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viernes, 31 de marzo de 2017

Esas cosas que tanto me molestan

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El individualismo —primo hermano del «ser» soberbio— se va impregnando cada vez más en nuestros corazones. En el seno de las familias. De la comunidad. De los ambientes laborales. De la vida social. Y aunque no nos damos cuenta las personas nos vamos acomodando a nuestro yo convirtiendo todo lo que nos rodea en secundario porque lo que nos interesa es lo nuestro.
Así, nos molesta mucho que organicen nuestro tiempo porque lo hemos programado para hacer otra actividad. Nos fastidia cuando queremos hacer las cosas a nuestra manera y tenemos que someternos a los dictados y a las sugerencias de otros que nos parecen menos valiosas que las nuestras. Nos produce un profundo malestar cuando alguien habla de cosas que desconoce o de las que no tiene el más mínimo conocimiento porque nosotros si sabemos de lo que hablamos. Nos provoca una profunda desazón cuando nos cambian de improviso los planes o no podemos controlar las cosas o las situaciones. Nos descorazona cuando nuestro orgullo y amor propio queda herido. Juzgamos a este y aquel por lo que hace, dice y piensa que tanto difiere de nuestra manera de hacer, decir y pensar.
En definitiva, si las cosas no son como yo las quiero, las he pensado, las tengo organizadas o las digo me siento molesto. Y ahí surge el orgullo que nos acompaña.
Estas situaciones son tan comunes en nuestra vida que uno se plantea si realmente se producen porque uno no es capaz de amar con esa fuerza y esa plenitud que tiene el amor cristiano. Cuando esto sucede lo más conveniente es pedirle al Espíritu Santo luz para que derrame sobre nosotros la gracia de su amor, la sabiduría y la inteligencia para llenar y transformar nuestro corazón y convertirnos en auténticos apóstoles del amor de Dios. Con esta perspectiva es mucho más sencillo tener paz en el corazón y ver las cosas ajenas con una perspectiva diferente, con mayor sencillez y humildad. A la luz del Espíritu lo que nos molesta de los demás se puede convertir en un mirarnos a nosotros mismos y comprender que el egoísmo nos ciega y nos limita el horizonte de los demás; la humildad es la que abre el camino a la caridad en detalles sencillos, prácticos y concretos de entrega y de servicio.
La soberbia infecta por completo cualquier esfera de la vida. Es como un cáncer interior. Donde se pasea un soberbio todo acaba finalmente malherido: la familia, los círculos de amistad, el ambiente laboral, la comunidad parroquial...
Le pido hoy al Señor que me permita ser siempre una persona humilde que cuando observe algo malo en mi vida sea capaz de corregirlo por mucho dolor interior que produzca. No ser alguien soberbio porque quien lo es no acepta nunca o no es capaz de ver los defectos personales y siempre magnifica los ajenos. ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre y poner un candado a la soberbia para que no entre en mi corazón!

¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a olvidarme de mi mismo, a que todo gire en torno a mí, ya sé que es difícil alcanzar este nivel, porque casi siempre vivo pensando en mí mismo, dándole vueltas a todos esos problemas que jalonan mi vida! ¡Tú, Señor, puedes ayudarme, para que no le no coja regusto a las lamentaciones de mis sufrimientos! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Señor, ayúdame a superar el pensar demasiado en mi mismo, a darle demasiada importancia a los problemas, a relativizar las cosas y a darles su justo grado! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a darme siempre para vivir la caridad y vivir de amor y superar el yo como eje de todos mis pensamientos! ¡Señor, examina mi corazón y revélame cualquier orgullo que se albergue allí para que ningún pecado me interfiera en mi relación contigo y con los demás, para que el orgullo o la soberbia lo endurezcan más! ¡Ayúdame a conocerme mejor y muéstrame siempre el camino de la humildad que, en definitiva, es el camino de la verdad! ¡Hazme ver, Señor, mis pecados y ayúdame a valorar siempre lo bueno de los demás y a valorarlo para mejorar cada día!
«Hazme como Tú, Jesús» es nuestra canción de hoy:

QUINCE MINUTOS EN COMPAÑÍA DE JESÚS SACRAMENTADO

No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías a tu madre, a tu hermano. ¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras que hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado.
Dime por todos una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón ; y ¿no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón especialmente ama?
Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia. Dime francamente que sientes -soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente... ; y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para quitar de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad... ; y poco a poco se vieron libres de ellos.
Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte !
¿Traes ahora mismo entre manos algún Proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué quieres que haga por tu hermano, por tu amigo, por tu superior? ¿qué desearías hacer por ellos?
¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de Mí?
Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio ? ¿quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.
¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella a fuer de buen amigo ?
Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá has visto disipados negros recelos, quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme sencillamente, como un hijo a su padre: « ¡Gracias, Padre mío, gracias!»? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le gusta verse correspondido.
¿Tampoco tienes Promesa alguna para hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquel objeto que te dañó? ¿de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿de no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma ?
¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?
Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio... ; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

La cruz que yo mismo me construyo

Las cosas no salen siempre como uno las tiene previstas. Y, entonces, se vislumbra en el horizonte como un profundo desierto. Cuando te sientes abatido por los problemas, cuando te abate de manera dura la enfermedad, cuando un fracaso te llena de desazón y desconcierto, cuando alguien te juega una mala pasada y te hiere, cuando un juicio malicioso te daña el corazón… circunstancias todas ellas habituales en nuestra vida es cuando hay que ver con mayor claridad la mano de Dios que interviene en esos acontecimientos.
Me sorprendo porque aun sabiendo que la fe sostiene la vida son muchas las veces que no soy capaz de ver como las costuras de Dios van tejiendo el vestido de mi vida, hasta el más insignificante de los detalles que nadie aprecia pero que Dios ha diseñado cuidadosamente porque forma parte de su gran obra. Todo lo permite Dios. Y lo permite desde la grandeza de su amor infinito. Y lo hace con el único fin de lograr que me desprenda de mis oyes y de la mundanalidad de la vida para acercarme más a Él. ¡Pero qué difícil es esto, Dios mío!
Esta falta auténtica de confianza, de fe, de abandono y de esperanza provoca mucho sufrimiento interior. En este momento, la cruz que Dios me envía no es la suya ni no la hago mía porque es una cruz que construyo a mi justa medida. Cuando cargas esta cruz las penas son más pesadas, los disgustos más profundos, las pruebas más dolorosas, las inquietudes más atormentadas y la imaginación te lleva a realidades poco realistas… tal vez para nada porque en muchas ocasiones lo que prevés que sucederá nunca sucede por la intercesión misericordiosa del Padre que se compadece de la fragilidad humana.
El aprendizaje en este camino de Cuaresma es que no puedo crucificarme a mi mismo con mi propia Cruz. Dios lo único que desea es que acompañe a Cristo en el camino hacia el Calvario abandonando el cuidado de mi corazón y de mi alma a la acción redentora de su Hijo para mirar las cosas a la luz de la fe y de la confianza.
orar con el corazon abierto
¡Señor, cuánto me cuesta acostumbrarme a que tu me acompañas siempre, que caminas a mi lado, que no me abandonas nunca! ¡Cuántas veces me olvido, Señor, que mis sufrimientos y mis temores son también los tuyos que sufres junto a mí y haces tuyos mis pesares! ¡Señor, olvido con frecuencia que tu no me abandonas nunca! ¡Concédeme la gracia de confiar siempre en Ti! ¡Concédeme la gracia de verte en cada acontecimiento de mi vida! ¡Enséñame, Señor, como en el silencio de la vida y de los acontecimientos en los que no soy capaz de verte por mi ceguera tu te haces presente y cual es el sentido profundo y certero de lo que quieres para mí y es tu voluntad santa! ¡Ayúdame a dejar de lado esa cruz fabricada a mi medida y llevar la cruz verdadera! ¡Ayúdame a no preocuparme excesivamente por las cosas materiales y abrir más mi alma al cielo! ¡Espíritu Santo, dador de vida y de esperanza, a ti te confío también mis incertidumbres para que me ayudes a que mi alma se libere de todas las preocupaciones materiales y me hagas más fuerte espiritualmente! ¡Concédeme la gracia de ser más confiado, de tener una fe más firme y entregarme sin miedo a las manos extendidas de este Cristo clavado en la cruz que me abraza con amor eterno!
Victoria, tu reinarás, oh Cruz tu me salvarás:

