy nos acompaña la canción  Las Llagas de Jesús:

Unir mis manos a las de Cristo

desde Dios
En el pequeño crucifijo que me acompaña siempre no se distinguen las manos de Jesús. Pero hoy me las imagino. Son las manos recias de un carpintero que tanto bien hicieron pero que llevan el signo de la crucifixión.

Quiero unir mis manos a las de Él. A esas manos que se posaron sobre las cabezas de tantos para sanar sus vidas y curar sus enfermedades, que tocaron los ojos de los ciegos para darles la vista, que tomaron las manos de los paralíticos para levantarlos, que apaciguaban a los que sufrían, que acariciaban a los niños que se encontraba por el camino, que secaban las lágrimas de aquellos que estaban desesperados, que cogían las manos de su Madre para pasear por Nazaret, que desenrollaban serenamente los rollos de aquellas escrituras que leía en las sinagogas de Galilea, que dejaban un sencillo trazo en la arena antes de invitar a tirar la primera piedra, que elevadas al cielo oraban ante el Padre. Pero, sobre todo, eran las manos que multiplicaron los panes y los peces y bendijeron el pan y el vino en la Santa Cena.
Las manos de Cristo transmitían amor, esperanza, ternura, generosidad, misericordia. Eran manos siempre dispuestas a la entrega y al servicio. Todo está resumido en la Cruz.
Cristo prefirió dejar en sus manos y en sus pies las cicatrices de la Pasión. Es la evidencia de que desde el cielo Dios se hace cargo de nuestro dolor y de nuestros sufrimientos, pero también como un signo de escucha de nuestras plegarias y nuestras aclamaciones.
Tomo el crucifijo y beso cuidadosamente esas dos manos y esos pies heridos por mi y perforados en la cruz. Me siento compungido por esas manos bañadas en sangre pero también alegre porque esas manos con la huella de la Cruz sirvieron para anunciar la victoria de Cristo sobre la muerte.
Son manos llagadas que sólo rebosan un amor inconmensurable. Así pueden ser también mis pequeñas manos, manos que rebosen esperanza, amor, misericordia, generosidad, servicio... manos que abiertas, como las de Jesús, acojan al prójimo, al necesitado, al sufriente. Manos que humildemente abiertas sean testimonio de oración, de acción de gracias, de alabanza y de súplica.
Hoy más que nunca deseo unir mis manos heridas a las manos llegadas de Cristo. Sólo él sabe de verdad cuánto duele el sufrimiento pero unidas mis manos a las de Él llegará la sanación que mi corazón tanto necesita.

¡Señor, quiero ser tus manos extendidas y abiertas para coger al prójimo! ¡Señor, quiero ser tus manos para abrazar con cariño aquel que se acerca a mi para buscar consuelo! ¡Señor, quiero ser tus manos para retirar la venda de aquellos que no sean capaces de ver tu misericordia, tu amor y tu perdón porque tienen los ojos cerrados a la fe! ¡Señor, quiero ser tus manos para llevar alegría a los que sufren, a los que están solos, a los enfermos y a los desesperados! ¡Señor, quiero ser tus manos que forjaron esperanza, manos de carpintero desgastadas por el uso, encallecidas, pero que labraron vida y dieron esperanza a tantos! ¡Señor, quiero ser como esas manos tuyas bañadas de sangre que muestran el signo de la Cruz pero que rebosan paz, amor, misericordia, perdón, amistad y salvación! ¡Que mis manos, Señor, sirvan sólo para bendecir y no para inmovilizar, agarrar y destruir! ¡Mi destino, mi futuro y mi vida está en sus manos, Señor, en ti confío! ¡Señor, un día tus manos marcadas por las cicatrices que duraran toda la eternidad se abrirán en las puertas del cielo para recibirnos a todos en la vida celestial; eso es lo que deseo Señor, que me acojas con tus manos santas, que me bendigas cada día a mí y a todas aquellas personas que caminan junto a mí por las sendas de la vida! ¡No permitas, Señor, que caiga en tentación; ya Satanás intentó destruir tus manos santas que llevan escritas en su palma todos los nombres de los hombres! ¡Eleva tus manos, Señor, para librarme de la tentación! ¡Pongo en tus manos mi vida y mis cosas para vivir acorde a tu voluntad! ¡Entrego mis manos abiertas a tus proyectos, Señor, y el servicio de la comunidad! ¡Me pongo a tus pies, Señor, y dispongo mi corazón para que tus manos me bendigan y me llenes de tu vida en este tiempo de conversión!
Abiertos los brazos es el título de la canción que presentamos hoy:

sábado, 22 de abril de 2017

Hoy descubrí que me falta fe

¡No hay imposibles para Dios!