jueves, 30 de marzo de 2017

Ir triste no es el camino

orar-con-el-corazon-abierto
El día va a comenzar a dar sus primeros pasos. Hoy mi rostro al levantarme es el típico de «lunes» aunque en realidad estamos a jueves. A medida que la semana avanza uno trata de mostrarse más abierto, dialogante, tolerante, amable, simpático, generoso... es el fruto del caminar semanal intentando hacer el bien alrededor pero hoy, sin embargo, el rictus es más tenso, oscuro y entristecido. El día de ayer, no fue como el que esperaba y al acostarme es como si una tormenta de agua hubiera empapado todo el cuerpo dejándolo desangelado y tenso. Vuelve esa falta de confianza y ese intentar solucionarlo todo por los propios medios. Pero te levantas y comprendes que el Dios de bondad está ahí iluminando el nuevo día y que uno debe encauzar su vida ajustándose a la voluntad del Padre.
En la acción y alabanza de la mañana uno es consciente de que ir triste no es el camino correcto y que si las expectativas no se han cumplido es por algún motivo, que lo extraordinario va a producirse y que ese cambio que uno espera se convertirá en el haz radiante que la noche agazapó entre las brumas de la incertidumbre. Que cada paso que uno da, por muy pequeño que sea, le va acercando hacia algo mucho mayor. Que uno debe coger su cayado y avanzar sin temer porque quien está a su lado es el mismo Dios y ese no abandona nunca. Dios es aquel que pone su mirada fija en uno, que hace suya la desazón del corazón, que conoce perfectamente cuál es la necesidad que anhela el corazón y corresponderá a su debido tiempo. No permite que nadie quede desamparado. Por tanto ese rostro gélido, tortuoso, triste… de la noche anterior debe ser cambiado y esbozar una sonrisa de confianza, de entrega, por muy insulsa que se vea la salsa de la vida. Dios ya sabe que habrá días grises, los permite, permite que la tristeza se cuele en el corazón del hombre porque entrará por la más pequeña de las fisuras del corazón con su luz sanadora, esa luz que brilla todo, que lo ilumina todo, que da esperanza. Lo que en realidad Dios quiere es que en el interior del corazón pueda latir su voz, que sea plenamente audible porque es la voz que sana, restaura, purifica, lava y transforma. Esa voz viene por la fuerza del Espíritu. Es la voz del Padre bueno, amoroso y misericordioso y anhela que el hijo pródigo regrese pronto y esperanzado a sus brazos abiertos que todo lo acoge.

¡Señor, tú moldeas mi vida como el barro en manos del alfarero por eso te pido que cada día la hagas nueva, porque quiero ser un vaso nuevo que llene de agua viva todo aquello que yo haga, sin miedos y sin restricciones, sin abonarme a la desilusión ni a la tristeza! ¡Espíritu Santo, muéstrame el rostro amoroso y misericordioso del Padre que tanto me ama y tanto me busca; que me perdona cualquier cosa siempre que yo esté dispuesto a volver a su lado! ¡Dios mío, se que tu amor y tu misericordia no conoce límites y que estos los pongo solamente yo que me niego a recibirte! ¡Sana, Padre, cualquier herida que pueda tener; entra en mi corazón, ayúdame a abandonar la desilusión y el pecado y a tener siempre plena confianza en ti que me amas con amor eterno; ayúdame a aceptar esa invitación a reconciliarme contigo, a ser fuente de alegría inacabable como me ha mostrado tu Hijo en esta Navidad pasada cuando, adorándolo en el pesebre, he sentido su mirada de amor y de misericordia que me ha llenado de paz y de alegría! ¡Santa María, Señora de la esperanza y de la misericordia, enséñame a meditar e interiorizar la Palabra de Dios en mi corazón! ¡Ayúdame, Santa María, a renovar mi mirada sencilla sobre la vida como hiciste tú que seguiste al pie de la letra las enseñanzas del Evangelio! ¡Espíritu Santo, no permitas que me enrede en mi vida espiritual y que lo confunda todo, que me engañe a mí mismo, que me complique en tonterías vanas y ayúdame a mirar en lo profundo de la vida, en lo esencial, y lo que me permita sacar conclusiones certeras y acercarme cada día más a Jesús con honestidad, poniendo mi mirada en ese rostro divino lleno de bondad y de misericordia que me tanto ama y que se alegra cuando vuelvo su mirada y corro a abrazarle mientras me espera con los brazos abiertos!
Llévate mi tristeza, le cantamos hoy al Señor:

Diez palabras

Hoy os invito a jugar a las palabras ....




La palabra de dos letras más egoísta: Yo
Evitémosla
La palabra de tres letras más venenosa: Ego
Eliminémosla
La palabra de cuatro letras más usada: Amor
Practiquémoslo
La palabra de cinco letras más rápida: Rumor
Ignorémoslo
La palabra de seis letras más necesaria: Perdón
Apliquémoslo
La palabra de siete letras más satisfactoria: Nosotros
Usémosla
La palabra de ocho letras más agradable: Humildad
Aprendámosla
La palabra de nueve letras más esencial: Confianza
Tengamos fe
La palabra de diez letras más amorosa: Jesucristo
Sigámoslo

lunes, 27 de marzo de 2017

Aceptar con alegría los planes de Dios

orar-con-el-corazon-abiertoSoy plenamente consciente de que si trato de hacer feliz a Dios yo mismo lograré ser mucho más feliz; que si logro hacer feliz al prójimo, más feliz seré yo también. A lo largo de los años he experimentado que cuanto mayor es el abandono en el Señor, cuando mayor es mi confianza en su Providencia, más serenidad, paz y alegría anida en mi corazón. Pero, en ocasiones, confiar en Dios produce vértigo porque lo que se vislumbra bajo los pies es el vacío absoluto. Y en ese momento uno trata de controlarlo y asegurarlo todo con medios humanos.
¿Cuántas veces trato de que Dios acepte mi voluntad y me empeño en que ésta se cumpla poniendo todos los medios para que así sea en vez de tratar de descubrir la suya y aceptar con sencillez las situaciones que Él me presenta? Es en estos momentos cuando mi «Sí» tiene más valor porque Dios me contempla desde mi fragilidad y mi pequeñez, dirige su mirada misericordiosa sobre mí, no se disgusta ante mis decisiones en apariencia erróneas, me toma de la mano al verme tan «desorientado» y no se turba ante la pesadez de mi pecado. Y lanza sobre mí una mirada llena de amor. De Amor con mayúsculas. A mi me cuesta verme como me ve Dios. No soy capaz de abrazarme como lo hace Él conmigo. No soy capaz de ver esa belleza escondida que atesora mi corazón –y en el corazón de los demás- como lo ve Él porque hay mucho egoísmo y autosuficiencia en mi interior. De ahí que tantas veces sea tan exigente conmigo mismo y, por ende, también con los que me rodean.
Dios ha nacido hace más de una semana de nuevo en Belén. Ha traído la luz y la alegría a mi corazón. Una luz y una alegría que me han llenado el depósito de la esperanza, que me recuerda el infinito amor que Dios siente por mí y por cada uno de los hombres. Una luz y una alegría que clarifican mi camino, que me permiten comprender cuál es Su voluntad en mi vida a pesar de los múltiples reveses y adversidades que debo afrontar. Una luz y una alegría que me hace pronunciar un «sí» decidido y resuelto basado en la confianza ciega en la que no cabe bajar los brazos, desesperar y dejarse vencer por el desengaño. Una luz y una alegría que permitan saltar sin miedo al vacío. Y Dios quiere que todo lo haga con amor y con una alegría grabada en lo más profundo del corazón. Por que es allí donde anida Él.
Ese Niño que ha nacido en Belén me muestra que el auténtico camino de la felicidad personal pasa por aceptar con alegría los planes que Dios tiene en mi vida. ¡Señor, desde ahora que sea capaz de hacer siempre tu voluntad aunque tantas veces me cueste aceptarla!
¡Señor, ayúdame a ver que todas las circunstancias de mi vida, las alegres y las aparentemente difíciles, son guiadas siempre por Ti! ¡Señor, hazme comprender que Tú eres el que guía las historias grandes y pequeñas que me suceden! ¡Que Tú eres el Amor más grande y que caminando a tu lado sentiré el amor y seré capaz de transmitir amor! ¡Hazme comprender, Señor, que incluso lo que viene como negativo a mi vida está también impregnado de amor porque es el Padre quien lo permite todo para mi bien! ¡Gracias por este amor inmenso que tienes por mi! ¡Que este sea el anuncio que pueda transmitir a todos los que quieran escucharme: «Dios te ama, Dios me ama»! ¡Espíritu Santo, hazme ver que los caminos y los pensamientos de Dios son mejores que los míos, házmelo entender y comprender! ¡Dame, Espíritu Santo, la serenidad, la humildad y la paz interior para aceptar lo que es la voluntad de Dios porque aunque no lo entienda es lo mejor para mí! ¡Espíritu Santo, sabes que me cuesta entrar en los tiempos de Dios; aplaca entonces mi orgullo y mis pequeñas veleidades humanas, aparta de mi corazón la soberbia y la perspectiva de mi realidad y ayúdame a escoger siempre el camino que me marca el Padre! ¡Hazme ver, Espíritu de Dios, que el único camino cierto y seguro es el que me marca Dios! ¡Dame la prudencia, la sensatez, la vida de oración y la voluntad para ser receptivo a su llamada! ¡Apega mi corazón al del Padre para que puede identificar con más facilidad cuál es su voluntad! ¡Espíritu Santo, exhala tu Santa voluntad sobre mí!
Hoy esta página está de aniversario. Se cumplen dos años desde que, cada día, abro el corazón para llevarlo a los demás. Antes de enviar la meditación oro por los lectores que, de algún u otro modo y por distintos canales, recibirán el texto del día para que cada palabra esté impregnada por la gracia del Espíritu Santo en su corazón y también por las muchas personas que se dirigen a este humilde lugar para pedir oraciones de intercesión. Ruego que le pidas al Señor y a María por Desde Dios para que desde la pequeñez de la palabra ayude a ser transmisor de alegría, esperanza y oración. ¡Qué Dios te bendiga, querido/a lector/a!
Libera, Salve Me, es la plegaria cantada que le hacemos hoy al Señor para que nos ayude a confiar en su voluntad y liberarnos de nuestros miedos:

¿Dónde me lo juego todo?

orar-con-el-corazon-abiertoMis pasos avanzan raudos hacia la Cruz de Belén para entregarle al Niño Dios la pobreza de mi corazón, el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de su cuna. Mientras camino, voy haciendo balance. Medito cómo ha sido su vida en mí y mi recorrido en el año que ha terminado. El pasado ya no tiene importancia. Mis pecados los ha perdonado el Señor. Ya los he confesado antes de girar la última página del calendario y por su infinita Misericordia Dios los ha borrado de mi alma. Es una fuente de tranquilidad. Ya está todo sanado.
¿Qué sucederá en el futuro? Lo desconozco. El futuro no puede ser fuente de incertidumbre. Está en manos de Dios porque Dios es providente. Dios hace que transpire la primavera en el campo, que florezcan los frutos en los árboles, que podamos admirar la armonía de los paisajes, que canten los pájaros al atardecer, que corran las aguas cristalinas de los ríos… si hace todo eso ¿qué no hará por mí? Por tanto, el futuro -como todavía es posible- no tiene que ser motivo de excesiva preocupación. Sí vivir la vida con responsabilidad.
¿Dónde me juego, entonces, todo? En el presente. En el aquí y en el ahora. Este es el punto culmen de mi Salvación. Prepararme para la vida eterna. Por eso voy hacia Belén. Me encamino al portal para no descuidar mi relación personal con Cristo, para ser capaz de dar la vida sin pretender nada, para hacer presente el cielo en la tierra, para luchar sin perder la frescura y la intimidad con Dios, para acrecentar mi fe en Jesucristo porque deseo fervientemente alcanzar la vida eterna. La eternidad es un continuo presente. Cuando hacemos referencia al cielo significamos que la presencia de Dios se hace presente en todo momento y en todo lugar. Su amor se hace presente en el aquí y en el ahora. Y si Dios está aquí y ahora amándome con amor eterno yo debo aprender a vivir en el aquí y en el ahora para experimentar ese amor y darlo también a los demás.
Mis pasos avanzan raudos hacia el portal de Belén para entregarle la pobreza de mi corazón como el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de la cuna del Niño Dios. Y sé que Él me tiene preparado un regalo mayor: su gran Amor.
¡Señor, gracias porque te haces presente en nosotros cada día dándonos tu infinito amor y tu infinita misericordia! ¡Gracias, Señor, porque has perdonado mis pecados, has limpiado mi alma y me has permitido comenzar el año con las fuerzas renovadas! ¡Gracias, Señor, porque me amas tanto que no puedo más que acoger el amor y llenar mi corazón! ¡Gracias, Señor, porque me enseñas que si soy capaz de amar en el aquí y en el ahora el cielo se hace presente en mi vida! ¡Espíritu Santo, enséñame a amar y gustar de la eternidad! ¡Enséñame, Espíritu de Dios, a darme a los demás! ¡No permitas, Dador de Vida, a que mi corazón se cierre al bien y al amor, que se engalane con el egoísmo, la soberbia y la vanidad, que se deje llevar por la comodidad y por los caprichos mundanos, que me apoye en mis propias fuerzas y no en la fuerza del Amor que representa Jesucristo, Nuestro Señor! ¡Señor, me dirijo hacia Belén con alegría por saber que estás esperándome pero también con mis cansancios y mis problemas, con mis muchas limitaciones y con mis enfermedades, con lo que no he podido resolver y con lo que no tengo capacidad de solucionar! ¡Tu me invitas a llegar a Ti tal y como soy! ¡Voy hacia la cueva donde Tú estás, Señor, confiado en que eres el camino, la verdad y la vida! ¡Vengo, Niño Dios, respondiendo a tu invitación y tu llamada! ¡Quiero ir al cielo, Señor, alcanzar la eternidad! ¡Ayúdame Tú que solo no puedo!
Hoy nos deleitamos con este bellísimo villancico inglés: The Infant King (El infante Rey) que, con el corazón abierto, adoraremos al rey de reyes.