San Juan Bautista proclamó que Jesús era el hijo de Dios… no debe haber sido fácil hacer esta afirmación cuando un rey quería tu cabeza en una bandeja de plata… ¿qué hacía que san Juan no tuviera miedo si no gozaba ni de poder, ni de dinero, ni de amigos importantes…? Lo único que tenía en abundancia era fe en Dios.
Y es que la fe del Bautista fue más grande que las amenazas de Herodes, su confianza Dios le quitó el miedo y alegremente anunció la venida del Hijo de Dios. ¡Sería maravilloso que tuviéramos una fe así de profunda! Nuestra vida sería bien diferente…
Muchos vivimos en una angustia constante, o con una tristeza bien arraigada… sin duda en esos momentos nos falta más fe para saber que Cristo nunca nos dejará solos y que nos sacará bien librados de todos nuestros aprietos.
Creamos en Dios en medio de las dificultades
Todos con facilidad decimos que creemos en Dios cuando nuestra vida es bendecida, cuando no nos falta nada, cuando nuestra familia está bien, pero la verdadera fe se prueba en medio de las dificultades.
Piensa en los santos: aunque sufrían persecuciones, hambre, soledad, enfermedades, calumnias y demás… tenían su fe bien firme en Dios y no temblaban porque sabían que el que tiene la última palabra es Dios. Su fe les decía que nada ni nadie los separaría del amor de Cristo, el cual era su protector, y antes bien en medio de las dificultades su confianza en Dios les aumentaba las fuerzas y la alegría; incluso en la cárcel daban gloria a Dios, en el martirio sonreían y sin dinero hacían grandes obras.
Ahora te pregunto a ti: ¿tiemblas ante las dificultades? Y si tu respuesta es “sí”, necesitas aumentar tu fe para descubrir que Dios es más grande que todos tus problemas, más fuerte que cualquier enemigo, más poderoso que cualquier dificultad…
Creamos en Dios en la enfermedad
Lamentablemente la enfermedad en algún momento toca nuestras vidas o las de nuestros seres queridos y cuando esto ocurre no sabemos qué hacer y nos angustiamos… pero conozco muchas personas que aunque están en fase terminal se les ve tan serenas y alegres que desconciertan, y preguntándoles cuál es su secreto te afirman que Dios está detrás de esa paz, dándoles fortaleza.
Cuántos de nosotros ante una enfermedad nos ponemos tristes, nos deprimidos, incluso nos enojamos con Dios y le reclamamos: ¿por qué a nosotros, Señor?
El problema no es la enfermedad, sino la falta fe, necesitamos poner nuestra esperanza en el buen Jesús que pasó toda su vida sanando enfermos y dando esperanza a los que lo necesitaban. Así es que si la enfermedad te hace tambalear, ¡aumenta tu fe y descubrirás que no hay imposibles para Dios!
Creamos que Dios nos ayudará a cambiar
Los grandes santos tienen metas bien altas, pero la primera es cambiar de vida, alejarse del pecado. No es suficiente con decir que tenemos fe, ella nos tiene que ayudar a detenernos cuando queramos hacer el mal, a detenernos de recaer en nuestros vicios, a detenernos cuando la violencia llene nuestro ser, ¡nuestra fe debe ayudarnos a ser santos!
Hay personas que me dicen que ya lo intentaron todo, que no pueden cambiar y portarse bien, ¿no será más bien que les falta fe en que Dios tiene el poder para ayudarlos a cambiar? Necesitamos comprometernos y ser mejores cada día, tú y yo sabemos a qué debemos renunciar, ánimo, aumenta tu fe y pronto santo serás.
De antemano a todos nos falta fe, no importa qué tan cercanos estemos a Dios, llegan momentos tan difíciles que nos hacen caer, pero no te rindas, con humildad dile al Señor: “Mi Dios creo en ti, pero aumenta mi fe”. Con una fe tan sólida como la de san Juan Bautista podrás estar en paz en medio de cualquier tormenta, no te canses de pedirle al Espíritu Santo que te regale el don de la confianza en Dios y verás que serás prácticamente invencible ante cualquier persona o problema.
La fe mueve montañas, ¡créelo de corazón!