Bendita la Cruz si la convertimos en parte de nuestro yo

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Comenzamos  la semana con María en nuestro corazón. La alegría del nacimiento de su Hijo debía ir acompañada del saber qué le esperaba al Hijo de Dios. El sufrimiento es innato al ser humano. Pero nuestro dolor y nuestro sufrimiento sólo tienen sentido desde Cristo crucificado. Eso también lo sabía la Virgen. Allí, en el Gólgota, se materializó la más plena y perfecta donación del Hijo al Padre por nuestra salvación. Lo impresionante es que allí estaba también Ella, postrada al pie de la cruz, en nuestro nombre. Como Madre, la Virgen acogió con entereza aquella redención universal que el Hijo nos regaló con su muerte en el madero. Lo que en ese momento no pudimos hacer —estar al pie de la Cruz—, tenemos ocasión de hacerlo en nuestro día a día, en el aquí y ahora de nuestra propia vida.
María nos da la oportunidad de completar eso que aún le falta a la pasión de Cristo: nuestra respuesta firme y personal, nuestra correspondencia libre y decidida, para que ese don redentor tenga una eficacia absoluta en lo concreto de nuestra vida.
Personalmente muchas veces en mi vida he tratado de apartarme de esa vida de Cruz. A menor sufrimiento, en apariencia más felicidad. Pero estaba engañado. Todos mis pesares y sufrimientos, mis tristezas y mis agobios, mis desánimos y mis cansancios, mis noches en vela, mis renuncias y mis limitaciones, son parte intrínseca de esa pasión de Cristo que tanta salvación ha traído a cada uno de nosotros.
Tanto tiempo empeñado en vivir un cristianismo sin Cruz que, en el momento que menos lo esperaba, esa Cruz llegó. Y tanto tiempo empeñado en vivir una cruz sin Dios que, cuando se hizo presente, esa Cruz me aplastó. Comprender que huir o resignarse es un equívoco requiere mucha renuncia; se trata de aceptar la cruz hasta elegirla, es la única forma de gustar ese gozo íntimo y sobrenatural que Dios reserva a los que desean permanecer junto a su Hijo crucificado. El camino es tortuoso. Para alcanzarlo se requiere de mucha oración y Eucaristía. Yo todavía estoy en párvulos y me queda mucho recorrido para convertirme en doctor, pero algo tengo claro: todo camino de seguimiento del Señor es un camino que termina en la Cruz, un camino repleto de dificultades y persecuciones. Si un cristiano no tiene —y no asume— las dificultades que le depara la vida es que algo no funciona en su vida. ¡Bendita la Cruz si la convertimos en parte de nuestro yo!

¡Madre amorosa y misericordiosa, te he visitado esta Navidad cuando adoraba a tu Hijo! ¡He visto tu cara de alegría por el Nacimiento pero también tu mirada que traslucía lo que tu corazón conserva! ¡Tu, María, has visto con los ojos de la fe lo que en la Pasión de Cristo era todo amor y a los ojos humanos el Amor de Dios destrozado por el pecado; hazme fuerte en los momentos de debilidad y caída para sostenerme a la Cruz! ¡María, Tu que supiste mucho de dificultades cuando la oscuridad se haga presente en mi vida, sostenme y da luz a la débil linterna de mi vida y haz que el brillo de la mañana se convierta en la fuerza para caminar cada día y aunque la sombra de la Cruz parezca por momentos excesivamente pesada intercede ante el Padre para que al igual Tu sepa permanecer a los pies de la Cruz y cargar con ella con fe cuando corresponda!
Lord I offer my life to you (Señor, te ofrezco mi vida) le cantamos hoy al Señor:

domingo, 26 de marzo de 2017

Me he propuesto ser muy egoísta

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Una gran variedad de pecados los cometemos por puro egoísmo y por una ausencia de visión sobrenatural. El egoísmo es un pecado capital, grave por tanto, porque nos lleva a amarnos más de lo que debemos amar a Dios. Y, aún así, hoy me he propuesto ser profundamente egoísta. Muy egoísta. Y aunque el egoísmo se enfrenta al verdadero amor, y me invita a salir de mi mismo para darme a los demás haciéndome uno con ellos, aún así no desisto de mi idea de ser egoísta.
¿Y para qué y por qué quiero ser una persona egoísta? Simple y llanamente para convertirme en alguien mucho mejor. Quiero convertirme en un «egoísta del bien», invertir en mí lo máximo que pueda, porque quiero mejorar como ser humano; porque anhelo vivir y crecer en virtud; porque quiero amar más; servir con más generosidad; santificar mejor mi trabajo; ser más auténtico con mi manera de pensar, hablar y actuar; convertirme en mejor esposo, mejor padre, mejor amigo, mejor compañero de trabajo; ser más fiel a mis principios y valores cristianos; ser más firme en mis creencias para que no se conviertan en veletas que se mueve en función del ambiente en el que me encuentro; ser siempre leal a las personas y a los compromisos adquiridos; estar más preocupado por las necesidades de los demás que de las mías; ser fiel cumplidor de las normas sociales...
Quiero ser egoísta para buscar mi bien desde el corazón, para acoger en él el amor de Dios y darlo a los demás pero sin buscar ventajas sino por mero amor. Quiero invertir en mí todos los recursos de la vida cristiana porque así mi ser estará acorde con la imagen y semejanza de Dios que me corresponde por ser hijo suyo. Quiero ser egoísta para dejarme acariciar por su ternura y sabiduría y cantar así un cántico nuevo; cantar con alegría que el Señor me ha transformado en alguien diferente con la fuerza de su Espíritu.
¿Egoísta? Sí, porque invirtiendo en mí en el camino de la virtud seguro que lograré una gran transformación interior, creceré humana y espiritualmente y mejoraré como cristiano que lleva la impronta de Cristo en su corazón.

¡Señor, concédeme la gracia de ser un cristiano comprometido, consciente, que siempre busque la verdad y el amor, que sea capaz de conocer cuáles son mis limitaciones y mis defectos, que sea valiente defendiendo los valores cristianos y la verdad, que no me hunda ante las dificultades y los problemas, que sea siempre humilde y sencillo, que sea capaz de descubrir siempre tu voluntad en mi vida, que sepa llevar la cruz con entereza y con amor, que convierta mi vida en un dar y no en un recibir! ¡Con tu ayuda, Señor, y con la fuerza del Espíritu Santo sé que será más sencillo conseguirlo! ¡Cuando se me presente la prueba y el dolor en mi vida, Señor, que lo vea siempre como un acto de amor hacia mi y no como un castigo! ¡Concédeme la gracia de verlo como una oportunidad de crecer y caminar más estrechamente unido a Ti y poder demostrarte lo mucho que te amo, la profundidad de mi amor hacia Ti, como una manera de testimoniar de verdad la fe que profeso! ¡Te pido la gracia de la fortaleza, de la sabiduría, de la serenidad, de la fe para madurar como persona y como cristiano, para ser consciente de mi yo, de las cosas que debo cambiar, para ser siempre más comprensivo con las personas que me rodean, para no juzgar, para ser siempre más humano y amable, más misericordioso y condescendiente! ¡Ayúdame a crecer para hacer siempre el bien, para transformar todas aquellas cosas que en mi vida deben ser cambiadas y para que en lo más profundo de mi corazón estés siempre Tu!
Todos valemos lo mismo a los ojos de Dios, cantamos hoy acompañando esta meditación:

sábado, 25 de marzo de 2017

La fe callada

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La fe es hermoso vivirla también en el silencio contemplativo. En lo oculto, en la mirada personal hacia el encuentro con el Padre. Sin grandes gestos que llamen la atención de los otros. Lo bonito de la fe es que se puede vivir en el silencio de uno mismo, llevado a lo más profundo del corazón. Surgen en las páginas del Evangelio numerosos personajes que nos muestran esa fe callada, silenciosa, firme, auténtica, esperanzada, llena de vida y de alegría pero que a los ojos de los hombres ha pasado completamente desapercibida porque lo pequeño no suele llamar la atención.