Cómo ganar la indulgencia plenaria el día de la Divina Misericordia

Este domingo celebramos la Divina Misericordia, fiesta muy importante que fue instituida por San Juan Pablo II según la petición de Nuestro Señor Jesucristo a Santa Faustina Kowalska. ¿En qué consiste esta devoción? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo se reza la Coronilla de la Divina Misericordia?

Nuestro Señor se apareció desde 1931 a 1938 a la religiosa polaca Santa Faustina Kowalska, confiándole la difusión de la devoción a Su Divina Misericordia. Estas revelaciones las escribió Santa Faustina en un diario, por indicación de su director espiritual.   
La Divina Misericordia es una devoción centrada en la enseñanza de la misericordia de Dios y Su amor infinito por la humanidad. Esa misericordia y ese amor lo pone Jesucristo a disposición de todos los hombres, especialmente a los más pecadores.
San Juan Pablo II canonizó a Santa Faustina Kowalska en el año 2000 y ese mismo año instituyó la Solemnidad del Domingo de la Divina Misericordia, para que se celebrara cada año el domingo siguiente al Domingo de Resurrección.
Dada la importancia de esta fiesta, la Iglesia ofrece una indulgencia plenaria para hacer que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración. Fue San Juan Pablo II quien estableció que el Domingo de la Divina Misericordia se enriqueciese con la indulgencia plenaria para que los fieles recibiesen con más abundancia el don de la consolación del Espíritu Santo y cultivasen así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y una vez obtenido de Dios el perdón de sus pecados, ellos a su vez perdonen generosamente a sus hermanos.
Para ganar esa indulgencia plenaria, hay que hacer lo siguiente:
  • Confesarse
  • Acudir a la Santa Misa de la Fiesta de la Divina Misericordia
  • Comulgar
  • Tener la disposición interior de un desapego total del pecado, incluso venial.
  • Rezar por las intenciones del Papa un Padrenuestro y un Avemaría, u otras oraciones

En el día de la fiesta de la Divina Misericordia, les recomiendo que cuando sean en sus respectivos países las 3 p.m., hora en que murió Jesucristo, recen la "Oración de las tres", cuyo texto es: 

Oración de las tres dictada por Jesús a Santa Faustina Kowalska

Expiraste, Jesús, pero Tu muerte hizo brotar un manantial de vida para las almas y el océano de Tu misericordia inundó todo el mundo. Oh, Fuente de Vida, insondable misericordia divina, anega el mundo entero derramando sobre nosotros hasta Tu última gota.
Oh, Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, manantial de misericordia para nosotros, en Ti confío.

El Señor le dijo a Santa Faustina Kowalska lo siguiente sobre la oración de las tres:
A las tres de la tarde en punto, implora Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y, aunque sea por un breve momento, sumérgete en Mi pasión, particularmente en Mi abandono en el momento de la agonía. Esta es la hora de la gran misericordia para todo el mundo. Yo te permitiré entrar en Mi dolor mortal. En esta hora, Yo no rehusaré nada al alma que Me pida algo en virtud de Mi pasión.

Entender la cruz junto a María

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Cuarto sábado de abril con María en nuestro corazón. Un día para tener muy presente a la Virgen que con tanto sufrimiento acompañó a su amado Hijo en el camino de su Pasión. Y en este caminar después de la Resurrección aprendimos de Ella esa lealtad, ese amor incondicional y ese cariño de Madre cuando todos habían abandonado a Cristo, como hago yo tantas veces vencido por la comodidad y el desánimo de cada día. Toda la vida es semana de Pasión porque hay muchas cruces que llevar, por eso quiero ir de la mano de María en esas horas amargas de profundo e intenso dolor por ese Hijo que murió para redimirnos del pecado.