Así, puedes ver aquel personaje que los apóstoles llaman antes de la Santa Cena para que les conduzca al Cenáculo. Dio un «sí» a Dios, conduciendo a los seguidores de Cristo al lugar donde se iba a instituir la Eucaristía. Y de su fe callada, nadie habla ahora. Tampoco se hace mención de ese joven personaje, que no sabemos quién es, que llevaba en un cesto los panes y los peces. Cristo quiso hacer con ellos el milagro de la multiplicación para saciar el hambre de tantos hombres y mujeres que necesitan de Dios. Y Cristo los tomó de alguien que ha permanecido anónimo a los ojos de la gente, pero no a los de Dios. Y su fe también fue callada y silenciosa pero a su manera dio un «sí» a Dios entregando lo que poco —o mucho, según se mire— que tenía.
Hay también un grupo de personas, amigos de un paralítico postrado en una camilla que, por amor a él, hacen lo indecible para subirse al tejado de una casa e introducirle en la estancia donde se encuentra Cristo. Su esfuerzo, regado por el valor de la amistad, es parte de una fe callada; convencidos están de que lograrán con ello sanar al amigo con las manos del mismo Dios.
Lo importante es lo que hacemos y por qué lo hacemos. Lo hermoso es el valor que damos a nuestros gestos, cuando más callados y desprendidos, más enraizados en la fe y más sustentados en la entrega generosa, más cerca de Dios están. El único que lee lo oculto de nuestro corazón es Dios y es a Él al que hay que rendir cuentas de nuestra entrega. Así actuó Cristo. Todos sus actos, desde el primer milagro a la última prédica, desde su primer gesto de amor hasta el último muriendo en la Cruz tenían mucho de callado cumplimiento de la voluntad del Padre. Cristo impregnó lo cotidiano de su vida de un amor sencillo pero grande al mismo tiempo. ¿Y yo, doy fecundidad a mi vida cotidiana dispuesto a que los gestos de mi vida estén visibles solo a los ojos de Dios y no al de los hombres? ¿Están mis pequeños gestos cotidianos untados del fruto amoroso de Dios y alejados de todo egoísmo mundano?

¡Señor, te alabo con todo mi ser porque eres la luz que brilla en mi vida y das sentido a todo lo que me ocurre! ¡Aumenta, Señor, mi pequeña fe! ¡Dame, Señor, con la fuerza de tu Espíritu el valor para sobrellevar todas los acontecimientos de mi vida, la valentía para no temer los problemas que se me presenten! ¡Aumenta mi fe, Señor! ¡Ayúdame a seguir tu Palabra con el espíritu que has puesto en mí! ¡Señor, sé que para ti nada es imposible, ayúdame a seguir tu voluntad! ¡Aumenta mi fe para seguir adelante a pesar de los obstáculos, de los problemas, de las circunstancias, de lo que digan los demás y a pesar de mí mismo! ¡Aumenta mi fe para decirte siempre que "Sí", sin temer a nada! ¡Aumenta mi fe para viviendo en el silencio del corazón impregne todos mis actos de bondad y de entrega! ¡Pero sobre todo, Señor, no me sueltes de la mano para que me no desvíe de la senda correcta sino que se haga tu voluntad en mi en cada paso que de! ¡Señor, te suplico desde lo profundo de mi corazón que no permitas que se extinga la hermosa luz de mi fe! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que con su gracia mi fe crezca cada día!
Here I am Lord; I, the Lord of sea and sky, I have heard My people cry. Hermosa canción para sanar el alma y aumentar nuestra fe.

viernes, 24 de marzo de 2017

Vaciarse para crecer

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No me avergüenza reconocer que me entristece mi fragilidad humana cuando profundizo en ella. Es mi debilidad la que conmueve mi corazón cuando caigo siempre en la misma piedra o en los mismos errores de siempre y los excuso como parte de esa auto indulgencia tan propia del hombre que se lo perdona todo pero no pasa ni una a los demás. ¡Claro que me agradaría ser un santo heroico, un hombre de fortalezas inquebrantables vencedor de todo tipo de pruebas, alguien que confía siempre, que no teme a la voluntad de Dios, que no se turba ante los embates de la vida, sólido ante las críticas y consistente ante las dudas!

Pero no, reconozco que soy de barro. Me muevo en la línea fina entre la santidad y la mediocridad, entre la fortaleza y la debilidad, entre la victoria y el fracaso. Y, entre medio, con frecuentes caídas para volver a levantarme. Hoy, sin embargo, me viene a la imagen la figura de san Pedro, el hombre de las negaciones y el apóstol de la fortaleza. La primera roca sobre la que se edificó la Iglesia no pudo ser quien fue sin antes haber sido Simón, el pescador rudo, de carácter firme, apasionado, orgulloso y humilde al mismo tiempo, ardoroso e impulsivo. Y su figura me permite comprender cómo toda transformación interior es posible en el momento en que reconozco, asumo y acepto cuáles son las sombras de mi vida pero también esas luces que todo lo iluminan. Únicamente desde el reconocimiento de mi fragilidad y mi debilidad seré capaz de iniciar un proceso de crecimiento interior y tolerar mis debilidades y las fragilidades que veo en los otros y que, por mi soberbia o mi falta de caridad, puedo llegar a magnificar. Cuando me creo mejor, más bueno, con más hondura humana y espiritual, más superior a los demás, más intolerante me vuelvo y más necesito de la gracia misericordiosa de Dios.
El día que Simón Pedro se encontró con Cristo todo cambió en su vida. Comenzó un proceso interior y una transformación del corazón. San Pedro conocía cuáles eran sus limitaciones y era consciente de su propia humanidad; su auténtico «sí» se produjo en el momento en que comprendió quién debería ser. Su camino de transformación, como el de cualquier ser humano, fue un proceso que implica vaciamiento interior. Desprenderse de las conductas erróneas, de los comportamientos orgullosos y de las máscaras que todo lo envuelven.
San Pedro traicionó a Jesús, pero suplicó con su mirada de perdón la misericordia del Señor. Y, así me veo yo también hoy. Reconozco mi debilidad, me siento herido por mi propia fragilidad y aspiro a vencer con la ayuda de la gracia las flaquezas de mi humanidad. Vaciar mi interior de mi mismo, de mis egos y mis apegos para dejarle espacio a Dios, para llenarme de Él y para sea Él quien me posea. Renuncio a mi mismo, pero gano a Dios.


¡Y eso es lo que deseo, Señor, llenarme de Ti, abrirme a la gracia! ¡Señor, quiero aprender hoy que vaciándome de mis egos, de mis comodidades y mis apegos crezco interiormente y no me hago más pequeño! ¡Señor, quiero encontrarte desde mi fragilidad y mi debilidad porque Tu me buscas siempre, llamas a mi puerta para entrar y muchas veces la encuentras cerrada! ¡Quiero hacerte, Señor, un espacio en mi corazón! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a tener el don de la sabiduría para descubrir que mi vida estará más llena cuando más cerca tenga al Señor! ¡Espíritu Santo, ayúdame a ser más indulgente conmigo y con los demás; Tú sabes lo mucho que me cuesta levantarme, aceptar mi fragilidad y los errores que cometo! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a mantenerme firme y siempre fiel en los momentos de turbulencia y dificultad! ¡Ayúdame, Espíritu de Verdad, a que te deje actuar en mi vida, a ponerme en tus manos y en las de Dios, a aceptar siempre su voluntad; hazme ver que esto no es debilidad sino confianza! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a asumir siempre mis responsabilidades y adoptar siempre las mejores decisiones haciendo y pensando lo correcto, a no esconderme en la excusas fáciles y a no culpabilizar a los demás de las cosas que me suceden a mi! ¡Ayúdame a enfrentar la vida con valentía porque Tú eres mi fuerza y el poder está en Ti! ¡Y, perdóname, cuando caigo y no sé mantenerme firme! ¡No quiero fallarte, Señor, quiero ser auténtico y vivir en rectitud!
Fragilidad, con Sting, para hacernos conscientes de nuestra pequeñez:


Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la comida para cenar, la cual no me gustó mucho que digamos y tengo que comer la comida que no me gusta.
Voy a entrar al baño y mi hija de apenas año y medio no me deja porque quiere jugar conmigo. No entiende que estoy cansado y quiero entrar al baño.
Después, tomo mi teléfono móvil para revisar los mensajes pendientes en mi sillón y mi hija nuevamente quiere jugar y que la arrulle entre mis brazos. Yo quiero revisar mi smartphone con tranquilidad, y sale mi esposa con su: "¿Qué tal me ves? Me arreglé para ti".
Le digo que bien, sin despegar mis ojos de mi móvil. Para variar, se enoja conmigo por que dice que no la comprendo y que nunca la escucho. No sé por qué se enoja si le pongo toda mi atención, es más, aún viendo la televisión le pongo atención, bueno, siempre y cuando haya malos anuncios. A veces quisiera estar solo y no escuchar nada, yo sólo quiero descansar. Suficientes problemas tengo en el trabajo para escuchar los de mi casa.
Mi padre también me molesta algunas veces y entre clientes, esposa, hija, padre, me vuelven loco, quiero paz. Lo único bueno es el sueño, al cerrar mis ojos siento un gran alivio de olvidarme de todo y de todos.
-Hola, vengo por ti.
-¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste?
-Me manda Dios por ti, dice que escuchó tus quejas y tienes razón, es hora de descansar.
-Eso no es posible, para eso tendría que estar...
-Así es, sí lo estás; ya no te preocuparás por ver a la misma gente, ni por caminar, ni de aguantar a tu esposa con sus guisos, ni a tu pequeña hija que te moleste; es más, jamás escucharás los consejos de tu padre.
-Pero... ¿Qué va a pasar con todo? ¿Con mi trabajo?
-No te preocupes; en tu empresa ya contrataron a otra persona para ocupar tu puesto y por cierto, está muy feliz porque no tenía trabajo.
-¿Y mi esposa y mi hijita?
-A tu esposa le fue dado un buen hombre que la quiere, respeta y admira por sus cualidades que tú nunca observaste en ella y él acepta con gusto todos sus guisos sin reclamarle nada, porque gracias a Dios y a ella, tiene algo que llevarse a la boca todos los días a diferencia de otras personas que no tienen nada que comer y pasan hambre hasta durante meses. Y además, se preocupa por tu hija y la quiere como si fuera de él y por muy cansado que siempre llegue del trabajo, le dedica tiempo para jugar; son muy felices.
-No, no puedo estar muerto.
-Lo siento, la decisión ya fue tomada.
-Pero... eso significa que jamás volveré a besar la mejillita de mi hijita; ni a decirle te amo a mi esposa; ya no veré a mis amigos para decirles lo mucho que los aprecio; ni darle un abrazo a mi padre. Ya no volveré a vivir, ya no existiré más, me enterrarán en el panteón y ahí se quedará mi cuerpo cubierto de tierra. Nunca más volveré a escuchar las palabras que me decían: "Hey amigo, eres el mejor"; "Hijo mío, estoy orgulloso de ti"; "Cuánto amo a mi esposo"; "Hermano mío, me alegro de que vinieras a mi casa"; "Papi..."
-No, no quiero morir; quiero vivir, envejecer junto a mi esposa, no quiero morir todavía...
-Pero es lo que querías, descansar, ahora ya tienes tu descanso eterno, duerme para siempre.
-No, no quiero, no quiero. ¡Por favor, Dios!
-¿Qué te pasa amor? ¿Tienes una pesadilla? - dijo mi esposa despertándome.
-No, no fue una pesadilla, fue otra oportunidad para disfrutar de ti, de mi bebé, de mi familia, de todo lo que Dios creó. ¿Sabes?, Estando muerto ya nada puedes hacer y estando vivo tienes la oportunidad de hacer felices a los demás y hacer la voluntad de Dios. Una vez cerrados tus ojos, nadie te garantiza volver a abrirlos.
¡Que bello es vivir! Hoy lo logré, mañana... mañana Dios dirá

Vitaminas para el alma

Cuando las horas de desaliento te invadan el alma, y las lágrimas afloren en tus ojos, búscame: YO SOY AQUÉL que sabe consolarte y pronto detiene tus lágrimas.
Cuando desaparezca tu ánimo para luchar en las dificultades de la vida, o sientas que estas pronto a desfallecer, llámame: YO SOY LA FUERZA capaz de remover las piedras de tu camino y sobreponerte a las adversidades del mundo.
Cuando, sin clemencia, te encontraras sin donde reclinar tu cabeza, corre junto a mi: YO SOY EL REFUGIO, en cuyo seno encontrarás guarida para tu cuerpo y tranquilidad para tu espíritu.
Cuando te falte la calma, en momentos de gran aflicción, y te consideres incapaz de conservar la serenidad de espíritu, invócame: YO SOY LA PACIENCIA que te ayudará a vencer las dificultades más dolorosas y triunfar en las situaciones más difíciles.
Cuando te debatas en los misterios de la vida y tengas el alma golpeada por los obstáculos del camino, grita por mí: YO SOY EL BÁLSAMO que cicatrizará tus heridas y aliviará tus padecimientos.
Cuando el mundo sólo te haga falsas promesas y creas que ya nadie puede inspirarte confianza, ven a mí: YO SOY LA SINCERIDAD, que sabe corresponder a la franqueza de tus actitudes y a la nobleza de tus ideas.
Cuando la tristeza o la melancolía intenten albergarse en tu corazón, clama por mí: YO SOY LA ALEGRÍA que te infunde un aliento nuevo y te hará conocer los encantos de tu mundo interior.
Cuando, uno a uno, se destruyan tus ideales más bellos y te sientas desesperado, apela a mí: YO SOY LA ESPERANZA que te robustece la Fe.
Cuando la impiedad te revele las faltas y la dureza del corazón humano, aclámame: YO SOY EL PERDÓN, que te levanta el ánimo y promueve la rehabilitación de tu alma.
Cuando dudes de todo, hasta de tus propias convicciones, y el escepticismo te aborde el alma, recurre a mí: YO SOY LA FE que te inunda de luz y de entendimiento para que alcances la FELICIDAD.
Cuando ya nadie te tienda una mano tierna y sincera y te desilusiones de los sentimientos de tus semejantes, aproxímate a mí: YO SOY LA RENUNCIA que te enseñará a entender la ingratitud de los hombres y la incomprensión del mundo.
Y cuando al fin, quieras saber quién soy, pregúntale al río que murmura, al pájaro que canta, a las estrellas que titilan. YO SOY LA DINÁMICA DE LA VIDA, Y LA ARMONÍA DE LA NATURALEZA.
ME LLAMO AMOR. SOY EL REMEDIO PARA TODOS LOS MALES QUE ATORMENTEN TU ESPÍRITU.
Ven a mí... que yo te llevaré a las serenas mansiones del infinito... bajo las luces brillantes de la eternidad...
Jesucristo