Estos últimos días he mucho observado mucho sufrimiento humano en diversas circunstancias y en ambientes diferentes. Pero esas vivencias me han permitido entender también que la Cruz de Cristo entra en el orden humano de la cosas y que el sufrimiento, como el que padeció María, y como el que sufrimos todos, tiene un elemento maravilloso de corredención porque proviene de Cristo mismo y porque, aunque sea difícil de entender, permite colaborar con Él en la redención del mundo.
Cualquier historia humana es una historia de dolores, de sufrimientos, de aflicciones. Pero eso no le da un cariz negativo a la vida. En el padecimiento también surge el amor. Y ahí está el ejemplo de la Virgen. Sufre por Cristo porque lo ama. Trata de consolarle porque lo ama. Padece con Él porque lo ama. Obedece la voluntad del Padre porque ama. Y en esa fidelidad es testigo de la Resurrección. Ese es el amor sin medida. Y donde todo se hace por amor está la plenitud, sentido final de la creación del mundo.

¡María, Señora de los dolores y del amor hermoso, dame la fortaleza para aceptar todos los sufrimientos de mi vida! ¡Y cuando me embargue el cansancio, o el dolor, o la tristeza, o la indiferencia de la gente, o la amargura por mis fracasos, o el sufrimiento por la enfermedad, o la incertidumbre por la carestía económica, o el abandono de los que pensaba eran mis amigos… ayúdame a postrarme a los pies de la Cruz como hiciste Tu Madre, y que siga tu ejemplo de amor en la dudas que me atenazan! ¡Que mi amor a los demás sea un amor sincero y desmedido! ¡Y al igual que hiciste Tu, María, ayúdame a apartar mis yos, a olvidarme de mi mismo para poner por delante a Dios y todos los que me rodean por amor a Tu Hijo! ¡Quiero acogerte, María, en mi corazón de piedra; necesito de tu presencia porque en mi pequeñez, contando con tu ayuda, podré tener una relación más estrecha con Cristo y comprender que todo dolor en mi vida, si lo sé llevar con ánimo cristiano, es un acto verdadero de amor!
Un Stabat Mater para este sábado acompañando a María los días previos a la pasión de su Hijo:

Depositar la confianza en Dios

orar con el corazon abierto
¿Cuántas veces te has preocupado o desesperado con los problemas que parecen no tener solución? ¿Cuántas veces esperas que Dios haga un milagro en tu vida? ¿Cuántas veces buscas una salida, una alternativa, una mínima esperanza y no aparece ninguna? ¿No te ha sucedido alguna vez que debido a los problemas personales, a las dificultades económicas, a las contrariedades de la vida, a los problemas profesionales todo se vuelve oscuridad y te dan ganas de desaparecer, de tirar todo por la borda y mudarse a algún lugar donde nadie te pueda encontrar? Hay veces que uno siente esa necesidad pero, ¿es esa la decisión más correcta? ¿Logramos solucionar con esta medida todos nuestros problemas?
Los problemas son copilotos ocasionales de nuestra vida. Cuando nos mostramos infelices es porque nos olvidamos de depositar toda nuestra confianza en Dios. Él es el único que está a nuestro lado a tiempo completo. Él es el único que nos ampara para asistirnos en los momentos de felicidad y de dificultad.
Me decía un amigo que le resultaba difícil entender mi serenidad por los muchos problemas que me rodean. La respuesta es simple: “Confío plenamente en el Señor”. Ya sé que Él no me promete una vida fácil, pero siento que camina a mi lado, que está siempre conmigo en todas las situaciones de la vida, dándome las fuerzas para enfrentar las dificultades. No somos nosotros quienes tenemos el destino en nuestras manos. Es Dios quien lleva la brújula de nuestra vida y toma la iniciativa. Nosotros podemos seguir el rumbo que Él marca o seguir otro camino.
El principal problema del hombre Dios ya lo ha solucionado. Es la condena eterna que fue pagada por Jesús. A partir de su muerte en la Cruz Cristo nos prometió estar a nuestro lado hasta el fin de los tiempos. Por tanto, lo mejor es confiar en Dios porque Él cumple lo que promete. Pídele al Señor con fe que te otorgue su sabiduría y su serenidad para enfrentar los obstáculos que se presentan en tu vida y verás como tu actitud será diferente.

¡Gracias, Señor, porque estás siempre a mi lado! ¡Ayúdame a acrecentar mi confianza en Ti! ¡Tu sabes que es en Ti donde encuentro la felicidad y la tranquilidad para el día a día! ¡Señor, Tú sabes cuando he sufrido, cuánto he llorado, cuantas veces me he sentido tan pequeño, tan poca cosa, tan inservible! ¡Pero también sé, Señor, que nada de lo que he vivido ha sido ajeno a Ti! ¡Por eso, ahora y siempre, te pido Señor que me ayudes a creer firmemente en tu acción todopoderosa sobre mi, que me ayudes a creer en mis posibilidades, a encontrar un sentido a todo cuanto realice en esta vida! ¡Señor, soy consciente que detrás de cada experiencia negativa que he vivido estabas Tu, bendiciéndome y cuidándome! ¡Gracias, Señor, por Tu amor y misericordia! ¡Por eso te pido también que asistas a todos aquellos que sufren, que no confían, que no te conocen, que tienen miedo, que no saben, que dudan porque una sola mirada bastará para sanarles!
Una pieza espiritual, Locus Iste, para acompañar la meditación de hoy:

viernes, 21 de abril de 2017

Los 4 objetivos de la Misa

Compréndelos para vivir aún más profundamente la maravilla de la misa


Adoración

Es el fin latréutico de la misa. Deriva del término griego “latría”, que quiere decir precisamente adoración, alabanza a Dios en señal de reconocimiento de su divinidad; alabanza a Dios porque es Dios, pero no sólo de manera “genérica”, por lo que se puede alabar a Dios en cualquier lugar y momento, sino con la conciencia que en la misa Dios está presente de manera real y física en la Eucaristía, es decir, su Cuerpo y su Sangre donados por nosotros por amor para salvarnos del pecado y de la muerte.

Acción de gracias

Es el significado mismo de la palabra “Eucaristía”, que deriva del griego y significa precisamente “agradecimiento”. Este es el objetivo eucarístico de la misa: agradecer, dar gracias. La misa es la Eucaristía, es agradecimiento, es acción de gracias a Dios por todo lo que recibimos de él – precisamente por el hecho de recibirlo a Él mismo. Dios nos ha dado el don de agradecerle dignamente haciendo que en la misa ofrezcamos nada menos que al mismo Jesucristo en un acción de gracias.

Reparación

Llamada también propiciación o expiación, es el fin propiciatorio de la misa: se trata de reparar el sufrimiento que le provocamos a Dios cuando con nuestros pecados nos alejamos voluntariamente de su amor. Sólo Jesucristo puede expiar dignamente, a través de su sacrificio, las ofensas hechas a Dios. La misa es el sacrificio expiatorio porque vuelve presente, en la Eucaristía, al mismo Cristo en estado de víctima, con su Cuerpo donado por nosotros y su Sangre versada para lavarnos de nuestros pecados. “Esta es mi sangre de la alianza, versada por ustedes, en remisión de los pecados” (cfr. Mt 26, 28).

Petición

Llamada también impetración, es el acto de suplicar a Dios y de presentarle nuestras oraciones. Es el fin imprecatorio de la misa. Jesucristo vive e intercede por nosotros, presentando al Padre su Pasión. Si tenemos ya la promesa de obtener todo lo que pedimos a Dios en nombre de Jesús (cfr. Jn 16, 23), mayor debe ser nuestra confianza si ofrecemos a Dios al propio Jesús que nos ama. Además de ser la oración del mismo Jesús, la misa es también la oración de la Iglesia, que une sus súplicas a las de Cristo.