jueves, 23 de marzo de 2017

No necesito más que sentir tu compañía

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Me vienen a la memoria los últimos días de mi padre. Parecía del corazón y tras una complicada operación pareció quedar bien, o eso creyó, y se pensó que volvía a vivir una segunda juventud. El desenlace fatal era irreversible. Antes de la operación, unos meses antes de partir a la casa del Padre, le visitaba cada día. Me sentaba en un rincón de su habitación. Cuando estaba despierto y lúcido, que eran pocas veces, siempre le preguntaba: «¿Papá, necesitas algo? ¿Quieres un vaso de agua? ¿Estás bien?». Siempre ladeaba la cabeza y, en esos momentos que sus ojos abiertos buscaban mi voz, le contaba algo que acogía con una sonrisa, le rezaba en voz alta el Rosario o le leía alguno de los libros que que llevaba en mi libro electrónico.
Un día, tras mis preguntas de rigor, me contestó con su voz cansina: «porque estas aquí» «no necesito nada más que sentir tu compañía». Lo que mi padre realmente apreciaba era algo tan sencillo como sentir la presencia de los seres que tanto quería y que no estaban.
Me ha venido hoy esta imagen cuando pienso que el Padre me llama a estar siempre en su presencia. Organizamos en nuestras parroquias, grupos y comunidades actividades pastorales y religiosas en las que ponemos todo nuestro empeño y nuestra dedicación; pero faltan adoradores. Faltan hijos de Dios que recogidos en el silencio de una capilla se postren a los pies del Sagrario y a la sombra de la Cruz para abrir su corazón a Dios. Hombres y mujeres cristianos que manduquen la palabra y la hagan vida en su vida. Hombres y mujeres que se dejen seducir por el amor de Dios en el silencio del Sagrario.
En un día podemos visitar enfermos; ordenar nuestras estancias; atender al pesado del compañero de trabajo que siempre explica las mismas cuitas; tomar decisiones trascendentales que conciernen a nuestra familia o nuestro trabajo; mantener una sucesión de reuniones interminables y «fundamentales» para nuestro negocio; planear esto y aquello... y así hasta el agotamiento y la extenuación de la jornada. Pero ¿qué valor tiene todo esto si me olvido de lo esencial: el encuentro vivencial con Cristo?
Cuesta sentarse aunque sean cinco minutos ante el Sagrario y entregarle al  Señor nuestra presencia viva, y decirle por ejemplo: «Aquí estoy, Señor, entre tanto ajetreo. Me he olvidado de ti, Tú que me lo has dado todo; me has acompañado durante la jornada y no he sido capaz de verte entre las personas con las que me he cruzado. Aquí estoy, Señor, que no me acostumbre a verte crucificado».

¡Señor, ayúdame a ser más contemplativo y adorador! ¡Ayúdame a fijar mi mirada en la fe que es como fijarla en Ti! ¡Ayúdame a ser más contemplativo para poder escuchar con más atención tu Palabra! ¡Ayúdame a ser más contemplativo para que el silencio pueda inundar mi corazón y sea capaz de escucharte! ¡Ayúdame a no tener miedo a postrarme ante Ti en el Sagrario para que el Padre, a través del Espíritu, me permita conocerte más! ¡Te pido, Señor, que decidiste quedarte entre nosotros en el Sacramento de la Eucaristía, que aumentes mi fe en tu presencia y renueves en mi corazón el deseo de adorarte y amarte! ¡Ayúdame a crecer contigo en la adoración, que contemplando tu rostro crucificado sea capaz de amarte y de amar más a los demás! ¡Ayúdame, Señor, a unirte más a ti por medio de la oración y la contemplación! ¡Haz, Señor, que surjan más adoradores en el mundo para que haya más corazones unidos a Ti! ¡Y en este día, Señor, te pido también por todos los enfermos del mundo y por sus familias para que unidos sientan tu presencia amoroso en medio de la enfermedad, tu consuelo en medio del dolor y la esperanza en medio de la incerteza!
En recuerdo de mi padre, el Agnus Dei de Barber que tantas veces escuchamos juntos y que es de una belleza que sobrecoge:

Mi particular camino hacia Damasco

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Uno se enorgullece mucho de tener en su Iglesia a un santo como San Pablo ejemplo de conversión de calado, de furibundo perseguidor del cristianismo a adalid del Evangelio en nombre de Cristo. San Pablo es una columna viva para la fe de todo cristiano. Este ardiente apóstol del cristianismo que tanto ayudó a establecer los fundamentos doctrinales de la fe cristiana no tuvo una conversión inmediata cuando cayó del caballo que le conducía a Damasco. Perdida la visión, en el tiempo de reposo, comenzó su paulatino proceso de encuentro con el Dios de misericordia. Hoy, en el día de su conversión, San Pablo me enseña varias cosas.

Me enseña que Dios se hará un hueco en mi vida de la forma más insospechada porque los tiempos de Dios son inescrutables. Como con Saulo de Tarso escogerá al menos esperado para llevar a cabo su obra. No puedo por eso menospreciar a nadie, por muy pecador que sea. Dios puede hacer renacer en el corazón del hombre la bondad de la fe y de la esperanza. Transformar la vida para nacer de nuevo. No depende de uno sino del precioso momento que Dios decida.
Me enseña que, en su infinita misericordia, Dios no abandona nunca. Saulo, azote de los cristianos, no tenía condescendencia con los seguidores de Cristo. El dolor y la persecución herían las esperanzas de los cristianos. Pero de manera prodigiosa, el poder divino de Dios le hizo caer del caballo. Dios interviene siempre para sanar las heridas del alma incluso cuando, en nuestro pecado, parezca que no seamos merecedores de ella.
Me enseña también que Dios derriba siempre a los hombres de los caballos de la soberbia, del orgullo, de la falta de caridad, del amor propio, de la intolerancia, de la falta de generosidad, de la arrogancia, de la avidez por el poder o los bienes materiales para hacernos dóciles a Él y convertirnos en misioneros de su Palabra.
Pero, sobre todo me enseña, que debo ser humilde a la llamada del Señor. Que Cristo quiere llegar a mi pobre corazón y entrar en Él. Quiere que le acepte. Quiere que me llene de su amor y de su misericordia. Quiere que despierte de mi ceguera y me ponga en camino. Quiere que nazca de nuevo. Quiere que le acepte y que deje de ser lo que soy para ser una persona nueva. Quiere que cambie mi manera de pensar, mi forma de actuar y de comportarme, de pensar y de sentir, que modifique mis actitudes con los demás, mi íntima relación con Dios, los deseos profundos de mi corazón. Quiere que en mi corazón se arraigue el Amor. Y, esencialmente, quiere que le experimente de verdad. Quiere que me sienta protagonista de mi propio camino hacia Damasco para darme cuenta que ni soy tan bueno, ni tan piadoso, ni tan servicial, ni tan talentoso ni tan generoso como mi razón pretende hacerme creer. Soy un ser humano al que Dios ama profundamente pero que tiene todavía que comprender el verdadero sentido del Amor. Y, fundamentalmente, hacerlo suyo en lo más profundo de su alma.

¡Señor, de algún modo por mi ceguera yo también te persigo cuando no amo a mi prójimo y te soy infiel con mis comportamientos pecaminosos! ¡Señor, postrado de rodillas, descabalgado de mi caballo, camino hacia mi Damasco particular a la espera que hagas el milagro de transformar mi corazón para hacerlo más sensible a tu llamada! ¡Derríbame, Señor, del caballo de mi orgullo, de mis ansias de ser reconocido, de mis seguridades mundanas, de mis autosuficiencias de barro, de mi soberbia... para que caído en el suelo y puesto de rodillas pueda preguntarte ¿quién eres?! ¡Envía Tu Espíritu, Señor, para que no me conforme con lo que soy y lo que tengo sino que aspire a la grandeza y a la santidad! ¡Envíame, Señor, Tu Santo Espíritu para que me ayude a mirar hacia mi interior y darme cuenta de mi pequeñez y mi fragilidad y no me crea un hombre bueno y piadoso! ¡Envíame Tu Espíritu, Señor, para que sea dócil a tu llamada y a un encuentro personal contigo! ¡Quiero experimentar de verdad tu amor, Señor, ese amor tan amoroso, desinteresado y misericordioso! ¡Sáname, Señor, de mi ceguera para que desde la humildad del corazón y la sencillez del alma sea capaz de seguirte siempre! ¡Hoy, como san Pablo, Señor, te entrego mi vida, mi voluntad, mi ser, mi corazón; me entrego enteramente a Ti para que desde mi pequeñez, mi ineptitud,  mi incapacidad y mi insignificancia pueda convertirme en un auténtico apóstol del Evangelio! ¡Ayúdame a ser, Señor, un pequeño instrumento tuyo en este mundo! ¡Y a ti, san Pablo, te pido que te vea como modelo para ver lo que Dios puede hacer con cada uno de nosotros, para como tú dejarme tocar por su gracia y seguir tu ejemplo cuando uno se entrega de verdad a Cristo!
Himno al amor, con las palabras de San Pablo para este día tan hermoso para los cristianos:

Encontrar la verdadera mansedumbre

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Es en el silencio de la entrega y el sacrificio, de la renuncia de la propia voluntad, en ese aceptar con humildad las cosas injustas que nos hacen los demás donde lograremos encontrar la verdadera mansedumbre.
El dolor purifica, santifica, engrandece a las almas y las une íntimamente con Dios, y Dios se recrea en ellas porque, llegada la prueba, saben salir a su encuentro, corren hacia el sacrificio de aquello que más repugna a la naturaleza, como es cuidar enfermos, aceptar el sufrimiento, soportar personas de carácter agrio y molesto, y toda una serie de cosas «desagradables» que de continuo salen a nuestro paso.
Hay que aprender a sonreír con alegría serena, sin murmurar, sino, por el contrario, con una gran capacidad de amor a Dios para ser semejantes a Él en su mansedumbre, que es lo que nos sostiene siempre en estas circunstancias. ¡Fácil es escribirlo y difícil ponerlo en práctica!

¡Dame, Señor, esa mansedumbre necesaria para desterrar de mi corazón esa tendencia que oprime mis sentidos y me embarga hacia el orgullo cuando alguien me dirige una advertencia o una corrección! ¡Ayúdame, Señor, a aceptar el criterio de los demás sin tratar de imponer mis propias opiniones! ¡Señor, Tu que conoces todos los recovecos de mi corazón, infúndeme la virtud de la mansedumbre, haciéndome humilde! ¡Espíritu Santo, mora en mi alma, guíame y dirígeme, penetrando insensiblemente en mi corazón con suavidad para no herir mi alma en su delicadeza, enseñándome cómo debe ser el trato con los demás! ¡Cuando tenga que corregir a alguien, que sea capaz de demostrar la hermosura de la virtud sin decir nada del defecto o la mala acción obrada!
Del compositor inglés William Holst escuchamos su Himno a Jesús Op. 37:

No hay lugar más elevado que estar a los pies de la Cruz

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El lunes, al finalizar la misa, una pareja joven se pone de rodillas ante un crucifijo  situado en una capilla lateral. Ella se acerca a los pies llagados de Jesús y los besa amorosamente. Luego lo hace él y juntos musitan una oración que deseo hacer mía porque, aunque no los escucho, observo su ferviente devoción al Cristo crucificado. Hay abrazos y besos que tienen un gran poder de sanación, de curar heridas, de ahuyentar desasosiegos, de calmar pesares, de aminorar desesperanzas… hoy lo he sentido en estos dos jóvenes.
El amor auténtico puede vestirse de innumerables maneras; en ocasiones es una mano apoyada en el hombro, un abrazo cálido, una sonrisa cómplice, una palabra que llega al alma, un beso sencillo... Pero no siempre todas estás formas están teñidas de autenticidad.
El ejemplo clave es ese beso crucial en la historia de la humanidad que se dio en una mejilla. Un beso que marcó la historia de la Salvación. Es el beso de una traición, un beso repleto de falsedad, de rencor, producto de la avidez, de la hipocresía... es el beso trágico que entregó a Cristo para ser condenado a la muerte en la Cruz. Juzgamos con pesar tan traicionero beso. Lo juzgamos como juzgamos tantas cosas en nuestra vida, sólo sabemos ver como aquel beso mancilló una amistad que se sustentaba en el amor fraterno. La deslealtad de Judas, en la oscuridad de la noche, ha quedado grabada en la impronta de la historia y en la de los propios corazones de los cristianos. Convirtió la belleza de un gesto repleto de hermosura en uno de los actos más despreciables que ha conocido el género humano.
El beso es como un diálogo que transmite amor, ternura, compromiso, afecto, búsqueda, cariño, complicidad... Judas, en su sinsentido, le puso el sello de la traición y la deslealtad. Y eso nos ocurre muchas veces a todos. De manera consciente o inconsciente también nosotros dejamos la impronta del amor «aparente» cuando, en realidad, en lo más profundo de nuestro corazón los sentimientos que anidan son otros generando dolor, tristeza, insatisfacción o amargura en el receptor.
Tras aquel beso trágico hay una enseñanza. Nadie puede dar lo que no tiene. Y en el caso del amor uno solo puede dar amor si está lleno de él. Quien no tiene amor verdadero, tampoco puede donar un amor auténtico.
En este día mi sentimiento es muy intenso. Te ves reflejado en algunos actos de tu vida en el beso de Judas, pero también en la devoción ardiente de estos dos jóvenes que colman de besos amorosos los pies de Cristo, como hizo aquella mujer pecadora del Evangelio. Hoy me pongo a los pies del Señor y trato de besarle sus pies llegados con devoción manifestándole lo mucho que necesito de su gracia, de su amor, de su perdón y de su misericordia. No hay lugar más elevado que postrarse a los pies de la Cruz.

¡Señor, hazme dócil siempre a la bondad y las buenas intenciones de corazón! ¡No permitas, Señor, que utilice tu amor en mi contra! ¡No permites que te bese como hizo Judas, Señor, porque soy tu amigo, te quiero y te necesito! ¡Señor, el beso de Judas fue intencionado y meditado, apoyado en su propia seguridad! ¡Señor, ¿cuántas veces me apoyo en mis propios medios y no pierdo la confianza en que Tú me sostienes?! ¡Señor, al igual que Judas yo nunca estoy dejado de tu mano, más al contrario hasta el último suspiro luchaste para acercarlo a tu corazón con los lazos de tu amor infinito! ¡Perdón, Señor, porque cada vez que peco te estoy besando como Judas; cada vez que trato de hacer mi propia voluntad, te beso como Judas; cada vez que no doy amor a mis semejantes te estoy te beso como Judas! ¡Señor, te beso los pies derramando mis lágrimas, me rindo ante Ti que eres el único que puede perdonar mis pecados! ¡Me postro ante Ti, Señor, con toda mi humildad y mi pequeñez para reconocerte mi pobre condición y mi gran necesidad de Ti! ¡Envíame la gracia de tu honra, Señor, que no merezco¡ ¡Hay algo, Señor, que te quiero agradecer: cuando más comprendo tu perdón, tu amor y tu misericordia más grande es el amor que siento por Ti! ¡Gracias, Señor, porque hoy me invitas a mirar hacia adelante, a vivir de la esperanza en Ti, a hacer grande mi pequeña vida, a renovar mi amor por Ti, a mirarme menos a mi mismo y a aprender a confiar más en Ti que me amas con amor eterno! ¡Que mi amor por Ti, Señor, tenga siempre la frescura del primer amor!
Hoy le cantamos al Señor esto tan bello de «A tus pies arde mi corazón/ A tus Pies entrego lo que soy / Es el lugar de mi seguridad»