La sabiduría que viene de Dios

orar-con-el-corazon-abierto
La sabiduría comienza con el silencio. Tanto la palabra como el silencio revelan lo que hay en el interior de nuestro ser, de nuestra alma, aquello que hay dentro de cada uno. Y yo necesito silencio, mucho silencio, porque mi vida ya está de por sí llena de ruidos y alboroto. Por eso, en lo sereno de la oración, Cristo se me presenta como una voz interior que me llama, me susurra, espera mis palabras a veces llenas de alegría y otras de lamentos.

Cuando mis labios permanecen sellados y no dicen nada, el corazón de Cristo también me escucha porque Él es el único que lee en mi interior. Ese es el gran misterio de la presencia misteriosa de Cristo en la vida del hombre. Es cuando reposas a los pies de Jesús cuando puedes atisbar esa voz suave y amorosa del buen Dios, que exclama: “No te preocupes, hijo, porque aquí estoy y nunca te abandono”. Y te sientes lleno de paz y de serenidad interior al comprender que Dios está siempre, por encima de todo, en tus pensamientos, en tus sentimientos, en tu vida misma. Comprendes que Dios lo llena todo. Absolutamente todo. Que está siempre a tu lado, que jamás te abandona ni siquiera en esas noches oscuras que tantas veces cubren la vida. En los momentos más complicados y difíciles en los que caminar se hace pesado. Que su bondad siempre acompaña, que su misericordia no se termina ni se acaba sino que se renueva cada día porque así de sublime es su fidelidad y así de grande es su Amor.
¿Por qué, entonces, no detenerme con más frecuencia a contemplar la belleza de esta sabiduría que viene de Dios?
¡Dios mío, te pido con toda confianza, la sabiduría del corazón! ¡Ayúdame a hacer más silencio para llenarme más de ti! ¡Padre, Tú eres el que quieres entrar en mi intimidad y yo no te lo permito porque hay demasiado ruido en mi interior y a mi alrededor! ¡Entra si quieres, Señor, y dame la gracia para acoger tu revelación en mi! ¡No permitas, Señor, que te cierre el corazón deslumbrado como estoy tantas veces por el resplandor de las cosas mundanas, de mi propio yo, de mi soberbia y mi egoísmo! ¡Señor, siento con gozo que me amas y yo quiero amarte también más a ti, por eso necesito hacer más paradas, hacer más silencio, para encontrar más momentos de intimidad contigo, para abrir mi corazón, para a través tuyo servir a los demás y ser capaz de irradiar esperanza, amor y caridad! ¡Permíteme estar siempre contigo, Señor, sin etiquetas, sin prisas, sin parámetros que fijan distancias, sin normas, sin contrapartidas, simplemente en silencio escuchando tus palabras y saboreando tu presencia en cada uno de mis muchos vacíos! ¡Permíteme, en el silencio, sentado a los pies de tu presencia, recostado en tu regazo de sabiduría, sintiendo tus abrazos de amor y de misericordia! ¡Y en este tiempo de silencio, acoge con magnanimidad mis secretos!
Dame más sabiduría, le pedimos cantando al Señor:

¡Recibiste una carta de amor! No te imaginas de quién

Habla conmigo, desahoga tus angustias y ansiedades que yo siempre tengo tiempo para ti

Hijit@ mío:

Puede ser que tú no me conozcas, pero Yo sé todo acerca de tí, Yo sé cuando te sientas y cuando te levantas, todos tus caminos me son conocidos, conozco cuántos cabellos hay en tu cabeza pues fuiste hecho a mi imagen. Te conocí desde antes que fueses concebido, te escogí cuando planifiqué la creación, tú no fuiste un error, pues todos tus días están escritos en mi Libro, fuiste hecho maravillosamente, Yo te formé en el vientre de tu madre y te saqué de las entrañas de tu madre el día en que naciste. He sido mal presentado por los que no me conocen, Yo no estoy distante ni enojado, sino que soy la completa expresión del amor, manifestado en mi Hijo, Jesús… Y es mi deseo amarte, simplemente, porque fuiste creado para ser mi hijo y para que Yo sea tu Padre. 

Yo soy tu Proveedor y suplo todas tus necesidades, mi plan para tu futuro está lleno de esperanza porque te amo con amor eterno. Mis pensamientos hacia tí son incontables, como la arena del mar, Yo estoy en medio de tí y te salvaré; me gozaré sobre tí con alegría. Nunca dejaré de hacerte bien, si oyes mi palabra y la guardas, serás mi especial tesoro. Deseo plantarte con todo mi corazón y con toda mi alma, deseo mostrarte cosas grandes y maravillosas, si me buscas con todo el corazón, me encontrarás… Deléitate en mí y Yo te concederé los deseos de tu corazón, porque Yo soy el que pongo en tí el querer como el hacer, soy poderoso para hacer en tí mucho más de lo que tú te imaginas. 
Soy el Padre que te consuela en todas tus tribulaciones, Yo estoy cercano a tí cuando tu corazón está quebrantado. Te noto a veces tan distante de mí, que he sentido miedo de perderte para siempre. Ayer te vi muy triste y quise arrancar de ti esa angustia, lo grité a los cuatro vientos pero no me buscaste. Te vi ayer hablando con tus amigos, te vi comer fuera de hora, y recorrí contigo la calle de tu casa, quise mirar con tus ojos eso que guardas y que te provoca tanta nostalgia, y quise que tú me escucharas pero no lo hiciste, y así esperé todo el día. Al llegar la noche te di una hermosa puesta de sol para cerrar tu día, y una suave brisa para tu descanso. Después de un día tan agitado, esperé, pero nunca viniste. Te vi dormir anoche y quise tocar tu frente, envié rayos de luna que se reflejaron en tu casa para ver si te despertabas conmigo, pero seguías en tu sueño. 
Te hablo al oído a través de las hojas de los árboles y el olor de las flores, te grito en los riachuelos de la montaña, doy a los pajaritos canto de amor solo para ti. Te visto con el calor del sol y te perfumo el aire con el aroma de la naturaleza. Me escucharás cuando hagas silencio en tu interior, te intento guiar moviendo en ti buenos deseos, déjate llevar por ellos. No estoy en el más allá… estoy en tu corazón. Regálale una mirada de amor a todo el que te rodea y me descubrirás a cada instante.
Hoy busqué alguien que me prestó sus manos para escribirte, en adelante escribiré en tu corazón si me lo permites, solo dime Si… yo se que es duro vivir en este mundo, realmente lo se, pero si confías en mi, a partir de hoy tendrás nuevas fuerzas. Habla conmigo, desahoga tus angustias y ansiedades que yo siempre tengo tiempo para ti, cuéntamelo todo, llora si quieres, soplaré tus lágrimas para acariciar tu rostro. 
Llámame a cualquier hora del día o de la noche, que yo nunca duermo, y siempre te responderé. Si puedes caminar y mirar con amor el universo, con humildad tu rostro en el espejo, con ternura aquel que te sonríe, con misericordia aquel que te pide compasión, y con perdón aquel que te hizo llorar… mi voz serán tus pensamientos. 
Como el pastor carga a su oveja, Yo te he llevado cerca de mi corazón, un día quitaré toda lágrima de tus ojos y todo el dolor que has sufrido en la tierra. Yo te amo tanto, que envié a mi Hijo, Jesús, para que tengas vida eterna, porque en Jesús es revelado mi amor por tí, Él es la representación exacta de mi ser, Él vino a demostrarte que Yo estoy por tí, no contra tí y para decirte que no me acordaré más de tus pecados. Jesús murió para que tú te reconciliaras conmigo, su muerte fue la máxima expresión de mi amor por tí… Yo lo di todo por ganar tu amor…
Ven a casa y celebraré la fiesta más grande que el cielo haya visto jamás … Yo siempre he sido y siempre seré … Padre, mi pregunta para ti es … ¿Quieres ser mi hijo? … Estoy con los brazos abiertos esperando por tí, Solo tienes que recibir a mi Hijo, Jesús, en tu corazón.

Te abrazo y no me despido, porque sigo a tu lado… ¡TE AMO!

Atentamente: Papá Dios.